Siempre en mi equipo todos aquellos que van a su rollo sin importarles lo que esté o no a la moda en un momento dado. Hablamos de esos artistas en el sentido más puro de la palabra que siguen fieles a una visión particular y no se apean de ahí por mucho que caigan chuzos en punta. Olvídense de ellos los advenedizos y los que dicen que no son de nada porque en realidad se apuntan a lo que toque, esos que cuando entran en los casinos van con la banca, porque ya se sabe de sobra cuándo gana.
En este espectro de disidentes podríamos encuadrar a los bilbaínos Sonic Trash, que gracias a su longevidad y su peculiar estilo se han convertido en un auténtico referente de la escena local alternativa. Podrán evocar referencias manoseadas hasta la saciedad como las de Sonic Youth o Lagartija Nick, pero la diferencia entre ellos y los otros miles que les reivindican es que ambos nombres se integran con naturalidad en una versátil coctelera en la que cabe desde el rock de ahora hasta el de antes, eso que Jerry Corral con notable acierto describía como “alto voltaje”. La típica música que te haría saltar del asiento de un plumazo.
Esa propuesta sigue intacta en este manifiesto guitarrero llamado ‘King Kong Party’ que evoca una sensación semejante a la de despertarse en pelotas en un sofá de una casa desconocida con un leve dolor de cabeza como único testimonio del desfase de la noche anterior. Pero que nadie se asuste, puesto que este jolgorio se antoja para todos los públicos, para esos seres superiores que beben como cisternas y también para los melifluos que se emocionan con un sorbito de champán. Lo importante aquí es la actitud, o ir a los sitios con ganas, como se diría coloquialmente.
Ese fervor nos lo despiertan de inmediato con “Kalamity (Zure Zapore Berria)”, un derroche de chulería con marcado sabor noventero que en las distancias cortas tiene que atronar. Y eso por no mentar la hipnótica atmósfera creada entre ritmos de inspiración oriental, un bajo imposible de obviar por su noctívago influjo y los adictivos tonos de David Hono y Birkite Alonso coaligados en tormenta perfecta. De enmarcar. “Bilbao Speed City” va tan a la yugular como el propio título y en esas circunstancias solo podríamos esperar rock n’ roll acelerado con cierto punto macarra para recordar a la ciudad que les vio nacer, otro trallazo para reventar en los bolos.
Sin perder empaque, “Orient Ltd” se acerca bastante a lo que hacen en la actualidad sus paisanos Capsula, por lo que podría incluirse sin problemas en alguno de sus últimos lanzamientos. Y “Sexy Bass” suena mucho más personal, con notables juegos de voces y un enérgico estribillo de los de levantar mástiles al cielo. El aquelarre sónico de la parte final debería ser por derecho propio uno de los instantes destacados de este redondo.
“Amnesia”, por otra parte, se regodea quizás en la faceta más psicodélica de la banda, aunque en ocasiones sea inevitable obviar el ramalazo Lagartija Nick de la época de ‘Inercia’. Menos mal que hay momentos en los que no hace falta ni pensar, como al escuchar “Acelerado”, más rock n’ roll descarado en el que Hono vuelve a destacar como vocalista y que no requiere explicación intelectual alguna. O se siente o no. Eso es todo.
El último tramo no desfallece con “Kamazotz”, otra pieza enérgica con guitarreo, percusión epatante y un rollito fantasmagórico como de ritual vudú. Muy chulo les queda asimismo el inicio spaghetti-western de “Amarcore” para ponerse poncho y mascar tabaco antes de devenir en un curioso medio tiempo no exento de rabia y plagado de sutiles detalles. “Cortes” apela una vez más a las agallas por su incesante ritmo, pese a que tampoco se cortan a la hora de utilizar voces en off y otros recursos que te harán desechar esa idea equivocada de que se trata de un mero tema de relleno. Una maravilla que gana en cada escucha con unos segundos finales de infarto.
Después de haber elevado el pabellón hasta la estratosfera, poco más podría esperarse, pero se apuntan otro tanto en “Alma caníbal” con la aportación de un coro de niños en alemán. Un elemento pintoresco que tampoco habría incrementado demasiado el atractivo intrínseco que ya posee dicha composición por su aire Bowie o Lou Reed. El epílogo para reposar o elevarse hacia otra dimensión. Que cada cual elija su cuelgue favorito.
En definitiva, aquí tenemos un festín guitarrero que llamará la atención de los fieles y de los que no se conforman con cualquier cosa que repita los esquemas manidos de siempre, algo que se agradece especialmente en combos maduros con una importante trayectoria a sus espaldas. Que nadie vuelva a decir que es imposible eso de nadar y guardar la ropa, apuntar a la cabeza y al corazón al mismo tiempo. Hay múltiples lanzamientos que lo atestiguan, este es uno de ellos.
ALFREDO VILLAESCUSA
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