Sala Groove,
Portugalete (Bizkaia)
Determinadas empresas son a fondo perdido. Estamos muy
acostumbrados a realizar cosas solo si existe un beneficio económico o de
cualquier otro tipo de por medio. Es lo suyo en una sociedad mercantilista en
la que eso de hacer algo por amor al arte suena a poco menos que a chaladuras
de bohemios, hippies o parias sociales. La dictadura del materialismo
contemporáneo no deja resquicio a soñadores a los que no les importa jugarse
los cuartos por una buena causa, mártires de la cultura que si hubiera justicia
merecerían una estatua por su contribución al noble acto de pensar por uno
mismo.
Lo cierto es que no resulta demasiado sencillo vender tanto
a medios como a personal de infantería géneros tan sibaritas como el post
black, algo completamente marciano para los que no salen de los tres o cuatro
grupos de siempre, y por el contrario, se antoja pura tralla burra para los
delicados oídos hipster cuya
pretendida pose anticomercial es más postureo que otra cosa. Acudiendo a los
bolos es donde se ve verdaderamente quién es auténtico y quién no y las escenas
por las que apuesta cada uno, que al margen de los gustos de cada cual, todas
son igual de respetables.
Con un cartel jugoso, pero sin grandes nombres que pudieran
funcionar a modo de gancho, esperábamos un hostiazo sin paliativos en términos
de asistencia. Pero a veces el napalm puede esperar y que eventos de este tipo
logren una afluencia más que respetable demuestra que quizás quede por ahí una
brizna de esperanza para la gente con criterio. Y ya si encima el ambiente no
se trata de una inapelable granja de nabos e incluso se ven chicas por ahí
deberían realizarse de inmediato las reverencias pertinentes.
Abrieron la sesión los catalanes Perennial Isolation con un black metal más tradicional, pero con
algún destello experimental. El cantante se presentó con voz amenazante y
parecía que se pasarían de aguerridos, aunque al final se tornaran muy
entretenidos. Repasaron discos como ‘Epiphanies of the Orphaned Light’ con
“Above The Essence” y pese a que su rollo tampoco nos matara, hay que reconocer
que sudaron la camiseta y no nos aburrimos en ningún momento. Decentes.
Perennial Isolation, tradicionales y modernos. |
Lo que tal vez se convirtió en lo mejor de la noche fueron
los sorprendentes Boneflower, que
ejecutaban ese post hardcore tan en boga a lo Viva Belgrado, pero en un formato
mucho más bruto y sin apenas concesiones a la relajación. Sus pintas de
playeros engañaron en un primer lugar, pues en cuanto sonó un acorde comenzaron
a agitarse violentamente cual presas de un ataque epiléptico, mira que hemos
visto a grupos moverse en el escenario, pero como lo de aquella noche casi
nada.
Poseen agallas y actitud para regalar y las composiciones
están muy a la altura con pasajes evocadores a lo Toundra impresionantes. “¡Sois muy majos!”, les gritaban desde
la concurrencia y pensamos que si utilizaran la lengua de Cervantes ganarían en
profundidad, a la par que introducirían otro matiz original, ya que no existen
apenas referencias en ese plan. Con todo, acabaron reivindicando la música “underground” y desgañitándose y botando
tanto como para ponerles una camisa de fuerza. Brutales.
Boneflower en pleno éxtasis |
Los italianos Shores
Of Null no nos convencieron demasiado por el simple hecho de que el gothic
doom nunca entró dentro de nuestros estilos predilectos, no aguantamos la
primera época de Paradise Lost, por lo que si nos ponen una banda en esa línea
y además con toques death, pues no la vamos a apreciar enormemente. Dieron
cuenta de su último plástico ‘Black Drapes For Tomorrow’ con “House Of Cries” o
“Carry On, My Tiny Hope”, que nunca la habían tocado en la presente gira, según
anunciaron. Se nos hicieron pesados por la escasa sintonía que manteníamos con
su propuesta, aunque eso sea ya cuestión de gustos.
Y los cabezas de cartel, los austríacos Harakiri For The Sky mostraron un nivel impecable con una sala
totalmente entregada, toda una proeza teniendo en cuenta que lo suyo está
alejado de cualquier elemento comercial con piezas que casi alcanzan o superan
los diez minutos. Era el caso de la inicial “Calling The Rain”, espoletazo
definitivo para que se comenzara a agitar la cabellera tanto arriba como abajo
del escenario. Quién iba a imaginar que conectaría de aquella manera el
personal.
Harakiri For The Sky, profesionalidad ante todo. |
Clavaron los pasajes atmosféricos y sus cabalgadas
apabullantes venían espoleadas por el ímpetu de un batería colosal. Hubo además
camaradería con el resto de participantes de la velada al subirse con ellos el
cantante de Shores of Null y bastó una señal para que las melenas se movieran
al unísono cual cuadriga romana. La conexión andaba en su punto.
Como único punto negativo, mencionar la actitud un tanto “apática” del vocalista, como apuntó el
colega Santos. Y es que era llamativo ver a los demás miembros moviendo las
greñas como poseídos mientras el voceras aguantaba ahí impertérrito más
preocupado de no despeinarse que de mantener una pose creíble sobre las tablas.
Pero bueno, quizás es que el hombre siempre era así, en ese caso, sería
totalmente injusto culparle por su sosegada manera de ser. Ya estaban los otros
para compensar con creces esa aparente falta de entusiasmo.
Sin apenas dirigirse al respetable, ahí estuvieron dando el
callo alrededor de una hora, reproduciendo al milímetro lo que puede escucharse
en estudio, que se dice pronto, por lo que dudamos enormemente de que saliera
de allí alguien descontento. Eso sí, podrían haberse estirado y hacer unos
bises, por quedar bien, aunque tal vez aquello tampoco esté en su naturaleza,
como lo de dar palmas, soltar parrafadas y otras tomaduras de pelo para perder
tiempo. Cada cual afronta el espectáculo a su manera. Muy profesionales.
Pues hasta aquí dio de sí esta jornada cuádruple con una
peculiar familia en la que teníamos a cada uno de una madre, el más mínimo
parecido entre los oficiantes podría tornarse pura coincidencia. La clave para
no aburrirse y no perder el interés. Recomendado exclusivamente para amantes
del riesgo y abiertos de mente.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
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