martes, 31 de mayo de 2022

EL TWANGUERO: LAS GARRAS DEL JAGUAR

 

Sala Crazy Horse, Bilbao

 

Dicen que la esencia de todo músico es salir a la carretera. Girar de un lado a otro como un culo de mal asiento. El problema reside cuando esto último deja de ser una obligación ineludible al sacar disco y se convierte en una actitud, una especie de forma de vida en la que cobra pleno sentido un proyecto artístico y no se entendería la más mínima concesión en este aspecto. El paraíso de los espíritus libres.

Cualquiera que esté un poco tanto de la trayectoria de Diego García “El Twanguero” probablemente sepa que este reputado guitarrista que ha colaborado con Bunbury, Jaime Urrutia, Raphael, Santiago Auserón y un inabarcable etcétera en realidad nunca conoció hogar, pues ya muy joven se trasladó a Madrid primero desde su Valencia natal y luego más tarde pegó el salto a Nueva York o a Buenos Aires. 

 En ‘Carreteras Secundarias Vol. 2’, la segunda entrega de su viaje sonoro por el continente americano, se adentra en el corazón de la jungla de Costa Rica, donde pasa una temporada, no con un machete, sino armado con su inseparable guitarra Ramírez. Por todo lo expuesto anteriormente, pillar a este trotamundos en directo es una auténtica oportunidad que conviene aprovechar, pues no se sabe cuándo volverá a repetirse.

El bolo del Crazy Horse en realidad tuvo que haberse producido en enero, pero por las restricciones derivadas de la pandemia, no ha sido hasta mayo cuando se pudo materializar el compromiso pendiente. Es evidente que sus anteriores visitas a la capital vizcaína habían dejado cierto poso entre el personal, por lo que no fueron pocos los que se animaron a contemplar de cerca al maestro de las seis cuerdas.

 Con la única compañía de su guitarra, El Twanguero demostró desde el inicio que el formato del show sería el de un peculiar cuentacuentos que relataba diferentes anécdotas o vicisitudes del tema en cuestión antes de arrancarse con su interpretación. Así sucedió con “La leyenda de Cañaveral”, una suerte de introducción acústica que daba inicio también a su último trabajo.

Que la naturaleza en su estado primigenio es una sinfonía inagotable de sonidos quedó patente en “Samba de la jungla”. Y llegados a cierto punto del camino, hay que tomarse las cosas con calma y experimentar una experiencia “ayahuasquera”, el verdadero comienzo de ese viaje al corazón de las tinieblas como el que proponía el escritor Joseph Conrad. 

 Contar historias y atrapar a la peña en realidad no es tan sencillo como parece, hace falta una dosis importante de carisma y el desparpajo suficiente para conquistar al respetable. De eso andaba sobrado Diego, pues la mayoría apenas pestañeaba mientras relataba sus visiones producto de la ayahuasca, caso de ese jaguar que le incitó a emprender rumbo hacia Costa Rica. En su honor precisamente compuso una pieza dedicada a ese salvaje animal que se contagió de los ritmos latinoamericanos que se fue encontrando en su periplo. Un diario puede registrarse en otras formas que no sean la escrita.

Una parada importante en su aventura fue el puerto de Limón, donde confluía un peculiar vórtice formado por Costa Rica, La Habana y Nueva Orleans. Tal ambiente multicultural le evocó “Blues del Cafetal”. Como ya hemos dicho, en esta búsqueda de sonidos cobraba un papel fundamental la guitarra Ramírez que le acompañó durante su estancia en la jungla. Por ese motivo no debería sorprender que ya de primeras hubiera conexión entre ambos y el resultado fuera “Náufrago”. Una composición que sin duda le valdría de sobra para mantenerse a flote.

 Este trotamundos de la guitarra nos relató del mismo modo su largo viaje desde Argentina hasta Chicago, donde permaneció una temporada y vio a auténticos bluesmen hasta que se dio cuenta de que el clima de allí no era uno de sus fuertes. No dudó en visitar del mismo modo Nashville, la meca del country, así que se arrancó con un ritmo típico de este género, y en Austin aseguró que conoció al actor y músico Johnny Depp.

Echó un vistazo atrás a su trayectoria y se acordó de la primera vez que fue a un festival en EE UU y ahí le preguntaron qué música tocaba. Su respuesta fue “Spanish Rag”, un derroche de virtuosismo en el que pudo hasta salir humo de su guitarra. La cosa cada vez se iba poniendo más blusera, por lo que el repertorio se trató de un viaje sonoro en toda regla, desde las profundidades de la jungla a algunas relevantes urbes del continente americano.

En este repaso hubo palmas espontáneas que brotaron porque lo pedía la canción e incluso la multitud se animó a cantar el celebérrimo “Hit the Road Jack” de Ray Charles. Otro punto vital en su carrera fue descubrir a Chet Atkins con 12 o 13 años, el guitarrista que más le había influenciado, según confesó, y al que calificó como “un hombre orquesta”. En este sentido, rememoró la cinta que tenía de ‘Chet Atkins plays Christmas Songs” y rescató un “Mr Sandman” con más rollo swing que navideño.

No podía faltar en su recital aquel corte en el que cantó Bunbury “Guitarra dímelo tú”, que Diego interpretó casi recitada y no le quedó nada mal con ciertos toques de tango. Se había ganado a la concurrencia, por lo que tuvo que regresar a las tablas por aclamación popular. Turno entonces para evocar su estancia en la India (¿hay algún rincón del globo en el que este hombre no haya estado?) y luego perderse en una pieza crepuscular de efluvios tarantinianos. Un epílogo en condiciones.

La verdad es que cuando supimos que iba a ser un concierto acústico nos asustamos un poco y pensamos que se nos iba a ir de las manos, pero nada más lejos de la realidad, pues en ningún momento se nos hizo pesado esta especie de diario sonoro de un tipo con un talento inabarcable, tanto a las seis cuerdas como para la narración de historias que emocionan. No subestimen las garras del jaguar.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

 

 

miércoles, 4 de mayo de 2022

FLAMIN’ GROOVIES: DIGNOS MÁS ALLÁ DE LOS SETENTA

 

Sala Azkena

 

Llegar a una determinada edad y mantener el tipo sobre el escenario no resulta una tarea sencilla. Si uno empieza a rememorar todos aquellos conciertos en los que los oficiantes no cumplían unos mínimos para salir a escena, casi podría quedarse sin dedos de ambas manos. Existen bastantes ejemplos vergonzantes que pululan por redes sociales, y como ahora se pueden ver vídeos para comprobarlo, pues defender lo indefendible se reserva solo para fanáticos religiosos que no admiten la evidencia ni aunque se la pongan delante.

Con estrellas en franca decadencia dando voltios impunemente, encontrarse con músicos veteranos de primer nivel parece una rareza del nivel de hallar un trébol de cuatro hojas en un granero. Pero a veces los milagros no suceden por inspiración divina, sino por el esfuerzo y el trabajo duro de los currantes que no se conforman con cualquier cosa. Pura cuestión de principios.

Estoy seguro de que la actual formación de Flamin’ Groovies con el septuagenario miembro fundador Cyril Jordan y el no menos importante Chris Von Sneidern pertenece a ese selecto grupo de artesanos del directo del que hablaba en el párrafo anterior. No en vano sus descargas por la geografía vasca han sido numerosas y algunas hasta fundamentales en su carrera, como la vez que reaparecieron en 2004 para encabezar el festival Azkena de ese mismo año.

Hoy en día nos falta una mitad tan relevante como el vocalista Roy Loney, pero la actual alineación de los Groovies nada tiene que envidiar a la de sus días de gloria, dicho esto último entre comillas, pues siempre fue un grupo de culto entre los aficionados al punk y al power pop. Dados los precedentes de anteriores incursiones de Cyril y compañía, estaba cantado que el recinto se llenaría hasta la bandera, aunque la afluencia tampoco fue agobiante en ningún momento.


Con la seguridad de los profesionales en el oficio Flamin’ Groovies iniciaron su recital apelando a viejos fans con una pieza tan rebuscada como “Way Over My Head”. Condescendieron con el vulgo con el “Around And Around” de Chuck Berry, algo que a la mayoría ya le sonaba, y brillaron con la soberbia “Yes It’s True”, una las grandes joyas de su repertorio.

Lo cierto es que el superviviente Cyril Jordan conservaba la voz en un estado bastante decente, pese a contar a las cuerdas vocales con la ayuda de un escudero tan competente como Chris Von Sneidern. En cuanto a la selección de canciones, a veces parecía que improvisaban en ese aspecto, pero eso nos daba bastante igual mientras sonaran himnos del calibre de “First Plane Home” o su imprescindible “Shake Some Action”. Tal vez debieron haber reservado para el final esta última, aunque semejante dulce fijo que no desagradó a nadie.


Una vez que cayó su mayor éxito estaba la tentación de que la peña desconectara, o incluso se largara, como hemos visto hacer en repetidas ocasiones a algunos impresentables, pero el entusiasmo del personal no disminuyó un ápice. Todavía había balas poderosas en la recámara, caso de “Teenage Head”, cantada por el versátil Von Sneidern de una manera tan competente que hasta desató bailoteos entre la concurrencia.

No podrían obviar tampoco una pieza tan mítica como “Slow Death” que certificó su condición de precursores del punk en cierto modo y dejó un sabor inmejorable entre los aficionados antes de despedirse por unos breves instantes. Regresaron al de poco y Cyril aprovechó para decir que le encantaba España, “en concreto el País Vasco”, añadió. Toda una prueba de fuego que demostró que en realidad sabía dónde estaba.


Seguro que no muchos reconocieron la rareza “Step Up”, pero los tipos se lucían tanto en las distancias cortas que eso tampoco era requisito imprescindible para disfrutar. Y lo mismo podríamos aplicar a “Don’t Put Me On” de 1978, aunque este corte tuviera un mayor predicamento y encaje en la traca final. Un show impecable desde cualquier ángulo posible.

Lejos de seguir manteniendo a bandas o artistas que ya no están para subirse al ruedo, más nos valdría apoyar a esos auténticos cruzados que se muestran dignos más allá de los setenta, no andan mendigando atención, sino que simplemente continúan haciendo lo que les gusta, aquello que empezaron hace décadas y permanecerá grabado a fuego en la historia de la música cuando ya no estén. Reliquias para guardar a buen recaudo en una urna a salvo del paso inevitable del tiempo.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA