jueves, 28 de marzo de 2019

NOVEDADES CARMINHA: ESCASO PERO EFECTIVO


Kafe Antzokia, Bilbao

Los cambios de timón siempre suelen ser cuestionados. Pocas veces sucede que se acatan sin la menor resistencia y a todo el mundo le parecen bien. Los cerriles enseguida elevarán el grito en el cielo porque han traicionado las esencias, les acusarán de haberse vendido y renegarán de ellos en lo que les quede de vida. Pero seamos sinceros, la ortodoxia no se estila demasiado en la época contemporánea y los que apuestan por las convicciones inamovibles más bien se asemejan a una especie de parias, unas criaturas vetustas que se observan con la misma curiosidad que unos monos en un zoológico.

Algunos ya se han rasgado las vestiduras con el último lanzamiento de los gallegos Novedades Carminha en el que apuestan sin ambages por un enfoque abiertamente comercial, o quizás mejor deberíamos decir hedonista, música para pasárselo bien sin mayores pretensiones, fiel reflejo de ese público variopinto que acostumbra a abarrotar sus conciertos. El que busque autenticidad, definitivamente se ha equivocado de sitio.


Con una mente aperturista conviene acercarse a un bolo de Carlangas y compañía, cuya primigenia alma garagera punk parece ya diluida por completo, aunque nunca han descuidado esa vertiente en sus actuaciones en directo, incluso en alguna ocasión les hemos escuchado versionar a Eskorbuto. Las chicas, eso sí, siguen constituyendo un contingente más que importante y uno a veces se pregunta si en realidad no está viendo a un grupo de quinceañeras o algo así. Alegrar la vista está garantizado por lo menos.

Con un retraso motivado por la huelga feminista de aquel día, se prescindió de teloneros, por lo que entraron directamente al trapo Novedades Carminha, que no tardaron ni un ápice en conectar con las ganas de jolgorio del personal con “Volverte a ver” y su ritmo tropical que encajaba con esas prolongadas intros caribeñas que suelen preceder a su irrupción en escena. “Que Dios reparta fuerte” contribuye a un subidón festivo que no baja con “Te quiero igual”, más tonadillas accesibles para no comerse demasiado la cabeza. Aquel no era lugar para intelectuales, aficionados a las cosas enrevesadas, puretas o fans de Los Planetas, como dice la canción mencionada anteriormente.


“Hay un sitio pa ti” gana bastante en las distancias cortas por su aire bailable y esos coros a lo “Bohemian Like You” de The Dandy Warhols, mientras que “Disimulando” homenajea una vez más a las noches de farra. La puesta en escena también ha mejorado considerablemente, con focos enormes como si realmente fueran megaestrellas. Tal vez no lleguen a tanto, aunque su presencia es un clásico en los festivales indies veraniegos. Y si la peña no anduviera ya lo suficientemente predispuesta, “Quiero verte bailar” terminaría de convencer a cualquier reticente. “¡Así sí, joder!”, exclamó el vocalista tras la descomunal entrega de la afición.

Que su anterior lanzamiento, donde comenzarían levemente su enfoque comercial, continúa copando una franja importante de su repertorio actual era algo más que evidente con “De vuelta de todo” o “Chispas relax”, sin que decayera lo más mínimo el bailoteo. “La mejor de Europa” sirvió de leve remanso de paz antes de una frenética recta final que inauguró el voceras al gritar: “¡Se acabó la puta broma!”. Había quedado claro. Y la artillería de “Juventud Infinita” no dejaría a nadie indiferente. A bocajarro.


Y por el rollo ochentero de “Obsesionada” podrían compararles con Varry Brava, aunque en ese terreno a medio camino entre Nacha Pop y Tino Casal los de Orihuela no tienen rival patrio. “Antigua pero moderna” era otra de las infalibles en las distancias cortas que iría directa a la frente, un valor seguro, al igual que “Dame Veneno”, en la que cedieron protagonismo a unas guitarras que recordaban a ZZ Top en un in crescendo realmente espectacular. Rock coreable para todos los públicos.

Cambio de ambiente total para la cumbia “A Santiago voy” o “Cariñito”, en la que incluso se pudo ver a féminas perreando. En la anterior gira ya comprobaron la efectividad de “Lento” y su potencial se mantiene intacto, por lo que no dudaron en alargarla para aprovechar el momento. “¡Queréis que se caiga el Antzoki!”, recriminó el vocalista antes de subir otro peldaño más en el fiestón con una versión del “Mala vida” de Mano Negra, típica pieza que suele sonar en casi cualquier festejo popular que se precie y que a nuestro entender sobró un poco, pero cuestión de gustos. Nunca nos engatusó el perroflautismo.


Los tonos de guateque discotequero a la vieja usanza de “Verbena” dejaron el pabellón muy alto y se escucharon hasta relinchos de caballos. El personal quedó tan satisfecho que las peticiones de bises fueron estruendosas y constantes. Algo que no ablandó en absoluto a técnicos y músicos que comenzaron a recoger el equipo como si nada. Muchos silbaron, pero aquello era un imposible.
Tocar una hora y poco se nos antojó algo raquítico a más no poder, máxime cuando las peticiones para regresar a las tablas resultaran tan insistentes y cayeran en saco roto sin la menor de las contemplaciones. De justicia es también señalar que aprovecharon el tiempo en escena y no se echó en falta ningún tema. Escaso pero efectivo. Y eso no está mal. Como un chupito.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



miércoles, 20 de marzo de 2019

SUMISIÓN CITY BLUES: LEHENDAKARIS VITALICIOS


Pub El Mendigo, Barakaldo

Siempre suele hablarse acerca de la suma importancia de estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Una decisión que en la mayoría de ocasiones obedece más bien al puro azar en vez de a un plan premeditado, por lo que alabemos una y otra vez los espectaculares giros del destino, esos que parecen un guión cinematográfico escrito por un mago del suspense y que sorprenden por su glorioso e inesperado final. Y entonces uno se pellizca para comprobar que aquello es real, lo asimila y en pleno arrebato hippie agradece su plena existencia y se siente en comunión total con sus congéneres. El mundo puede ser maravilloso.

Si en algún sitio debería estar irremediablemente cualquier periodista musical decente que ande por estos lares, ese era la despedida de los escenarios de Sumisión City Blues, una de las mejores bandas surgidas en los últimos tiempos y que han aportado todo un soplo de aire fresco al panorama por su macarrismo y sensibilidad incendiaria en una época donde domina más que nunca la dictadura de lo políticamente correcto, esa que te dice de lo que puedes hablar y de lo que no. Pero no es necesario que se trate al personal como borregos sin criterio, que cada cual elija la música que resuene en sus oídos.


A algunos nos llaman los garitos de mala muerte, el humo de tabaco, las mujeres fatales y las drogas por su capacidad tanto destructiva como inspiradora. Un cóctel aderezado por todos los parias de la sociedad y que aquí encuentran un refugio a salvo de inclemencias y del señalamiento continuo al que se somete a los que se salen del redil. Frente a las grandes superficies sin alma y los establecimientos de diseño que provocan repelús, las tiendas humildes de siempre y los antros de perdición que atesoran entre sus paredes historias dignas de ser contadas.

Hace falta cierta dosis de descaro para subirse a un escenario y de eso Tiparrakers andan más que sobrados con un vocalista frenético que hasta se atrevió a meter los dedos en el cubata de un seguidor de las primeras filas. En lo musical, se movían entre Turbonegro o los equivalentes locales Porco Bravo o Negracalavera y no se cortaron a la hora de aconsejar a los fieles que “cada uno elija su camello” en pleno arrebato nihilista o que su disco era gratis “para policías, jueces y políticos con deficiencia mental”. Todo un festín de incorrección con solos al tuétano y estribillos para corear a pulmón tipo Nuevo Catecismo Católico. Fan desde ya.

Tiparrakers partiendo la pana.
Quedarse indiferente tras un bolo de Sumisión City Blues debería tratarse como una especie de minusvalía. Y más si se arrancan con un “Bama Lama Bama Loo” de Little Richards a tope de revoluciones y que cursó idéntico efecto al de un chupito de aguardiente en el organismo. Un pelotazo para ponerse a tono antes de sumergirse en otras sustancias, caso de “Charco de luz” y su rock n’ roll punkarra de jeringuilla. Y otras drogas más perniciosas para la salud mental también hicieron su aparición en “No pensaba en ti”, previamente a que Pela aludiera al irremediable final de la banda: “Sumisión City Blues desaparecerá, y Tiparrakers también, que lo han prometido, y como buenos españoles seguiréis teniendo un rey”.

Toda una lección de cómo presentar un tema homónimo tras un arranque brutal y con la peña desatada desde el inicio.  El villancico macarra “Nochebuena en la ciudad” era un claro ejemplo de ello con las gargantas de los fieles cantando “Y las calles me envenenan…”, no en vano en alguna ocasión han afirmado sentirse inspirados por la música americana pero con “la perspectiva de las calles de Euskal Herria”. El océano atlántico, una barrera sin importancia.


Elevaron la temperatura con “Nadie te ayudará” y el puro canalleo noctívago de “Insomnio”, con guitarras a lo The Hellacopters y un poso incendiario en las letras digno de Pablo Und Destruktion. Y al grito nihilista de “todo lo que nace, muere”, el himno mayúsculo de “Obedece” pudo dejar planchado al personal por su contundencia. Una explosión que ha servido otras veces para finiquitar recitales de altura.

El amor de garito de “Solo Tú” valió para seguir entrando en materia y ponerse más tontorrón en “Pastillas de jabón envueltas en toallas”, que también contó con otro comentario políticamente incorrecto de Pela: “Tranquilos, en Euskadi tenemos a la Ertzaintza y aquí no se tortura”. “La guerra” afianzó de forma inamovible las posiciones y sin perder la esperanza “Mundo mejor” legó una de las mejores interpretaciones de la velada, con Joseba regodeándose en los punteos mientras Pela se lanzaba al público cual Iggy Pop, hacía tiempo que no veíamos nada tan salvaje. Un gesto que no tardó en ser emulado por algún espontáneo.


“Beirut City Boogie” era otro de los cañonazos imprescindibles en directo, por lo que no se hubiera entendido una despedida sin su inclusión. Y hasta un porche sureño nos transportamos en “Saben todo de ti”, con el preceptivo slide y Pela sentado al borde del escenario. “El efecto demacración” siguió haciendo mella como la primera vez que les vimos, antes de que se acordaran en “Mi crucifixión” de los parroquianos locales de El Tubo, mítico garito rockero de la margen izquierda.

Y “Las víctimas del chacal” devino en otro duelo guitarrístico que tuvo más de acto sexual consensuado entre dos partes que de virtuosismo onanista indiscriminado. Pela continuó envalentonado en la arena política con alusiones al antaño “lehendakari López” y no dudaron en proclamarse ellos mismos “lehendakaris vitalicios”, un título con bastante más fuste y legitimidad que el de Guaidó en Venezuela.



 El ritmo funky de “Mentira” propició más vuelos entre la multitud y las palabras de “Fuego, hijos de puta, desalojen el garito” no hacían referencia a ninguna emergencia, sino a la espectacular revisión de Martha and The Vandellas que se cascan, puro soul macarra con clase. “Ha llegado el momento de la última pelea…”, entonó Pela en alusión a “Que corra la sangre” de Eskorbuto y lanzó una pregunta a la concurrencia: “¿Cómo preferís que acabemos la carrera de Sumisión City Blues? ¿Sentados o cagándola?”. La disyuntiva se solucionó rápidamente con “Suicida I & II”, un evangelio de autodestrucción ideal para finiquitar una trayectoria fulgurante como la suya. Un instante memorable con la épica segunda parte que acabaron enlazando de nuevo al “Bama Lama Bama Loo” de Little Richards y así cerrar el círculo por todo lo alto.

Una fiestón de envergadura con pogo total en las primeras filas, peña volando y hasta el propio guitarrista Joseba punteando entre la afición. Imposible dar carpetazo a una historia con mayor dignidad. No abundan los grupos de su rollo que combinen con tanta precisión la furia punk con el sabor vetusto del soul, blues o rock n’ roll, por lo que se les echará de menos, confiemos en que solo se trate de un tiempo de parón. De momento, se han ganado a pulso el título de lehendakaris vitalicios. Y no creemos que les arrebaten la makila.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


 
 

jueves, 14 de marzo de 2019

FASTBALL: SIN APARTARSE DEL CAMINO


Nave 9, Bilbao

Alcanzar lo más alto debería ir siempre acompañado de cierta cura de humildad. Que no se suba el pavo demasiado a la cabeza y bajar cuanto antes de ese estado enajenante, que como un enamoramiento, nunca puede traer nada positivo. A veces la decisión austera de renunciar a todo el oropel se toma conscientemente, pero esas son las menos. En la mayoría de ocasiones uno se ve obligado a descender al fango obligado por las circunstancias, sin que nadie le haya preguntado a los afectados si estarían dispuestos a renunciar a los privilegios. Así vienen dadas. Carpe diem.

Algo parecido les ha sucedido a los texanos Fastball, que allá por los noventa llenaron estadios y hasta fueron nominados a los Grammys. Una espectacular propulsión que consiguieron gracias a su segundo disco ‘All The Pain Money Can Buy’, que vendió millones de copias. Lamentablemente, este entusiasmo no se prolongó en el tiempo, pues su siguiente trabajo ‘The Harsh Light Of Day’ ni siquiera alcanzó los 100.000 ejemplares. Un aterrizaje forzoso que no les desanimó lo más mínimo y ni se les pasó la cabeza cesar en su actividad. Ahí está la prueba con ‘Step Into Light’ del 2017, que como comprobamos, sigue contando con una parada importante en su catálogo en directo.


Aquella gira se anunciaba como una conmemoración de su laureada reválida, pero no se limitó a una interpretación exclusiva del cancionero, sino que hubo algunas sorpresas que engrandecieron un recital con montañas y valles representados por las piezas guitarreras frente a los relajados remansos de paz con piano de por medio. Un menú equilibrado para el respetable.

Ante una nutrida afluencia para tratarse de una jornada entre semana, Fastball comenzaron evocando la mentada piedra angular de su trayectoria con “Sooner Or Later” o “Warm Fuzzy Feeling”. Alternándose a la voz Miles Zuniga (con apellido de ascendencia vasca) y su otro compi Tony Scalzo, no tardaron en envolver a la parroquia con sus amables melodías ideales para canturrear sin tampoco desmelenarse mucho.


No se apartaron de la senda escogida con “Slow Drag” y “G.O.D. (Good Old Days)” y tanto por su alternancia a los micros como destreza en las distancias cortas no era descabellado pensar en The Posies, aunque por supuesto situando a Ken Stringfellow y Jon Auer en otro escalafón bastante superior. Lo de estos texanos es más discreto, sin estridencias, un trayecto que se recorre lentamente, pero sin errar en un paso equivocado.

A pesar del carácter nostálgico de la velada, no se privaron a la hora de echar mano de composiciones nuevas, caso de “Help Machine”, y como suele ser habitual en el power pop, sobresalieron en melodías de influjo Beatles del tipo de “Frenchy and the punk”. Cambiaron de tercio de un plumazo con la enérgica “Love Comes In Waves”, definitivamente el rollo guitarrero es uno de sus puntos fuertes, y retrocedieron un poco hasta el penúltimo álbum editado en la homónima “Little White Lies”, otro de esos cortes que en directo gana enteros por su estribillo impresionante.


Se las dieron de malditos al afirmar que no sabían “qué discos estaban disponibles en España” porque hacía tiempo que no venían, pero un espectador les sacó del ensimismamiento al decirles que se podían conseguir todos sin dificultad. “I Will Never Let You Down” aportó de nuevo armonías vocales para elevarse antes de que se tornaran psicodélicos en “Fire Escape”. Pero no se perdieron en divagaciones y arremetieron con otra novedad, “The Girl You Pretended To Be”, otro corte con ímpetu que impidió que a alguien se le cerraran los ojos. Pese a los instantes de relax a piano, no había tampoco margen para enredarse en exceso en la relajación. Para eso estaban los altibajos del recital, ya lo hemos dicho antes.

Un fan entusiasta les enseñó el nombre de un tema en la pantalla del móvil, a lo que alegaron que “hoy no, pero mañana es posible”. Caprichos de artistas. La alternativa que ofrecieron fijo que satisfizo a gran parte de los asistentes, pues se trataba de su éxito “The Way”, el momento que la mayoría estaba esperando, aunque no se convirtiera al final en nada del otro mundo. Las peticiones de bises fueron estruendosas, por lo que se vieron obligados a regresar. Y lo hicieron con la mexicanada “Volver Volver”, que no pintaba absolutamente nada por ahí y fue sin duda lo peor del concierto. Menos mal que por lo menos nos dejaron un agradable sabor de boca rememorando a un grande de la canción americana como Tom Petty y su “Listen To Her Heart”, un arma infalible en cualquier situación.

Pues fue un bolo muy decente el de estos americanos que no se apartaron un ápice del camino esperado en ellos, aunque es de justicia resaltar que su repertorio gana a pie de escenario. Para los que buscan un plan sencillo, sin excesivos sobresaltos ni dejarse la vida en el intento. La sencillez de las pequeñas cosas.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

 

martes, 12 de marzo de 2019

SURFBORT: PURO VÓMITO HIPPIE


La Ribera, Bilbao

Los caminos en ciertos estilos musicales a veces son insondables. Frente a las numerosas variantes que van surgiendo cada dos por tres en el panorama que rizan más el rizo y complican la tarea de seguir el rastro inicial, otras sendas van avanzando hasta acabar en el lugar más opuesto, en las antípodas. Ya se sabe que los extremos se tocan y en ocasiones nada resulta más reconfortante que peregrinar durante horas para regresar al sitio inicial. Y entonces empezaremos de nuevo.

Un esquema de pensamiento similar seguro que han profesado los neoyorquinos Surfbort, que bajo su chirriante noise punk de ínfulas noventeras se esconde todo un culto de adoración a la naturaleza en el que no tienen reparos en abogar por “líderes que persigan restaurar la Madre Tierra”. Sabiendo esto, no resulta sorprendente que odien tanto a Donald Trump, que niega la existencia del cambio climático, hasta el punto de que en uno de sus vídeos aparezca este mandatario representado literalmente por una cara de culo. La única manera apropiada, según ellos.


Si algo no debería cambiar en esencia en el punk a pesar de las múltiples bifurcaciones internas, eso sería el afán provocador y las ganas de tocar los huevos al personal. Y suponemos que en una sociedad tan pacata como la de EE UU a determinados sectores no les hará ni pizca de gracia contar con unos personajes del calibre de estos chalados de Brooklyn dispuestos a destruir el sistema y escupir hasta la bilis el reverso tenebroso del sueño hippie. Como dicen, “no más maldad, temor o gilipollas en la oficina, por favor”.

Ante un nutrido respetable compuesto mayoritariamente por bohemios y jovenzuelos, Surfbort enfilaron sin descanso y como un tiro píldora tras píldora punk en una suerte de aquelarre colectivo donde la suma sacerdotisa no dudaba en acercarse para que los fieles la adoraran. La atrevida vestimenta de la voceras Dani Miller con tacones, chándal de colores fosforitos que hacía daño a los ojos, pelambrera en sobaco y unos pendientes en forma de estrella que tampoco podrían calificarse como discretos anticipaban que tal vez no convenía valorar aquello en base a parámetros convencionales.


Con una reputación considerable por su incendiario directo que ya les ha servido para fichar por Cult Records, el sello discográfico de Julian Casablancas de The Strokes, montaron un vendaval importante incluso en el recogido recinto bilbaíno de La Ribera. Por motivos laborales y esa odiosa costumbre de programar bolos casi a la hora de la merienda, nos perdimos parte de un adrenalínico recital de esos de los que si te descuidas ya no pillas algo importante. Puro frenetismo.

El nombre de Surfbort viene de una letra de Beyoncé y según han confesado no les importaría cantar con la diva de color sobre “la paz mundial y querer a tus vecinos”. Unas intenciones que chocan con la ironía sin tapujos dirigida a bocajarro al epicentro millennial en “Selfie”, que evidentemente habla de ese inmisericorde postureo característico de la época contemporánea.


No veíamos tampoco a “Slushy” como una tonadilla adecuada para oídos delicados, a pesar de su melódico comienzo. Evocando el macarrismo de Courtney Love o de las L7 en “Billy”,  no tardaron en ganarse el favor de una atenta concurrencia que seguía sin pestañear las evoluciones del espectáculo cual impecable clase magistral. Y no se cortaban ni siquiera a la hora de abordar asuntos espinosos, caso de “Dope”, con su más que explícita referencia a sustancias enajenantes, o “ACAB”, que tampoco hay que ser extraordinariamente sagaz para inferir que alude a los cuerpos de seguridad estadounidenses. No en vano a dos de sus miembros les solían arrestar todos los fines de semana durante los ochenta “por ser punkis”, según su versión.

Precisamente con ese reivindicativo corte pusieron fin a un bolo de esos de visto y no visto que casi ni te enteras. No es que su material hasta la fecha sea muy prolífico, pero por lo menos tuvieron la decencia de regresar para otra pieza salvaje y ruidosa que volvió a pasar en un abrir y cerrar de ojos. Unos cuarenta minutos que ya valen para cumplir la ortodoxia punk y no llegar a cansar ni por asomo al personal, lo cual siempre se debería agradecer.

Si a aquella generación de pantalones de campana y “flower power” les hubieran entrado ganas de prender fuego a discreción, el resultado se acercaría bastante a lo que contemplamos aquella noche. Puro vómito hippie resbalando por el careto de Donald Trump y extendiéndose posteriormente hacia cualquier fisura de lo políticamente correcto. El grito punk que pudo resonar en el verano del 67.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA