miércoles, 27 de octubre de 2021

KINKI BOYS: EL MISTERIO DE LA GUITARRA MENGUANTE

 

Nave 9, Bilbao

 

Uno empieza a echar la vista atrás y la verdad es que cuesta acordarse de sucesos extraños acaecidos en un concierto. Desde los típicos espontáneos que se convierten en protagonistas durante su minuto de gloria hasta esos intercambios de pareceres que se adoptan en esos recitales de ambiente familiar que eliminan por completo las barreras entre artistas y público. No hablemos ya de esos inesperados problemas de sonido que joden la marrana y tiran por la borda una racha espectacular, como les pasó hace escasas semanas a León Benavente.

Pero lo que aconteció el pasado domingo con Kinki Boys en la Nave 9 debería sin duda figurar en los anales del rock n’ roll, ese tipo de hechos tan insólitos que nunca se esperan y que hasta hace falta pellizcarse varias veces para comprobar que estamos despiertos y no soñando. ¿Cuántas posibilidades existen de que el mástil de una guitarra se rompa en directo? Evidentemente, no puede haber muchas, aunque en esa ocasión ciertos elementos conjuraron a favor de lo contrario. Por lo tanto, conviene tomarse este asunto como si fuera una novela de Agatha Christie o uno de esos relatos policíacos de Edgar Allan Poe.


 

Ni siquiera el mismísimo Hércules Poirot podría haber imaginado que el bolo de presentación del single “Nada” se acabaría de improvisto a causa del fatal percance que sufrió el guitarrista Mikel. Había una nutrida multitud en el recinto, con algunos músicos entre el respetable, como Luis Vil o Dani Oñate, batería de The Daltonics. Era tal el entusiasmo entre los presentes que aquello se antojaba más una tarde de sábado que una simple jornada de asueto.

Ignorantes del triste sino que les esperaba, Kinki Boys calentaron el percal con la instrumental “Loco por ti” y fueron aumentando la temperatura con “Frentes abiertos” y “Vete”. El primer poso siniestro en el café apareció en “Amor paranormal”, con Marga a la voz, como suele ser habitual en los cortes más oscurillos. “Perdida o muerta” es una de esas infalibles en directo, mientras que “Nada” recupera de nuevo ese sonido de catacumbas heredero de Parálisis Permanente.


La revisión de Eskorbuto “Descanso eterno” les queda tan natural que a estas alturas ya la han hecho suya y resulta complicado pensar que no se trata de una composición propia. Uno de los momentos álgidos de la velada llegó con la colaboración de Luis Vil en “Angustia”, seguramente la pieza más tenebrosa de todo su repertorio y que el invitado de honor engrandeció con una espectacular interpretación. ¡Ojalá se repita!

Según la tónica dominante en sus últimos conciertos, no obviaron la versión de Obligaciones “Redada en Ciudad Sumisión”, que también la pasan por su particular tamiz hasta lograr olvidar que en realidad pertenece a otra gente. Y como “una baladita” se anunció “9,8”, otra canción en la que Marga deja su impronta en el apartado vocal. “Veo gente” debería permanecer a perpetuidad en su repertorio y si consiguen que Txarly Usher se suba de nuevo con ellos a las tablas, todavía mejor.


 

El título de “Voy a morir” Jordi Vila se lo tomó a coña añadiendo “Tengo una edad que…” y “Mi hermana gemela” volvió a desempolvar su faceta más malrollista. Todo un alegrón nos llevamos al comprobar que habían recuperado para los bolos “Esta noche” de Commando 9mm, parece que nos hicieron caso en la anterior crónica. Y encima se alternaron a la voz Mikel y Jordi con bastante acierto en otro de los instantes cumbre de su show. No es solo que posean buen gusto para elegir las versiones, sino que las engrandecen, no se limitan a copiarlas sin más, intentan darles su punto de vista y lo consiguen con sobresalientes resultados. Este es un ejemplo claro.

Y en un tema tan macarra como “No me amenaces” sucedió el extraño incidente que mencionábamos al principio de la crónica. Mira que hemos estado en conciertos, pero hasta ahora nunca habíamos visto que se partiera el mástil de una guitarra. Tal vez fuera un mero exceso de entusiasmo o una de esas cosas que se contemplan cada año bisiesto, como el cometa Halley  o un eclipse solar. La rebelión de los astros conspirando a la contra.


 

En cualquier caso, a falta de tres canciones para terminar, tuvieron que suspender el concierto, puesto que no había por ahí ninguna otra guitarra para reemplazarla, otro curioso hecho que podríamos pasar a la viejecita de ‘Se ha escrito un crimen’. ¿Cómo es posible que uno vaya a los sitios así a lo bravo sin instrumentos de repuesto? Bueno, lo cierto es que suponemos que nunca se imaginarían que podría acontecer algo así. Es comprensible.

Pues nada, que nos quedamos la mayoría con cara de póker y barruntando alguna explicación posible al respecto. La resolución al misterio de la guitarra menguada llegó de la mano del aficionado Óscar, siempre ojo avizor a los pequeños detalles.

A la guitarra no se la cargó el mayordomo, como en las películas detectivescas, sino que debía de estar encolada, es decir, que ya se había roto con anterioridad. Y cualquiera que haya hecho la mítica prueba de intentar reparar un objeto roto, sabe de sobra que es tarea inútil y que tarde o temprano se volverá a quebrar sin misericordia. Como tantas cosas en la vida.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

 

 

 

jueves, 14 de octubre de 2021

THE MYSTERY LIGHTS: UN PASO MÁS HACIA LA NORMALIDAD

 

Sala Santana 27, Bilbao

 

Por muchas monsergas que nos cuenten acerca del levantamiento de restricciones, lo cierto es que hasta que no veamos ciertas cosas no tendremos verdadera conciencia de haber recuperado nuestra vida anterior a la pandemia. Por ejemplo, uno de los indicativos más fiables en ese aspecto será cuando los pequeños garitos comiencen a programar eventos como antes. A eso se le sumará inevitablemente coincidir con toda esa gente a la que solo veíamos en los conciertos y que siempre aportaban un halo de familiaridad en cualquier recinto. Incluso un antisocial profundo como un servidor agradece esos pequeños gestos que garantizan que nunca faltará compañía en un bolo.

A los neoyorquinos The Mystery Lights ya les habíamos catado en su primera gira peninsular, allá por 2017, como dejamos constancia en esta crónica, y por aquello de ir recuperando costumbres de antaño, no dudamos en repetir. Desde aquella época han debido de crecer bastante en términos de popularidad, porque quizás había el doble de peña que la vez precedente en el Kafe Antzoki. Y supongo que lo de que les comparen con el coloso Ty Segall o las luminarias The Sonics también habrá influido lo suyo.

 

A nosotros su estilo ruidoso e hipnótico tampoco es que nos epate por completo, aunque entendemos las razones de su atractivo. Uno de ellos debería ser su fidelidad a la ortodoxia del género garajero, pues no buscan inventar la rueda, sino reproducir las convenciones imperantes en su rollo. Como si pillaran un manual del perfecto garage rock y fueran desgranando sus principales características.

En el piso superior de la sala Santana 27 bastó que sonara “I’m So Tired (Of Living In The City)” para que el indiscutible líder Mike Brandon de The Mystery Lights se pusiera a pegar saltos y hasta sorprendiera de vez en cuando con inesperadas incursiones entre el respetable. Que no se pierdan nunca esas costumbres que no entienden de virus ni de Cristo bendito.

 

Había una notable diferencia de edad entre el vocalista y guitarra y el resto de acompañantes, podría decirse incluso que parecían un padre y sus hijos. Lo mismo remitían a nombres fundamentales en su palo como 13th Floor Elevators que a leyendas del calibre de The Velvet Underground. Que tu música suene mítica así de primeras constituye otro de esos rasgos que no les hacen pasar desapercibidos.

El tripi cósmico que montaron se asemejó a una especie de bucle en el que había que estar muy concentrado para no perderse ni un detalle. Se encadenaban unos temas con otros casi sin apenas percibirlo y el único momento en el que se salían un poco fuera de tiesto era cuando el vocalista presentaba composiciones nuevas, un gesto que hizo en repetidas ocasiones, por lo que entendimos que las musas le habían visitado con asiduidad en los últimos tiempos.


Con apenas un par de trabajos editados, la falta de disco para presentar en directo no supuso inconveniente de ningún tipo para esta gente. Cayeron “Too Many Girls” de su debut y juraría que también “Flowers In My Hair, Demons In My Head”, ya hemos hablado de la dificultad inherente para distinguir las canciones. De vez en cuando los dejes orientales desconcertaban y al mismo tiempo nos obligaban a mantener el colocón, por lo que nos situamos en una coordenada ajena al espacio tiempo.

Conseguimos distinguir una celebrada revisión del “Dead Moon Night” de Dead Moon, una pieza que también sonó en el Kafe Antzoki y que se ha trasformado en una de las imprescindibles en sus bolos, por lo que hemos averiguado. Y el apartado ambiental no lo descuidaron con unas luces rojas tenues suplicio para fotógrafos pero acertadas para la atmósfera de ensueño que querían transmitir. Hubo algún momento en el que prescindieron de toda iluminación artificial, por lo  que nos quedamos en penumbra total ante sus sugerentes ritmos.


Aprovecharon la ocasión para felicitar el cumpleaños a su roadie hispano Juancho López, que también toca el bajo en la banda de Kurt Baker, y nos deleitaron con una especie de sintonía circense mientras arreglaban un problema que había con la silla del batería. La consigna “el espectáculo debe continuar” fue repetida como un mantra, lo habitual en este tipo de situaciones inesperadas.

El personal se debió quedar bastante satisfecho, ya que los bises se exigieron a grito pelado y los músicos al regresar intentaron pedir “chupitos”, aunque dicha propuesta cayó en saco roto. Un par de regalos extra valieron para que todo el mundo diera por buena la actuación de esa noche y la verdad es que no estuvo nada mal. ¿Quién tenía un plan mejor para un día festivo?

Nos alegramos profundamente de que bolos así, de los pequeñitos en salas, contribuyan a ir normalizando ese sector cultural tan diezmado y atacado de manera injusta durante la pandemia. Al igual que cuando Armstrong pisó la luna, entendamos aquello no solo como un simple concierto, sino como un paso más hacia la normalidad. Y que nadie nos aparte de ahí.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA