viernes, 26 de febrero de 2016

IGOR PASKUAL: LICENCIADO EN DECADENCIA



Kafe Antzokia, Bilbao

Hay todo un cúmulo de conocimientos o referencias musicales, literarias o cinematográficas que se da en llamar “nuestro rollo”. Es lo que pasa por ejemplo cuando al contemplar un grupo, una peli o un libro pensamos de inmediato en una persona a la que le agradaría tal obra por afinidad estilística y corremos de inmediato a hacer la recomendación. Si por casualidad se trata de una chica que te mola, entonces ya quedas como un señor.

Un servidor rinde pleitesía a las noches interminables de conversaciones interesantes, a las hembras con clase, a Bukowski, al poder enajenante del alcohol, a los garitos humeantes de antaño o al rock n’ roll en el sentido más amplio. Y así podríamos seguir con esta lista hasta el infinito, pero entendemos que se capta de sobra esa inefable conexión de espíritu tan difícil de encontrar y que cuando aparece uno empieza a creer en la verdadera intervención divina.


Al que firma estas líneas le pasa mucho con los Ramones y también con la mano derecha de Loquillo desde 2002 Igor Paskual, licenciado en Historia del Arte y tipo leído al que se le nota cierto bagaje cultural en sus letras. Se sitúa en las antípodas de los estereotipos del rock que todavía siguen pululando en pleno siglo XXI y que jamás alcanzarían a imaginar a esta especie de Leonardo Da Vinci contemporáneo que lo mismo compone canciones, realiza excavaciones arqueológicas en Jordania, gana concursos de poesía o escribe sobre fútbol. Una auténtica creatividad poliédrica.

Parecía que esa víspera de fin de semana íbamos a estar cuatro amigos en el selecto segundo piso del Antzoki bilbaíno, pero el donostiarra criado en Asturias demostró que por estos lares goza de cierto predicamento entre el respetable madurito y algún que otro jovencito. Al terminar el bolo, de hecho, había incluso cola para firmar discos o el libro suyo que se vendía en el puesto de merchandising. Otro tópico derrumbado.


El proceso de demolición continuó desde que Igor Paskual arrancó arrabalero a lo Carlos Ann con “Tú y yo”, una pieza de amor descarnado para marcar territorio desde el principio. Y en “Pasos de baile” volvió a recordar al expresivo compositor de “Hada” o al Loquillo de ínfulas poéticas acompañado por Gabriel Sopeña, antes de elogiar la vida crápula en “Al otro lado del amanecer”, donde “hablas el triple con la voz destrozada”, según nos cuenta la letra.

Desfogó su vena literaria con “Poemas”, que recitó recreándose en el libro ‘Polvo’ del mítico músico y periodista bilbaíno Roberto Moso, cantante de los pioneros del rock euskaldun Zarama y autor de la celebrada biografía de Eskorbuto ‘Flores en la basura’. “No sabéis lo que tenéis aquí”, recalcó Igor para ensalzar su figura después de ofrecer la obra a un espectador.


Para sacudirse un poco la pose cultureta, no tardó en aclarar que “no solo iba a repartir libros, también condones”, porque “no todo va a ser leer”. Y de esta guisa, con la chulería en su punto álgido, enfiló “Alborada”, todo un himno noctívago para caballeros que beben pero mantienen la compostura sin arrastrarse. Hacía tiempo que no veíamos semejante clase sobre el escenario, se le ha pegado ese señorío a las tablas del ‘Loco’, aunque es muy probable que viniera ya de serie, de su época de icono del glam rock asturiano.

La reciente vertiente social de artistas de pose maldita tipo Bunbury o Nacho Vegas apareció representada en “Opulencia”, definida como un alegato “contra icebergs mentales, contra la crisis y a favor de la vida”. Pero tras esta breve pulla a la casta política, no tardó en volver al eterno femenino con “Chica de gama alta”, pieza de aroma clásico a lo Burning, la auténtica escuela de rock de la que debería aprender cualquier músico patrio medianamente serio.


Relajó paquete con “El cielo es poco acogedor”, no sin antes explicar lo difícil que es llegar a tierra firme, intacto, sin un rasguño, y se declaró fan de los naufragios, como el del ‘Titanic’, donde la banda siguió tocando hasta el último momento. Algo que ejemplifica como pocas cosas su actitud ante las tablas y el rock en general.

Lanzó guiños al rockabilly fronterizo en “Volver” y alzó su copa de vino previamente a “Bebemos”, oda a la ingestión alcohólica que entronca con aquella famosa frase de Thom Yorke que decía que “emborracharse es la cosa más grandiosa del puto mundo”. Y en la incisiva “Olor a Napalm” alguien presa del entusiasmo gritó “¡Arghh!” desde atrás, tal vez deseando la guerra química contra los indeseables.


Dejó la guitarra para arrodillarse a escasos metros del respetable y adoptar pose Tom Waits en “El peor novio del mundo”, donde sacó látigo para fustigar y fue concediendo entre la concurrencia títulos al “mejor amante del mundo”. Uno de los momentos cumbres de la velada, con Igor rompiéndose la voz como si fuera en realidad La Coz Cantante. Brutal.

Siguió con el canalleo en “Casanova” mientras se contoneaba sugerente y afectado a lo Carlos Ann y se desgañitaba chillando “C’mon” como si fuera Iggy Pop en “I Wanna Be Your Dog”. Con tales mimbres, no sorprendía que ya desde que diera sus primeros pasos en Babylon Chat epatara al personal cortándose los brazos en plan punki o diciendo que se iba a follar a las novias de todos los del público. Provocación en estado puro.

Pese a su actual madurez, todavía conserva ese filo juvenil en canciones tipo “Automedicación”, que interpretó en solitario con su inefable chulería reincidiendo en su paladar de buen gourmet que aprecia los placeres de la vida en su sentido más amplio. Y quizás reflejo de su naturaleza poliédrica sea “Bipolar”, canto de esperanza de un proceso de demolición.


Pisó el acelerador en los estertores finales con el punki aullante “Nuevo cine español” antes de dedicar “Música para traicionar” a su jefazo Loquillo y divisar “Tierra firme”, con la que se despidió por unos minutos con olas de fondo. Regresó con camisa rockabilly y evocando juventud al rescatar los temas de Babylon Chat “El último brindis del año” y “Camaleón”, en la que se hizo imposible no acordarse del icono recientemente fallecido David Bowie. Con galones.

Pues resultó un bolo muy variado el de este auténtico licenciado en decadencia que a excepción del siniestrismo quizás cubrió todos los palos que conforman “nuestro rollo” particular: Tom Waits, Bunbury, la afectación arrabalera de Carlos Ann, la pose cultureta y una actitud a raudales que espanta, la esencia del rock n’ roll. Muy grande, de sentar cátedra. Su terreno tiene una solidez encomiable.

TEXTOS Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




martes, 16 de febrero de 2016

MAMBA BEAT: MODERNEO DARK



Kafe Antzokia, Bilbao

No es nada raro encontrarse más abajo del Ebro intentos de fusión de la escena indie y gótica, sesiones en las que lo mismo se pincha Sisters of Mercy o The Mission que Franz Ferdinand o Placebo. En un mundo en el que predomina la sofisticación, bandas del estilo de The Cure o Joy Division se han convertido en un refugio de exquisitos que olvidan su primigenio origen punk y resaltan su lado más comercial hasta el punto de diluirse en una especie de marca corporativa como los Ramones, a los que ya no salva de la asimilación popular ni su eterna imagen desaliñada.

La clave de todo este fenómeno tal vez estaría en determinados grupos fetiche con un amplio núcleo de seguidores procedentes de variopintas escenas, caso por ejemplo de Depeche Mode, uno de esos nombres que suscitan un rotundo consenso, casi a los niveles de Queen, de los que cuesta encontrar detractores tanto como una aguja en un pajar. O los colosos U2, que en sus comienzos estaban influenciados por Siouxsie & The Banshees antes de sucumbir al rock de estadio.


Nadie diría que los bilbaínos Mamba Beat surgieron en pleno ambiente festivo con la intención de fusionar funk, acid jazz, electrónica o ritmos latinos, una amalgama con la pista de baile como denominador común, la colisión de  cuerpos sudorosos que no desean que llegue la mañana siguiente. Por algo dicen ellos mismos que uno de los elementos fundamentales en su ADN es “la atracción física del baile junto a la aventura de la seducción”.

Unos preceptos que podrían seguir sin problemas la multitud que abarrotó el Kafe Antzoki un día lluvioso y poco halagüeño. Pero es precisamente en tales lances cuando se debería buscar el calor humano, adentrarse en garitos tenues al encuentro de semejantes y entregarse al frenesí de la música como si fuera un ritual culminante, un aquelarre que no necesita una razón de ser concreta más allá de la celebración del fin de semana, auténtico acto de hermandad espiritual aquí y en La Patagonia.

Momentos finales del show de Unclose.
 Por estar en otro concierto, nos dio lástima llegar al final de la actuación de los teloneros Unclose, cuyo radiado adelanto “Runaways” prometía bastante en las distancias cortas, pero todo no puede ser, por fortuna alcanzamos a contemplar de cabo a rabo el bolazo que se marcaron Mamba Beat en una sala repleta de féminas elegantes a las que les sorprendía ver pelos largos y esas cosas. Había también por ahí muchas barbas, complemento indispensable para pasar desapercibido en saraos de ese calibre.

Las estrellas de la velada habían pegado un salto estilístico considerable en su último disco ‘Paint Me In Black’, prescindiendo de ornamentos superfluos de antaño como el saxofón para abrazar la oscuridad y las guitarras que en anteriores lanzamientos tenían un papel meramente testimonial. Quizás eso mismo querían reflejar con la inicial “We’ve Found Our World”, el descubrimiento de un espacio concreto y acotado al que ceñirse, a veces los cajones de sastre no funcionan como uno imagina.

Mamba Beat con un guitarrista invitado.
 Con un sonido contundente en su rollo y una puesta en escena cargada de niebla cuidada al extremo, ya se habían establecido los mimbres para salir victoriosos de la faena. Un trabajo de piezas tan redondas como “Ezin Lorik Egin” sería el arma infalible incapaz de errar un solo disparo, a pesar de que su recital fue un completo in crescendo, condescendiendo de primeras en un accesible pop-rock de poso indie e ínfulas a lo U2 para ir subiendo progresivamente la intensidad y acabar en una orgía de flashes, himnos anfetamínicos y cuerpos sugerentes moviéndose como si aquella fuera la última noche de su vida. Porque sí, sin ningún motivo en especial.

En la dulcificada “Love & Hate” echamos en falta el toque maestro del productor y líder de Cycle David Kano, que colabora en ‘Paint Me In Black’ con un par de espectaculares remezclas adicionales que superan incluso a las versiones originales. Y “Zigor Nazazu”, al contrario que en el anterior corte, ganó en poso sintético y guitarrero y los acercó a los Depeche Mode de “I Feel You”. Un verdadero rompepistas.


Ya barruntábamos que con una materia prima reciente de tan alta calidad resultaría complicado, o más bien imposible, permitir el aburrimiento, algo que no sucedió con “S.O.S. (Save Our Souls)”, representante más que digno de esa perfecta simbiosis que han conseguido entre rock y electrónica.

Y al igual que si fuera una lista de reproducción, enlazaron acto seguido con “Song For The Bad Times”, en la que teclista y guitarra agitaron las melenas como si se encontraran en un estadio ante miles y miles de personas. Actitud de estrellas totales, pero en el buen sentido, creyéndoselo y transmitiendo a los demás la inefable magia que supone subirse a un escenario.


“We Are Rivers In The Sky” reforzó el subidón de anfetas y se tornó en una lección de cómo debería sonar en directo un grupo de su palo, con pulsión rockera, sin perderse en marasmos electrónicos, hasta explotar en un final épico en el que la voz de Mikel Piris se elevó con la dignidad de un profeta apocalíptico. Si hubiera hecho además movimientos a lo Dave Gahan, habría legado una estampa impagable.

Volvieron para los bises sin descuidar el ambiente discotequero, con el sintetizador enredándose y la batería haciendo redobles como los Muse de “Map Of The Problematique”, antes de finiquitar con un apabullante “Use Me” acompañado de lluvia de flashes y alusiones al fetichismo que fue recibido en un mar de brazos levantados. Todo un canto de cisne al hedonismo.

No sorprendió que luego sonara por los altavoces el clásico de New Order “Blue Monday” y el corazón se acelerara tanto como decía aquella canción de The Divine Comedy “At The Indie Disco”. Y eso ya es decir mucho. Las maravillas del moderneo dark.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



lunes, 15 de febrero de 2016

DISCÍPULOS DE DIONISOS: PUNKI GUARRO



Satélite T, Bilbao

Ceder a los bajos instintos a veces supone toda una liberación. Tantos siglos de moralidad cristiana y herencia grecolatina han entronizado el amor romántico como ideal supremo al que puede aspirar cualquier ser humano. Eso ha sido así hasta hace prácticamente cuatro días antes de que feministas y otros grupúsculos radicales se lanzaran a degüello contra ramos de rosas, piropos y otras sutiles formas de dominación patriarcal, incluida la propia lengua castellana, esa que hablan millones de fascistas e invisibiliza a mujeres desde tiempos inmemoriales. Que vuelva Torquemada a poner orden.

Estos adalides de las buenas costumbres seguramente encontrarían muy ofensivas las letras de los donostiarras Discípulos de Dionisos, que según cuenta la leyenda se conocieron en un instituto intercambiando películas pornográficas, discos y otro tipo de sustancias adictivas. Ante una rutinaria realidad, no tardaron en disfrutar del favor del público, que agotó las 300 copias de su primera maqueta en apenas dos semanas, al tiempo que se abrían hueco en el panorama del punk rock estatal como siempre se ha hecho, con incendiarios directos.


Pertenecientes junto a Señor No o Nuevo Catecismo Católico a esa escena giputxi que tomó como base de operaciones los locales de Buenavista, son algo más que una banda, una especie de culto a la irreverencia y a lo políticamente incorrecto, un azote de timoratos, susceptibles e hipócritas. Como bien dicen en la introducción de su disco ‘Los Enigmas de la Conducta Humana’, “grupos como este solo hay uno y cuando desaparezcan ya no habrá ninguno”.

El indiscutible tirón del que gozan entre sus seguidores quedó patente con la ingente multitud que abarrotó el Satélite T, con muchos que tuvieron que permanecer al raso por motivos de aforo. Y eso que se trataba de un día lluvioso, de lo más desapacible, en el que lo que menos apetecía era dar vueltas por ahí. Pero los parroquianos tenían una cita ineludible igual que si fuera una misa de doce, había que renovar votos y abrazar de nuevo la fe en el descaro y la autodestrucción.

Los donostiarras exhibieron actitud a raudales.
 Con un ligero retraso y el recinto a punto de desbordarse, Discípulos de Dionisos juraron de primeras fidelidad a los principios ramonianos de velocidad y melodía mediante “Vidas Cruzadas”, un auténtico trallazo para desbordar los ánimos de la concurrencia y convertir de inmediato al culto, si es que existía por ahí todavía algún neófito.

Un peculiar sentido del deber apareció en “Mi Obligación”, que los aproximó ligeramente al power pop, antes de pisar a fondo el acelerador en “Comer, Beber, Amar” y su himno “Coca Ardiendo”, donde ejecutaron su famoso numerito de tirarse cera de vela en el pecho. Sin apenas desfallecer, iban soltando temazo tras temazo en uno de esos bolos frenéticos a la vieja usanza, sin brasas inútiles, a piñón fijo, con el objetivo prefijado de dejar exhausto a cada uno de los emocionados asistentes, que no dudaron en montar algunos pogos.

Dieron rienda suelta a parafilias particulares con “Látigo Rojo” y no dudaron en desvelar sus profundos pensamientos en “Introduzco Mi Dedo en Tu Interior”. Qué espíritu más adecuado para afrontar el fin de semana de San Valentín, esto sí que era puro romanticismo, sin sutilezas. ¿Acaso no es el amor una desviación enfermiza de la pulsión sexual?

El eterno tema de las apetecibles jovencitas apareció en “Seventeen” y no fue nada necesario llamar a filas con “Soldados del Orgasmo”, cualquiera podría haberse alistado sin problemas en ese irreverente ejército. Echamos de menos su recuerdo a la diva del porno Traci Lords, pero en cambio tuvieron tiempo para otro protagonista de tan insigne género cinematográfico en “La Hora de Ron Jeremy”. Ni un minuto de respiro.

Otra piedra angular fue “Cuarto Oscuro”, que cayó con la misma saña con la que la lluvia casi anegaba el exterior. Seguía el repertorio sin conceder tregua con “Corazón Salvaje” y “Ella Se Alimenta de Esperma”, dos piezas que podría haber escrito tranquilamente el gurú Charles Bukowski. Y “Fin de Semana Eterno” estuvo dedicada al recientemente fallecido Paco Rufus, agitador cultural y figura clave del rock n’ roll nacional que siempre apostó por el talento emergente.

La olla a presión que montaron explosionó en su clásico a cien revoluciones “Vagina Eléctrica”, donde se regodearon en los redobles tribales, único remanso de paz del bolo. Y volvieron para unos bises que se esfumaron tan rápido como el resto del show con la sorprendente versión de Misfits “Skulls” y “Vas a probar mi puño”, otra de sus habituales piezas cariñosas que terminó de engorilar a un respetable variopinto con rockers, joveznos punkis y una nada desdeñable porción de hembras de buen ver que no tenían pinta de escandalizarse en absoluto por la sinceridad letrística dionisíaca.


 ¡Que os den por San Valentín!”, desearon a los asistentes a modo de despedida y uno hubiera rogado para que se tiraran tocando otra hora más por lo menos. Pero es lo que tienen los recitales de este tipo, cortos como un orgasmo, directos y al grano, sin magrear ni calentar innecesariamente.

Lo suyo fue algo más que una sesión de punki guarro, uno de los bolos más auténticos que hemos visto en los últimos meses de rock n’ roll macarra, punteos al tuétano y ese necesario descaro que mantiene a la música con agallas a salvo de advenedizos y otras endebles criaturas que se van moviendo al son del sol que más calienta. Un polvo rápido, pero de sentar cátedra, que vuelvan cuanto antes.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA






martes, 2 de febrero de 2016

CYCLE: DE FUSTA Y LÁTIGO



Sala Stage, Bilbao

El fetichismo tiene muy mala prensa. Al escuchar el término uno de inmediato imagina cuerpos flagelándose, bolas en la boca, vestidos de látex y demás parafernalia poco convencional. Pero lo cierto es que todos en mayor o menor medida tenemos nuestras fijaciones particulares, ropa que nos llama más la atención que un antierótico pijama o partes del cuerpo determinadas en las que nos concentraríamos en un contexto íntimo. Un terreno que no es coto exclusivo de perturbados y seres desviados.

Herederos de la dark wave y del más siniestro after punk ochentero, los madrileños Cycle han jugado desde sus inicios con la nocturnidad y este tipo de atracciones, encarnadas a la perfección en la figura de la altiva dominatrix China Patino, cuya pretendida frialdad aumenta para muchos su magnetismo sexual.  Otra forma como cualquier otra de fustigarse.


Estirando la vida creativa de su soberbio lanzamiento ‘Dance All Over’, la banda comandada por el productor y programador David Kano regresaba a la capital vizcaína aproximadamente doce meses después de iniciar la presente gira en el mismo recinto. Ya habían estado además por tierras vascas en una de las presentaciones del festival BBK Live en la sala Sonora allá por junio, por lo que aquella era la tercera vez que se dejaban caer por estos lares en menos de un año.

La afluencia empero no se resintió en absoluto, pues una nutrida multitud de modernos, algún personaje oscurillo y simples aficionados de a pie convirtieron el recinto en una frenética pista de baile, una colisión de cuerpos sudorosos en la que podían suceder hasta sucesos que rozaban lo esperpéntico o el mal gusto. Caso por ejemplo de esa subespecie que tuvo la genial idea de orinar en una esquina en frente del escenario cuando el baño se encontraba a escasos metros. Las inefables ocurrencias de un cerebro licuado.


Bajo un manto de luces rojas y ambiente industrialoide, Cycle evocaron de primeras por estética a Crystal Castles, con La China oculta tras una capucha, pantalones de ciclista y con el nombre del grupo pintado en la tripa. Metida en su papel de diva soberbia, extendía los brazos como si fuera un Mesías y era capaz de cargarse acto seguido el glamour de un plumazo al colocarse en “Perfect Pervert” una botella de agua en la entrepierna como si fuera un miembro viril y comenzar a desperdigar el líquido sobre la concurrencia.

La China sigue siendo sin discusión uno de los mayores atractivos para ver al combo en directo por su versátil interpretación que va desde una suerte de mimo callejero robótico hasta su papel de exaltadora de la libido del personal, le encanta ese juego de sentirse poderosa y dejar que el deseo de otras personas recaiga totalmente en sus manos. Pocos son conscientes de lo que significa semejante despliegue de autoridad, eso debería ser en realidad el verdadero feminismo.

Con un repertorio centrado en su último esfuerzo ‘Dance All Over’, que tocaron prácticamente entero, clavaron la primera pica con su temón a lo New Order “Sunset Over The Moon” mientras La China jugueteaba con una capa de bailarina oriental. No tardó en adoptar indumentaria macarra al calarse la chupa de cuero para “Alex The Crow” y un “Be The One” cuyo estribillo continuamos cantando bastante tiempo después de terminar el bolo. 

Han facturado un álbum tan redondo, con piezas nacidas para explosionar en las distancias cortas, que sus recitales han ganado en intensidad y dinamismo. De hecho, un servidor se atrevió incluso a colocar esta obra maestra del rock electrónico entre lo mejor del año en la lista de diez lanzamientos destacados que solemos elaborar los colaboradores de ‘La Heavy’ y ‘Mariskal Rock’ allá por navidades.

Pero tampoco les hace falta centrarse en exclusiva en su obra reciente, su debut contiene cortes que una década después todavía permanecen en la memoria colectiva, caso de “Apple Tree”, que debería sonar en cualquier sesión gótica aperturista. Otros como “Motorcycle” parece que han formado parte desde siempre del repertorio por su aire clásico y a buen seguro seguirán conservándolos en vivo durante un tiempo reseñable. No se entendería otra cosa.

La actitud del respetable fue entregada hasta lo indecible, el cantante Luke Donovan incluso se animó a lanzarse inesperadamente del escenario y surfear entre la multitud. Un fiestón en toda regla en el que a pesar del poso electrónico tampoco se echó de menos la distorsión guitarrera, una faceta fundamental en ese equilibrio en apariencia imposible que alcanza su plenitud en directo.

De los puntos álgidos de la velada destacaríamos por supuesto nuestra preferida del reciente disco “Masquerade”, que en la versión en estudio cuenta con la colaboración de la vanguardista leyenda dark wave Anne Clark y que esa noche La China defendió con bastante dignidad mientras se palpaba el corazón en el interludio recitado. Una impecable dramatización.

Y mucho teatro tuvo también cuando sacó un cuchillo, se entretuvo con él y acabó arrodillada en un espectacular final. Su viejo éxito “Confusion!!!” contribuyó a que la peña mantuviera el puestazo mientras una tormenta de flashes acrecentaba la sensación. El ambiente discotequero no cesó en su habitual intervalo puramente electrónico a cargo del líder David Kano y a la vuelta remataron con la frenética “You Talk Too Much”, ideal para colocarse antes de su himno contemporáneo “Saturday Girl”, con la muchedumbre bramando y levantando brazos en el estribillo. Un subidón.

En los bises La China tuvo algunos problemillas con el micro que casi le llevaron a abandonar el escenario, pero enseguida volvieron las aguas a su cauce en “Mechanical”, otra banda sonora para la ingesta de anfetas. Y finiquitaron devolviendo el protagonismo a las guitarras con su preceptiva versión del “More” de The Sisters Of Mercy, que sonó más sintética que la original y devino en un estruendoso acople.

Toda una sesión de fusta y látigo en la que azotaron metafóricamente a los asistentes con su sonido compacto con la contundencia del rock y el hedonismo de las pistas de baile. Un bofetón en la cara ante el que no cabe otra opción que recuperarse del estupor y pedir de inmediato un golpe más fuerte. Con saña.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN