lunes, 28 de febrero de 2022

THE JACK CADES: LA PSICODELIA, QUERIDO WATSON

 

Sala Shake, Bilbao

 

Hay estilos en los que proceder de un determinado país otorga un plus. No se trata de un mero alegato chovinista, sino la constatación de que algunos tipos de música se encuentran también en los genes. Es el caso de los grupos garajeros o psicodélicos ingleses, a pesar de que existan notables referentes al otro lado del Atlántico. Muchos recordarán en este sentido la famosa recopilación ‘Nuggets’ del archivista del rock y guitarrista de Patti Smith Group Lenny Kaye que preludió el punk en cierta manera, según apuntó gente como Jon Savage en su famoso libro ‘England’s Dreaming’.

Este último álbum seguramente sea una influencia capital para los británicos The Jack Cades, aunque no la única, pues beben del mismo modo de combos beat de su tierra, rhythm & blues o esa actitud punk que parece que les obliga a decantarse por temas cortos y directos que no se pierden demasiado en la espesura. Formas de hacer las cosas que revelan una fidelidad absoluta hacia el concepto de canción que tenían ciertas bandas en los sesenta.

Nacieron sin demasiadas pretensiones, pues gran parte de sus miembros andaban liados con otros proyectos y no se sabía en un inicio si esta iniciativa fructificaría. Pero el debut ‘Music For Children’ disiparía esta impresión y confirmaría la vocación primigenia de tocar en directo, aspiración máxima para cualquier combo decente.

No esperábamos ni de lejos que una afluencia más que considerable abarrotara el garito Shake un pleno jueves, lo que confirmaba que el hambre de conciertos se mantenía intacta tras el fin de las restricciones. Aquel era además el primer bolo al que íbamos en el que las salas y demás recintos podían utilizar su aforo al completo, por lo que había ganas de recuperar esa normalidad arrebatada por políticos sin escrúpulos.

Lo bueno que tenían The Jack Cades que quedaba patente desde el mismo inicio era que no pretendían inventar la rueda ni cambiar el mundo con sus canciones. “Dead Star” pudo considerarse una especie de declaración de intenciones que apelaba a ritmos básicos de antaño y una pizca muy limitada de psicodelia para que a nadie le entre el agobio. Con esto pasa como con los porros, si te pillan cansado o en ayunas, la percepción podría cambiar radicalmente.

“Where to Go” elevó la nube sin que eso requiriera demasiado esfuerzo. Lo cierto es que habían conseguido un equilibrio muy logrado entre punteos a las entrañas de eco vintage y voces etéreas que lo mismo podrían recordar a Simon & Garfunkel que a The Raveonettes, si nos ponemos más modernos. Determinadas cosas nunca pasan de moda.


Presentaron “Identity Crisis” como una de las primeras piezas que compusieron al tiempo que las luces bajaban a una penumbra casi rojiza que le daba otro rollo a su música. Eran un grupo muy competente en directo, en especial ese batera con pintas de hippie chalado, cuando nos lo encontramos en la calle al llegar al Shake se notaba a la legua que era uno de los protagonistas de la velada.

No faltó uno de sus grandes temas como “Run Paulie Run”, que si cierras los ojos te podría parecer estar en un concierto de The Raveonettes. Enormes esos punteos chirriantes que se marcaban. “Child” fue otra de las piezas que más les lució, sobre todo por la combinación de voces, mientras que “Head In Sand” no se desviaba de lo básico en sus poco más de dos minutos. 


Pese a que “Mrs Voyant” aminoró ligeramente el ritmo, estos ingleses se movían por unas coordenadas concretas y no salían de su zona de confort, lo cual era bueno y malo al mismo tiempo. Por un lado, aportaban la seguridad de que hicieran lo que hicieran te agradarían, pero por otro, podría llegar a pensarse que habían tocado la misma canción varias veces seguidas debido a su falta de cambios sustanciales. Nosotros nos quedamos de largo con la primera impresión. Para escuchar virtuosismos, ya había otros bolos.

Por ese motivo, nos pareció que su recital había sido casi un visto y no visto, pues sin darnos cuenta nos plantamos en ese “Sometimes It Rains” previo a los bises. La peña políglota gritó “One more time” y les debió de hacer tanta gracia que no tardaron en regresar. La vocalista y guitarrista pelirroja hasta bajó de las tablas y se animó a tocar entre los fieles. Que no se pierdan esas bonitas costumbres que las sillas antes impedían.


“Big Fish” valió para que no disminuyera ni un ápice la atención y “You’ve Seen It All” se acercaba a su vertiente más punk, con punteos milagrosos de esos de pillar escoba o cualquier objeto alargado. Gloria bendita. La esencia del rock n’ roll. Sin postureos ni masturbaciones gratuitas de mástil.

Tal vez aquella noche no sonaría nada que no hubiéramos escuchado anteriormente, pero no se trataba de eso, sino de transmitir sensaciones. Y en ese aspecto sí que se lucieron de lo lindo. Comentábamos con el colega Carlos Benito lo rápido que se había pasado el bolo y contestó con las enigmáticas palabras “La psicodelia…”. Lo dijo con tal naturalidad que lo mismo podría haber añadido un “Querido Watson” como si se tratara de una lógica tan aplastante como la de un caso de Sherlock Holmes. No había discusión posible ante semejante epílogo.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

 

 

jueves, 10 de febrero de 2022

DADDY LONG LEGS: LA CEREMONIA DEL FUEGO

 

Sala Santana 27, Bilbao

 

Existen grupos que evocan por completo esa sensación que debían tener nuestros ancestros cuando se juntaban en torno a una hoguera en un bosque perdido. Esa pulsión animal o primitiva que incita a los participantes a bailar y sacudir el cuerpo como si en realidad estuvieran despojándolo de malos espíritus. Y lo cierto es que el infierno de restricciones y limites de aforo que llevamos soportando durante varios meses bien merecería algún que otro acto de desagravio.

Puesto que esta última iniciativa jamás vendrá de instituciones públicas, más preocupadas en acabar con el sector hostelero y cualquier atisbo de cultura, no parece descabellado que la voluntad popular adopte ese papel y homenajee con sus acciones la paulatina vuelta de la música en directo. Y para ello nada mejor que el trío de Brooklyn Daddy Long Legs con su apelación al blues añejo y salvaje de antaño aderezado de garage rock y una actitud avasalladora digna de los combos más broncos del punk.

Esas descomunales ganas de ver a artistas de cerca en su hábitat natural se palpaban en el ambiente, que andaba muy concurrido y que podría haberlo estado más si no fuera por esa dictadura del balompié que parece que obliga a parar el mundo en determinados días. Nosotros a lo nuestro, que bastante esfuerzo se había hecho con un bolo programado en su origen en el garito Crazy Horse y que hubo que cambiarlo a la sala Santana 27 por las medidas decretadas por el Gobierno vasco. Ojalá con el fútbol mostraran un celo idéntico.

Como a auténticos elegidos que creían en la redención a través del rock n’ roll se podría calificar a los asistentes al bolo de Daddy Long Legs, unos tipos de apariencia elegante que no dudaban en revolcarse en el fango sónico si la ocasión lo merecía. Ya de entrada, su voceras, que también soplaba la armónica que daba gusto oírle, reivindicó el oasis de libertad que había esa noche en el recinto con las siguientes palabras: “Esto es un show de rock n’ roll, no tenemos gente sentada en sillas”.

Y así era, con las primeras filas copadas por chicas bailongas dándolo todo y que acrecentaron la sensación festiva que predominaba en el lugar. No era complicado meterse de lleno en el rollo de estos neoyorquinos con piezas tan impetuosas como “Long John’s Jump”, toda una chispa para desatar el contoneo inmisericorde.

Con el personal comiendo de la mano, no tardaron en alcanzar uno de los puntos álgidos de la velada con “Winners Circle”, que podría pasar por un corte de Diamond Dogs por su halo stoniano. De lo mejor del repertorio. Y no se les caían los anillos por picar de canciones ajenas, caso del “High Flyin’ Baby” de Flamin’ Groovies, que la tocaban con tanta convicción como si fuera una composición propia.


Fue un recital muy entretenido, con píldoras que no mareaban la perdiz e iban directas a cumplir su cometido. El frontman acaparaba la atención total en cuanto soplaba la armónica y no hablemos ya de cuando le daba por pasearse entre la concurrencia. La mítica expresión de menos es más se cumplió milimétricamente en la actuación de los neoyorquinos, pues certificaron que para pasarlo realmente bien tampoco hace falta inventar la rueda ni excesivos desarrollos instrumentales. Basta con tocar las teclas adecuadas y echarle bemoles al asunto.

Muchos temas suyos, como “Pink Lemonade” por ejemplo, parecen creados para ser interpretados en un garito, la verdad es que no me los imagino tocando esta pieza que rezuma humo por doquier y aliento de tugurio a pleno sol. Y lo mejor de estos tipos es que sabían cómo convertir cada número en un auténtico espectáculo, se notaba que llevaban años arrastrándose por los escenarios con una dignidad fuera de toda duda. ¿Quién quiere petar estadios cuando puedes sorber la voluntad de los asistentes en pequeños recintos? Pura cuestión de principios.

Debía haber algún tipo de broma interna, pues de vez en cuando soltaban la palabra “cachopo”, quizás los vestigios de una estancia previa en Asturias, y no pensábamos que en un determinado momento se llegara a montar hasta un pogo con la armónica del vocalista. No en vano sopló tanto este instrumento que no hubiera sido extraño que se prendiera fuego. Y en plena comunión con el respetable, el voceras se arrodilló y se atusó el pelo como si fuera Elvis, un movimiento secundado por sus más discretos compis de escenario, que seguían al líder sin cuestionar lo más mínimo sus decisiones.

La petición de bises se convirtió en algo obligado cuando se retiraron brevemente de escena y hasta se escuchó un emocionado irrintzi. “¡No se puede dormir!” repetían los norteamericanos cuando regresaron para otorgar el golpe de gracia. La armónica siguió sonando a machete en “Death Train Blues”, si no nos equivocamos, pero con el atractivo añadido del vocalista dándose un garbeo entre el respetable y casi preguntando uno a uno “Do you feel allright?”. La magia de los conciertos reducidos.

Toda una ceremonia del fuego montó este indómito trío con actitud a raudales, una armónica omnipresente que se elevaba por encima de los mortales y féminas bailando desenfrenadas como si en realidad lo hicieran alrededor de una hoguera, en un peculiar aquelarre por la salvación del rock n’ roll, y también la nuestra, qué coño. Alimento espiritual en época de inanición cultural que caía cual maná divino del cielo. Abramos de par en par las alforjas.

 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA