jueves, 31 de octubre de 2019

BULLET PROOF LOVERS: ALIMENTO PARA EL ESPÍRITU


Sala Shake, Bilbao

De un tiempo a esta parte tenemos tantos eventos en la capital vizcaína que  requiere encaje de bolillos organizarse para no perderse ninguna cita fundamental. Es tal la saturación que ya cada vez resulta más frecuente toparse con uno de esos días en los que hay repartidos cuatro o cinco bolos por el territorio y casi se podría montar hasta un festival si se aunaran esfuerzos. Y que así siga por mucho tiempo, lejos quedó aquella época antediluviana en la que era necesario recorrerse más de cien kilómetros para contemplar a estrellas de cierta enjundia.

Una jornada complicada había elegido el supergrupo Bullet Proof Lovers para batirse el cobre en los escenarios, el terreno que mejor dominan y en el que se revela toda la experiencia que atesoran Kurt Baker y compañía. Creo que este año ya habíamos repetido unas cuantas veces, pero da igual, sus recitales son otra de esas garantías absolutas en la vida de que uno saldrá más que satisfecho y con los ánimos por las nubes.


Apurando los minutos nos plantamos en el Shake, que tampoco presentaba ingentes multitudes para recibir a los teloneros, The Grace of Dionysus, unos guipuzcoanos que le daban al hard rock de efluvios setenteros, un rollo un tanto alejado del de los protagonistas de la velada, pero que se disfrutó igualmente. Al margen de gustos o fobias particulares, era evidente que estos tipos de Zumaia estaban muy rodados en las distancias cortas y su pericia instrumental era encomiable. Recordaron a The Spencer Davis Group en sus piezas más bailongas, e incluso no faltaron referencias al “Rock N’ Roll Nigger” de Patti Smith. Todo un batiburrillo de influencias de fácil digestión.

The Grace of Dionysus y sus efluvios setenteros
En una especie de limbo se encuentran en estos momentos Bullet Proof Lovers, con su último álbum en estudio ‘Shot Through The Heart’ ya en el recuerdo y a la espera de que nos deleiten con nuevo material en breve. Un territorio entre dos orillas en el que se pueden esbozar pasos futuros en una dirección determinada y así atisbar algo de luz en el camino.

Con esa situación en mente, irrumpieron con la novedad “Razor Sharp” antes de que la cosa comenzara a tomar vuelo con “It’ll Be Allright” y “Ain’t No Joke”, dos trallazos capaces de levantar a un muerto. El voceras Kurt salió con sus descomunales ganas de siempre y no menos entusiasmo mostraba el guitarrista Juan levantando el mástil como los Hellacopters o arrancándose desbocado en los solos. El que permanezca impávido ante semejante derroche de energía, mejor que se lo haga mirar.


“Can’t Let Go” fue casi un visto y no visto por su acelerado ritmo y no dudaron en anunciar que en diciembre tendrían nuevo disco, por lo que tocaba anticipar algún adelanto más. Y eso hicieron para certificar que eso de los experimentos no va con ellos, pues siguen reincidiendo en esos coros deudores de Kiss y punteos a lo Hellacopters marca de la casa. A mamarla la evolución y demás mandangas.

Y en cualquier bolo suyo se torna obligatorio que suene “Breaking Down”, una joya redonda de power pop que podría hasta convertirse en todo un clásico del género. No nos hubiéramos perdonado marchar de allí sin que cayera ese pedazo himno que todavía pone la piel de gallina cada vez que se escucha en directo, si de verdad poseen algún tema que defina de un plumazo su rollo, este podría ser uno de ellos.


Y sin pausas ni mierdas enlazaron con “Take It Or Leave It”, otro de los cortes más destacados de ‘Shot Through The Heart’, con influencia más que evidente en los coros de Paul Stanley y compañía. Otra pieza que nos podríamos tirar horas escuchando en bucle. Se continuó recurriendo a algún otro avance para subrayar el carácter especial de la velada y allí nos hubiéramos quedado hasta el final de no ser porque debíamos acudir a otro bolo a escasos metros. La obligación apremiaba.

Con un grupo que siempre se deja la piel en los escenarios, no importa repetir las veces que haga falta, e incluso podría prescribirse verles por lo menos una vez al año para mantener los principios rockeros en sus niveles adecuados. Que no se suba el azúcar y que las agallas se mantengan. Hay que cuidarse. Puro alimento para el espíritu.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

  

jueves, 10 de octubre de 2019

ANARI & THALIA ZEDEK: SIMBIOSIS TOTAL


Kafe Antzokia, Bilbao

Lo de las colaboraciones entre músicos en ocasiones es un poco complicado. No siempre salen las cosas como uno espera. La lucha de egos puede echar al traste cualquier ansiada unión. O simplemente no se conecta, al igual que sucede en la vida real cuando dos desconocidos se encuentran. Otras veces surge la magia casi desde el primer minuto y aquello adquiere proporciones de milagro bíblico. Una gesta conseguida sin demasiado esfuerzo y que certifica que con voluntad por ambas partes los consensos son posibles. Y hasta deseables, que se lo digan a la clase política.

La inefable conexión entre la cantautora vasca Anari y la estadounidense Thalia Zedek bien valdría para montar una coalición bastante más sólida que otras que se ven por ahí. Y es que algo divino debió suceder en aquel concierto a comienzos de año en Gernika en el que compartieron cartel y que desembocó en una gira conjunta por tierras vascas de cuatro fechas. Una velada especial en la que se harían acompañar por la solvente banda de la guipuzcoana en la que destaca el guitarrista Ander Mujika, ex miembro de Napoka Iria y colaborador habitual de Jabier Muguruza.


Dado el conocido tirón de la azkoitarra en la emblemática plaza del Kafe Antzokia bilbaíno, era esperable que agotara entradas en el piso superior de Kutxa Beltza. Y más si añadimos el carácter especial de la cita con esa colaboración junto a Thalia Zedek que quizás no se vuelva a repetir en un tiempo considerable. Peña muy fan se podía ver por ahí, algunos incluso ni siquiera dejaban hacer fotos y hasta pedían que uno se agachara como si aquello fuera una ópera en La Scala de Milán por lo menos.

Con los ánimos caldeados pero contenidos, Anari & Thalia Zedek iniciaron tan magna noche con la norteamericana tomando la voz cantante en primer lugar en “Temporary Guest”, una pieza íntima y desgarradora que tampoco se diferencia demasiado del repertorio de Anari y hasta podría colar por un tema suyo. “Go Home” comparte el tono reposado anterior y sirve para ir metiendo al personal en materia, a la par que nos descubre a muchos el inmenso talento compositivo de la ex integrante de Come, Uzi y otros combos noventeros.


Pilla el testigo su compi a las tablas con “Txori Beltza” y “Zubiak”, cortes crepusculares para ir acercándonos hasta el fondo del abismo antes de un “Aingura Hegodunak” para regodearse asimismo en la miseria. Y desde luego la estadounidense no nos produce tampoco ganas de saltar con “Ladder”, con su foráneo poso doliente. Menos mal que “Bus Stop” sube ligeramente la apuesta en cuestión de electricidad e intensidad y no sería raro rememorar la fuerza poética de Patti Smith, me atrevería incluso a asegurar que uno de los nexos musicales entre ambas cantautoras se encuentra ahí.

Uno de los momentos álgidos de la velada estuvo sin duda cuando Anari se arrancó con la desgarradora “Orfidentalak”, imprescindible en sus directos y que toca la fibra sensible de cualquier ser con un mínimo criterio, no era extraño divisar entre el respetable a alguno llevándose las manos a la cabeza de pura emoción. Y “Harriak” no desmerece en absoluto a la hora de mantener la emoción contenida.


Regresamos con Thalia de la mano de “Afloat”, una pieza en la que destaca su dominio de las seis cuerdas, no en vano Anari la presentó como “una guitarrista de calidad”. Y “Bend Again” reincide en ese poso melancólico que también es seña de identidad de las dos compositoras antes de un “Fightning Season” con ecos tan alternativos que podría recordar a los inicios de PJ Harvey. El respetable desde luego lo acogió como si lo hubieran estado escuchando toda la vida.

Con los sentimientos de la muchedumbre a flor de piel, era cuestión de tiempo desbordarlos con “Epilogoa” y “Gu”, muy celebradas por los fieles. Hubo incluso espacio para que cada una de las cantautoras se explayara en los bises y en el caso de Thalia comprobamos que sus habilidades a la guitarra sobresalían mucho más que su voz, a pesar de que tampoco lo haga mal en lo que respecta a las cuerdas vocales. 


Y después de que Anari disfrutara de su espacio se fundieron en un final eléctrico que cosechó una buena salva de aplausos. Una de cal y otra de arena. La vasca se decantó por la delicada “Oreinak” mientras que la estadounidense hizo lo propio con “What I Wanted”, una excusa más para resaltar la tremenda compenetración entre ambas a los coros. No es de extrañar que se dieran un abrazo al terminar.

Pues lo cierto es que el recital ofició mucho más eléctrico de lo que esperábamos y no se tornó pesado en ningún momento, se hizo hasta corto, y eso que tocarían cerca de las dos horas. Como señoras. Y exhibiendo además una simbiosis total como pocas veces hemos visto. Que repitan esta aventura cuando quieran. Muy recomendables. Tanto juntas como por separado.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



miércoles, 2 de octubre de 2019

STOCKHAUSSEN: BAILES DEL MAÑANA


Muelle, Bilbao

Nunca nos cansaremos de agradecer su labor a los promotores que posibilitan que escuchemos cosas que se salgan de la norma y que sean difíciles de ver por estos lares. Frente a los clásicos nombres de siempre que hacen mucho ruido, existe toda una cultura underground con valores totalmente a la contra de los de la mayoría. Gente a la que le mueve más la cultura o la sed de conocimiento que el ganar pasta de cualquier manera y aplastando a posibles competidores si se torna menester. Lo rastrero ante la elevación de espíritu.

Una auténtica oportunidad de oro se antojaba ver en la capital vizcaína a Stockhaussen, versátil proyecto electrónico bajo el que se esconde el mexicano Angel Kauff y que engloba un amplio espectro que va desde el dark o minimal wave hasta el post punk. Unas miras elevadas que ya se pueden intuir desde ese mismo nombre que combina a artistas alemanes vinculados a Johann Sebastian Bach, su máxima inspiración, como el compositor y organista Wolfgang Stockmeier o el pintor germano del periodo barroco Elias Gottlob Haussmann. 


Quizás la incesante actividad bilbaína no estuviera para demasiados experimentos aquella jornada en la que había bolos casi en cualquiera de los garitos habituales del circuito concertil. Pero ya se sabe que la vida es de los que arriesgan, y a pesar de que tampoco tuvimos que andar peleando por el espacio vital, hubo una afluencia bastante decente para tratarse de una tesitura tan complicada. Y no entremos ya a valorar la comercialidad o tirón del género en cuestión, porque entonces tendríamos que pensar en titánicas tareas tipo las de Hércules.

Mucha pena nos dio perdernos por motivos laborales a Isotropía, el otro proyecto post punk de Angel Kauff junto a Keren Batok, pues los comentarios daban a entender que aquello había sido histórico como poco y la mayoría alababa la capacidad para la contorsiones de la mitad femenina del grupo. En fin, ojalá que vuelvan pronto.


Por fortuna, catamos a la perfección a Stockhaussen, que ofició en un primer momento en solitario y hierático, muy a su rollo, aunque la peña respondiera con entusiasmo a su propuesta bailonga. “Efectos mínimos” dio el pistoletazo de salida rememorando los ambientes sintéticos de Aviador Dro y esas letras que parecen casi de manifiesto científico, muy ochentero todo, sí. “Sonidos electrónicos” reincidió en el futurismo y en la glorificación de las máquinas. Imposible no acordarse de nuevo de los paladines de la anarquía eléctrica.

