martes, 24 de noviembre de 2015

NIKKI HILL: AMOR POR LAS RAÍCES



Kafe Antzokia, Bilbao

Cuando algo se convierte en popular, no tarda en aparecer el consabido postureo. Es lo que sucedió con Imelda May y su mechón oxigenado. Lo que antes fuera un rasgo distintivo acabó formando parte de las modas del momento y una cohorte de admiradoras de dicha estética, que no de la música, se lanzó a poblar calles y garitos con su impostado estilo pin up que ya no tenía nada de original y se había vulgarizado casi hasta el mismo punto que las camisetas de Ramones en tiendas de moda.

Pero para eso está la labor del crítico, para distinguir gotas de autenticidad entre la maraña aborregada. Y en esa selección natural es donde surge la indómita sureña Nikki Hill, que de pequeñita ya cantaba en un coro góspel y se definía como “una friki de la música”. Con semejantes mimbres, no pasó mucho tiempo antes de que acaparara la atención al otro lado del Atlántico y se embarcara en una gira europea nada más lanzar un EP. Un salto al vacío sin paracaídas.


Habitual de los escenarios patrios durante los últimos años, la carrera de esta ex camarera sigue una progresión ascendente y los que ya coincidieron con ella en anteriores ocasiones resaltan la solidez que va adquiriendo en escena, siempre la mano de su marido y guitarrista Matt Hill, de quien tomó el apellido, fiel a esa costumbre anglosajona de perder el nombre de soltera al casarse.

Se notaba que los estadounidenses ya habían trabajado el terreno previamente, un par de veces por lo menos, si no nos fallan las fuentes, por lo que el Antzoki anduvo hasta los topes de peña un pleno día entre semana, poblado de un respetable variopinto e intergeneracional, desde los consabidos puretas hasta féminas universitarias deseosas de pegarse unos bailes.


En lo último no defraudó Nikki Hill, embutida a presión en unos pantalones ceñidos y con camiseta recogida por detrás según la estética rockabilly, que al poco de salir ya comenzó a dar palmas y girar cual peonza levemente sobre sus tacones. A su vera, el esposo guitarrista ponía cara de cochinillo al puntear y sus rugidos a las seis cuerdas desgarraban las entrañas como los colmillos de un jabalí. Toda una fiera.

La diosa de ébano desplegaba un chorro de voz impresionante, tanto en temas propios como ajenos, caso de “Lights Out” de Jerry Byrne o el “Sweet Little Rock And Roller” de Chuck Berry. Podría incluso ser una gran corista de los Rolling Stones, a la altura de Lisa Fischer, eso pensábamos al escuchar la stoniana“Struttin’”, con ese aire góspel al ‘Exile On Main Street’. El soul rock a lo Mike Farris también se dejaba sentir en varios cortes y uno intuía que tal vez con una sección de vientos su sonido cobraría un realce impresionante.


El personal entraba asimismo al trapo y una pareja se animó a bailar en una esquina un rock n’ roll con cuidada coreografía. Y el desbocado hacha también ponía cada uno de sus poros en desentumecer a la audiencia, por lo que no dudó en subirse hasta el segundo piso de la sala para sentir el calor de los fieles, mientras poco después la animada Nikki danzaba a su vez con un tipo con gorra.

Pensábamos por su apelación a las raíces que su repertorio se tornaría más clásico, pero en realidad no lo era tanto, por su energía lo asimilaríamos más a Led Zeppelin o Rolling Stones, casi omnipresentes indirectamente en su cancionero. Y hasta se atrevieron con un “Rocker” de AC/DC a toda pastilla y con punteos directos al tuétano.


Pillaron carrerilla con su single de poso soul “Heavy Hearts Hard Fists” antes de estallar en el rock n’ roll vetusto de Little Richards “Keep A Knockin’”, ideal para levantar cualquier velada. Y en “Her Destination” rememoraron a James Brown con un ritmo de reminiscencia funky y cierto deje al “Brother Louie” de Hot Chocolate. Una versátil paleta que abarcaba casi cualquier estilo de ascendencia  vintage.

“Right On The Brink” se reveló como otra demostración de poderío vocal de este terremoto de Carolina y “Strapped To The Beat” desató a las féminas bailongas que eran mayoría en la sala. En los bises se acordaron del cumple del bajista, del que dijeron que era aficionado al whisky, y sacaron la preceptiva tarta de cumpleaños antes  del cañonazo adrenalínico “Oh My”, deudor hasta las cachas de Little Richards y con punteos de órdago a cargo del respetable esposo.


Si en estudio ya llamaba la atención la versión del inmortal “Twistin’ The Night Away” de Sam Cooke, en las distancias cortas resultó todo un prodigio de la interpretación por parte de Nikki y con mayor fuerza insuflada a las guitarras. El entusiasmo se desbordó en la acelerada final y el efectivo hacha no pudo evitar acercarse a las primeras filas hasta que un tirón del cable le advirtió de sus limitaciones. Las desventajas del culto desmedido a la tradición.

Muy potable se antojó esta declaración de amor por las raíces con diversos objetos de deseo, ya sea rhythm & blues, soul, góspel, rock n’ roll o una energía eléctrica cercana al hard rock. De Otis Redding a AC/DC sin olvidarse de Ike & Tina Turner o Sus Majestades Satánicas, piedra angular de su personal sonido. Su simpatía abarca a bastantes más que al diablo.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

jueves, 5 de noviembre de 2015

THE MONTESAS: LOS PRÍNCIPES Y LAS CORISTAS



Kafe Antzokia, Bilbao

Las formas a veces lo son todo. Hoy en día el concepto de clase se encuentra tan diluido que resulta imposible escarbar entre tanta vulgaridad reinante. Ya lo decía Jaime Urrutia hace unos añitos cuando cantaba en “¡Caray!” aquello de “Ya no hay ni estilo ni personalidad, pues muy bien, os diré, ser distinguido es una gran cualidad…”. Todo ello además en una época en la que se llevaban los pelos teñidos y los colores estrafalarios, aunque quién sabe si eso no se trataba de una provocación más de los madrileños Gabinete Caligari, como cuando se presentaban en los conciertos al grito de “Somos fascistas”.

De un peculiar sentido de la elegancia pueden presumir también los germanos The Montesas, que en sus más de diez años de existencia se han convertido en un referente del rock n’ roll festivo y lúdico. Con su predilección por los instrumentos vintage y diversos sonidos de época como el garaje, el rhythm & blues o el beat, consiguen transportar al oyente hasta el hervidero cultural que suponía Hamburgo a principios de los sesenta. El mismo escenario en el que los Beatles se labraron una incipiente fama a base de sucesos rocambolescos del tipo de provocar un incendio por prender fuego a un condón o dormir en un almacén sin calefacción en condiciones miserables.


Suponemos que estos tipos no habrán soportado tantas penurias a lo largo de su carrera, aunque su última gira se ha tornado accidentada debido a la cancelación de los cabezas The Fleshtones por enfermedad. En lugar de suspender el evento y aquí paz y después gloria, optaron por dar un paso al frente y encabezar la velada junto a otro artista que casualmente también tocaba en las inmediaciones. Una encomiable suma de esfuerzos de promotores para salvar la noche.

Con todo, el plantel no sedujo a muchos, puesto que apenas se congregaron unas 20 o 30 personas, un ambiente de esos familiar, circunstancia propicia para que Jr. Thomas & The Vulcanos desplegaran su reggae playero sin compasión. Nunca hemos sido fans de dicho estilo, por lo que pasaremos un poco de largo su aportación, no sin comentar que no parecían desentonar demasiado en su rollo y los escasos asistentes se entregaron sin resistencia a su paz, amor y buenrollismo.


Y con indudable pinta de grises oficinistas irrumpieron The Montesas, que desempeñaron su tarea con notable eficiencia, reincidiendo en los punteos al tuétano y en ese minimalismo que no necesita grandes alardes virtuosos para epatar al personal. Se notaba su contrastada experiencia en el sector, por lo que su competencia estaba fuera de toda duda.

Al de poco, se acompañaron de un par de coristas apeladas The Montesitas, que se asemejaban a un par de azafatas de las de antes y aquello ya se tornó en un guateque de alto copete. Amagaron con el “Wild Thing” de The Troggs y las dos muchachas ejecutaron su particular show de variedades con el inmortal clásico de The Shangri-Las “Give Him A Great Big Kiss”, que Burning adaptaran al castellano con el título de “Es especial” y en cuyo interludio señalaron a algunos caballeros del público para hacerles partícipes del inocente romance que relata la canción.
Las Montesitas en acción.
 Y otro de los puntos álgidos fue “Catalina Push”, con una estudiada coreografía de las chicas agitando maracas ante el respetable como si echaran agua bendita. Era impresionante el realce que otorgaba a su sonido la incorporación de las féminas, si los “monteses” antes ya destacaban por su autenticidad, habían añadido la especia adecuada para dar el toque maestro a los platos, un condimento del que en cuanto prescindían uno empezaba a notar de inmediato los efectos.

Hubo por tanto entretenimiento visual en la velada con las peripecias de las “dos guapas”, según las presentaron en algún momento. Y al terminar sus labores se mezclaban entre el personal y las maracas terminaban en manos de tipos que no dejaban de sacudirlas como si fuera la primera vez que vieran dicho objeto. Menudas brasas tuvieron que aguantar las pobres.


Hicieron hasta gestos simiescos en “King Kong”, se pusieron antifaces y el guitarra tampoco dudó en tirarse al suelo de la sala. Con un hábil manejo de los tiempos, los alemanes se arrancaron con el “Shout” de The Isley Brothers y provocaron el desmadre, y en esa misma línea, en “Let’s Shake” rememoraron los teclados psicodélicos de The Zombies y los coros de los primeros Beatles.

Y en los estertores sorprendieron rescatando el clásico de la protoelectrónica “Das Model” de Kraftwerk, que llevaron con pericia a su terreno sesentero. La chulería rockera brotó cuando sacaron el peine para peinarse en los bises antes de que las chicas ametrallaran a la reducida audiencia con sus maracas. Y en un arrebato circense, un fragmento del “The End” de The Doors sirvió de despedida con la firme convicción de haber salvado los muebles.

Todo un ejemplo de tomar la batuta en circunstancias difíciles el que nos brindaron estos príncipes y coristas que a pesar de no disponer de la fama suficiente en su campo demostraron que la sangre azul sigue corriendo por sus venas. Un linaje que no duda en arremangarse cuando la ocasión obliga.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


lunes, 2 de noviembre de 2015

SGM FEST: LO VERDADERO ANTISISTEMA



Sala We Rock, Madrid

Hay muchas maneras de desafiar el orden establecido más allá de acciones estériles como quemar un banco o cualquier utensilio de mobiliario urbano. Dejar de salir de noche o renunciar a las redes sociales supone hoy en día un auténtico revulsivo que convulsiona a los bienpensantes y atrae la atención en miles de kilómetros a la redonda. Prender fuego a esa constante necesidad de resultar simpático y agradable que convierte a las citas o eventos en meras obras de teatro en las que cada cual interpreta su papel sin salirse del guión.

Pero quedan todavía cruzados de la contemporaneidad que se juegan los cuartos literalmente por ofrecer una propuesta cultural de calidad, es una cuestión de principios al margen de cualquier rédito económico, pese a que las ganancias espirituales sean inmensas. Ese es el caso del SGM Fest, que desde hace unos añitos lleva poniendo el broche de oro a los actos de la Semana Gótica de Madrid, todo un acontecimiento único en la capital que aúna literatura, música, moda, teatro, ciencia y hasta un congreso académico con la búsqueda de luz en la oscuridad como leitmotiv.

Switchblade Switch, de Grooving In Green.
 Tal vez tuviera que ver con el hecho de que ese mismo día coincidieran bolos importantes como el de Peter Hook recreando clásicos impepinables de Joy Division y New Order, pero lo cierto es que menos de un centenar de personas secundaron una propuesta original que bebe directa del puro underground y no de efímeras modas del momento. Debería haber sido peregrinación obligatoria para aquellos interesados en conocer la esencia del rollo gótico al margen de vampiros y demás postureos.

Ya habíamos catado en su pasada gira peninsular a los australianos Ascetic, y aunque al final del bolo muchos se quejaron de su sonido embarullado escuela Swans, nos dejaron tan gratas sensaciones como la primera vez que les vimos. Es evidente que chaladuras similares a las de Michael Gira no son ni por asomo para todos los públicos, pero un servidor disfrutó de veras del ruido blanco, los intencionados acoples, los ritmos desconcertantes a lo PIL o ese bajo retumbante deudor de Joy Division. Sigue siendo todo un gustazo escuchar en las distancias cortas su himno que bordea el spoken word “I Burn”. Ganas de arder de nuevo.

Ascetic, incomprendidos por su sonido.
 Hay algunas bebidas que destacan por encima de marcas blancas y demás por su inequívoco sabor peculiar, algo parecido pasaría con el gothic rock de las Islas Británicas de Grooving In Green, que aparte de legar el mejor recital de la noche, contaron a las baquetas con el ilustre hombre orquesta Simon Rippin, con una dilatada trayectoria en combos indispensables del rollo como la encarnación industrial Nefilim o The Eden House. Una lástima que por problemas familiares no pudiera unirse a la fiesta Stephen Carey, otro histórico vinculado a This Burning Effigy o NFD.

Con semejantes mimbres, acompañados además de la guapísima bajista Switchblade Switch y un voceras calcado al pequeño Nicolás que se hace llamar General Megatron Bison, marcaron de un plumazo las coordenadas con “Strangehold”, tratado indispensable de ortodoxia goth rockera. Derrochaban tanta clase como The Mission y los visitantes griegos del respetable gritaban presa de la emoción “¡Only true goth!”. Si en estudio tal vez pasan más desapercibidos, en directo se crecen y se subraya la vertiente eléctrica. Apoteósico el final con Tron lanzando el micro al suelo mientras se aceleraban los riffs. Algo único.

Grooving In Green, de los triunfadores del festival.
Lo cierto es que todavía no hemos acabado de pillar el punto a los italianos Christine Plays Viola, pese a que gocen de un amplio reconocimiento dentro del mundillo. Pero disponen a las tablas de un activo importante encarnado en la figura de su coloso cantante Massimo Ciampani, inmenso en su sobriedad y otorgando la dignidad requerida a piezas del calibre de “Slaughter Of The Sun” o las ambas partes de “The Stars Can’t Frighten”, que abordan el recurrente tema del amor desde el enamoramiento inicial hasta la inevitable ruptura y posteriores remordimientos.

Sonaron muy compactos y aunaron en un solo bolo los elementos indispensables en el gothic rock, esto es, guitarras potentes y atmósferas evocadoras, aparte de una batería incisiva que a veces se tornaba tribal. Con directos de semejante categoría su trayectoria únicamente puede ser ascendente.

Christine Plays Viola.
 Otros con los que repetíamos eran los italianos Horror Vacui, la cota siniestra de la jornada y que volvieron a epatar con su rollo auténtico hasta la médula. Parecen sacados de una casa okupa y su actitud nihilista de escupir al suelo y demás se antoja en el foro tan rara como un perro verde, donde los punkis deben ser una especie en extinción, puesto que jamás vimos ninguno en conciertos o andando por la calle.

Representantes del ala ortodoxa a lo Lords Of The New Church, da igual que vayan a piñón fijo, basta escuchar “The Fall Of The Empire” o “In Darkness You Will Feel Alright” para darse cuenta de que estamos ante una reliquia procedente de otra época, como si les hubieran metido en una urna inmunes al efecto del tiempo desde finales de los setenta. Letras sobre chutes en vena, botas militares, crestas, chupas de cuero y una actitud incendiaria que relega a otras propuestas a meros juegos florales. Si hubieran tocado en Bilbao, habrían congregado a buen seguro a una punkarrada impresionante. 

Horror Vacui.
 VODEVIL Y POSO OCULTISTA
Con el doble o triple de asistentes que en la jornada anterior, aunque sin que aquello llegara tampoco a ninguna cifra para tirar cohetes, los jovenzuelos Ash Code nos engatusaron de primeras con sus temas hipnóticos tipo “Oblivion” o “Crucified”  a caballo entre el post punk, la electrónica minimalista y un leve deje cold wave franchute, en resumidas cuentas, lo que se lleva ahora en el rollo oscuro más allá de los Pirineos.

Fundieron tradición y modernidad al acordarse a su manera del “I Can’t Escape Myself” de los pioneros The Sound y cuando el voceras se puso capucha podríamos habernos teletransportado a un bolo de Crystal Castles. Muy prometedores, otro de esos grupos talentosos que si se acercan por estos lares es ya para darse con un canto en los dientes. 

Los jovenzuelos Ash Code.
 Y no digamos tener la oportunidad de degustar a los portugueses NU:N, una de las aportaciones más interesantes del gothic rock en los últimos años. Pese a que en un primer momento asustaron por un exceso de pregrabados que llegó a recordar a Pretentious Moi?, su carismático vocalista con pinta de Robert Smith enseguida conectó con los asistentes al entonar como un profeta y elevar la voz con la dignidad de un Andrew Eldritch o Carl McCoy.

Había materia prima de sobra para sacar jugo, caso de “In April of 1984” o “Under Your Stars Above”, piezas de esas que provocan verdaderas convulsiones por dentro, aparte del hecho de que fueron quizás los que mejor conectaron con la peña de todo el festival, pues a los pocos minutos de salir a escena ya se empezaron a escuchar palmas. Las bases pregrabadas lastraban algo de espontaneidad a su concurso y probablemente con un batería humano habrían ganado enteros, pero la arrolladora personalidad de su cantante compensaba esas pequeñas deficiencias, que tampoco se notaban mucho, si nos poníamos exquisitos.

NU:N, lo mejor del segundo día.
 La guinda a un recital de bandera llegó con una insólita versión del “Revenge” de Ministry, temazo de la primeriza y repudiada época synth pop de Al Jourgensen y compañía, al que otorgaron mayor contundencia y ampulosidad. Por momentos así ya merecía la pena esta peregrinación anual que debería ser tan reconocida allende nuestras fronteras como el Camino de Santiago.

A los alemanes Aeon Sable por actitud los vincularíamos más con el gothic doom de My Dying Bride o Draconian que con el gothic rock ortodoxo, por mucho poso ocultista con el que adornen su propuesta. Otro de esas bandas que en estudio tampoco nos quitaron nunca el sueño, pero que a pocos metros consiguen un curioso efecto con sus atmósferas recargadas y el aire mesiánico de su voceras Nino Sable, aunque sus movimientos con las manos podrían llegar a resultar irritantes.
Los ocultistas Aeon Sable.
 Eran danzas para bailar puesto de peyote, por lo que había que pillarlos con ganas, lo cual tampoco se antojaba demasiado complicado con su relativo hit “Dancefloor Satellite”. Otra predisposición mental exigía ya “Secret Flower”, con su aire reposado y astral a lo Garden Of Delight, si uno tenía el día místico no tardaba demasiado en sumergirse en su ceremonial.

El peculiar vodevil de Frank The Baptist goza de una amplia devoción dentro del movimiento gótico, aunque lo suyo está más cercano al rock alternativo a lo Poets Of The Fall que a otra cosa. Han editado este año un reseñable álbum titulado ‘As The Camp Burns’, del que acusaron recibo en su actuación del SGM Fest con “Diogenese Travels” o “Ashes Ashes”.

El vodevil de Frank The Baptist.
 Y hay que reconocer que este tipo vinculado a otras historias como Dirty Weather Project o Telegram Frank tenía cierto carisma con su sempiterno sombrero de copa. Este afincado en Berlín se ha rodeado además de una banda que va en la línea de su arrolladora personalidad, caso de ese guitarra andrógino que parecía sacado de London After Midnight o un elegante bajista con camisa blanca y chaleco al que le faltaba un monóculo para completar el toque de distinción.

Los fieles debieron disfrutar de lo lindo, aunque personalmente no nos entusiasmara en exceso su dramatismo y rollo circense. Destacaríamos empero como lo mejor del recital “Falling Stars” y “Forever Yes”, de su insigne material reciente. Eso sí, imperdonable a todas luces que no tocaran su clásico “Scars Forever”. Una herida sangrante.

Y así se daba por finalizado este oasis cultural que merecería perpetuarse en el tiempo al margen de los grupillos o corrientes que estén de moda en el momento. Esto es en realidad lo verdadero antisistema, ir contracorriente y ni siquiera girarse a dar la vuelta, un sonoro puñetazo en la mesa que sacuda conciencias. El espíritu de una comuna.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA