Kafe Antzokia, Bilbao
Hay una conocida anécdota que cuenta que apareció publicado
en un periódico en la sección de contactos el anuncio de una mujer que
solicitaba
“un hombre con la mente de
Leonard Cohen y el cuerpo de Iggy Pop”. Ante la prometedora posibilidad de
meterla en caliente, el bardo canadiense no dudó en convencer a su amigo Iggy
para que contestara a la dama y le dijera que ambos estarían encantados de
satisfacer todas sus necesidades. Al final, Leonard consiguió quedar con ella,
pero tras largas horas de conversación profunda y trascendental, era evidente
que la susodicha únicamente estaba interesada en las facultades intelectuales
del rapsoda.
Valga esta historieta para ilustrar la fascinación que
siempre ha ejercido en el sector femenino el autor de “Hallelujah”, hasta el
punto de que algunos lo consideran un consumado mojabragas. Basta escuchar el
inmenso “A Thousand Kisses Deep” para derretirse por completo, independientemente
del género de cada cual. Esa voz grave con poso que se clava en el alma y
transforma la música en una experiencia casi mística, una conexión con un
estado mental superior.
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MobyDick. |
Tal vez por ese motivo, el Antzoki registró un llenazo hasta
la bandera en el homenaje que el ciclo Izar & Star dedicó a Leonard Cohen
para cerrar una temporada que nos ha granjeado unas cuantas alegrías y
esperemos que vuelva con fuerza en unos pocos meses. Un respetable variopinto
se juntó para la ocasión, desde los habituales señores mayores a los que les
gusta sentarse hasta jovenzuelos alocados y una chica con sombrero que se
recluyó en un rincón.
El proyecto de Eneko Burzako en formato acústico MobyDick se encargó de romper el hielo
con su rollo intimista y a veces cercano al outlaw country de escupir al suelo.
Alternaron temas propios con el motivo central de la velada, y en este aspecto
niquelada les quedó la versión de “The Partisan”, el himno de la Resistencia
francesa contra los nazis. Muchos hasta empezaron a aullar en señal de
aprobación. Con semejante cantante de voz rasgada no era para menos. Soberbio.
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Audience con Francis de Doctor Deseo. |
En un palo completamente diferente, Audience llevaron con solvencia el cancionero del bardo a terrenos
en principio antagónicos, caso del “So Long, Marianne”, muy coral y con un
violín que casi parecía Mumford & Sons. Aportaron el toque elegante con
esas luces que colgaban de los micros a modo de velas y su “Dance Me To The End
of Love” con teclado a lo Beatles y voz deudora de Nick Cave fue magistral. Y reincidiendo
en las tinieblas, “First We Take Manhattan” se transformó en una especie de
blues fantasmagórico donde únicamente faltó una bailarina con serpiente
enroscada.
Pero su bolo quizás resultó lo más versátil de la velada,
pues pasaban de un plumazo de la profunda oscuridad al country pastoril de
“Hey, That’s No Way To Say Goodbye”. Y el colofón se alcanzó con el
“Hallelujah”, interpretado junto a Francis de Doctor Deseo vestido como un
señor y el deslumbrante vocalista de MobyDick, acompañados además por una chica
con pintas de cabaretera. Como era de esperar, las gargantas se desataron por
completo, y si me dicen que aquello era una iglesia del Bronx, me lo creo.
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Un muñeco recordó la figura de Leonard Cohen. |
Echando un vistazo al paisanaje estaba claro que el grueso
de los asistentes vendrían más por Doctor
Deseo, que hacían esa noche una excepción a su año sabático, que por el
legado del inmortal cantautor. Tal vez conscientes de ello, Francis y compañía
enfocaron su repertorio a las circunstancias de la cita, adaptando, por
ejemplo, el emblemático “Suzanne” al castellano, con tal solvencia que se
asemejaba a un tema más de sus discos, un personaje que se podría codear con
“Alicia”, la pequeña “María” o incluso “La Chica del Batzoki”.
La versión de “Take This Waltz” tampoco desentonaba, con ese
aire cercano a “Que Amanece de Nuevo”, que precisamente tocaron a continuación
para no dejar de dar vueltas. Era obvio que no cabría esperar demasiado
desmelene, pero muy intensa resultó “¡Cuánto Frío Hace en Saturno!”, con
Francis diciendo “confía en ti” casi
a cada asistente, incluido un tipo emocionado que lanzaba besos desde una
esquina del escenario, a punto de invadirlo, literalmente.
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La corista cabaretera. |
Su “Corazón de Tango” fue recibido con indisimulado
entusiasmo, mientras su carismático frontman
se apoyaba con clase en uno de los bafles. La hemos escuchado ya tantas
veces que lo cierto es que nos raya un poco, aunque hemos de admitir que el
tramo final con la corista cabaretera cantando fue antológico.
Todo el mundo esperaba con ansia los bises para finiquitar
el evento con la dignidad debida, pero los históricos bilbaínos nunca
volvieron. Un par de piezas más y habrían quedado como señores. Justo es decir
que el acto ya se había prolongado durante unas dos horas y media, aunque la
mayoría daba por sentado un recital de Doctor Deseo menos escueto, habida
cuenta de que sus conciertos nunca suelen ser cortos.
Fue como un vals interrumpido en el que la persona que lleva
el ritmo se marcha de repente y ahí te quedas descompuesto, con la duda de si
regresará a los cinco minutos o no lo hará nunca. Una suerte de despedida a la
francesa. ¡Au Revoir!
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN