Sala Shake, Bilbao
Hay estilos en los que proceder de un determinado país otorga un plus. No se trata de un mero alegato chovinista, sino la constatación de que algunos tipos de música se encuentran también en los genes. Es el caso de los grupos garajeros o psicodélicos ingleses, a pesar de que existan notables referentes al otro lado del Atlántico. Muchos recordarán en este sentido la famosa recopilación ‘Nuggets’ del archivista del rock y guitarrista de Patti Smith Group Lenny Kaye que preludió el punk en cierta manera, según apuntó gente como Jon Savage en su famoso libro ‘England’s Dreaming’.
Este último álbum seguramente sea una influencia capital para los británicos The Jack Cades, aunque no la única, pues beben del mismo modo de combos beat de su tierra, rhythm & blues o esa actitud punk que parece que les obliga a decantarse por temas cortos y directos que no se pierden demasiado en la espesura. Formas de hacer las cosas que revelan una fidelidad absoluta hacia el concepto de canción que tenían ciertas bandas en los sesenta.
Nacieron sin demasiadas pretensiones, pues gran parte de sus miembros andaban liados con otros proyectos y no se sabía en un inicio si esta iniciativa fructificaría. Pero el debut ‘Music For Children’ disiparía esta impresión y confirmaría la vocación primigenia de tocar en directo, aspiración máxima para cualquier combo decente.
No esperábamos ni de lejos que una afluencia más que considerable abarrotara el garito Shake un pleno jueves, lo que confirmaba que el hambre de conciertos se mantenía intacta tras el fin de las restricciones. Aquel era además el primer bolo al que íbamos en el que las salas y demás recintos podían utilizar su aforo al completo, por lo que había ganas de recuperar esa normalidad arrebatada por políticos sin escrúpulos.
Lo bueno que tenían The Jack Cades que quedaba patente desde el mismo inicio era que no pretendían inventar la rueda ni cambiar el mundo con sus canciones. “Dead Star” pudo considerarse una especie de declaración de intenciones que apelaba a ritmos básicos de antaño y una pizca muy limitada de psicodelia para que a nadie le entre el agobio. Con esto pasa como con los porros, si te pillan cansado o en ayunas, la percepción podría cambiar radicalmente.
“Where to Go” elevó la nube sin que eso requiriera demasiado esfuerzo. Lo cierto es que habían conseguido un equilibrio muy logrado entre punteos a las entrañas de eco vintage y voces etéreas que lo mismo podrían recordar a Simon & Garfunkel que a The Raveonettes, si nos ponemos más modernos. Determinadas cosas nunca pasan de moda.
Presentaron “Identity Crisis” como una de las primeras piezas que compusieron al tiempo que las luces bajaban a una penumbra casi rojiza que le daba otro rollo a su música. Eran un grupo muy competente en directo, en especial ese batera con pintas de hippie chalado, cuando nos lo encontramos en la calle al llegar al Shake se notaba a la legua que era uno de los protagonistas de la velada.
No faltó uno de sus grandes temas como “Run Paulie Run”, que si cierras los ojos te podría parecer estar en un concierto de The Raveonettes. Enormes esos punteos chirriantes que se marcaban. “Child” fue otra de las piezas que más les lució, sobre todo por la combinación de voces, mientras que “Head In Sand” no se desviaba de lo básico en sus poco más de dos minutos.
Pese a que “Mrs Voyant” aminoró ligeramente el ritmo, estos ingleses se movían por unas coordenadas concretas y no salían de su zona de confort, lo cual era bueno y malo al mismo tiempo. Por un lado, aportaban la seguridad de que hicieran lo que hicieran te agradarían, pero por otro, podría llegar a pensarse que habían tocado la misma canción varias veces seguidas debido a su falta de cambios sustanciales. Nosotros nos quedamos de largo con la primera impresión. Para escuchar virtuosismos, ya había otros bolos.
Por ese motivo, nos pareció que su recital había sido casi un visto y no visto, pues sin darnos cuenta nos plantamos en ese “Sometimes It Rains” previo a los bises. La peña políglota gritó “One more time” y les debió de hacer tanta gracia que no tardaron en regresar. La vocalista y guitarrista pelirroja hasta bajó de las tablas y se animó a tocar entre los fieles. Que no se pierdan esas bonitas costumbres que las sillas antes impedían.
“Big Fish” valió para que no disminuyera ni un ápice la atención y “You’ve Seen It All” se acercaba a su vertiente más punk, con punteos milagrosos de esos de pillar escoba o cualquier objeto alargado. Gloria bendita. La esencia del rock n’ roll. Sin postureos ni masturbaciones gratuitas de mástil.
Tal vez aquella noche no sonaría nada que no hubiéramos escuchado anteriormente, pero no se trataba de eso, sino de transmitir sensaciones. Y en ese aspecto sí que se lucieron de lo lindo. Comentábamos con el colega Carlos Benito lo rápido que se había pasado el bolo y contestó con las enigmáticas palabras “La psicodelia…”. Lo dijo con tal naturalidad que lo mismo podría haber añadido un “Querido Watson” como si se tratara de una lógica tan aplastante como la de un caso de Sherlock Holmes. No había discusión posible ante semejante epílogo.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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