lunes, 19 de octubre de 2020

THE NORTHAGIRRES + AITOR OCHOA & MAD MULE +THE DALTONICS: MOTÍN EN EL PATIO DE LA CÁRCEL

Sala Santana 27, Bilbao 

Ya decía el gran Jorge Martínez de Ilegales que “hace rock quien puede, no quien quiere”. Algo que hoy en día parece haberse convertido en lo más subversivo que uno pueda echarse a la cara, a tenor de las campañas gubernamentales en las que se difama y criminaliza a todo el sector del ocio nocturno con una rotundidad que asusta. Quizás debamos asumir que el objetivo de este tipo de medidas obedezca más a mecanismos de control social que a los lógicos protocolos de contención ante una pandemia. Da igual que todavía no se haya producido ningún contagio en un concierto, la consigna sigue siendo vincular ciertos espectáculos con muerte y poner el énfasis en imágenes de aglomeraciones en el exterior de bares para que así el personal salte con la indignación de furibundos franquistas. Qué ejemplaridad tan repentina que nos rodea.

 Si hace escasas semanas celebrábamos el retorno a la actividad de la sala Santana 27, uno de los pilares de la vida cultural de la villa bilbaína, a toda una carrera de obstáculos se tuvieron que enfrentar los organizadores para llevar a cabo tanto la cita de Los Deltonos del día anterior como la de The Northagirres, Aitor Ochoa & Mad Mule y The Daltonics que nos ocupa esta crónica. Porque a cualquier mente racional le resulta complicado entender que lo que valía una semana antes ya no sirva unas horas después, según nos daba a entender Juegos y Espectáculos del Gobierno Vasco al prohibir los bolos con mesas. Otra de esas incongruencias supinas con los transportes públicos a reventar en hora punta. Ya se podría aplicar esa manga ancha también en otros sectores.

Así que ahí nos plantamos en un recinto plagado de sillas, algunas incluso vacías de peña que había reservado con anterioridad. De sobra es sabido que cuando llueve es como si el mundo se parara en la capital vizcaína y no son pocos los que deciden recluirse en casa, como si lo que de verdad cayera fueran bombas radioactivas y no simples precipitaciones. Una acción que tenía todavía más delito con el pedazo cartel que se había organizado en una velada a un precio ridículo por tres bandazas.

 Abrieron la terna los siempre cachondos The Daltonics, con su animado rollo pub rock que bebe lo mismo de Dr. Feelgood que del descaro de Siniestro Total, solo hace falta escuchar la letra de temazos tipo “Vintage” o “El novio de mamá”, que con toda su chulería dedicaron a “las mujeres solteras de la sala”. Repasaron otros especímenes autóctonos en “Vienen tus cuñaos” y “Viudas de Epalza”, no sin olvidarse de los que esa noche tenían mambo en “Calcetines” o del agraviado gremio de los hosteleros, con recuerdo especial a Txema de Zuloa, que se hallaba presente en la primera fila. Se quejaron además de que “ya no se puede interactuar con la gente…solo si es una orgía autorizada”. Héroes locales.

Los irreverentes The Daltonics.
 

Y no menos apabullantes se tornaron Aitor Ochoa & Mad Mule, unas bestias que le daban a un rock americano bastante contundente con poso de Neil Young o incluso Beasts of Bourbon. “Parece el patio de una cárcel”, dijo el más que competente cantante y guitarrista antes de acometer otro derroche de pura electricidad. Toda una tormenta la que desplegaron desde el escenario, con punteos soberbios a cargo de un líder al que le quedaban genial hasta las piezas más reposadas. Mucha elegancia había en esas composiciones con aire de clásico que revelaban a unos músicos como la copa de un pino. Enormes. Para seguirles el rastro. 

Aitor Ochoa & Mad Mule, elegancia guitarrera al cubo.
 

Y los guipuzcoanos The Northagirres ya tiraron la casa por la ventana desde el demoledor inicio con “Cavaré”, que puede evocar lo mismo a La Frontera que a Burning. El ambiente se calentó tanto desde los asientos que alguno de las primeras filas hasta gritó: “¡No nos dejan bailar!”. Otra de esas cosas que un servidor tampoco logra entender, salvo que exista evidencia científica de que el virus prefiere a las personas levantadas y a lo loco. 

 Pero daban igual los impedimentos, allí se estaba para disfrutar y lo estábamos haciendo de lo lindo con “La vez”, en la que volvimos a pensar en la histórica banda de La Elipa. “La boca rota” era otra composición impecable, que también podría haber sido escrita por Pepe Risi, mientras que “Cuéntales” rememora el spaghetti-western de ponchos y mascar tabaco, un terreno casi virgen en la península y que ellos bordan tanto como Javier Andréu y compañía. Muy conseguidas esas atmósferas polvorientas en las que el teclado les aportaba la riqueza necesaria. Aquí ese instrumento no se trata de un mero convidado de piedra, como sucede en otras bandas. 

The Northagirres
 

 No esperábamos tampoco que se arrancaran con una versión muy punkarra del “C’Mon And Love Me” de Kiss, que fue de lo mejor de la velada. Lejos se quedaron de los que recurren a temas requetequemados como “Detroit Rock City” o “Rock N’ Roll All Nite”, ojalá se reivindicara con mayor frecuencia esta primeriza etapa de los neoyorquinos en la que estaban influenciados tanto por el rock clásico de The Beatles o Led Zeppelin como por el protopunk de MC5 o New York Dolls. 

 “Norte y sur” siguió echando carburante en la locomotora, antes de que incidieran de nuevo en el ambiente ferroviario con “Yo también”. Y que lo suyo es un agradable conglomerado de influencias rockeras lo certificaron con “Anoche vendí mi coche”, con esa garra guitarrera similar al “Go Down” de AC/DC. Solo podrían finiquitar un recital de altura estratosférica con “Lalala Lala Lalalala Lalala”, que en las distancias cortas se torna un auténtico trallazo. Tremendo. 

 

Ante el entusiasmo generado, los bises eran obligados, por lo que no tardaron en regresar con “Lo pactado”, más macarrismo burniniano en vena, y un “Elevator” de notable aroma stoniano que demuestra que cantar en inglés tampoco les sienta nada mal. La buena música entra incluso en swahili si hace falta. 

 Una cita, en definitiva, en la que tres grupazos oficiaron a un nivel increíble, por lo que sería complicado precisar quiénes sobresalieron por encima de los demás. Por afinidad estilística nos quedaríamos con los últimos, aunque otras opiniones al respecto se antojarían igual de respetables. Que no se pierda nunca la cultura de los conciertos. El motín en el patio de la cárcel es posible. 

 TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

martes, 6 de octubre de 2020

EL COLUMPIO ASESINO: CONTAMINADOS HASTA LAS TRANCAS

Sala BBK, Bilbao 

Habrá que acostumbrarse a esto de los conciertos separados y con mascarillas. Sobre todo cuando parece ser esa la única vía para sortear la férrea censura dictatorial impuesta por esas autoridades sanitarias que vinculan ocio nocturno con muerte y no tienen tanto remilgo a la hora de confinar peña en transportes públicos y aerolíneas. Pero hay cosas que no pueden ser, ya que dicho formato intimista no se antoja el más adecuado para ciertos grupos que invitan al fiestón descontrolado, ese puro hedonismo de madrugada que también ha sido proscrito, entre otras libertades arrebatadas desde el inicio de la pandemia. Salga de casa, trabaje y vuelva a su hogar. El futuro de ‘1984’ hace tiempo que llegó. 

De entre los combos que por su energía incitan a venirse muy arriba siempre estarán los navarros El Columpio Asesino, cuyo himno llenapistas “Toro” continúa siendo banda sonora perfecta para el desfase del fin de semana y quizás uno de los pocos ejemplos en el indie patrio en el que se aborda sin tapujos el tema de las drogas. Inclasificables y con un espectacular abanico de influencias que va desde Pixies hasta el post punk o el krautrock, han sorprendido recientemente en su álbum ‘Ataque Celeste’ con un giro hacia sonidos más sintéticos pero en el que no se han desechado esas atmósferas malrollistas que tan bien les funcionaban en el pasado.

Con las entradas agotadas en cuestión de horas, al igual que el resto de las citas con las que la sala BBK celebra su décimo aniversario, el ambiente a reventar andaba garantizado en el interior. Al contrario de lo que sucedió en Los Punsetes, cuando en torno a la mitad del aforo decidió no acudir al evento debido al mal tiempo, en esta ocasión seguro que no sobraron demasiados sitios, incluso un servidor tuvo que echar un ojo a su asiento para que unos advenedizos no se lo mangaran. Maravillas de los aforos reducidos, casi podríamos entretenernos jugando a las sillas. 

 La artista multicultureta Hakima Flissi gozó del privilegio de abrir la velada, aunque no nos sedujo demasiado su rhythm & blues de efluvios comerciales y algún destello soul. Es evidente que la chica posee una voz deslumbrante que llama la atención, pero cuando se acerca a los sonidos trap o latinos, con la notable aportación de una DJ bailonga, a uno le entran ganas de esconderse debajo de la mesa y no salir de allí hasta que el temporal haya amainado. Una mera cuestión de gustos con la que no sintonizamos, sin más. 

Hakima Flissi y su rollo multicultural.
      

Todo lo contrario de El Columpio Asesino, cuyo rollo experimental llevamos adorando casi desde el primer disco. Y por supuesto el golpe de timón que han dado con su último largo ‘Ataque Celeste’ lo abrazamos sin complejos, puesto que no vale cualquiera para saltar con tanta precisión del rock a la electrónica y no enredarse con el almíbar por el camino, quizás New Order en el ‘Get Ready’ y poco más. Una deconstrucción en la que los géneros dejan de importar y nos obligan a centrarnos solo en lo importante: la música. .

A modo de intro futurista con ecos de Aviador Dro, “Ataque Celeste” ya nos puso en guardia de que ese concierto sería especial por diversos motivos. El más obvio lo estábamos sufriendo con las dichosas mascarillas y la distancia de seguridad, pero también iba a ser la primera vez en la que veríamos sentado a un grupo que llevaba el ADN del descontrol muy metido dentro. Y la experiencia resultó de lo más gratificante, con un inicio realmente sensacional con “Huir”, constatación práctica de que el malrollismo no está reñido con la electrónica, y “Preparada”, otro temón para las distancias cortas que nos recuerda que “para empezar de nuevo hay que morir”. Que el fuego nos purifique a todos. 

 

Sin condescender en absoluto a la hipocresía quedabien, “Sirenas de mediodía” constituyó otro paso importante en el descenso a los infiernos que nos proponían los navarros. La voz de Cristina Martínez sigue sobrecogiendo en directo e insuflando brío a esa vertiente siniestra que les emparenta con Parálisis Permanente. Esta mujer debería ser la femme fatale definitiva del indie patrio. 

No se desviaron de la senda oscurilla con “Babel”, otra pieza que podría atronar en cualquier sesión gótica. Y añadieron dinamismo al asunto con los tonos casi susurrantes de Cristina mientras aporreaba una baqueta marcando el ritmo. Sin pausa que valga enlazaron con “La lombriz de tu cuello”, otra letra insana por doquier. Esto es lo que de vez en cuando hace falta, nada mejor para liberar tensión y cabreo contenido. Que los buenrollistas se metan las tacitas de Mr. Wonderful por donde les quepa. 

 

Con este panorama de efecto ascendente contener las emociones desde el asiento se antojaba complicado, por lo que no era extraño contemplar a algunos asistentes agitarse como si llevaran una camisa de fuerza. Bastaba pronunciar palabras mágicas tales como “Un coche bomba estalla en Moscú” para que el personal alcanzara el delirio y entonase las estrofas restantes como buenamente se podía con mascarilla. Si esto hubiera sido de pie y sin restricciones que valgan, se habría liado muy parda. 

 “A la espalda del mar” es otro corte negrísimo cual tizón que cuestiona ese empeño en meterles en el cajón de sastre de los indies, a pesar de que esos giros perturbados que otorgan a sus letras les alejan miles de kilómetros de Dorian o Love of Lesbian, por ejemplo. Sacaron el guante de seda con “Perlas”, que les quedó muy My Bloody Valentine antes de devenir en shoegaze chirriante. Versatilidad a tope. 

La guitarrista y vocalista Cristina agradeció la descomunal respuesta recibida, no sin asegurar que se tirarían “horas tocando los discos”. Estaba más que cantado que para despedirse recurrirían a “Toro”, su llenapistas definitivo y que no cansa por mucho que se escuche mil veces, esos guitarrazos siguen sonando a gloria en las distancias cortas. Cualquiera se movía de allí después de semejante subidón, eso mismo nos dijeron ellos al darse cuenta de la jugada. “Estáis como para ir a casa”

 

No quedaba otra que regresar en breve, algo que hicieron por todo lo alto con “Your Man Is Dead”, una pieza primigenia tan macarra como siniestra. “Se supone que el rock es para contaminar”, nos dijo el batera Álvaro y Cristina puso en duda tal afirmación. Muchos interpretaron aquello como una señal para la rebelión, para levantarse de la silla y atreverse a moverse, actos totalmente proscritos en la actualidad. El festín contó además con “Vamos”, otra tonadilla de alaridos para alcanzar el éxtasis con delirio ruidista y trompeta. ¿Qué más se puede pedir? 

 Acabamos contaminados hasta las trancas por sus letras insanas y su desmedido talento para adaptarse a las circunstancias actuales. Porque eso de conseguir sobresalir en un recital en el que la única interacción posible consiste en dar palmas ya tiene su mérito. Ya lo hemos dicho antes, pero lo volvemos a repetir para que quede bien claro, la que habrían montado si no existieran las medidas vigentes para la celebración de conciertos. El entusiasmo es un arma muy peligrosa. Normal que no nos dejen juntarnos.

 

 TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA