miércoles, 26 de junio de 2019

THE JACKETS: ROCK N’ ROLL GIMNÁSTICO


Nave 9, Bilbao

En época de festivales hay que reivindicar los conciertos en garitos. Bien alto y claro. Sin complejos de inferioridad de ningún tipo. Fuera las muchedumbres artificiales en las que a la mitad o más de sus miembros se la suda la música. Por eso no resulta extraño toparse con tipos que se sitúan tan alegremente de espaldas al escenario, obviando a propósito lo que se supone importante en tales eventos. O quizás es que lo verdaderamente relevante es lucir palmito o pillarse un tajadón de los de no acordarse de nada al día siguiente. Cada cual con sus aficiones.

Todo un dominio de las distancias cortas expresan los suizos The Jackets en sus bolos. Si ya su mezcla de garaje, punk y psicodelia implica un batiburrillo bastante serio para despertar al personal, a ello hay que unir el desbordante carisma que irradia una vocalista como Jackie Brutsche que lo mismo valdría para un recital de rock n’ roll que para destacar en las artes escénicas. Una fémina con un lenguaje no verbal tan potente como el de un mimo. Y capacidad de expresión similar con sus gestos histriónicos y ese peculiar maquillaje que recuerda a Turbonegro o al Alice Cooper de comienzos de los setenta. Reencontrémonos con el señor Nice Guy.


Ante una afluencia digna para hallarnos a las puertas del periodo estival, The Jackets demostraron de primeras que lo que mejor se les da es el garaje canónico, sin inventar la rueda ni mucho menos, pero dotando a los temas de vida gracias a la magistral interpretación de su voceras. Es lo que pasa con “Dreamer”, que también da inicio a su reciente largo ‘Queen of the Pill’. Y para la siguiente pieza ya se podría contemplar a Jackie entre la muchedumbre. Sin perder el tiempo.

A medida que fue avanzando el show, los movimientos de su cantante se volvieron más frenéticos, con alaridos a lo The Cramps y gestos que más bien bordaban lo teatral. Reivindicó a las féminas en “Hands off Me” y preguntó por las chicas que había por el recinto, pero eran escasas, una presencia testimonial. Y en “Wasting My Time” volvió a sentir la necesidad de calor del respetable, por lo que se sumergió de nuevo entre los fieles, que le hicieron un paseíllo para que se desfogara a gusto. 


Muchas veces uno coincide con gente que se sube al escenario sin gracia ninguna, con una actitud tan nula que podrían estar tranquilamente en un sótano pelando patatas. Pero lo de Jacqueline, que confesó que los locales confundían su nombre con “txakoli”, era otra historia diferente. Una señora que entiende todo lo que implica salir a las tablas, quedarse con la peña y que nadie se atreva ni a perderse unos minutos del espectáculo. Los ojos como platos.

La tipa se pega tales garbeos que no dudó en exclamar que “el rock n’ roll es gimnasia”  durante un redoble de batería. Y “At The Go-Go” mostró un lado más punkarra previamente a que empezaran a hacer coñas, y algo de publi, de la cerveza La Salve. Hubo preguntas un tanto ridículas como si “el txakoli era mejor que una cerveza fría”. Por favor, tengamos unos mínimos en materia alcohólica


“Floating Alice”, por el contrario, propicia el cuelgue por su mantra hipnótico, uno de esos cortes para dejar claro que a la apariencia resultona de Jackie hay que sumarle una prodigiosa garganta. Y no nos podemos olvidar tampoco de ese batera impresionante, una pieza fundamental a la hora de crear el conglomerado de ruido garajero que monta este trío en las distancias cortas.
Sin resquicio para amuermarse.

En la recta final apretaron el acelerador con la nihilista “You Said”, que suena mucho más cruda que en estudio, y en “Keep Yourself Alive” la vocalista nos deleitó con la típica acrobacia que hace uno ante los demás para demostrar que no está borracho. Y “You’d Better” se tornó otra pieza garajera frenética en la que Jackie volvió a darse un baño de masas, puso caretos a tutiplén y regresó a las tablas triunfante con la convicción de haber epatado lo suficiente al personal.



“Ahora haced ruido”, nos conminó la frontwoman antes de los bises, o de lo contrario se irían a dormir, según expresó con un reconocible gesto. Todavía había acrobacias guardadas, como lo de tirarse al suelo para elevar las piernas en posición de tijera. “Freak Out” fue otro derroche de energía desbocada antes de un “Losers Lullaby”, cuyo comienzo recuerda demasiado al mítico “New Rose” de The Damned. Y en “What We Gonna Do” el colofón adoptó la mejor forma posible cuando pidió a la peña acercarse para que se la llevaran en volandas. Como una diosa.

Quizás este género ande más visto que el tebeo por la multitud de bandas que proliferan por ahí, la mayoría sobrevaloradas. He aquí un ejemplo donde lo requetevisto se convierte en algo insólito gracias a la descomunal pericia de una vocalista que se basta por sí sola para encandilar a cualquier grupo de gente. Larga vida al rock n’ roll gimnástico.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



  

martes, 18 de junio de 2019

SAMANA: LA REVOLUCIÓN DEL SILENCIO


Muelle, Bilbao

Vivimos en un tiempo en el que los decibelios desmedidos proliferan con demasiada alegría. Y no necesariamente con sonidos agradables al oído que podrían desprenderse de la escucha de música. Uno entra a veces a ciertos lugares y el volumen del personal podría ser el mismo que el de una pescadería en hora punta o incluso remitir a formas más primitivas de comunicación, a un estado salvaje previo a la educación y urbanidad básica. No hablemos ya de las insufribles cotorras concertiles, una peste contemporánea que convendría erradicar mediante cualquier método a nuestro alcance. No demos ideas.

El griterío desmedido se ha instalado con tal naturalidad en la política y diversos aspectos de la existencia que hoy en día lo verdaderamente revolucionario consiste en permanecer en silencio. Callar y otorgar, como se decía antaño. O entornar los ojos con cierta mirada de desprecio y juzgar a la gente, según nos enseñan los memes de las redes sociales. En esta guerra valen todo tipo de armas, desde las rudimentarias hasta las más sofisticadas. Duro y a la cabeza.


Con la voluntad de desafiar este orden establecido, parece haber surgido el dúo Samana desde los valles más recónditos de Gales, donde precisamente tienen su estudio analógico. Un proyecto con vocación interdisciplinar que pretende integrar fotografía, poesía, cine o música en una época con compartimentos cada vez más estancos y donde los tonos grises van camino de ser desterrados de una paleta de opciones cada vez más sectaria.

En un territorio onírico entre Cigarettes After Sex, algo de Kate Bush y la pomposidad etérea de Sigur Rós se mueve esta pareja con ínfulas espirituales que se pasó un año entero recorriendo Europa y plasmó sus experiencias en un minimalista e hipnótico debut, cuya escucha se torna completamente adictiva una vez que uno se mete en su rollo. Un mundo en blanco y negro lejos de las estridencias de la era actual en la que todo se mueve con una rapidez vertiginosa.


Ante un respetable discreto como los que solo se pueden ver entre semana, Samana se limitaron a desgranar su único trabajo con “Harvest” y “The Art Of Revolution”, piezas relajadas que por ello no buscan ni por asomo la comercialidad, sino un efecto mucho más profundo en el alma humana. Acostumbrados a esos falsos valores occidentales que pregonan que toda acción necesita su recompensa, esta suerte de hippies que tocan descalzos van a su rollo por completo, por lo que no nos extrañaría que tuvieran un huerto en el que cultivar sus propios productos y así mandar un corte de mangas al capitalismo o que residieran en una comunidad de esas idílicas tipo Christiania.

Una bendición fue constatar que allí la peña estaba atenta a lo que había que estar, ni una palabra se oía por ahí, solo los tonos melancólicos de Rebecca Rose Harris, que recordaban en ocasiones a la Siouxsie popera o incluso a Anna Calvi. A su lado, su compañero le daba a la guitarra sin desmelenarse demasiado o tocaba el piano como si estuviera en trance, en otra dimensión paralela muy lejana.


El leve ruido shoegaze que de vez en cuando se percibe en estudio, en directo se nota bastante más y les otorga un mayor empaque. Nada de minimalismo en las distancias cortas. Pero probablemente ningún sonido registrado por ellos es casual, una percepción que confirmamos cuando nos dijeron que los silencios que se escuchan en el disco pertenecen a lugares inhóspitos que visitaron durante su periplo europeo. Hablaron en concreto de monumentos históricos que habían estado allí durante miles de años y que si sentíamos algo especial es que lo habíamos “pillado”. Había que activar el modo trascendente.

Los cánticos ululantes casi de sirenas de “Take Me In” nos acunaron en un bucle similar al que uno experimenta cuando está a punto de caer dormido. Una sesión de hipnosis en la que no era necesario mirar a un punto fijamente, sino dejarse enredar por esas melodías sutiles que provocan un efecto idéntico al de susurrar al oído. El final de “De Profundis” reincidió en ese discreto poso ruidista apenas perceptible que cobra su verdadera relevancia a escasos metros.


La actitud de la escasa parroquia era de devoción absoluta, la mayoría sentados en el suelo como si les estuvieran contando un cuento a la luz de la luna. Una cacatúa habría sido molida a palos. “The Sky Holds Our Years” se regodeó en la agonía sin darse demasiada importancia, mientras que “Beneath The Ice” por su aire casi ambient podría entrar sin problemas en una lista de canciones fundamentales para el coito. O para escuchar de madrugada en solitario, en esos momentos en los que la mayoría duerme y vislumbrar la luz encendida de una habitación provoca conjeturas de diverso pelaje.

“The Lightness Of Being” ejerció a modo de transición, una débil línea entre el sueño y la vigilia, antes de recuperar la pieza que abre el disco, esto es, “Before The Flood” y cerrar el círculo de la manera más digna posible. Cualquier cosa añadida a posteriori habría descuadrado por completo el invento.

Que a este dúo hay que pillarle con ganas es evidente, pues uno jamás se los pondría antes de salir de fiesta o en estado sobreexcitado, pero se tornan una alternativa muy saludable para cuando hay curro por hacer y distraerse por la música no se convierte en opción recomendable. Sentir una presencia sin reparar en ella. Una revolución del silencio que va tomando posiciones sin que nos demos cuenta.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA





viernes, 14 de junio de 2019

RAT-ZINGER + DESORDEN: VERMÚ INFERNAL PARA HIJOS DE PERRA


Sala Mytho, Bilbao

En la vida de cualquier persona decente no existen muchas razones para levantarse de la cama un domingo al mediodía. Ya dijo Bunbury hace unos añitos que hacerlo antes de la una de la tarde es incluso un gesto de mala educación. Sea cierto o no, lo que queda claro es que nadie debería ponerse en pie en un momento tan intempestivo sin un motivo verdadero de peso. Que ese esfuerzo sobrehumano se vea recompensado con algo que justifique tamaña gesta.

Habíamos perdido ya la práctica de lo que implicaba volver de fiesta y pocas horas después ir a un concierto. Podría decirse que hubo una conjunción de los astros en diversos aspectos. Un cartel potente de esos de volarte hasta la peluca, por mucha resaca que uno tenga, y un ambientazo que hacía aquello parecer más un sábado por la noche. La cantidad de conocidos por metro cuadrado daba entender que era una de esas citas que muchos habían apuntado en el calendario tiempo ha.


Un lleno absoluto trastocó el habitual ajetreo dominical de la zona de Bolueta. A los visitantes del mercadillo que se monta por ahí, hubo que sumar una nutrida multitud que convirtió un lugar antaño inhóspito en un punto realmente concurrido y con un calor asfixiante digno del infierno. Bueno, nadie dijo que esto fuera a ser fácil. A sudar la gota gorda.

Quizás esto último fuera el causante de que la peña anduviera casi como las vacas al pasar el tren cuando abrieron el mañaneo canalla Desorden, con su espectacular vocalista quedándose una vez más con el respetable, a los que incluso retó diciendo: “Podéis subir y chuparnos”. Y por supuesto no dudó en hacer sangre con el predominio de veteranos en el garito: “La media de edad es de 45”. Un rapapolvo que no le impidió bajar luego para desparramar entre los fieles con tanta intensidad que casi derrapó por el ya entonces resbaladizo suelo.

Desorden retando al personal.
Con el batería imprimiendo carácter allá por el fondo, Iratxe demostró que es una grande de la escena hasta un domingo al mediodía, un puro torbellino de descontrol ante el que el paisanaje apenas se inmutaba, lo que había que ver. La temperatura hervidero es evidente que hizo mella en los ánimos y los que no se quedaron abajo echando el cigarro, permanecieron impávidos cual gatos de escayola. Un detalle que llamó la atención de la voceras, que no tiene pinta de callarse las cosas, y exigió “actitud” porque “luego la pedís”. Toda la razón. Su versión euskérica del “We Are All We Have” de The Casualties y el “Todo por nada” de M.C.D. certificaron que la energía descomunal donde no faltaba era encima del escenario. A contracorriente.

Y como si de repente hubieran colocado un reloj alarma de proporciones gigantescas, a la señal de Rat-Zinger la parroquia despertó casi al unísono. Y no era para menos con “Dios salve a Ronnie Biggs” y “Santa Calavera”, dos trallazos directos a la yugular para levantar a cualquiera del sitio, reconstituyentes de efecto inmediato. “Apártate” y “Uno de los nuestros” siguieron incrementando la atmósfera asfixiante del lugar, porque contemplar aquello como si fuera un concierto de flauta y violín no se aceptaba como opción. A dejarse las cervicales.


Como ya hemos dicho en anteriores crónicas, los bilbaínos se encuentran ahora en un estado de forma espectacular y si no están dando los mejores bolos de su trayectoria, poco les falta. Sin pausas ni zarandajas, pasan de “Tú serás nuestro dios” a “No habrá piedad para nadie” con un sonido apabullante al ritmo de la locomotora que marca a la batera Xabier del Val, esto sí que era desde luego un viaje al infierno.

“Dicen que soy” pilló a Fabi de Penadas por la Ley volando entre la muchedumbre, y antes de arremeter con “Golpeando al hombre muerto”, Podri dijo que “da igual nación, da igual país” en uno de los pocos instantes en los que se permitió abrir la boca. Qué gustazo disfrutar de bolos que van seguidos como el pasodoble, sin palabras vacías y sin aflojar ni un momento el pistón. El equivalente musical a un chupito de whisky, absenta o cualquier brebaje contundente.


Y en plena progresión ascendente, Podri preguntó: “¿Quién de vosotros va a cumplir condena?”. Quedaba claro que lo que tocaba era observar la “L.E.Y.” y luego fustigarse a los sones de “Amén”, previamente a emprender un viaje al mundo subterráneo y gritar “Larga vida al infierno”. “Ya sabéis que nosotros funcionamos bajo presión”, advirtió el voceras, pese a que para entonces ya había un fiestón tremendo en la sala, que casi iba unido al calor irrespirable. El que no se movía seguramente sería por efecto de esto último.

“Tu pasajero” por el tono siniestro y el mismo título ya evoca a Parálisis Permanente antes de entregarse a confesiones ya consabidas como “Soy un Kalashnikov”. Y otra pregunta esperada entre la congregación era lo de “¿Cuántos hijos de perra han venido hoy?”. Obviamente muchos, porque las entradas andaban agotadas. El ambiente propicio para afrontar el dilema existencial de “¿Tenéis Speed?” a toda leche, sin mirar atrás.


La recta final no defraudó lo más mínimo ni permitió ni un segundo el aburrimiento. Si algo se puede extraer del modo en que afrontan los bolos Rat- Zinger, es que deben estar compuestos de una pasta especial que les hace “Indestructibles”. De hormigón puro. La estirpe de los que quemaron a sus líderes.

“¡Arriba esas cacharras!”, arengó Podri a una tropa que parecía infatigable al desaliento. La munición preparada para descerrajar “9 mm” entre ceja y ceja a cualquier descerebrado que después de semejante bolazo piense que el punk o el rock n’ roll andan de capa caída o una monserga similar. Un magisterio inapelable.

Como decíamos al principio, mucha envergadura tiene que poseer un evento para sacarnos de la cama un domingo al mediodía. Pero este vermú infernal para hijos de perra reunía todas las características para ello, con un ambientazo impresionante y dos bandas dejándose la piel en las tablas como si se tratara de un sábado por la noche. Hemos comulgado por una buena temporada.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
                                                     


miércoles, 12 de junio de 2019

ZOÉ: EL SONIDO DEL ESPACIO


Sala Santana 27, Bilbao

Todos hemos pasado una época de esas en la que te da por escuchar un grupo o una canción en bucle, así en plan vuelta y vuelta. Es como si de repente no existiera ninguna otra cosa en el mundo y uno solo viviera para reproducir esa insana obsesión cada día. Un comportamiento anómalo que tal vez esconda a partes iguales cierto desequilibrio, así como melomanía en estado puro, una suerte de enamoramiento transitorio, pero de la música. Canciones o notas que te elevan de inmediato por encima de los mortales.

Pues de esta guisa pasamos una temporada con los mexicanos Zoé, a los que veíamos como unos émulos aztecas de Muse o Radiohead, pese a que más bien suponían el equivalente en su país a esa escena indie patria en la que incluiríamos nombres como Dorian, Love of Lesbian y demás. No resulta baladí que en su recopilatorio del 2010 aparezcan colaboraciones con Anni B Sweet o Vetusta Morla, entre otros artistas de un rollo similar.


Con la vista puesta en los recordados Caifanes, estos oriundos de Cuernavaca fueron escalando posiciones hasta alcanzar la popularidad extrema de la banda de Saúl Hernández y convertirse en una piedra angular del sonido de su tierra, unos representantes absolutos de una desprejuiciada vanguardia que no reivindicaba el rock en español, tampoco sus raíces folklóricas y parecía no mostrar el menor interés por la situación política del país. Sus letras enseguida revelaban que sus preocupaciones no eran para nada terrenales y que se encontraban más bien en universos o dimensiones paralelas. La enormidad del espacio.

Casi de viaje sideral pudo resultar ese parón de cinco años que sucedió entre ‘Prográmaton’ y ‘Aztlán’, su último disco, un intervalo similar que ya experimentaron después de ‘Reptilectric’ y que sirvió al vocalista León Larregui para desarrollar una carrera en solitario con dos álbumes editados. Quizás en estos prolongados descansos resida la explicación de que su paso por la capital vizcaína apenas se sintiera con una sala a medio gas en cuanto a asistencia y con abrumadora mayoría de fieles latinoamericanos. Al otro lado del charco desde luego que son profetas.

Film Noir, desenterrando la cold wave.
Abrieron la velada los ignotos Film Noir, una formación que bajo un nombre tan sibarita ejecutaba un indie rock con destellos shoegaze que tenía su punto aunque no inventaran la rueda. Sus bases programadas y su rollo franchute recordaba sobremanera a cualquier combo cold wave de los ochenta, en esa senda iban asimismo las pintas de su vocalista con botas militares y ropa de hacer aerobic. Muchos les aplaudieron, para pasar un breve rato, ni tan mal.

Y con el ánimo dirigido a los originarios de ultramar, Zoé salieron a escena entre el ritmo animado del “Cuidadito” de María Victoria, todo un emblema de la canción tradicional mexicana que a los de fuera por lo menos nos parecía bastante gracioso. Los más objetivos tampoco entendimos demasiado el griterío que se montó cuando irrumpió el carismático León Larregui con aspecto de intelectual de los años 60.

Dieron cancha en un inicio a su material más reciente, algo que a nosotros no nos entusiasmó, aunque las letras se corearan a pleno pulmón. Por ese motivo, el repertorio nos resultó un tanto pobre y anodino al comienzo, sobre todo si nos daba por pensar en la cantidad de temazos que se estaban dejando por el camino. “Nada” rompió esa dinámica monótona, a la par que incrementó las ganas de desparramar del personal, que ya eran elevadas de por sí, y “Poli” siguió en esa senda, a pesar de que incorporaran cierto aire country. “Una ranchera”, en opinión del vocalista.


Regresaron de nuevo a las piezas reposadas y hubo que luchar a veces para no dormirse de pie. Ni siquiera un corte con un título tan prometedor como “Fin de semana” valió para sacarnos del sopor. “Para esta canción, relájense”, advirtió León. ¿Más todavía?

“Vía Láctea” siempre nos resultó de lo mejor que han compuesto nunca por su inspirada letra espacial y su halo Joy Division, así que probablemente destacaríamos ese momento como de las cúspides de la velada. La peña se emocionó tanto que hasta lanzaron al escenario lo que parecía un móvil, que el voceras devolvió casi inmediatamente con exquisita educación. El frontman se hizo querer y no dudó en contarnos una historieta sobre su apellido de origen vasco, en concreto de un pueblo de Navarra, y preguntó a la concurrencia si esa zona de la península también se consideraba el País Vasco. La respuesta mayoritaria fue que sí, aunque suponemos que no tendrían en cuenta que algunos nacen donde quieren.


De su último lanzamiento destacaríamos “Hielo”, por su ambiente ochentero y con un estribillo reminiscente del mítico “(I Just) Died In Your Arms Tonight” de Cutting Crew, uno de nuestros temas preferidos de la década de los cardados y las hombreras. Y no debería caer en saco roto el prodigioso estado actual de la garganta de Larregui, que borda cada pieza igual que si las escucháramos en estudio. Otra cosa es ya que uno simpatice o no con su selección en directo.

En los bises se recrearon en un inicio en las atmósferas siderales antes de sumergirse en “Oropel” y rememorar “ritmos de Radio Futura”, en palabras de su cantante. Un corte que gana enteros en las distancias cortas con una interpretación magistral de León. Y “No me destruyas” propició que el voceras bajara las escaleras para acercarse a los fieles, con el sector femenino a punto de caramelo. Una oportunidad que aprovechó para derretir corazones arrancándose con “Paula” a capella.


Sin desviarse de ese camino, “Soñé” continuó conectando con la concurrencia por su rollo bailongo y esas guitarras en plan ‘Achtung Baby’ de U2. León dijo que había sido una noche “sorprendente”, quizás por el delirio de la afición, y lanzó vivas a España, a Latinoamérica y al rock antes de fundirse en el arrebato hippie psicodélico “Love”. La sombra de los Beatles en lontananza.

Pues al final fue un bolo aceptable, pese a un repertorio bastante mejorable en el que se echaron de menos “Dead” o “Deja te conecto”, entre muchas otras que podrían haber aportado variedad a tanto tema reposado. Eso sí, la profesionalidad de la banda sigue intachable y no conviene olvidar que en su país han adquirido tal envergadura que hasta se utiliza el término “Generación Zoé” para denominar a esos jóvenes a los que no les interesa la política y prefieren vivir el día a día. El “no future” o “carpe diem”, como lo llamaban antes. El sonido del espacio.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA