lunes, 28 de marzo de 2016

GRAVEYARD JOHNNYS: HIJO DE LA LEYENDA



Kafe Antzokia, Bilbao

Hay algunos que tienen que demostrar el doble que una persona normal. Sí, es verdad, de un plumazo toda la lógica de una sociedad democrática a tomar por saco. Pensemos en las rubias y sus archiconocidos tópicos, chicas guapas en general que por el mero hecho de haber nacido bien parecidas nadie las toma en serio de primeras, y por supuesto, aquellos cuyos progenitores cuentan con una trayectoria artística más que solvente y su solo nombre infunde ya respeto en su campo.

Al último grupo pertenecería Joe Grogan, contrabajista y líder del power trío galés Graveyard Johnnys, vástago además del histórico rockabilly británico Crazy Cavan. Una sombra de la que todavía no se ha despegado pese a haber editado ya un par de álbumes de estudio y abarcar un descomunal campo de acción que va desde el rock anfetamínico escandinavo al psychobilly, el poso garajero contemporáneo de The Hives o el folk punk celta de regusto Dropkick Murphys. 

Joe Grogan, el hijo de la leyenda Crazy Cavan.
 Tal vez con ese indiscutible reclamo en lontananza, los de Chepstow consiguieron una afluencia bastante respetable para ser plena Semana Santa, con la mayoría de los fieles del rollo y esas elegantes féminas psychobillies que son las que en realidad dan glamour a los saraos de este tipo. Y hubo por supuesto esos peculiares pogos en los que las manos de los participantes comienzan a dar vueltas y se transforman en rodillos que avasallan espacios circundantes.

Ya habíamos catado anteriormente a los espectaculares psychobillies giputxis Screamers & Sinners, que volvieron a dar un bolazo de altura y los confirmó como los reyes de la escena autóctona, si es que alguna vez llega a existir algo similar en su palo. Como si de repente accionaran una manivela, el quinteto se puso en marcha frenéticamente igual que esas figuritas de esqueletos danzantes que se venden en chinos y demás y no dejaron títere con cabeza intercalando spaghetti-western, saxo cinematográfico, rítmicos golpes de contrabajo y guitarras a toda pastilla mientras se alternaban a las voces con notable solvencia Iago y Karlos, que casi era como decir Iosu y Juanma, esto es, los Eskorbuto en su estilo. Apabullantes.

Screamers & Sinners y su frenético psychobilly.
 Vestidos como “drugos” de ‘La naranja mecánica’, Graveyard Johnnys pusieron de inmediato el garito patas arriba con “The Poison” y “For Tonight”, ambas piezas de su último lanzamiento ‘Dead Transmission’, y ya se empezó a escuchar por ahí la cantinela “¡Toca una de Cavan!”. Menos mal que lo suyo tampoco consistía en una simple repetición de los sonidos de antaño, es evidente que Joe Grogan no busca lo más mínimo parecerse a su legendario padre, no me imagino a tan respetable señor recuperando en clave psychobilly un fragmento del “Orion” de Metallica o exhalando potentes guitarrazos a lo Turbonegro o The Hellacopters.

Y hasta me atrevería a decir que ni siquiera ha intentado aprovecharse de su insigne apellido para labrarse un hueco como haría cualquier jeta, pese a que en su corta trayectoria ya han compartido escenario junto a Mad Sin o Nekromantix, figuras claves dentro del rollo. Es una cuestión de principios, valerse por sus propios medios y poner el talento por bandera, algo que se palpaba en ese sonido compacto que se gastaban, con un batería pegándole bien y un escenario que se les quedaba diminuto por sus idas y venidas.


Y el respetable respondió bailoteando a la antigua usanza o montando torbellinos de pogo que abrían claros entre la concurrencia. Hubo incluso momentos de confraternización etílica, de levantar cervezas en alto y entonar “One Day Or Forever” como irlandeses borrachos, pocas cosas unen más que tomarse unos tragos colectivamente. Chupitos también sirven.

Sin abandonar las campiñas, la épica “Mothers” sirvió para relajar ánimos antes del píldorazo “Little Witch” que remite a Gluecifer, Turbonegro y todas aquellas bandas que consagraron el llamado “high energy” escandinavo mediante mástiles al aire y un espíritu destructor parecido al de Iggy Pop & The Stooges en sus inicios, uno de nuestros fetiches musicales, sí. Quizás la gorra imperial que portaba el batería fuera algo más que un mero elemento decorativo, un símbolo a la pura electricidad sin paliativos.


Pero si tienen en su catálogo algún tema capaz de prender fuego a cualquier recinto, ese sería “Cherylene”, en el que se antojaba imposible no mover los pies y por ello brotaron por ahí parejitas bailando según la costumbre añeja, con vueltas de peonza y echando la cabeza para atrás. Una especie de gala de graduación de película americana aderezada por las demostraciones de fuerza de los aguerridos de las primeras filas, otros de los responsables de que la cita adquiriera proporciones estratosféricas. Un auténtico fiestón.

Ante tal despliegue de versatilidad y poderío en escena era lo más normal del mundo que el personal los aclamara exigiendo los consabidos bises, aunque en el piso superior del Antzoki no suele ser lo habitual por el formato limitado de sus actuaciones. Pero un concierto en condiciones no debería perder nunca el factor sorpresa y retornaron con el aire fronterizo de “Bong On Captain”, donde resultó impagable ese intervalo en el que reducen el pistón hasta desembocar en un vals. Otra muestra de clase. 


Y su naturaleza aperturista volvió a relucir al amagar con riffs a lo AC/DC previamente a su peculiar revisión del “Radar Love” de Golden Earring a tope de revoluciones. El batería tuvo ocasión para lucirse mientras el voceras acercaba el contrabajo a los emocionados fieles a modo de enérgico epílogo y legando una estampa irrepetible. Una rotunda manera de desterrar de inmediato rumores malintencionados acerca de su valía.

Porque, ¿qué culpa tendrá el tipo de ser hijo de una leyenda? Es un accidente del destino tan caprichoso como haber nacido en un lugar concreto y no en otro. Por lo que vimos esa noche, el chaval hace tiempo que abandonó el hogar paterno desde el punto de vista musical, su emancipación es un hecho. Otra cosa es que algunos de mente estrecha nunca se lo perdonen, como aquellos que a la salida soltaban: “Pues no ha tocado ninguna de Cavan, es como para llamar y decírselo”. Que le digan también que el niño está ya crecidito.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA








miércoles, 23 de marzo de 2016

BOOGIE AND GROOVY: ROCKABILLY CON ENTRAÑAS



Satélite T, Bilbao

A menudo muchos se sorprenden por encontrarme en tal o cual concierto. Esa inevitable necesidad de clasificar a las personas en compartimientos estancos según sus gustos. Pero cualquiera que nos conozca sabe que lo que para otro sería exclusivamente “su rollo”, para un servidor eso se multiplicaría casi hasta el infinito al poder identificarse por completo con estilos tan dispares como el post punk, el hard rock escandinavo o el rock n’ roll vetusto y derivados.

Si algo de veras nos llama la atención de aquellos estilos primitivos de hace más de medio siglo es su minimalismo y su pretendida voluntad de armar un buen fiestón sin demasiada parafernalia. Una batería con lo justo, una guitarra no muy estridente y unos ritmos que incitan a mover los pies o chasquear los dedos como si fueras el ser más importante sobre la tierra.


Por esos motivos pintaba interesante el primer Boogie And Groovy montado en el Satélite T por Iñaki Ibarra, mítico personaje del rockerío bilbaíno y antiguo miembro de Los Rotos o Los Muelles que disfrutó del bolo emocionado como uno más y hasta se subió a cantar en un épico final. La cita era imprescindible para los amantes de los sonidos con solera y el personal respondió, aunque sin llegar tampoco al agobio insoportable, lo cual se agradeció sobre todo en el tema de las fotos.

Los primeros en salir a escena fueron Matt & The Peabody Ducks, trío rockabilly tan clásico que ni siquiera llevaban batería. Y la verdad es que tampoco se echaba mucho de menos, pues el virtuoso Lega a la guitarra y su vocalista con un aire al Johnny Depp de Cry Baby, aparte de su competente contrabajo, se bastaban para llenar cualquier hueco que se precie y no permitir que nadie se aburriera un solo instante.  

Matt and the Peabody Ducks.
 Desde el comienzo rindieron tributo a los grandes de verdad con el “Get Rhythm” de Johnny Cash, “un chaval que está empezando”, como dijo con sorna el cachondo voceras antes de concentrarse en su mini-LP en “Waste of Talent” y “It’s All Right”. Y su autenticidad no tardó en palparse con esos movimientos de caderas del cantante a lo Elvis, que provocaron algún “¡Wow!” entre el respetable y bailecitos de féminas a lo ‘Pulp Fiction’.

Pero lo que sin duda marcó el devenir del show fue ese rollo humorístico a lo Faemino y Cansado que se traían entre el Lega y el voceras, increpándose mutuamente y soltando mil y un comentarios agudos, parecía a veces una competición de graciosos, aunque lo bien que lo pasamos. Apelaron a la inocencia rural e incluso preguntaron a una chica“¿Te gustan los paletos?”, a lo que el propio Lega respondió “Pues esta noche tienes un buen escaparate”.

El contrabajista se llevaba las manos a la cabeza.
 Aparte de las coñas, este trío era competente hasta el extremo, se les notaban los galones y conjugaron con bastante acierto la solvencia con los preceptivos homenajes a las piedras angulares del género, caso del “Down The Line” de Buddy Holly. Tampoco les hacía falta recurrir al cancionero ajeno, temazos impepinables como “You Can’t Beat Me” les valdrían para independizarse sin ningún rubor. Nivelón.

Cambiaron las tornas para el siguiente acto y en Legacaster tomó la voz cantante el virtuoso guitarrista Lega venido allende los mares, en concreto, desde Argentina, como delataba su acento. Al igual que su compi precedente en escena, tras algunas piezas de su disco “Boppin’ Guitar” enseguida se acordó de aquellos que iluminaron el camino en el pasado, como el apóstol de los corazones solitarios Roy Orbison y su “Mean Little Mama” o el “That Ain´t Nothing But Right” de Mac Curtis, figura clave en el mundo rockabilly y que allá por los cincuenta ya sufría la censura por sus movimientos con contenido sexual sobre el escenario. 

El virtuoso Lega a la voz cantante.
 Echamos de menos casi al momento el rollito Faemino y Cansado de increpaciones y respuestas, pero este soberbio hacha se bastaba por sí solo para meterse a la concurrencia en el bolsillo. No necesitaba tampoco recurrir a gracietas, pues sus habilidades eran para quitarse el sombrero, alucinante cómo se recorría de arriba abajo el mástil sin hacer apenas aspavientos ni sudar un poquito, como si fuera lo más normal del mundo, oiga. De no ser por el sentimiento que ponía en esos punteos al tuétano escuela Chuck Berry diríamos que no se trataba de un humano. De otro planeta.

Se notó asimismo la incorporación de un batería, que añadía cierto empaque al conjunto y tornaba aquello algo más bailongo, tanto que hasta una pareja se marcó unos soberbios pasos de esos a la vieja usanza, con hembra echando la cabeza para atrás y todo. Y en el homónimo “Boppin’ Guitar”, el argentino disertó sobre las propiedades viriles de las seis cuerdas mientras féminas tatuadas se movían sugerentemente entre el respetable.


Lo cierto es que este hombre tampoco inventaba nada, ni falta que le hacía, pero interpretaba el cancionero ajeno con tanta convicción que a veces uno dudaba de si eran o no sus propios temas. Así fue en el “Bird Dog” de Don Woody, donde consiguió que la peña ladrara como perros cachondos antes de entregarse a dramas adolescentes en la senda de Buddy Holly.

A pesar de sus múltiples revisiones, confesó por segunda vez que Chuck Berry era su artista preferido y se arrancó con un frenético “Too Much Monkey Business”. Después de semejante éxtasis, la parroquia exigió bises y se concedieron sin rechistar, en los que volvió a contar a su vera con Matías Olivera, el cantante del anterior grupo, para marcarse “el primer rock n’ roll en castellano”, tal y como lo anunciaron.

Matías Olivera dando la réplica.
 Al Lega ya solo le faltaba darse el baño de masas entre la concurrencia mientras punteaba para acabar aclamado como un auténtico dios, por lo que los gritos de los fieles les impidieron abandonar el escenario.

Y tras unos breves instantes de deliberación, tuvieron que regresar por tercera vez para cumplir el sueño del desatado promotor Iñaki Ibarra, que se cantó un tema con ellos en un ambiente de jolgorio absoluto en el que lo que menos importaba eran las habilidades de cada cual, únicamente se valoraba lo que cada uno llevaba dentro. Y eso era rockabilly con entrañas, ajeno a modas pasajeras y a mechones oxigenados. Agallas, en definitiva.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




martes, 22 de marzo de 2016

GRINGO vs PINK FLOYD: PURA DELICATESSEN



Teatro Campos, Bilbao

Que el nivel actual de muchos de los grupos locales es algo desmedido lo llevamos repitiendo ya unas cuantas veces. Lo mismo que aquello de que reducir el ciclo Izar & Star a la mera categoría de los tributos sería injusto y profundamente equivocado. Porque allí se hacen otras cosas, señores, nada de la recurrente fotocopia del original, sino algo mucho más complicado: dotar a las canciones de alma y personalidad hasta lograr olvidar que en realidad fueron creadas por otras personas distintas a las que están en ese momento sobre el escenario.

Con esa filosofía revisionista se había configurado esa noche un interesante cartel con dos bandas getxotarras de primera, un municipio con reconocida tradición musical en el que los directos comienzan a abundar en los garitos de la zona, por mucho que las autoridades se empeñen en convertirla en una ciudad cementerio sin apenas propuestas de ocio que no estén enfocadas a la tercera edad. 

Gringo entendieron Pink Floyd como un derroche de electricidad.
 Lamentablemente, quizás debido a que nos encontrábamos a las puertas de la Semana Santa, no demasiada gente supo valorar la oportunidad única de contemplar uno de esos espectaculares lavados de cara que sorprenden a la vez por su radicalidad y su fidelidad al espíritu originario. Una demolición controlada.

Tales conceptos podrían aplicarse al ex Cujo Alfonso Arana, encargado de desempolvar el legado crepuscular de Mark Lanegan, aunque hay que mencionar que este señor ya tuvo un grupo llamado Sweet Oblivion en honor a uno de los álbumes fundamentales de Screaming Trees. Todo un desafío el que pensaban acometer al traducir al castellano piezas de los discos ‘Buzz Factory’, ‘Dust’ o un plano más reciente ‘Blues Funeral’. Una dosis de amargura no apta para profanos.

Arana evocando a Mark Lanegan.
 Y lo cierto es que captaron por completo la esencia lánguida de Lanegan en “Cuando no es tu hora” (“When Your Number Isn’t Up”) o en “Hospital Buenavista” (“Harborview Hospital”). Con un vocalista y guitarra muy competente, aquello sonaba de lujo y venían ecos malditos de Nacho Vegas o de uno de los crooners patrios por excelencia, el soberbio Javier Corcobado, en especial en “Vestido de novia” (“Wedding Dress”) y su ritmo hipnótico. Había que afinar bien el oído porque de lo contrario cualquiera hubiera pensado que se trataban de temas propios. Un proceso de asimilación plena. De cátedra.

Atreverse con una indiscutible obra maestra de la música como el ‘Wish You Were Here’ de Pink Floyd es un reto que no está al alcance de todo el mundo. Para empezar, ya solo por el despliegue instrumental necesario hace falta tenerlos bien puestos, habida cuenta además de la multitud de seguidores del grupo británico que reverencian su cancionero con fidelidad religiosa y el más mínimo fallo podría provocar una furibunda indignación.


A pesar del inmenso respeto, Gringo demostraron tablas más que de sobra para interpretar “Shine On You Crazy Diamond, Pts 1-5”, electrificando hasta el extremo ese tributo a Syd Barrett, quien curiosamente se presentó en el estudio mientras se grababa aunque a la banda le costó reconocerle debido a su sobrepeso y deteriorado aspecto físico.

El marasmo hipnotizante de “Welcome To The Machine” fue saludado con salvas de aplausos y hasta un tipo se acercó a dar la mano al guitarrista. Sin perder garra, concatenaron un rotundo “Have A Cigar” a años luz de la versión en estudio, pareció como si se adueñaran de la pieza, pervirtiéndola y convirtiéndola en patrimonio exclusivo propio, sujeta a múltiples vejaciones, despojando sintetizadores innecesarios y añadiendo riffs contundentes y solos que rezumaban electricidad por los cuatro costados.


Pero sin duda uno de los grandes aciertos fue transformar el himno “Wish You Were Here” en una pieza fronteriza para calarse sombrero y que podría aparecer en cualquier álbum de un grupo de country alternativo. Muy guapo les quedó ese giro desértico con unos coros de lujo que llegaban como ráfagas de una tormenta de arena inesperada.

Y se mantuvieron en el páramo con las últimas partes de “Shine On You Crazy Diamond”, evocando la aridez y parajes abandonados de la mano de Dios mediante slide antes de estallar en ese coral estribillo que alcanzó una pomposidad inimaginable. La dignidad de un salmo religioso que descendía sobre las cabezas de los fieles y no hubiera sido descabellado imaginar una lengua de fuego sobre cada uno de los asistentes. Porque a lo de aquella noche poco le faltó para que fuera un milagro.


Los aplausos se desbordaron y los bises se reclamaron a grito pelado, pero nadie volvía por allí, aunque el cantante amagó con el retorno al desconectar el ampli. Pero el álbum ‘Wish You Were Here’ era lo que era, no daba más de sí, estirar más el repertorio hubiera sido una incongruencia y una falta de respeto a lo anunciado. Y en esta vida hay que ser profesionales.

Muchos por supuesto que se quedaron con las ganas, como por ejemplo aquella pareja de guiris que nos encontramos en el ascensor y salían ensalzando el tremendo nivel de los dos grupos que habían visto esa noche. “Ojalá hubieran tocado aunque solo sea una más”, repetía una señora emocionada a su esposo, que asentía a las afirmaciones y mostraba mayor capacidad para contener los sentimientos. Se llevaron quizá sin saberlo un souvenir exclusivo para toda la vida, algo de infinito más valor que una camiseta de ‘I Love Bilbao’ o una gorra tricolor de ‘Gora Euskadi’. Una pura delicatessen.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


martes, 15 de marzo de 2016

COBRA: RIFFS DE PELÍCULA



Kafe Antzokia, Bilbao

El aldeanismo debería ser una de las lacras de la humanidad. Esa tendencia a valorar excesivamente algo por el simple hecho de ser de fuera, cuando por estos lares tenemos suficientes ejemplos similares que barrerían de un plumazo a cualquier guiri presuntuoso. Queremos pensar que gracias a las redes sociales y demás a esos prejuicios infundados les quedan cuatro telediarios, aunque a veces parezca que las fuerzas vivas de la tradición siguen ahí agazapadas esperando la ocasión para levantar el vuelo y engañar a unos cuantos incautos.

Quizás eso suceda con el supergrupo vasco Cobra, que casi desde su misma creación se han labrado una sólida reputación en directo y debido a un espectacular boca a boca han conseguido la mejor manera de promoción posible y que a cualquiera les apetezca verlos, a tenor de las maravillas que se dicen acerca de ellos. Y luego ya si sumamos a músicos con una trayectoria tan solvente como Ekain Elorza (Dinero, SCR) o David González (Berri Txarrak, PILT) poco más cabe añadir, eso sin desmerecer la labor de los miembros restantes, pues todos son unos musicazos en sus respectivos ámbitos.

Lete, la fiera desbocada.
 Tal era la conclusión a la que llegamos después de la apabullante descarga que dieron ante un desangelado Antzoki bilbaíno, pese a que al final se alcanzara una afluencia digna y lograran movilizar a la peña en base a la única arma infalible en este mundo: los riffs poderosos y la actitud de comerse el mundo. Un tratamiento de choque que nadie con dos dedos de frente podría resistir, un repaso en condiciones de esos que te deja como nuevo y con ganas de acometer cualquier empresa arriesgada.

No defraudaron tampoco los madrileños Minor Empires, que surgieron como amalgama de miembros de Toundra, Nothink o Moonich y probablemente estén más cerca del rock alternativo de los segundos que de los otros dos restantes, aunque no renuncian a picotear en el shoegaze vía Catherine Wheel o en los estribillos levemente comerciales a lo Linkin Park como en “The Regrets Of The Dying”. “Esperamos que no os olvidéis de nosotros”, desearon con excesiva humildad y la verdad es que no hacía falta tal derroche de sencillez por su descomunal grado de entrega y nivelazo a las tablas. Un entremés de alto copete.

Minor Empires.
 Dicen que lo suyo es el Thriller Rock por la aproximación cinematográfica de sus letras, pero más allá de etiquetas estériles o de preguntarse si tocan metal, punk, stoner o lo que sea, hay algo que nadie les puede quitar a Cobra y esa es la capacidad para cascarse un directo impepinable desde cualquier punto de vista. Mira que nos tragamos cientos y cientos de conciertos a lo largo del año, pero podemos afirmar sin rubor que lo de aquella noche fue de lo más contundente que hemos visto en escena en lo que llevamos de 2016.

Basta fijarse en su colosal voceras Lete para entender que pertenecen a esa estirpe nacida para subirse a un escenario. Porque uno puede disfrutar en casa tranquilamente de sus discos, pero hasta tenerles a pocos palmos difícilmente podrá vislumbrar el enorme potencial de este supergrupo con todas las letras. Y seguramente el que cae en su marmita por primera vez no tardará en repetir, las alabanzas que les dedican no son para nada casuales.

David dando el pistoletazo de salida.
 Presentaban su reciente ‘Riffyard’, por lo que el inicio lógico era el trallazo “Skull & Bones” antes de añadir cierta espesura en “Red Tops” y pisar el acelerador punkarra en “’70 Challenger”. La batería de Ekain atronaba, el bajo de David no sonaba menos rotundo y si a ello le añadimos un cantante que parecía una fiera desbocada el cóctel únicamente podría obtener el calificativo de demoledor.

El público ya se mostró muy participativo desde el comienzo, pero al igual que en una peli de suspense la intensidad fue subiendo progresivamente. Lete preguntó si estábamos cansados e incitó a la peña a gritar, alguno incluso se desgañitó, mientras los temas caían sobre la concurrencia como balas de un cargador que a buen seguro vaciarían aquella noche.


Uno de los momentos estelares fue sin duda cuando se acordaron del viejo maestro de ‘Karate Kid’ “Miyagi”, con los hardcoretas entregados con los brazos en alto y el vocalista entonando a ras de escenario antes de que lanzara con saña el micro contra el suelo. “¡Madre mía!”, exclamaron los jovenzuelos que teníamos al lado. No es que fueran fácilmente impresionables, sino que semejante despliegue de ímpetu no era ni medio normal, unos cabezazos contra la pared no habrían desentonado en la estampa de brutalidad.

Y el aire noventero de “Crossroads” inauguró la temporada de pogos, que alcanzó su apogeo en “C’Mon Now” y “Rosebud”, al tiempo que legaban imágenes impagables con David, Lete y Josu agitando la cabeza casi al punto de descoyuntarse. Esto sí que era una puesta en escena enérgica, capaz de patear culos a tanto fantasmón que se las da de auténtico y luego no tiene ni repajolera idea de música. Hay que hacer justicia.


Con la muchedumbre bramando cual salvajes en la ineludible “Life Is Too Short To Drive Slowly”, hacía falta un mesías que unificara criterios y creara dogmas y ese papel lo tomó Lete al subirse a los bafles antes de descender convertido en carne y pillar el micro de David, maná divino, para ofrecerlo a los fieles que se desvivían por realizar su aportación. Los pogos volvieron a brotar como en el milagro de los panes y los peces antes de que las almas se fundieran en una sola cuando el vocalista se entregó a la concurrencia embistiendo cual miura desbocado. En plan hermandad.

Una ironía del destino se antojaba que en pleno acto de confraternización hardcoreta sonará por los altavoces la BSO de ‘Kung Fury’ “True Survivor” del icono ochentero David Hasselhoff, tonadilla tan casposa como genial. El epílogo perfecto para una sesión de riffs de película con unos protagonistas de relumbrón que deberían ganar de inmediato un Óscar a la mejor actitud en directo. Enormes.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA