miércoles, 29 de agosto de 2018

A PLACE TO BURY STRANGERS LLEVAN SU MURO DE SONIDO A MADRID




Pocos pueden presumir de contar con el título de “banda más ruidosa de Nueva York” según varios medios especializados. Y es que por lo que relatan las diferentes crónicas o testimonios que uno puede encontrarse por la red los directos de este trío de Brooklyn deben ser una experiencia cercana a lo sobrenatural. Toda una leyenda alimentada y reforzada por sus propios miembros que desean lo siguiente para su público: “Que sientas miedo en el concierto, que puedas palpar el peligro en la música”.

Este jueves 30 de agosto en la sala Moby Dick de mano de la promotora La Estanquera habrá oportunidad de comprobar si todos los rumores son ciertos respecto a su competencia en las distancias cortas. Presentarán su último disco ‘Pinned’, un trabajo que marca un cambio significativo en su trayectoria con la participación de Lia Simon Braswell a la batería y a la voz con unos hipnóticos juegos vocales que no dejarán indiferente.


Tras cinco discos de estudio y varios EPs, A Place To Bury Strangers se han consolidado en el panorama alternativo con una peculiar mezcla entre noise rock en la estela de The Jesus & Mary Chain, psicodelia flotante y post punk agónico a la manera de Joy Division que algunos han llamado “gothgaze”. Un término que revela el grado de confluencia de sus variopintos seguidores.

Synthpunk angelino

Les acompañarán durante sus fechas peninsulares en Madrid y Barcelona la formación de synthpunk angelino Numb.er, un producto sónico del artista visual y fotógrafo Jeff Fribourg en el que revela su amor por los sintetizadores y sus eclécticas tendencias musicales. Pasearán por los escenarios su debut ‘Goodbye’, un redondo definido como “una aproximación orquestal al caos”. El poder del desorden.

Recordamos los detalles del evento:

Fecha: 30 de agosto
Sala Moby Dick
Puertas: 21.00
Anticipada: desde 15 €
Taquilla: 18 €


lunes, 20 de agosto de 2018

LYRES: EL RASTRO DE STIV BATORS


Nave 9, Bilbao

La mitomanía puede alcanzar extremos preocupantes. La misma Patti Smith simulaba en ocasiones conversaciones imaginarias con ídolos suyos como Bob Dylan o se refería a Brian Jones como “mi niño”, incluso cuentan que la primera vez que coincidió con Eric Clapton se pegó tanto tiempo a su vera que el legendario guitarrista le tuvo que preguntar “¿Nos conocemos de algo?” para quitársela de encima. A algunos les da por gritar, otros muestran su respeto reverencial de manera más comedida, sin demasiados aspavientos. Siempre hubo diversas formas de entender el culto.

Los bostonianos Lyres son hasta cierto punto una institución dentro del garaje al comenzar su trayectoria a finales de los setenta y labrarse una aureola de banda de culto en su rollo del mismo modo que coetáneos suyos como The Fuzztones o The Cynics. Pero al margen de sus propios méritos, gozan de otros atractivos como el hecho de que el icono maldito Stiv Bators (Dead Boys, The Lords of the New Church) grabara con ellos durante una brevísima temporada allá por los ochenta, el “Here’s A Heart” de su álbum ‘A Promise Is A Promise’ es un claro testimonio en ese sentido.


Al parecer, no fuimos los únicos atraídos por este curioso dato, porque por el recinto había unas cuantas camisetas de The Lords Of The New Church entre una muchedumbre muy entregada y de proporción reseñable para tratarse de un bolo a mediados de agosto. Conjurando el calor del auditorio, muchos se agolparon en la puerta de entrada tranquilamente fumando y echando tragos hasta el punto de que cuando comenzó el concierto pocos se enteraron en ese momento y entraron un rato después, sin prisa ninguna.

Como a nosotros no nos abandona el celo profesional ni en pleno verano, ahí nos situamos al pie del cañón desde el inicio sin ostentación alguna de Lyres, con su canoso líder Jeff Connolly presidiendo la función en el centro con su teclado. A su lado había unos solventes mercenarios que parecían más bien ir a su bola y a los que el jefe tuvo que explicar en alguna ocasión la mecánica de los temas. Nunca es tarde para aprender.


Dotaron al recital de cierta tendencia circular con el himno “Don’t Give It Up Now” y por eso quizás sonó a modo de intro y coda tanto al inicio como al final de la actuación. Las luces psicodélicas de fondo indujeron al trance, aunque en determinados momentos daba la sensación de que uno estaba contemplando lo mismo una y otra vez, un poco de rock n’ roll añejo, esos característicos coros a lo Beatles y la inevitable pizca de teclado hipnótico para espolvorear sobre el conjunto.

El vetusto voceras, que se daba un aire al insigne Ian Hunter de Mott The Hoople, quiso congraciarse de primeras con la ciudad al confesar que su esposa había nacido por la zona y que era “una vasca pura”. El personal agradeció de inmediato sus muestras de simpatía con bailes a la antigua usanza en plan guateque postdesarrollista, a la vez que Connelly se desgañitaba en la interpretación sin salirse demasiado de su burbujón particular. Ganas desde luego sí ponía, otra cosa era ya la interacción con el respetable.


Navegaron sin despeinarse entre la psicodelia sesentera florida y la más tenebrosa reminiscente a The Zombies, sin confraternizar demasiado con los asistentes, ya lo hemos dicho, aunque la mayoría seguramente vinieron motivados de casa. Se salieron un milímetro del hieratismo imperante cuando cedieron al bajista el micro y levantaron tímidamente la cabecita en “Feel Good”, antes de que llegara el verdadero subidón de la velada con el clásico “How Do You Know” que podría haber sido compuesto por Joy Division.

Mejoraron algo en la parte final y también en el bis emulando a luminarias de su rollo tipo The Sonics. El carisma de su vocalista, eso sí, parecía inagotable, puesto que la peña le profesaba tanta devoción que hasta le llamaban “guapo”, a pesar de que los norteamericanos no se dejaron ni mucho menos la piel sobre las tablas, unos cuantos ya saldrían más que satisfechos. Es lo que tiene el fenómeno fan.


Hubo asimismo un conato de pogo recatado en los estertores y eso tal vez influyó a la hora de valorar un bolo prescindible pero que en el fondo tampoco había estado tan mal. La vuelta de “Don’t Give It Up Now” a modo de despedida contribuyó a insuflar dignidad a la cita, que se quedó muy lejos del calificativo de histórica y de las expectativas depositadas en unas leyendas de su categoría.

Pero a nosotros eso nos la sudaba, porque íbamos con el hocico pegado al suelo siguiendo el rastro del mártir decadente Stiv Bators, un tipo de esos irrepetible como Johnny Thunders o Dee Dee Ramone, putas de Babilonia de las que conviene empaparse hasta del más ínfimo detalle de sus biografías y que sirvan así de ejemplo a desorientados y timoratos jóvenes millennials. Incluso aunque solo estuvieran en el estudio de los bostonianos de pasada.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA