Nave 9, Bilbao
La mitomanía puede alcanzar extremos preocupantes. La misma
Patti Smith simulaba en ocasiones conversaciones imaginarias con ídolos suyos
como Bob Dylan o se refería a Brian Jones como “mi niño”, incluso cuentan que la primera vez que coincidió con Eric
Clapton se pegó tanto tiempo a su vera que el legendario guitarrista le tuvo
que preguntar “¿Nos conocemos de algo?” para
quitársela de encima. A algunos les da por gritar, otros muestran su respeto
reverencial de manera más comedida, sin demasiados aspavientos. Siempre hubo
diversas formas de entender el culto.
Los bostonianos Lyres son hasta cierto punto una institución
dentro del garaje al comenzar su trayectoria a finales de los setenta y
labrarse una aureola de banda de culto en su rollo del mismo modo que coetáneos
suyos como The Fuzztones o The Cynics. Pero al margen de sus propios méritos,
gozan de otros atractivos como el hecho de que el icono maldito Stiv Bators
(Dead Boys, The Lords of the New Church) grabara con ellos durante una
brevísima temporada allá por los ochenta, el “Here’s A Heart” de su álbum ‘A
Promise Is A Promise’ es un claro testimonio en ese sentido.
Al parecer, no fuimos los únicos atraídos por este curioso
dato, porque por el recinto había unas cuantas camisetas de The Lords Of The
New Church entre una muchedumbre muy entregada y de proporción reseñable para
tratarse de un bolo a mediados de agosto. Conjurando el calor del auditorio,
muchos se agolparon en la puerta de entrada tranquilamente fumando y echando
tragos hasta el punto de que cuando comenzó el concierto pocos se enteraron en
ese momento y entraron un rato después, sin prisa ninguna.
Como a nosotros no nos abandona el celo profesional ni en
pleno verano, ahí nos situamos al pie del cañón desde el inicio sin ostentación
alguna de Lyres, con su canoso líder
Jeff Connolly presidiendo la función en el centro con su teclado. A su lado
había unos solventes mercenarios que parecían más bien ir a su bola y a los que
el jefe tuvo que explicar en alguna ocasión la mecánica de los temas. Nunca es
tarde para aprender.
Dotaron al recital de cierta tendencia circular con el himno
“Don’t Give It Up Now” y por eso quizás sonó a modo de intro y coda tanto al
inicio como al final de la actuación. Las luces psicodélicas de fondo indujeron
al trance, aunque en determinados momentos daba la sensación de que uno estaba
contemplando lo mismo una y otra vez, un poco de rock n’ roll añejo, esos
característicos coros a lo Beatles y la inevitable pizca de teclado hipnótico
para espolvorear sobre el conjunto.
El vetusto voceras, que se daba un aire al insigne Ian
Hunter de Mott The Hoople, quiso congraciarse de primeras con la ciudad al
confesar que su esposa había nacido por la zona y que era “una vasca pura”. El personal agradeció de inmediato sus muestras
de simpatía con bailes a la antigua usanza en plan guateque postdesarrollista,
a la vez que Connelly se desgañitaba en la interpretación sin salirse demasiado
de su burbujón particular. Ganas desde luego sí ponía, otra cosa era ya la
interacción con el respetable.
Navegaron sin despeinarse entre la psicodelia sesentera
florida y la más tenebrosa reminiscente a The Zombies, sin confraternizar
demasiado con los asistentes, ya lo hemos dicho, aunque la mayoría seguramente
vinieron motivados de casa. Se salieron un milímetro del hieratismo imperante
cuando cedieron al bajista el micro y levantaron tímidamente la cabecita en “Feel
Good”, antes de que llegara el verdadero subidón de la velada con el clásico “How
Do You Know” que podría haber sido compuesto por Joy Division.
Mejoraron algo en la parte final y también en el bis
emulando a luminarias de su rollo tipo The Sonics. El carisma de su vocalista,
eso sí, parecía inagotable, puesto que la peña le profesaba tanta devoción que
hasta le llamaban “guapo”, a pesar de
que los norteamericanos no se dejaron ni mucho menos la piel sobre las tablas,
unos cuantos ya saldrían más que satisfechos. Es lo que tiene el fenómeno fan.
Hubo asimismo un conato de pogo recatado en los estertores y
eso tal vez influyó a la hora de valorar un bolo prescindible pero que en el
fondo tampoco había estado tan mal. La vuelta de “Don’t Give It Up Now” a modo
de despedida contribuyó a insuflar dignidad a la cita, que se quedó muy lejos
del calificativo de histórica y de las expectativas depositadas en unas
leyendas de su categoría.
Pero a nosotros eso nos la sudaba, porque íbamos con el
hocico pegado al suelo siguiendo el rastro del mártir decadente Stiv Bators, un
tipo de esos irrepetible como Johnny Thunders o Dee Dee Ramone, putas de
Babilonia de las que conviene empaparse hasta del más ínfimo detalle de sus
biografías y que sirvan así de ejemplo a desorientados y timoratos jóvenes millennials. Incluso aunque solo
estuvieran en el estudio de los bostonianos de pasada.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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