Satélite T, Bilbao
Los prejuicios suelen perseguir a menudo a determinados
géneros musicales, ideas preconcebidas que se basan por norma general en el
desconocimiento más absoluto o que se derivan de una imagen superficial dada
por los medios de comunicación. Por ejemplo, al hablar de punk no son pocos los
mojigatos que se imaginan a tipos amargados soltando bilis sobre injusticias
sociales o se creen que en los conciertos todavía se sigue escupiendo a los
artistas, una costumbre desechada ya tiempo ha, probablemente en la misma época
en la que también se dejaron de lucir esvásticas a modo de provocación. La
actual dictadura de lo políticamente correcto por menos ya pondría el grito en
el cielo.
Con los escoceses The Rezillos, la duda siempre estuvo en
saber si eran punk, new wave o en realidad las dos cosas, porque pese a
formarse en 1976 no compartían el nihilismo o la rabia congénita de sus
contemporáneos. Su propuesta era más desenfadada, casi tanto como su vestuario
de colores chillones y ese punto freak con
gustillo por la ciencia-ficción nada común a finales de los setenta. Si otros
provocaban por su aura destructiva, ellos lo hacían por su buenrollismo y su
atrevido estilismo kitsch que
bordeaba lo hortera. Sin complejos.
Apenas un año antes ya habían recalado por estos lares y en
teoría estaba previsto que animaran una vez más la sesión matinal del Rabba
Rabba Hey, pero el temporal que azotaba Escocia les impidió volar, por lo que
tuvieron que cancelar algunas fechas de la gira peninsular y otras
modificarlas. Por fortuna, en el caso de Bilbao, solo se pasó el bolo del
domingo al lunes, algo que agradecimos infinitamente, pues el pensamiento de un
madrugón dominical ya nos provocaba sudores fríos. Casi preferíamos una auténtica
terapia de choque para comenzar la semana.
The Rezillos no
se anduvieron con zarandajas y desde el inicio desplegaron pildorazos festivos
del calibre de “Destination Venus” y “Flying Saucer Attack”, suficientes para
enganchar de un plumazo a los entregados fans que daban color al garito, muy
concurrido para ser un lunes. Al igual que la anterior vez que les vimos, el
guitarrista Jim Brady salió a escena con ganas para regalar y derrochó ímpetu
cual bestia descontrolada, parecía que le iba a dar algo, al tiempo que el dúo
de vocalistas formado por Fay Fife y Eugene Reynolds revelaban su absoluta
compenetración.
No costaba demasiado meterse en su rollo animado hasta decir
basta, puesto que “Cold Wars” o “Mystery Action” podrían anular cualquier gris
jornada laboral y transformarla en un radiante día soleado. Pero no se
centraron en exclusiva en los temas conocidos y afirmaron que les gustaba tocar
“la cara B de la cara A” antes de
arrancarse con una curiosa pieza instrumental que precedió a su mítica mirada
irónica sobre los medios de comunicación “Top Of The Tops”, quizás su mayor
hit.
Pese a que también recordaron su último álbum en estudio
‘Zero’ con cuatro o cinco cortes, lo que interesaba de verdad era todo lo que
tuviera que ver con su legendario debut ‘Can’t Stand The Rezillos’, caso de
“(My Baby Does) Good Sculptures” o “I Can’t Stand My Baby”, que atronaron en la
recta final de un recital que llegaba ya a su término sin comerlo ni beberlo.
Enlazaban canciones con tanta solvencia que ni te enterabas cuando habían
agotado el repertorio de la noche. Maravillas de los trallazos de dos minutos.
El personal no permitiría que los escoceses se marcharan de
esa guisa, así que se montó la bulla necesaria para que regresaran al
escenario. Amagaron con el “Ballroom Blitz” de The Sweet, que aparecía en su
directo ‘Mission Accomplished…But The Beat Goes On’, pero no cayó esa breva. En
su lugar optaron, eso sí, por otra versión, el “River Deep, Mountain High” de
Ike & Tina Turner, en la que la vocalista pegó alaridos como una jarta y
hasta asustó un poco a la peña.
Y no se podrían despedir sin su revisión más conocida, el
“Somebody’s Gonna Get Their Head Kicked In Tonight” de Fleetwood Mac, que
transforman en un auténtico esputo punkarra que nada tiene que ver con la
original, de hecho, muchos piensan que dicho tema es suyo. Un apabullante
broche de oro en el que los fieles levantaron los puños en los característicos “all right” del himno antes de volver a
la realidad y comprobar que aquello ya se había finiquitado.
Tal vez a un grupo punk/new wave tampoco puede exigírsele
que se extienda mucho más de una hora, pero la sed que había entre los
parroquianos era inmensa y ya se sabe que a veces con un chupito no se
estabiliza nadie y hacen falta tres o cuatro para ponerse a tono. Esa noche
había espíritu de barra libre. Un mayor reconocimiento de terreno se habría
agradecido. A pesar de todo, misión cumplida.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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