Sala Santana 27, Bilbao
Siempre hace ilusión recuperar espacios de libertad. Lugares abandonados desde hace meses que vuelven a brillar con el calor de la gente y demuestran que en realidad tampoco ha pasado tanto tiempo. Basta volver un poco a las costumbres de antaño para darse cuenta del vertiginoso cambio social que se ha producido en un país incapaz de aprender de sus errores y con la cultura de nuevo en el punto de mira de las autoridades gubernamentales. Pero sin que se note mucho la persecución política, en eso consiste ser “progresista” hoy en día. Hace unos añitos, el cantautor Nacho Vegas ya alertó de esta peste de arribistas e incompetentes supinos popularizando unas camisetas que rezaban “Odio a los progres”. Y cuidado, el que discrepe va directo al cajón de la extrema derecha.
En una época en la que montar conciertos cada vez se asemeja más a hacerlo en pleno franquismo, se agradece que sigan al pie del cañón promotoras como Hey Hey My My y que así se aprovechen las escasas oportunidades para el mundo musical que nos deja esta democracia del 2020. Ya no te llaman cochambre o piojoso como antaño, pero la culpa del descontrol de la pandemia lleva meses atribuyéndose sin base científica ninguna a los mismos. Todavía estamos esperando a que se confirme algún brote en un concierto, mientras que los casos en colegios y otros sitios se multiplican cada día. Simple cuestión de manipulación.
Ganas había por tanto de atravesar la puerta en este regreso a la actividad en la sala Santana 27, por lo que nos sorprendió comprobar que la pista principal se había transformado en una suerte de cabaret con mesas para grupos de varias personas y sillas individuales. Parecía que más que un concierto lo que allí se iba a contemplar era una sesión de monologuistas, pero ese detalle era insignificante comparado con la posibilidad de poder disfrutar de nuevo de bandas subidas a un escenario.
Con los ánimos del personal muy elevados por el sold out registrado en el recinto escasas horas antes, los getxotarras Marban ofrecieron todo un bolazo en el que brillaron tanto sus revisiones de Arctic Monkeys, caso de “Do Me A Favour”, como temas propios del calibre de “Perséfone”, con cierto deje a lo Love Of Lesbian. Muy bien interpretadas estuvieron las piezas de Alex Turner y compañía, pese a que no sea nada sencillo pillarles el punto vocal y lo único que echamos de menos es que no se animaran con algún corte del laureado ‘AM’, quizás uno de los mejores discos de la pasada década. Mucho nivel, para seguirles la pista.
Los getxotarras Marban dieron lustre tanto a Arctic Monkeys como a temas propios. |
A Lukiek a estas alturas les tenemos catados en la mayoría de circunstancias posibles, esto es, en garitos pequeños, recintos medianos, festivales y demás. Y si algo se cumple con milimétrica exactitud es que saben hacer que la peña se divierta, han dado con esa fórmula mágica que otros tardan años, o incluso toda una vida, en encontrar. El poder descomunal de lograr que sus actuaciones no pasen desapercibidas en absoluto.
Para que un trío funcione en las distancias cortas es fundamental que sus integrantes estén compenetrados al cien por cien hasta el punto de que su sonido no se resienta en absoluto. No sería la primera vez en la que vemos brillar formatos minimalistas con mucha más convicción que bandas enteras atragantadas en su barroquismo y pretenciosidad. El guitarra Josu y compañía parecen controlar bastante los tiempos y tal vez por eso ofrecen bolos enérgicos desde el minuto uno, incluso en la complicada tesitura de pandemia, cuando la única interacción permitida es dar palmas.
“Cisne Disney” marcó las coordenadas noventeras por las que se moverían en el terreno musical, un inclasificable territorio entre el rock alternativo y el post punk al que cuesta atribuir referentes inmediatos. Es tal su personalidad que el hecho de que su vocalista y guitarrista Josu sea el compositor principal de Belako se antoja más un hecho anecdótico que otra cosa, pues ambos proyectos poco tienen que ver, a excepción de esa patológica obsesión por la década del grunge y de las camisas de cuadros.
“Ha habido tiempo de hacer cosillas”, nos advirtieron antes de dejar caer alguna novedad que no desentonaba para nada en el conjunto. Pero donde sobresalían era en piezas del debut tipo “Nondik Zatozie” o “Don Gomes” que la peña coreaba como si fueran auténticos himnos. Y quizás no se pueda montar el pogo o la bulla de la vieja normalidad, aunque eso no impide buscar alternativas diferentes de mostrar el afecto, una de ellas fue sentarse y levantarse de las sillas repetidamente. Todo un espectáculo no apto para apalancados.
Por el ímpetu que le echaron a la velada, se notaba que lo de subirse a las tablas lo habían pillado con ganas, en especial el batera, que ofició cual titán aporreando sin descanso, una máquina. Y la simbiosis entre Josu y el bajista era asimismo asombrosa, le ponían tal esmero que recordaban en ocasiones a Biffy Clyro, otros salvajes en directo. Un trípode en el que cada pieza se tornaba imprescindible para mantener la estabilidad.
De lo mejor del recital se antojó “Kontuz!”, post punk ortodoxo vía PIL para deleite de los puristas del género, mientras que el poso Nirvana se disparó en “Bi Polar Eztabaidan”. El entusiasmo del respetable no disminuyó un ápice a lo largo de la cita, la peña comía tanto de su mano que a veces parecía que daba igual lo que tocaran.
La recta final con “Vampiro Zara Orain” y “Automata” confirmó su impresionante poderío escénico y su inefable voluntad de liarla incluso aunque el público tenga que permanecer sentado. No son pocos los que aseguran que ver un concierto en estas condiciones no dista demasiado de un ensayo. Y puede que posean razón en parte, lo cual no quita para reconocer la valía de esos alquimistas capaces de transmitir emociones de esta peculiar manera. Se sentía pura vida desde los asientos.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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