Como hemos dicho, el personal no tardó en entrar al trapo, seguramente gran parte de la culpa la tuvo la propia Keren Batok, cuyos movimientos entre la muchedumbre llamaban la atención sí o sí. Pero hubo asimismo émulos de zombies y hasta algún baile de equilibrio dudoso, era complicado permanecer impávido con algún comienzo que parecía clavado al “Everything Counts” de Depeche Mode. Corazón de rompepistas.

Angel Kauff junto a la georgiana Keren Batok.
Y por supuesto la compi georgiana de Kauff se volvió a subir a las tablas para marcarse cabriolas imposibles mientras su garganta evocaba a leyendas de la talla de Siouxsie Sioux. Lo curioso del recital es que a medida que avanzaba, la cosa se iba poniendo cada vez más maquinal. El mismo Angel se encargaba de preparar a los fieles para la mutación con palabras como las siguientes: “Un tema para que bailéis mucho, como si fuera la última noche”. Una mera declaración de principios que recibió algún grito de “chulo”. Pero ya lo hemos dicho otras veces, mejor sobrado que sencillo, los humildes que se queden en casa.

La pulsión germanófila del proyecto Inmatfabrik con “Resistencia” nos zambulló en el EBM sin paliativos, aunque la concurrencia se lo tomó a bien y hasta se montó pogo, algo que no es exclusivo de los punks. Y subimos un escalón más con ese “Simulación Total” que evocaba a Chimo Bayo y sonaba tan potente como si hubiera guitarras. Las masas se entregaron por completo al bailoteo y alguno hasta se encargó de animar el cotarro gritando “¡Vamos todos!”. Muchas ganas de mambo había por ahí.

Pues estuvo interesante este curioso viaje desde el cold wave o dark wave hasta los confines del EBM y el tecno, una travesía no apta para estrechos de mente. Fue tan fugaz que ni siquiera sentimos las curvas. Bailes del mañana que se perderán como lágrimas en la lluvia, como decía en su monólogo final el replicante Roy Batty. Hora de morir.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


martes, 1 de octubre de 2019

MUERAN HUMANOS + AUTO SACRAMENTAL: DULCE PESADILLA NIHILISTA


Sala Siroco, Madrid

Crear atmósferas no es tan sencillo como parece. No se trata de algo al alcance de cualquiera. Requiere innegables dosis de talento y la apertura mental necesaria para trasladar una intima visión interior al alcance del gran público. Recorrer esa línea delgada y sinuosa que va del yo al nosotros para que así los demás participen también del éxtasis colectivo. Una comunidad unida en torno a un sumo sacerdote. O a dos. Una vertiente más de exhibicionismo sentimental que no requiere de la obscenidad de las redes sociales.

Mucho de espectáculo tendría sin duda el encuentro entre Tomás Nochteff y Carmen Burguess, dos argentinos expatriados en Europa y residentes en Berlín que englobaron bajo el nombre de Mueran Humanos todas sus creaciones artísticas que incluían fanzines, collages o vídeos, aunque hoy en día el aspecto musical centre la mayoría de sus esfuerzos. Algo que en realidad posee una tradición constatada en el campo industrial o experimental con bandas que eran más bien colectivos como Throbbing Gristle, Einstürzende Neubauten o Aviador Dro en nuestro país. El do it yourself del punk bajo otra perspectiva.


La vinculación de este dúo de bohemios con la península viene de largo, puesto que antes vivían en “la indiferente” Barcelona, como la llaman en la biografía que hay en su web, y han expuesto asimismo en galerías de la piel del toro. Sus visitas no puede decirse que hayan escaseado desde que se mudaran a Alemania, un servidor puede contar ya la tercera vez que ha coincidido con ellos en los más diversos contextos, desde una presentación del festival BIME a un concierto en pleno San Francisco, el barrio chino bilbaíno. Todo un puntazo.

Ante una audiencia eminentemente moderna en la que destacaba un icono patrio de la envergadura de Su Siniestrísima Ana Curra, en la madrileña sala Siroco abrió la velada Auto Sacramental, curioso proyecto de tecno pop ochentero con ecos de Aviador Dro que lo mismo hablaba de El Escorial o Carlos Saura que de la “radiación electromagnética” o del “peligro de la derecha”. Podrá afirmarse que este estilo a estas alturas está ya más visto que el tebeo y que apenas ha variado sus esquemas desde la época de los cardados y las hombreras, pero bueno, para un entremés ni tan mal. Sesión vintage total.

Auto Sacramental, tecno pop ibérico.
 Pese a que los referentes musicales de Mueran Humanos no pertenezcan a la contemporaneidad más absoluta, sí puede decirse que su sonido suena fresco y actual, aunque ellos no lo pretendan. Tal vez sea producto de esa eterna dicotomía en la que viven entre lo electrónico y lo orgánico, la experimentación y el nihilismo punk, o directamente entre el cielo y el infierno, por ponerlo más fácil a los enemigos del pensamiento abstracto. Un conglomerado en el que también cabe el surrealismo y cualquier otro tipo de pensamiento subversivo que escandalice a alguien. La mancha negra que desentona en la impoluta pared blanca.

Hay cosas que a veces no se pueden explicar, pero que están ahí, por mucho que uno lo intente disimular. Es el caso de esa atracción química que desprenden tanto Thomas, una suerte de criatura encadenada al bajo, como Carmen, pura reencarnación del eterno femenino y con una cantidad de glamour que no cabe en ella. Ella es la mujer de ojos verdes del fondo del lago de Bécquer, la efímera Annabel Lee de Poe, la inalcanzable Stella de ‘Grandes Esperanzas’ de Dickens, la transgresora Ana Karenina de Tolstoi o una enigmática femme fatale que fuma un cigarro desafiante en plan Marlene Dietrich. Un compendio de iconos culturales que llegan hasta nuestros días.


Volviendo a lo terrenal, centraron su repertorio en su reciente largo ‘Hospital Lullabies’ con piezas oscuras como un tizón del calibre de “Los problemas del futuro” o “Alien”. Y sorprendió de vez en cuando Thomas con incursiones entre la muchedumbre entonando “Guerrero de la gloria negativa” igual que si fuera una especie de mantra que solo los más fieles conocen. La palabra en clave.

Descendieron a los infiernos en una atmósfera cargada de luces rojas, niebla y penumbra a tope, el hábitat necesario para que cristalice ese potente artefacto sónico que facturan con la precisión de orfebres. Al contrario de lo que suele suceder en muchos grupos con sintetizador de por medio, su rollo en las distancias cortas destila una fuerza y una garra inaudita hasta el punto de que en ocasiones incluso podrían acercarse al metal industrial de unos Ministry. Nada de moñadas, vamos.


Y en esta caída enfilada hacia el abismo destacó “Espejo en la nada”, con letra susurrante de ritual hasta la médula, pelos como escarpias. Y continuaron en esa senda siniestra descendente con “Un lugar ideal”, con la diosa Carmen agitando la cabellera pelirroja y conjurando un auténtico averno industrial, canciones para escuchar por aquellos parajes por donde andaban arrastrando cadenas los cenobitas en ‘Hellraiser’. El calificativo de tenebroso se queda muy corto.

“La gente gris” se torna una especie de interludio espiritual entre tanto nihilismo antes de que vuelvan a apelar a los cultos sagrados en “El círculo”, con Thomas de nuevo dilapidando la separación entre artistas y público, mientras Carmen mueve la pelambrera incandescente y pega saltos cual bruja en pleno aquelarre. Cualquiera no podría respirar su aire.

“Horas tristes” ejerció a modo de epílogo con su peculiar in crescendo no apto para insomnes. Se hizo cortísimo, cierto, pero ya se sabe que las revelaciones más intensas del alma apenas duran unos pocos segundos. Eso es lo bueno y lo malo al mismo tiempo, que tras la dulce pesadilla nihilista uno puede volver a recuperar su antiguo ser. O tal vez no.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA