La Nube, Bilbao
¿Cuándo se supone que un grupo deja de ser una promesa para
convertirse en una inmediata realidad? ¿Tiene que ver con los años dedicados al
asunto o si se trata de unos jovenzuelos conservarán esa categoría a
perpetuidad? Eso de que te consideren una revelación puede poseer cierto
encanto en un principio, para llamar la atención más que nada, pero llegado a
un punto ese término se transforma en una humillante losa si después ya con
unos cuantos discos en la mochila todavía sigue siendo lo único a lo que uno es
capaz de aspirar.
Los suecos Langfinger llevan adosada desde un tiempo la
etiqueta de prometedores en el campo del heavy rock a la vieja usanza, un
ámbito quizás demasiado en boga en la actualidad con toda la competencia que
ello conlleva. Si además añadimos que también son un trío, eso tampoco ayuda
mucho, pues existe tal furor por ese minimalista formato, así como por los
dúos, que probablemente pocos vuelvan la cabeza con asombro.
Pero lo que desde luego sí que constituye un dato curioso es
que estos tres muchachos procedan de la ciudad de Göteborg, conocida en
especial por ser la cuna del llamado death metal melódico, estilo con el que no
tienen absolutamente nada que ver. En ese aspecto tal vez estén más cerca del
otro lado del Atlántico y de propuestas como las de Alter Bridge, o Jane’s
Addiction, si nos remontamos más lejanamente en el tiempo. Eso sin perder de
vista ese sabor añejo que se paladea tras pegar un buen sorbo a su música.
Con una nutrida afluencia en La Nube para ser un martes, Langfinger pillaron posiciones y se
pusieron manos a la obra para lo que mejor saben hacer, esto es, rock de
ínfulas atemporales con cierto regusto americano. De primeras se notó al trío
muy rodado, por algo disponen ya de tres trabajos de estudio editados, al
margen de EPs, claro.
Otra de las cosas que llamó la atención de inmediato en un
inicio fue la potente voz de Kalle Lilja, con un deje a lo Myles Kennedy,
aunque sin llegar a convertirse en una vulgar copia de este. Rememoraron su
paso por la península hará un año más o menos al tiempo que llenaban el recinto
de electricidad con piezas del calibre de “Caesar’s Blues” o “Fox Confessor”,
la última de hecho rememoraba por momentos las tormentas de riffs de
Wolfmother, de sus mejores temas.
Quizás se les pueda achacar que vayan un poco a su rollo,
pero oigan, qué quieren, los suecos son así. Daba gusto por otra parte verles
tocar, tan compenetrados, cada uno cumpliendo su función sin aspavientos y
creando un todo que se elevaba por encima del mundo material. Pero también se
mostraron terrenales, por ejemplo, cuando contaron que era el cumple de uno de
ellos y que tocarían “todos los solos que
quisiéramos”. Gracias, pero no nos pirra el onanismo, a tocarse a otra
parte.
No disminuyeron el ímpetu con “Say Jupiter” y “Feather
Beader”, con ritmos que favorecían los movimientos acompasados de cabeza. Uno
de los momentazos de la velada llegó cuando en “Eclectic Boogieland” evocaron a
Status Quo, una de las bandas más auténticas del planeta. No dudaron en echar
el resto con riffs contagiosos y poniéndose de rodillas mientras punteaban como
putas estrellas del rock n’ roll. Rick Parfitt y Francis Rossi estarían la mar
de orgullosos.
Y ya tiene mérito en pleno 2018 sacar del armario de la
abuela a Jane’s Addiction, a los que parece que rinden homenaje por completo en
“Herbs In My Garden” por su estructura y esa variedad de géneros que va desde
el funk al rock alternativo. Todo muy bien enlazado, no puede decirse que no se
lo curraron en directo.
Como suele suceder cuando uno lo está disfrutando, apenas
sin darse cuenta llegaron los bises, en los que agradecieron al promotor Karlos
Peligro, que correspondió el detalle con katxis para la banda, la verdadera
hospitalidad bilbaína. Y si a lo largo de su repertorio se habían detenido en
varios estilos, para despedirse optaron por ese rock sureño tan espeso como
emocionante en determinados detalles, caso de esos solos que comienzan
tranquilos antes de pillar brío y acabar convertidos en torrentes imparables de
pura electricidad.
Como el de “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd, en definitiva.
Pues mereció la pena comprobar en las distancias cortas ese
vértice mágico que conforman Kalle, Jesper y Victor, tres personajes en
apariencia antagónicos que supeditan sus habilidades a un poder superior que lo
transforma todo. Un sombrero de tres picos para calzarse en diferentes
circunstancias, tantas como los palos a los que se aproximan. Ropajes diversos
en función de la ocasión.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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