viernes, 31 de mayo de 2019

SUZIO 13 + DESORDEN: LOS BESTIAS Y LA CHICA DINAMITA


Pub Mendigo, Barakaldo

Que el concepto de lo que es el punk ha variado sustancialmente en los últimos tiempos es un hecho incontestable. Es evidente que lo que antaño escandalizaba hoy en día quizás solo consiga arquear un poco las cejas, como mucho. Basta escuchar las letras de canciones de Eskorbuto o M.C.D., por ejemplo, para darse cuenta de lo que ha cambiado nuestra escala de valores. A nadie se le ocurriría cantar en la actualidad temas tipo “Puta cerda”, por mucho que en realidad el postureo no entienda de sexos, ni tampoco estrofas que digan cosas como “violamos nenas”, que era lo que se soltaba con bastante ironía y macarrismo en “Las más macabras de las vidas”.

El pensamiento políticamente correcto se ha introducido en diversos aspectos cotidianos con la misma facilidad con la que el PSOE gana elecciones sin ser de izquierdas. Pero si algo ha permanecido inmutable al margen de modas pasajeras es esa cualidad inefable que distingue a un grupo que de verdad rompe la pana de todos los demás imitadores del montón olvidados a los cinco segundos. El directo sigue siendo el termómetro infalible que otorga cátedra a quien la merece y relega a la oscuridad a los incapaces de exhibir una personalidad propia.

Desorden, en pleno éxtasis.
 Pese a que esa noche el Mendigo tampoco anduviera a reventar de peña, como lo hemos visto en otras ocasiones, lo que allí sucedió fue realmente especial y digno de cualquier evento de alto copete. Porque al igual que no son necesarias las aglomeraciones para pasárselo bien, las descargas apabullantes pueden acontecer sin problemas en la más absoluta intimidad. Afortunados y hasta bendecidos deberían sentirse todos aquellos que vivieron esa noche histórica en primera persona.

Nos habían hablado muy bien de los portugalujos Desorden, pero todavía por un motivo u otro no habíamos logrado coincidir con ellos. Ya nos lo advirtió anteriormente el avezado Pepe Bombs: “Vas a flipar”. Y la profecía se cumplió al milímetro, porque hacía eones que no veíamos sobre las tablas una banda con tanta energía descomunal. Gran parte de la culpa la tiene su espectacular frontwoman Iratxe, que parece beber de golpe de chalados como Iggy Pop o la Patti Smith que se lanzaba sobre el respetable desde las alturas. Una chica dinamita que se queda en sujetador a la primera de cambio y se sumerge en convulsiones como si estuviera poseída. Y tal vez eso sea cierto, pero en su cuerpo no manda el Maligno ni ningún espíritu diabólico, sino el puro amor a la música. Autenticidad por los cuatro costados.

 Sin restar méritos al resto de miembros, que también se lo curran bastante, en especial el batera Txilo, ni los pildorazos adrenalínicos que se marcan, la carismática voceras ha nacido sin duda para subirse a un escenario, pues no se corta a la hora de provocar al público, por ejemplo, aludiendo a la casi mediana edad de los asistentes y hasta incitando al desmadre diciendo “¡A ver si sois jóvenes ahora!” antes de ponerse a ras de suelo a montar pogos. Perderse aunque fuera un solo segundo de su bolo se antojaba un error mayúsculo y para terminar de epatar a la peña se cascaron una tremenda versión en euskera del “We Are All We Have” de The Casualties y el “Todo por nada” de M.C.D junto a sus compis madrileños de la velada. Dioses.

Después de semejante descarga, había que poseer un arrojo encomiable para irrumpir en escena y eso hicieron Suzio 13 a toda leche con “Atraco” y “No vuelvas”. Rock n’ roll macarra y no más, eso es todo, aquí no cabría esperar espectáculos visuales del copón ni nada de eso. La atención la acaparaban por completo esos temazos enlazados uno detrás de otro sin pausas ni marear la perdiz que valga, con picos estratosféricos como el “Bestia, bestia” de Ilegales, que les sienta cual guante por su rollo combativo. “¡Lo que somos!”, dijeron al final, por si a alguno le quedaba la duda.
Suzio 13, apelando a las entrañas.
 Y necesitaron asimismo que les echaran “un cable”, literalmente, por problemas de sonido, pero una vez subsanado el inconveniente, pisaron a fondo con “IV Reich”, una pieza que cobra mayor relevancia que nunca con la extrema derecha ya en las instituciones. Para no ser menos europeos. Y en tales épocas de tinieblas es necesario hacer piña en plan hermandad, como sugiere “Nunca caminarás solo”. Toca resistir golpes, nunca poner la otra mejilla, sino devolverla más fuerte, porque por algo los del foro dicen que somos “Indestructibles”. Y los fans que se agolpaban por las primeras filas también.

Su ideario es muy fácil de entender, nos lo explicaron de la siguiente manera: “Hay dos maneras de hacer las cosas, normal o a lo Suzio 13”. “Quiero volver” demostró que la peña estaba más por la segunda opción que por la primera, con más pogos provocados por la vocalista de Desorden, pero esta vez desde abajo, como una más. Dijeron que les habían pisado el tema, pero que la iban a tocar otra vez, se referían por supuesto al “Todo por nada” de M.C.D., un himno total que no importaría repetir, ni tampoco que se transformara en un bucle infinito.


Las ganas de fiestón ya se habían desatado, y para eso nada mejor que el aire yé-yé de “Joven rebelde” antes de fundirse en esa suerte de swing macarra llamado “Ha salido el sol”, que en directo ganaría muchísimo con una sección de vientos en condiciones. Pero si algo invita a moverse a los fieles aunque no quieran, eso es el “Wrong’Em Boyo” de The Clash, otro ejemplo de hermandad y camaradería. El ska nunca nos tiró demasiado, aunque admitimos su condición de arma infalible contra el amuermamiento.

Apelaron de nuevo a la unidad con “Redskins”, otra corte que con trompetas sería tremendo. Y para acabar de desatar el vendaval recurrieron al “Autosuficiencia” de Parálisis Permanente, icono fundamental del siniestrismo patrio y con potencial más que constatado para poner patas arriba cualquier garito. Extasiados por completo.

Si lo de Desorden fue algo incontestablemente de lo mejor que hemos visto en directo en los últimos meses, Suzio 13 no aflojaron lo más mínimo el pistón y ofrecieron otro bolo diferente, no tan de sentimientos primarios, sino más de apelar a las agallas. Pulsión animal frente a corazón caliente. Ambas cualidades son igual de válidas. El cuento de los bestias y la chica dinamita.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



jueves, 30 de mayo de 2019

FEE REEGA: DE ASTURIAS, ALEMANIA


Hika Ateneo, Bilbao

Pocas cosas existen más horripilantes que la gente catalogada de normal. Ya cantaba Morrissey que en realidad ese concepto no existe, pues se trata de un término que depende de algo totalmente subjetivo y que puede variar por completo de una persona a otra. Es aquella lucha encarnizada contra el mundo exterior que encarnaba el yo romántico del siglo XIX, una exaltación plena de los sentimientos con el ímpetu de una revolución. La búsqueda de la libertad en todos los ámbitos.

Quizás esto último llevara a la cantautora alemana Fee Reega a refugiarse primero en Berlín y luego en Asturias, patria de letristas excelsos como Nacho Vegas o Jorge de Ilegales y de autores subversivos contemporáneos como Pablo Und Destruktion. Una estación a la que llegó tras enamorarse de nuestro país gracias a la ya mítica beca Erasmus y liarse tanto la manta a la cabeza que acabó dejando sus estudios de literatura rusa para dedicarse a escribir y dar conciertos. El destino de todo bohemio.


Porque estamos hablando de una persona de esas que sueña despierta e incluso inventa palabras, un espíritu que recoge su último disco ‘Sonambulancia’ desde el mismo título y que a pesar de que se editó en 2017 todavía sigue presentando. Precisamente una de las fechas finales de la gira recaló en el Hika Ateneo de la capital vizcaína, lugar emblemático en lo que respecta al arte alternativo y en cuyas paredes uno puede leer hasta párrafos de obras de Karl Marx, entre otros textos de marcada tradición obrerista o feminista. Un altar al enriquecimiento interior.

En este contexto se presentó Fee Reega con una discreta banda tan campechana que hasta su bajista salió a tocar en zapatillas de casa, literalmente. Fiel a su doctrina maldita, comenzó de primeras hablando de alcohol, en concreto de “Tequila”, las cosas importantes de verdad. Y luego no tardó en acordarse del papeo con “Tú cocina”, dedicada a los que iban a agasajarla gastronómicamente más tarde. Cubriendo los aspectos básicos para la supervivencia.


La chatarrería fantasmagórica de Nick Cave hizo acto de presencia en “Niebla”, tal vez de los temas más rockeros de su material reciente. Pero en un concierto suyo no se suelen seguir las normas convencionales, prima el surrealismo, por lo que después del subidón eléctrico vino un remanso de paz con “La raptora”. Un arrebato onírico para rumiar desesperación a los que ya nos tiene acostumbrados.

La última vez que vimos a esta chica por el norte fue a escasos metros de allí, en el barrio de Bilbao La Vieja, en un escenario en medio de la calle y recordamos todavía su tremendo desparpajo y cómo se quedó con la peña con las anécdotas y chistes varios que contaba. En esta ocasión se mostró mucho más distante y concentrada en lo suyo, lo cual favoreció esa vertiente hipnótica de muchas de sus canciones. No renunció empero al poso noctívago que preside “La noche cae”, no en vano podría considerarse ‘Sonambulancia’ una especie de homenaje a la noche. Para caer rendido.


A pesar de su seriedad inicial, hubo también espacio para alguna coña, como cuando agradeció al respetable, eminentemente femenino y militante, por “hacer uhhh”. No sabemos si será fingido o real, pero esa dicotomía suya entre dulzura y bordería podría desarmar a cualquiera. Y en toda sesión decadente hay que hablar de suicidios, algo que justificó porque estábamos a las puertas del fin de semana. Hacerlo un domingo habría supuesto un grave crimen contra la humanidad.

“El hombre que fuma heroína” es una de sus piezas que podríamos llamar clásicas y que en realidad surgió de una frase que le dijo el que fuera su pareja, Pablo Und Destruktion. Ahí notamos esos vestigios de acento germánico que todavía permanecen revoloteando por ahí. De hecho, en alguna entrevista ha contado que cuando estaba empezando su carrera y cantaba en alemán la gente de su país natal se tomaba demasiado en serio sus canciones, mientras que cuando le dio por traducirlas al castellano, la peña de aquí se partía. Cuestión de humor.


Y volvió a cortar ese venirse arriba con “Cueva”, que trata de esas cavidades subterráneas presentes por doquier en su comunidad de adopción, Asturias. Una afición que también debía compartir con el visceral Pablo Und Destruktion, que ya ha dado algún concierto en alguna caverna. Y “20 multas en un día” regresa al mundo terrenal con una historia basada en “un amigo gallego” al que le pasó lo que cuenta en la letra. “Necesitamos la velocidad”, se justificó en un arrebato de sinceridad.

Para los bises se reservó algo de transgresión con “Lolito”, un tema nuevo que todavía no está editado, si no me equivoco, y que además comparte título con una interesante novela de Ben Brooks, autor de reciente hornada elogiado por el mismísimo Nick Cave. Y en “Varsovia, la ciudad” confesó ser “una loba”, otra pieza inmensa de las mejores de su trayectoria por su profunda desesperación y fuerza poética. Retrato de una vida bohemia.

Pues resultó un recital muy hipnótico de una artista que nunca deja indiferente y que constata el hecho de que las patrias y los países son una construcción completamente arbitraria y artificial. Berlín, Madrid o Gijón. Al final, es lo mismo. Lo que predomina es el espíritu decadente, el malditismo no entiende de semejantes zarandajas. Y así cuando alguien te pregunte de dónde eres, poder responder con la mayor naturalidad del mundo: “De Asturias, Alemania”.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


miércoles, 29 de mayo de 2019

POP VASCO vs CANCIÓN MELÓDICA AÑOS 70: ESAS TONADILLAS DE ANTES


Teatro Arriaga, Bilbao

El mundo de la música se halla repleto de lo que los anglosajones llaman “guilty pleasures”, es decir, todos aquellos gustos inconfesables cuya revelación implicaría convertirse casi en un apestado social en determinados círculos. Ahora las fronteras entre géneros se han tornado bastante difusas y no tenemos la cerrazón de antaño, pero todavía quedan compartimentos estancos que en tiempos de aparente progresía desbordante siguen vinculados a adjetivos como “casposo”, “carca”, o directamente el siempre socorrido “fascista”, basta que a uno le gusten los toros para que se le aplique de inmediato ese cordón sanitario.

Si existe un estilo denostado hasta la extenuación por la juventud y los progres de postín, ese sería el terreno de la canción melodramática, esas piezas grandilocuentes que probablemente contaban con el beneplácito de nuestros progenitores y que marcaban la diferencia entre el mundo moderno y lo viejo, lo vetusto, eso que debe esconderse debajo de la alfombra, que estamos en el 2019, joder. Pero las modas ya se sabe que son tan cambiantes que lo que ayer se odiaba, hoy se venera con la fidelidad más absoluta. Y si no, que se lo digan a Raphael, que hace no demasiado se convirtió en uno de los cabezas de cartel del Sonorama, el festival indie patrio por excelencia. Vivir para ver.

Ornamento y Delito junto a La Bien Querida.
 Con ese espíritu aperturista de reivindicación sin complejos se montó una nueva sesión del ciclo Izar & Star alejada del universo rock y dedicada a la canción melódica de los 70, esto es, Julio Iglesias, Mocedades, Nino Bravo y demás. Con un par. Pese a que fuera una propuesta tan original, lo cierto es que tampoco puede afirmarse que el recinto estuviera a reventar, un patio de butacas concurrido, algunos sitios por el palco y muchísimos huecos libres por ahí restaron calidez a una cita donde la emoción debería haberse elevado a la estratosfera.

Abrieron la sesión pollavieja los guipuzcoanos Frank recordando al coloso Nino Bravo con himnos tan mayúsculos como “América” o “Puerta del amor”, una ardua empresa que quizás les sentara demasiado grande, aunque su vocalista femenina no lo hizo nada mal. Pero seamos serios, afrontar con dignidad “Un beso y una flor” no es algo al alcance de la mayoría de mortales, por lo que cualquier comparación se queda fácilmente en agua de borrajas. Incorporaron aires fronterizos, cierto poso rockero y ni por esas alcanzaron la desbordante intensidad dramática de las piezas del valenciano. Un traje enorme.

Frank, tratando de ensanchar las costuras.
Valga a modo de aclaración que Julio Iglesias siempre nos pareció infumable desde cualquier punto de vista, por lo que ya íbamos predispuesto negativamente acerca de lo que podrían extraer McEnroe de un repertorio tan poco agraciado en nuestra opinión. Consiguieron, eso sí, insuflar aires diferentes a clásicos como “La carretera”, la confesional “Un hombre solo” o la empalagosa “Me olvidé de vivir”. El vocalista Ricardo Lezón, con su habitual gorra, tiró de atril, lo que restó espontaneidad, y admitió que el cancionero escogido era “más difícil” de lo que parecía. Los fans de su banda madre ya saben de sobra que en un registro atormentado es un intérprete fuera de lo común, y aquí volvió a echar mano de los galones en “La vida sigue igual”, donde hasta soltó un “oh yeah” como nuestro Julito. Salvaron los muebles.

En un momento de la velada G.G. Quintanilla de Ornamento y Delito reconoció que gracias a Javier Corcobado muchos se habían acercado al ámbito de la canción melodramática, entre ellos un servidor, todavía recordamos una charla con el otrora líder de Mar Otra Vez en la que nos confesó que lo que más le gustaba era ese género y “el ruido”. Por lo tanto, este icono del malditismo es un auténtico profesional en esas lides, a sus fieles les vendrá de inmediato a la cabeza los dos volúmenes de sus ‘Boleros enfermos de amor’ o las numerosas versiones tradicionales que sazonan su trayectoria, como esa inmensa “Amigo” de Roberto Carlos a la que otorga un desbordante ímpetu.

Javier Corcobado, eterno crooner patrio.
El denominado duque del ruido fue el triunfador absoluto de la noche, por su profesionalidad total y su desbordante chorro de voz que dejó al resto de oficiantes a la altura del betún. Y además fue el único, junto con Francis, que se tomó la molestia de aprenderse las canciones para no utilizar atril, detalle feo donde los haya y que denota un pasotismo total respecto al repertorio escogido. Nada de eso sucedió en su tiempo en escena, emuló al estratosférico Raphael en “Te estoy queriendo tanto”, derrochó miseria para regalar en “Ella ya me olvidó” y para rematar recuperó el “Getsemaní” de “Jesucristo Superstar” vía Camilo Sesto. Enorme, pateó culos.

Y todo un acto de temeridad parecía la intención de Ornamento y Delito junto a La Bien Querida de ocuparse de Mocedades, “el grupo bilbaíno más internacional”, en sus propias palabras. Un traje que tal vez volvió a quedar grande a los oficiantes, pese a que destacó la alternancia de voz masculina y femenina, con una de las protagonistas de la actuación vestida completamente de blanco. Los atriles volvieron a restar espontaneidad mientras trataban de llevar a su terreno ruidoso melodías impagables como “Secretaria” o “Los amantes”, aunque con resultados más bien discretos, no fue para nada el sumun que algunos vaticinaban, ni siquiera la parroquial “Eres tú” con la colaboración del coloso Javier Corcobado. Aceptable tirando a irregular.

Francis de Doctor Deseo ayudando a Ornamento y Delito.
Y por último, el concurso de Francis de Doctor Deseo añadió algo de lustre a la gala apelando a algo tan tradicional como “Amor de hombre” antes de que les saliera la vena moderna y fundieran todo aquello en un mar de acoples y reverberaciones que seguramente espantaría a los espectadores más veteranos. Mocedades deconstruido.

Pues el conjunto en general resultó un tanto desigual, con picos y valles y un rotundo ganador como Javier Corcobado, un experto en la materia que lleva décadas interpretando cosas de canción melódica  en sus conciertos. Eso sí, aplausos mil ya solo a la iniciativa de rendir tributo a esas tonadillas de antes que cantaban los señores mayores o gente que no vincularíamos ni de coña al rock. Una pura provocación hoy en día.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


martes, 28 de mayo de 2019

PONCHO K: BEBEDOR DE METRALLA


Sala Azkena, Bilbao

Frente a grupos con los que uno coincide casi cada dos por tres y se puede incluso acabar harto de tanto capricho del azar, existen otros que casi debe producirse cierta conjunción de los astros para acudir a un bolo suyo. Unas circunstancias que obedecen a que o bien no se prodigan mucho por estos lares o tal vez otros compromisos más apremiantes nos impiden acudir justo ese día, algo cada vez más frecuente con la bulliciosa actividad en directo de la capital vizcaína. Quién nos lo iba a decir hace unos años cuando había que marcarse un kilometraje considerable para disfrutar de espectáculos de estas características.

El irreverente cantautor sevillano Poncho K no ha escatimado en visitas al botxo a lo largo de los últimos años y en algunas giras como la de su séptimo redondo ‘11 palos’ hasta se ha permitido el lujo de acudir en dos ocasiones, si no se nos escapa ninguna otra entremedias. Y eso solo puede indicar que su propuesta sigue gozando del interés del público, por mucho que como cualquier artista tenga también repartidos por la península sus bastiones fuertes, así como terrenos más áridos. Se siembra por diversos lugares y luego ya recogeremos los frutos. 


Imagino que el norte no debe ser una de esas plazas en las que llena sin proponérselo, llevábamos tiempo sin verle en directo, pero no nos sonaba que gozara por estos lares de un predicamento desmedido. Bajo tales expectativas, no nos sorprendió demasiado que la sala Azkena no anduviera a reventar, aunque al final del show se pudo constatar por ahí una afluencia bastante respetable, habida cuenta de las múltiples posibilidades que ofrecía la jornada y de importantes citas a escasos metros de allí mismamente.

Eso de aparecer sin anunciarse previamente debía de ser una especie de tradición no escrita, por lo que nos dijo el vocalista de Desidia, unos barakaldeses muy competentes que le daban al rock urbano con toques de punk visceral tipo Eskorbuto o Subversión X. Muy compenetrados y con temazos que enganchaban por sus letras nihilistas como “1.000 batallas” o “Puñales” se antojaron un entremés más que razonable, por mucho que no se les esperara. Deberían darse más a conocer, todo un grupazo en las distancias cortas.

Desidia y su rock urbano con efluvios viscerales.
Que la actitud es uno de los valores que más habría que tener en cuenta a la hora de valorar un bolo, quedó demostrado cuando salió Poncho K y empezó a enlazar pieza tras pieza sin aflojar lo más mínimo. Pese a que en un inicio “Er Tío Der Saco” valió para prender la lumbre, no fue hasta “El gallo de la veleta” cuando desató la vena guitarrera a tope, realzada además por un sonido realmente contundente que permitía apreciar el poso poético de sus letras. Y desde luego que merecía la pena prestar atención a ambas cosas.

“Los carniceros” reivindicó su material más reciente, con una épica parte final recitando en plan profeta y la peña gritando “y sudor”. El ambiente subió un par de escalones por lo menos con “Punki gitano”, que tal vez sea puro Extremoduro por los cuatro costados, pero eso no le quita su adquirida condición de clásico a estas alturas de su trayectoria. Algo que se confirmó por la desmedida reacción que provocó en el personal y por una interpretación magistral que se convirtió en uno de los picos de la velada. “Olé, esos punkis”, dijo el sevillano a modo de agradecimiento.


Bordeó el hard rock en la espectacular intro de “Así me lo invento”, a la par que seguía epatando con sus versos, en especial en ese alegato final contra el tiempo en el que el voceras volvió a tornarse mesiánico. Y en “No me sale del coño” puso de relieve su faceta más anárquica, la de hacer lo que a uno le salga de las mismísimas partes, sin atender a estilos, corrientes o modas pasajeras. El santo y seña de un artista inclasificable.

Habría que relajar ánimos en algún momento y eso tocó cuando el líder Alfonso sacó guitarra española para arrancarse con “Laureles” y “Magia pura”, que cierra su último trabajo en estudio, por cierto. A nosotros su vertiente flamenca tampoco es que nos entusiasme en exceso, pero entendemos por completo la necesidad de aprovechar algún rato para echar el freno. No tardó en recuperar ímpetu con “El último sol” o “Arrebatos de primavera”, y aunque suponemos que esto tiene más que ver con gustos personales, habríamos prescindido sin problemas de la infantiloide “Manolito Caramierda”. Cuestión de opiniones.


Otro de los instantes álgidos de la noche llegó con la punkarra “Mentiras de sal”, en la que sigue tapándose la nariz para emular la voz de Evaristo de la versión original. “Te quiero, pissshha”, se escuchó por ahí, que no falte el gracejo andaluz, da igual que sea impostado. Y si ‘Cantes Valientes’ implicó un punto destacado en la carrera del sevillano, no menos cierto resulta señalar que cabría aplicar una categoría similar a ‘Una historia con las manos’ y a cortes como el homónimo y “Amor a cuentagotas”, dos testimonios de que dicho álbum no ha caído en saco roto.

Por si no lo había demostrado antes, la confianza absoluta en lo más reciente se confirmó con “Al trote”, un corte muy digno, pese a que tan privilegiada posición para ir despidiendo un concierto pudiera ser discutible. Y lo mismo aplicaríamos a “De sereno”, ideal para despertar a la parroquia, a pesar de que su halo verbenero nos produzca cierto repelús. Pero bueno, en bolos de Poncho K está permitido despertar el perroflauta  que uno lleva en su interior. No pasa nada.


Y así de un plumazo encendieron las luces y sonó por el garito “El roce de tu cuerpo” de Platero y Tú, un himno, vale, pero no era lo que esperaban los fieles, que seguían pidiendo bises a pleno pulmón. En esas circunstancias, la decencia aconsejaría corresponder al respetable, aunque las razones por las que un artista ni siquiera se inmuta ante tales gestos pueden obedecer a múltiples causas.

Digamos en su defensa que fue un recital realmente vertiginoso en el que se tocó todo de un tirón, sin apenas pausas ni marear la perdiz. Un bebedor de metralla capaz todavía de escupir munición que impacte en lo más hondo del corazón y que al tipo no se le suba lo más mínimo a la cabeza. Como tú.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA