jueves, 6 de octubre de 2022

NEW CANDYS + SILVER SURFING MACHINE: DULCE TINIEBLA ENVOLVENTE

 

Sala Azkena, Bilbao

 

Sin intención alguna de repetirnos, volvemos a quitarnos el sombrero ante los promotores que apuestan por grupos que se salen de lo habitual. Frente a aquellos que no arriesgan lo más mínimo y traen a la misma gente año tras año, todavía quedan cruzados de la cultura que se lanzan en barrena a por combos no muy conocidos en la península, pero que siempre es un gustazo ver.

No hablemos ya si encima nos centramos en el shoegaze deudor de The Jesus and Mary Chain, un género que a priori tampoco arrastra ingentes multitudes, mucho nos tendríamos que remontar en la memoria para encontrar algún precedente. Pero la vida es de los osados, así que había que acudir a una de esas experiencias que desde luego te marcan debido a que no suceden demasiadas a lo largo del año. Quizás su frecuencia sea la misma que la de los eclipses solares.

New Candys
  

La sala Azkena presentaba aquella jornada un aspecto bastante más concurrido de lo que imaginábamos para un estilo oscuro como un tizón, a medio camino entre el shoegaze y el rock gótico. Tales eran las señas de identidad de los venecianos New Candys, y por lo que comprobamos, había cierta expectación por su show en Bilbao.

Previamente calentaron el ambiente los locales Silver Surfing Machine, cuya psicodelia con trazos post punk encajaba cual guante en la velada. Les habíamos visto hace escasas semanas de teloneros de Fundación Francisco Frankenstein, pero si entonces sus divagaciones no pegaban ni con cola, en esta ocasión se antojaban un más que digno entremés. 

Silver Surfing Machine
  

Cierto es que había que pillarles con ganas, pero si uno ha escuchado antes piezas tipo “Quien sabe” entiende perfectamente los parámetros por los que se mueven. Hicieron además una versión de “O.D. Catastrophe” de Spacemen 3, una de sus grandes influencias. Tan hipnóticos como maquinales. El eslabón perdido entre Eskorbuto y Hawkwind.

Hay grupos con los que escuchas unas pocas notas y enseguida sabes que son ellos. Con los venecianos New Candys pasa eso mismo, pues no tardaron en reproducir al milímetro ese sonido tan personal que podemos escuchar en disco. El espectacular arsenal de pedales colocado a un lado del escenario ya daba a entender que se preocupaban bastante por ese aspecto. Es curioso, pero debe ser una especie de constante en el rollo, pues cuando vimos a The Telescopes su líder también parecía muy preocupado por crear una nube sónica a la altura de su leyenda.

New Candys
  

La puesta en escena no se antojaba de igual modo producto de un caprichoso azar, desde esas luces rojas tortura para fotógrafos a la frase “Art is an Act of Violence” que ponía en uno de los bafles. Diría además que su actitud era más de grupo gótico que shoegaze, en este sentido el bajista podría ser un gran discípulo de Simon Gallup de The Cure.

Hubo ciertos problemas con la parte electrónica de la batería, algo que para los asistentes era casi imperceptible, pero que a ellos les debía provocar un desasosiego digno de no poder continuar con el concierto. Este desvelo, no obstante, tenía su recompensa, ya que se arrancaron con “Twin Mime” y era casi como si uno la estuviera escuchando en cualquier reproductor. Una perfección formal absoluta.

New Candys
  

Lo malo que poseen estos italianos es que les faltan temas memorables, es decir, uno se mete fácilmente en su atmósfera durante un rato, pero llega un momento en el que apetece tomar un poco el aire. Y si se pregunta a cualquiera qué canción en concreto ha estado oyendo, probablemente no acierte a recordar el título. Lo lógico, por otra parte, en una experiencia tan hipnótica.

“Dark Love” marcó un ligero punto y aparte en la tónica general por su aire a lo The Raveonettes, por lo que su recital tampoco resultó monocromático total, hubo leves pinceladas que engrandecieron su obra final. No nos olvidamos que incluso el mismísimo Iggy Pop les debió poner en su programa, por lo que algo especial tendrían que tener.

New Candys
  

Si hubiera que señalar alguno de los aspectos reseñables de la velada, volveríamos a insistir en ese monumental sonido que se curraron, nítido incluso cuando les daba por meter ruiditos. Daba igual que para lograr ese efecto  necesitaran pedales o patas de conejo, lo que permanece siempre son las sensaciones y estas no se disiparían de ninguna manera. Eso fue lo que nos llevamos a casa.

Como en todo, al hablar de ciertos estilos siempre existen prejuicios al respecto, ideas preconcebidas que condicionan nuestra valoración final, pero del mismo modo en que no existen dos personas idénticas tampoco hay grupos totalmente clavados. A nada que uno escarbe y no se quede en la superficie saldrá algún rasgo diferencial. El de estos tipos es su shoegaze oscuro como un tizón, no cabe duda. Una dulce tiniebla envolvente.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA