martes, 18 de junio de 2019

SAMANA: LA REVOLUCIÓN DEL SILENCIO


Muelle, Bilbao

Vivimos en un tiempo en el que los decibelios desmedidos proliferan con demasiada alegría. Y no necesariamente con sonidos agradables al oído que podrían desprenderse de la escucha de música. Uno entra a veces a ciertos lugares y el volumen del personal podría ser el mismo que el de una pescadería en hora punta o incluso remitir a formas más primitivas de comunicación, a un estado salvaje previo a la educación y urbanidad básica. No hablemos ya de las insufribles cotorras concertiles, una peste contemporánea que convendría erradicar mediante cualquier método a nuestro alcance. No demos ideas.

El griterío desmedido se ha instalado con tal naturalidad en la política y diversos aspectos de la existencia que hoy en día lo verdaderamente revolucionario consiste en permanecer en silencio. Callar y otorgar, como se decía antaño. O entornar los ojos con cierta mirada de desprecio y juzgar a la gente, según nos enseñan los memes de las redes sociales. En esta guerra valen todo tipo de armas, desde las rudimentarias hasta las más sofisticadas. Duro y a la cabeza.


Con la voluntad de desafiar este orden establecido, parece haber surgido el dúo Samana desde los valles más recónditos de Gales, donde precisamente tienen su estudio analógico. Un proyecto con vocación interdisciplinar que pretende integrar fotografía, poesía, cine o música en una época con compartimentos cada vez más estancos y donde los tonos grises van camino de ser desterrados de una paleta de opciones cada vez más sectaria.

En un territorio onírico entre Cigarettes After Sex, algo de Kate Bush y la pomposidad etérea de Sigur Rós se mueve esta pareja con ínfulas espirituales que se pasó un año entero recorriendo Europa y plasmó sus experiencias en un minimalista e hipnótico debut, cuya escucha se torna completamente adictiva una vez que uno se mete en su rollo. Un mundo en blanco y negro lejos de las estridencias de la era actual en la que todo se mueve con una rapidez vertiginosa.


Ante un respetable discreto como los que solo se pueden ver entre semana, Samana se limitaron a desgranar su único trabajo con “Harvest” y “The Art Of Revolution”, piezas relajadas que por ello no buscan ni por asomo la comercialidad, sino un efecto mucho más profundo en el alma humana. Acostumbrados a esos falsos valores occidentales que pregonan que toda acción necesita su recompensa, esta suerte de hippies que tocan descalzos van a su rollo por completo, por lo que no nos extrañaría que tuvieran un huerto en el que cultivar sus propios productos y así mandar un corte de mangas al capitalismo o que residieran en una comunidad de esas idílicas tipo Christiania.

Una bendición fue constatar que allí la peña estaba atenta a lo que había que estar, ni una palabra se oía por ahí, solo los tonos melancólicos de Rebecca Rose Harris, que recordaban en ocasiones a la Siouxsie popera o incluso a Anna Calvi. A su lado, su compañero le daba a la guitarra sin desmelenarse demasiado o tocaba el piano como si estuviera en trance, en otra dimensión paralela muy lejana.


El leve ruido shoegaze que de vez en cuando se percibe en estudio, en directo se nota bastante más y les otorga un mayor empaque. Nada de minimalismo en las distancias cortas. Pero probablemente ningún sonido registrado por ellos es casual, una percepción que confirmamos cuando nos dijeron que los silencios que se escuchan en el disco pertenecen a lugares inhóspitos que visitaron durante su periplo europeo. Hablaron en concreto de monumentos históricos que habían estado allí durante miles de años y que si sentíamos algo especial es que lo habíamos “pillado”. Había que activar el modo trascendente.

Los cánticos ululantes casi de sirenas de “Take Me In” nos acunaron en un bucle similar al que uno experimenta cuando está a punto de caer dormido. Una sesión de hipnosis en la que no era necesario mirar a un punto fijamente, sino dejarse enredar por esas melodías sutiles que provocan un efecto idéntico al de susurrar al oído. El final de “De Profundis” reincidió en ese discreto poso ruidista apenas perceptible que cobra su verdadera relevancia a escasos metros.


La actitud de la escasa parroquia era de devoción absoluta, la mayoría sentados en el suelo como si les estuvieran contando un cuento a la luz de la luna. Una cacatúa habría sido molida a palos. “The Sky Holds Our Years” se regodeó en la agonía sin darse demasiada importancia, mientras que “Beneath The Ice” por su aire casi ambient podría entrar sin problemas en una lista de canciones fundamentales para el coito. O para escuchar de madrugada en solitario, en esos momentos en los que la mayoría duerme y vislumbrar la luz encendida de una habitación provoca conjeturas de diverso pelaje.

“The Lightness Of Being” ejerció a modo de transición, una débil línea entre el sueño y la vigilia, antes de recuperar la pieza que abre el disco, esto es, “Before The Flood” y cerrar el círculo de la manera más digna posible. Cualquier cosa añadida a posteriori habría descuadrado por completo el invento.

Que a este dúo hay que pillarle con ganas es evidente, pues uno jamás se los pondría antes de salir de fiesta o en estado sobreexcitado, pero se tornan una alternativa muy saludable para cuando hay curro por hacer y distraerse por la música no se convierte en opción recomendable. Sentir una presencia sin reparar en ella. Una revolución del silencio que va tomando posiciones sin que nos demos cuenta.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA





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