Hay discos que no necesitan justificarse de ninguna manera. Da igual que uno no controle demasiado el estilo o al artista en cuestión. La verdadera música no va de eso, no es una oposición en la que los conocimientos vayan a determinar por completo nuestro futuro. Se trata en muchas ocasiones de dejarse llevar, permitir que unas simples notas nos eleven varios metros por encima del suelo. Sin cuestionarse nada. Lo importante es disfrutar del momento, como si estuviéramos seguros de que aquello no fuera a repetirse nunca jamás. Vivir cada segundo como si fuera el último.
Tal actitud se desprende del reciente álbum de Paul Zinnard, nombre artístico del mallorquín Carlos Oliver. Un tipo cuya trayectoria se remonta hasta los noventa con The Bolivians y que luego continuaría con The Pauls, el grupo de referencia de donde tomó su seudónimo. A partir del 2010 comenzó a desarrollar una prolífica trayectoria en solitario desde el más puro underground y con una media de un álbum cada dos años, a pesar de que se saltara esta costumbre no escrita con este lanzamiento, pues su anterior ‘Songs For A Better Past’ data de 2018. Las reglas están para romperlas, no cabe duda.
En esta sexta obra Paul Zinnard se rodea de una banda tan competente que reducirla a la función de mera comparsa se tornaría una injusticia tremenda, sobre todo teniendo en cuenta la espectacular labor al piano y órgano Hammond de Willie B Planas, entre otros aspectos relevantes. La voz principal tampoco es de esas epatantes, de las que te caes al suelo, pero ni falta que hace en un artista que se mueve cual pez en el agua por un territorio en los límites del aliento profético de Bob Dylan o el poso noctívago de Edwyn Collins, sin descuidar por ello el inmenso legado de Neil Young, The Band y un puñado considerable de artistas.
Respecto al contenido, los parámetros se marcan a fuego desde el comienzo con “Into Your Room”, una canción con un leve aire Dire Straits que versa sobre algo tan sobrecogedor como el suicidio, optar por un tono sosegado no implica desde luego la voluntad de buscar el aplauso fácil de la mayoría. Toda una puerta de entrada con broche de oro al peculiar universo de este cantautor. “I Was A Boy” llama del mismo modo la atención por el protagonismo de su adictivo piano, nadie diría que en realidad trata sobre el fascismo o los nacionalismos que alimentan el odio. De las piezas más emotivas.
Pero a este tipo tampoco se le caen los anillos por apelar al intimismo en “I Wish I Could’ve Loved You More”, imposible evitar acordarse de nuevo de Mark Knopfler. Mucha clase destila “Satisfaction”, a la par que nos insufla la idea de que no es necesaria demasiada parafernalia para sentirse realizado en la vida. Tal vez la satisfacción realmente esté en el otro lado, como afirman en la letra.
“Some Kind Of Secret Love” rescata el encanto de las escenas cotidianas, antes de que “My Son” adquiera la solemnidad requerida para abordar el trágico hecho de un emigrante que muere recogiendo fruta debido a un golpe de calor. Y este bardo mallorquín no se despega de cierta seriedad en “Now I Know”, con su deje folk contemporáneo, o “Underneath The Sun”, de un marcado carácter bucólico. La simpleza bien entendida debería ser siempre un valor en alza.
Cualquiera podría pensar que “Lovers Go Mad” constituye otra canción más de amor, pero en realidad se trata justo de lo contrario, a tenor de su deliberada ironía. Y “Upside Down” nos termina de romper los esquemas por su apelación al amor sin sentimentalismos, seguro que funciona a la perfección en las distancias cortas. La guinda festiva para acabar con una sonrisa.
Recuperamos la reflexión que hacíamos al comienzo de esta reseña de que no existe obligación de intelectualizar todo, una deliberada indiferencia incluso hasta podría ser beneficiosa para la salud mental. No preocuparse por saber de dónde sale un artista determinado, sino simplemente entregarse a lo que nos ofrece, sin necesidad de un tratado filosófico al respecto. Sentimientos sin preguntas de esos que acontecen de vez en cuando.
ALFREDO VILLAESCUSA
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