jueves, 4 de julio de 2024

LOS PEPES vs. MUCK AND THE MIRES: EL BEAT PUNK Y LA MULTINACIONAL DE LOS TRES ACORDES

 

Sala Record, Bilbao

 

Siempre conviene oxigenar mente y espíritu acudiendo a un concierto en sala en plena temporada de festivales. Olvidarse por unos momentos de la orgía capitalista de marcas y asistentes a los que se la suda la música y encontrarse con un público quizás no tan numeroso como el de los eventos multitudinarios, pero sí con bastantes más ganas de disfrutar de música en directo sin cortapisas ni postureos de ningún tipo.

Los Pepes
 

Buena dupla se había montado en la bilbaína sala Record con Los Pepes, la banda internacional de punk formada en 2012, no los históricos valencianos del mismo nombre, ni tampoco los paramilitares que mataron al narco Pablo Escobar. Les acompañaba otro grupazo tan enérgico como los bostonianos Muck and the Mires, cuyo sonido bebía a paladas de Ramones y The Beatles, por lo que no había razón sensata para faltar a tan magno evento.

Por desgracia, la época estival resulta muy dura para programar bolos en salas, incluso aunque el plantel estelar fuera atractivo para cualquier fan del punk o del rock n’ roll en general. A pesar de la complicada coyuntura, muchos de los habituales del panorama concertil se animaron a acudir y a buen seguro la mayoría agradecería al final haber formado parte de aquella inapelable descarga que tuvo lugar en el recinto.

Muck and the Mires
 

En primer lugar, Muck and the Mires calentaron el ya caldeado ambiente con su sonido Merseybeat de actitud punk. Tras un caótico inicio con un desagradable pitido y algún problema con las voces, no tardaron en encontrar su sitio, tanto a nivel musical como en el escenario, y lo demás fue como un tiro. Pocas veces nos habíamos topado con un grupo heredero de los Fab Four tocando su rollo a semejante velocidad, pero eso no era nada comparado con lo que nos esperaría posteriormente.

“Break It All” o “Caught in a Lie” certificaron la profunda huella que dejaron en ellos los primeros Lennon y McCartney, pero también se acercaron al power pop de The Rubinoos con “Too Soon To Fall In Love” o “Good Enough” y rindieron homenaje a sus paisanos garajeros The Barbarians con “Hey Little Bird”, el primer single que sacaron las leyendas de Boston originales en 1964.

Intentaron recrear el ambiente de fin de semana, por lo que nada mejor que recurrir a “Saturday Let Me Down Again” y “I’m Your Man”, dos bombazos capaces de atrapar en las distancias cortas hasta al más reticente. Por falta de tiempo, nos quedamos con ganas de saber qué era exactamente lo que estaba apuntado como “Ramones” en el setlist, pero se trataría de algo inmenso relacionado con los de Queens fijo. Nunca el beat sonó tan punk.

Los Pepes
 

Y Los Pepes no desaprovecharon la ola en la que nos montaron a todos los teloneros para demostrarnos que ellos todavía podían tocar más rápido. Dicho y hecho. Como si se apretara un interruptor, un aguacero punk cayó sobre los asistentes en cuanto pisaron el escenario, con picos álgidos del calibre de “I Want You Back”, cuyo potencial se incrementaba además por el volumen altísimo. Mira que estamos acostumbrados a aguantar tormentas sónicas, pero lo de esa noche igual hasta era demasiado. El mejor antídoto natural contra cotorras.

Hay grupos que les escuchas en disco y tampoco es que digan gran cosa, pero es luego en los conciertos en vivo donde se crecen y dan todo lo que pueden dar de sí. Tal es el caso de Los Pepes, que cobran verdadera dimensión sobre los escenarios, pegando saltos como Ramones y con una inaudita rapidez que casi les coloca en una imaginaria carrera contra el tiempo. 

Los Pepes
 

Valga a modo de muestra de la profunda concentración del personal en el show, decir que en un momento dado se incitó a dar palmas, pero la propuesta no fructificó en absoluto, no se admitían pachangas para verbeneros. El único respiro que se permitió esta multinacional del punk en las tablas fue alargar una pieza, porque en algún instante había que descansar, digo yo. A ver quién aguantaba tanta caña a ese endiablado ritmo.

Uno de los guitarras confesó que “Blur The Lines” era su preferida, si no nos equivocamos, y lo cierto es que ese era precisamente uno de los temas más destacados de su último disco hasta la fecha, ‘The Happiness Program’. Amagaron con tocar una balada porque notaron cansada a la peña, pero hubo unos cuantos pogos a lo largo del show. Complicado se tornaba permanecer impasible ante tal derroche de electricidad desbocada.

Los Pepes
 

“Never Get It Right” era otro glorioso ejemplo de ortodoxia punk, a los aficionados al género casi se les podrían humedecer los ojos con cada comienzo de canción. Las camisetas de The Saints o Les Lullies que portaban los diferentes miembros nos aseguraron que sus referencias eran las adecuadas y a la vez que en ese momento no se podría estar en un lugar mejor.

El trallazo “Action” nos terminó de colocar en una nube de la que nunca apetecía bajarse. Dicen de ellos que son los Motörhead del power pop, por su voluntad de oficiar a piñón fijo podría ser, aunque en realidad sus coordenadas parecen más ubicadas en la primera oleada del 77. Bueno, un ramalazo a The Only Ones, The Boys o los grupos de chicas de los sesenta ya tienen.

Y pensar que estuvimos a punto de perdernos esta inapelable descarga por pura vagancia, menos mal que lo que escuchamos en estudio ejerció de suficiente gancho. Así que ya lo saben, la próxima vez que el beat punk o esa multinacional de los tres acordes llamada Los Pepes recale por su ciudad, acudan a la cita sin dudarlo. Soltar tanta adrenalina debería ser obligatorio por prescripción médica.

lunes, 1 de julio de 2024

UNI BOYS: URGENTES MELODÍAS Y LLUVIA EN LA CABEZA

 

Kafe Antzokia, Bilbao

 

Con la temporada estival se suelen vaciar las salas y llenar los festivales, pero siempre quedan reductos todavía en junio en los que disfrutar de eventos repletos de aficionados a la música ajenos a las dinámicas de postureo de las citas multitudinarias. Conciertos a la vieja usanza, con temas que se entrelazan unos con otros que demuestran lo necesarios que siguen siendo los bolos relámpago que van directos al grano y no se pierden en gratuitos onanismos instrumentales.

 

A pesar de su variedad estilística, muy delimitado parece el concepto que proponen los californianos Uni Boys, con un pie muy asentado en el power pop de los setenta y ochenta de bandas tipo The Rubinoos, Redd Kross o el rey del género Paul Collins, ya sea con The Nerves o The Beat. Y por otro lado, no podemos obviar tampoco la influencia new wave de Joe Jackson, The Romantics y combos similares.

Mencionemos además que su cuarto y más reciente álbum está producido por los hermanos Michael y Brian D’Addario de The Lemon Twigs. Y ese no se trata del único nexo que comparten con el dúo estadounidense, pues el guitarrista Reza Martin también se ocupa de las seis cuerdas en ambos conjuntos. No obstante, hay que destacar que tanto este último como su compi Noah Nash son amigos desde tiempos inmemoriales.

Una considerable multitud acudió a la llamada bilbaína en el Kafe Antzokia de estos muchachos que se cascaban una extensa gira de hasta diez fechas en pleno junio. Y por lo que pudimos observar en la capital vizcaína, poseen un buen reducto de fieles a los que no les desanima ni la coyuntura poco propicia para bolos en salas.

Que Uni Boys no inventaban la rueda lo certificamos desde el comienzo con un contagioso “I Want It Too”, temón perfecto para conseguir que aquello despegara de un plumazo. Las deslumbrantes luces no quitaron ni un ápice de pegada a esta banda que lo mismo recordaba a The Buzzcocks que a The Beatles, entre muchos otros.

 

“Downtown” siguió imprimiendo un ritmo frenético a una velada en la que llegaron a sonar una veintena de canciones, que no es poco, encima sin apenas abrir la boca para peroratas inútiles. Los que estaban allí, sabían lo que había, así que supongo que tampoco se daría el caso de llegar con unas expectativas desproporcionadas. Aunque su recital debió de gustar mucho, pues unos cuantos se arremolinaron en el puesto de merchandising al terminar el show.

Como cualquier grupo de respetable power pop de manual, bordaron los coros, algo que se notaba en especial en piezas del estilo de “Long Time No See” o “Hiding In My Home”. De vez en cuando soltaban algún chascarrillo, como cuando uno de los guitarristas dijo que tenía “lluvia en la cabeza”, en alusión al sudor generado por tanto ímpetu, pero lo cierto es que tampoco existieron demasiadas pausas. Era uno de esos conciertos en los que si te ibas a la barra o al baño ya te perdías bastante.

 

Diríamos que lo mejor era cuando pisaban el acelerador sin dejarse melodía por el camino, caso de “Intentions”, pero no sucedía nada si ralentizaban un poco el ritmo con “Don’t Tease Me”. Tal vez muchos de sus temas no fueran de epatar por completo, aunque no debía resultar sencillo mantener el reseñable nivel compositivo que demostraron a lo largo del repertorio, que ya hemos dicho que fue como un tiro. Incluso tuvieron tiempo para presentar cortes nuevos como “I Don’t Wanna Dream”, si es que captamos bien el título.

El comienzo de “Somewhere To Fall” casi podría ser un plagio de The Rubinoos, pero daba igual, mientras que el rollo a lo “I Fought The Law” de “Bible Belt Girl”, otra inédita, incitó a que se desatara un recatado pogo. Y sin duda alcanzaron una de las cimas de la velada con la genial “Let’s Watch A Movie”, con un guiño al “I Want You Around” de Ramones en el que seguramente habrán reparado los aficionados. Nunca se habrá reivindicado suficiente a la inolvidable banda de Forest Hills.

 

Prueba de la tremenda confianza que poseían en su material todavía inédito era que reservaron “Victim of Myself” para el único bis que concedieron y lo cierto es que se trató de otro de los momentos más intensos de la noche. Quizás se había hecho muy corto, pues estuvieron sobre las tablas en torno a una hora, en este estilo de sobra es sabido que no abundan los recitales extensísimos, aunque con un par de temas extra habrían logrado probablemente una impresión más duradera que no acabara deglutida al de poco entre la maraña de festivales.

En suma, toda una sesión de urgentes melodías cargadas de esa lluvia en la cabeza de la que hablaba uno de los integrantes. Precisamente, tal vez a la producción de sus discos de estudio les falte un poco más de agua o frescura, pues en las distancias cortas se mostraron mucho más superiores de lo que pronosticaban sus trabajos al escucharlos en casa. La magia del directo.

lunes, 10 de junio de 2024

TULSA + BASURITA: INTENSO VIAJE EMOCIONAL

 

Kafe Antzokia, Bilbao

 

Hay artistas que poseen una voz tan poderosa que cualquier intento de encasillarles en un único estilo resulta por completo infructuoso. Es entonces cuando se utiliza la coletilla “de autor” para dar forma a lo indefinible y que la mayoría se haga a la idea de que hablamos de música por encima de etiquetas. Aléjense sectarios e inmovilistas, solo espíritus atrevidos y sin complejos, por favor.

 

Tulsa

Que en los tiempos actuales de inmediatez y de captar la atención en treinta segundos se siga apostando por los discos conceptuales ya indica toda una voluntad inquebrantable a prueba de bombas. Miren Iza, en su séptimo trabajo ‘Amadora’, se abre en canal para recuperar las vidas anónimas de esas madres que se dejaron la piel para criar a una familia que no recibieron el reconocimiento adecuado.

Era una propuesta arriesgada, puesto que se trataba de hurgar en viejas heridas y de mirar hacia ese interior que algunos prefieren evitar, pero los fieles arroparon de forma modesta a la artista en su concierto con banda en el Kafe Antzokia bilbaíno. Tal vez no estuviera la sala a reventar, pero los que allí estuvimos salimos convencidos de que habíamos visto uno de los mejores bolos del año.

Basurita
 

Calentaron el ambiente los getxotarras Basurita, combo de veteranos de la escena indie con miembros de El Inquilino Comunista, Cujo o Los Clavos que no suelen fallar nunca en directo. Dedicaron “El gran feliz” a Ricardo Lezón de McEnroe, que estaba presente entre el público, y a buen seguro que su cóctel de melodías pop y guitarras chirriantes en la estela de The Jesus & Mary Chain o The Velvet Underground no se le indigestó a nadie. Un entremés de altura.

Frente a gente que pone el piloto automático en el escenario, lo que Tulsa ofrecieron aquella noche fue una mezcla entre performance teatral y concierto al uso, un espectáculo cuidado de esos que se contemplan una vez cada ciento en viento y que desde luego merecería más atención que la que normalmente suele ocupar.

Tulsa

Con el guiño a las tradiciones vascas de “Santamártir” evocaron de un plumazo el ambiente fantasmagórico de Nick Cave con una banda muy competente en la que destacaban la pluriempleada batería Mariana o la propia Miren, que esa noche nos legó una interpretación de mucho nivel. Diríamos que fue sin duda la mejor vez que la habíamos visto.

“Una parte de mí” nos sumergió en una suerte de viaje emocional protagonizado por Amadora, una señora que también se enamora de su psiquiatra, pero llega a preguntarse por la verdadera naturaleza de ese afecto en “¿Amor o transferencia?”. El aspecto intimista sobresalió del mismo modo en “Cuando venga el león pálido”, con momentos de poner piel de gallina, antes de “Laguna”, otro corte reposado con evidente carga emotiva.

 

“No quiero hacer historia” supone un auténtico alegato en la época de las redes sociales y el ansia por aparentar, a contracorriente total, una punzada antes de embestir de nuevo de manera emocional con “Tacones lejanos”, que podría ser un más que digno homenaje a todas las madres del mundo. El altar particular de cada uno.

Tras un primer tramo centrado en su último lanzamiento, no se olvidaron tampoco de material pretérito como “Gran fuerza domadora”, que lo mismo funde el toque lúgubre de Cave o el primer Nacho Vegas con la PJ Harvey más atormentada. Una maravilla en la que Miren nos obsequió con una interpretación monumental.

 

Y en este descenso a las profundidades del corazón hubo “Destrucción mutua asegurada”, que “también podría llamarse Tinder”, según relataba la vocalista. Recordó las calles de Bilbao y confesó ganas de “enamorarse como ya no se puede” antes de “Los amantes del puente”, una cartografía sentimental similar a la que muchos poseen en la memoria cargada de lugares por donde uno ya no puede o ya no quiere pasar. Héroes por un día nada más.

Las canciones se iban deshilachando una tras otra como si formaran parte de un gran concepto y en “La boda” metió una crítica incisiva a ese sector insensible de la sociedad que basa su vida en la ostentación y en la pura apariencia. Y “Centauros” implicó una de las cimas indiscutibles de la velada con el respetable coreando a pulmón el título del tema. Qué pedazo voz la de Miren, dominando diversos registros y transmitiendo una emoción sin igual.

 

Seguramente entre los fans de Tulsa existan todo tipo de seres peculiares, como aquellos que acostumbran a toquetear la fruta antes de elegir, algunos les odiarán, pero Miren hasta les dedica la canción “Melocotón”, con cierto aire a lo Billy Idol. Este fue otro de los instantes más recordados de un show que se quedó en uno de sus puntos álgidos previamente a los bises.

Regresaron con una versión en euskera del corte “Yo no soy Penélope” y recuperaron ímpetu con una genial “Atalaya”, donde Miren se puso en plan mesiánica y pegó gritos como Iggy Pop o Jim Morrison. Enorme. Justo después se comenzaron a escuchar gritos de “señora” que fueron replicados por parte del público hasta que se respondió a la pregunta de “¿A dónde va, señora?” con “A la mierda todos los que lo dicen así”. Otro dardo envenenado hacia vetustos comportamientos sociales.

“La estrella” funcionó a modo de epílogo, evocando la electrónica de New Order y proporcionando frases con atisbos de esperanza como que “la vida empieza otra vez”. No olvidemos que todas las noches oscuras terminan con un radiante amanecer.

Un intenso viaje emocional como el de aquella noche no se vivía todos los días, pero los privilegiados que tuvimos el placer de estar allí lo recordaremos sin duda durante una buena temporada. Un show de gran nivel que recupera ese vicio inconfesable de los artistas de antaño de transmitir sensaciones por doquier. De cátedra.  

 

lunes, 27 de mayo de 2024

ÑU: MUCHO MÁS QUE UNA LEYENDA

 

Sala Stage, Bilbao

 

Hay conciertos que se quedan grabados a fuego en la memoria, no necesariamente por lo intenso de la experiencia, sino por otros detalles más bien diferentes. Tal fue el caso del sonado recital de Ñu en la sala Bilborock de Bilbao hace ya más de veinte años en el que José Carlos Molina lanzó la flauta al suelo y aseguró a los presentes que vivirían poco menos que una noche de infierno. 


Tal vez por este motivo ha costado varias décadas que Ñu, uno de los nombres fundamentales de la escena patria, regresara a la capital vizcaína y así resarciera a aquellos fieles que se quedaron con un palmo de narices en su anterior visita. Hubo ya un intento de traer a Molina antes de la pandemia, pero tuvo que ser cancelado, por lo que casi parecía irreal que por fin llegara tan deseado momento.

El personal respondió abarrotando la bilbaína sala Stage hasta alcanzar una afluencia más que considerable en los tiempos que corren de sobreabundancia de ofertas culturales. Esa misma jornada había otros conciertos interesantes en las inmediaciones, pero no quedaba otra que tirar de militancia para apoyar a un grupo cuyas letras siempre nos parecieron dignas de conservar en una urna a salvo de ofendiditos y otros meapilas contemporáneos.

Pese a que todavía no habían presentado en la ciudad el disco ‘Yo estoy vivo’, el recital con el que Ñu cerraron viejas heridas tampoco se basó en exclusiva en el material más reciente, sino que consistió en un repaso muy bien equilibrado a su trayectoria. En definitiva, lo que más apetecía a los fans de toda la vida, dicho esto sin minusvalorar un esfuerzo tan encomiable como el de su última placa de estudio.

Fijo que en pocas quinielas estaría ese soberbio comienzo con la reivindicación de la vida canalla y nómada de “Trovador de ciudad”. Bienaventurados sean los que duermen en sofás. El clásico “Manicomio” siguió añadiendo magia a la velada, al tiempo que nos permitía admirar la sólida banda que lleva Molina en la actualidad con ilustres veteranos como el guitarrista Manolo Arias (Bella Bestia) y nuevas adquisiciones tan talentosas como la violinista Sara Ember (Last Days of Eden).

“La sirena del lago” o “Cabalgando entre los muertos” implicaban el enganche de Molina y compañía con la contemporaneidad y su voluntad de no vivir de las rentas, como hacen muchos al llegar a cierta edad. Nada que ver con el caso del mítico flautista, que demostró un estado de voz bastante decente para un señor que ya casi alcanza los setenta años. Lógico que de vez en cuando aprovechara los intervalos instrumentales para descansar, pero a ver qué viejo guerrero es capaz de una gesta similar.

Lo que tampoco ha perdido Molina a lo largo de los años es su peculiar sentido del humor y una forma de hablar sin pelos en la lengua que le transformaban en una especie de punk dentro del heavy rock estatal. En este sentido, preguntó si a alguno de los asistentes le perseguía la policía o Hacienda antes de arrancarse con el himno “Más duro que nunca”, que no necesitaba presentación alguna y además servía de rotundo manifiesto. Hasta incluyó una referencia al inolvidable “Land of the 1000 Dances” de Wilson Pickett.

Y no dudó en calificar “Animales sueltos” como una canción “de la vieja escuela”, un concepto que lo entendía de primeras aquella privilegiada generación que nació antes de las redes sociales y otros instrumentos de control tecnológico. Cuando para informarse había que leer en un libro y no en una fría pantalla.

Pisaron el acelerador con “La danza de las mil tierras”, con un Molina pletórico a la flauta y una banda que engrandecía temas ya de por sí históricos. “Tocaba correr” puso la nota sentimental al evocar farras pretéritas, la verdadera patria de cualquier persona decente, por mucho que el poeta Rilke dijera que ese lugar le correspondía a la infancia.

Los fragmentos instrumentales incrustados aquí y allá se revelaban como una manera de dosificar fuerzas, pero no hay nada malo de ello, peores son los que no son conscientes de sus limitaciones y al final ofrecen a sus espectadores un show de mierda por ir de gallos. Esta vez pudo decirse que Molina tuvo un trato exquisito y hasta extremadamente respetuoso hacia sus fieles. O hacia a los amantes de la música en general.

La presentación de los miembros de la banda valió para introducir “La bailarina”, según apodó Molina a la violinista, y no dudaron en enlazar con dos himnos del calibre de “No hay ningún loco” y “La granja del loco”, casi nada. Ya solo por ese momento mereció la pena estar allí. Echando la vista atrás fue incluso hasta la época de “El tren”, aquel tema compartido con Rosendo Mercado que es historia viva del rock español.

“El flautista” nos fue encaminando hacia el final a una velocidad vertiginosa, acompañados de palmas de buena parte de los asistentes. Apenas nos dimos cuenta de que esa se suponía que era su despedida del escenario, a muchos tal vez les sucediera lo mismo, pues no tardaron en arreciar los gritos pidiendo bises.

Molina complació a los seguidores al regresar con una sorprendente “Sé quién”, pese a que se quedaran en el tintero algunas piezas históricas como “Ella” o “Imperio de paletos”. Pero no hay que ser avariciosos, bastante había mejorado la cosa respecto a aquel horrible recuerdo de Bilborock que mencionábamos al principio de esta crónica.

En suma, Molina saldó con creces su deuda pendiente con Bilbao y confirmó que todavía tiene cuerda para rato en las distancias cortas. Esperemos que no tarde varias décadas en volver, pues el veterano flautista demostró que es mucho más que una leyenda destinada a acumular polvo como los cuadros en los museos. Su repertorio está más vigente que nunca en un país de sinvergüenzas.