viernes, 25 de septiembre de 2015

KING OF THE NORTH: TODO POR UN PEDAL



Kafe Antzokia, Bilbao

Dicen que la necesidad agudiza el ingenio. Eso debieron pensar el cantante y guitarrista Andrew Higgs y el batería Danny Leo para distanciarse de los dúos rockeros tan en boga tipo The Black Keys o The White Stripes. Su objetivo era conseguir un sonido lo suficientemente contundente que dejara las propuestas de los antes mencionados en meros fuegos de artificio. Pero tenían un problema en apariencia insalvable: el factor humano. Eran solo dos tipos.

A base de darle vueltas al asunto, Higgs consiguió la cuadratura del círculo al idear un pedal que doblaba el sonido de la guitarra y añadía también un bajo, una especie de tres en uno que podría utilizarse en estudio o en directo de forma separada o simultanea, igual que si uno estuviera rodeado de una banda convencional. La noticia de semejante invento revolucionario se extendió como la pólvora y Andrew copó las listas de su Australia natal en calidad de futura estrella de la guitarra, de hecho, ya ha conseguido influenciar a otras parejas que tratan de seguir sus pasos.

Un coloso a los palos.
Tenía además a su lado a Danny Leo, considerado uno de los mejores baterías del país de los canguros y que algunos incluso se atreven a comparar con John Bonham o Ian Paice. Las compañías de baterías le hacían ojitos, por lo que no tardó en incorporarse a la nómina de Paiste, que en su página web lo definen como algo más aparte de “una barba y unas zapatillas Converse”, al tiempo que llenan de elogios a este joven que empezó a tocar a los nueve años y no ha parado desde entonces.

Con semejantes mimbres, no extraña que su debut ‘Sound The Underground’ fuera recibido con los brazos abiertos en las emisoras marsupiales y llegara hasta a los anuncios de televisión. A una popular marca de coches le encantó la sensación de velocidad que transmitía su música, pero no todo el mundo opinaba igual, y al final tuvieron que retirar la publicidad por incitar a la “conducción temeraria”. Algo que no impidió para que a principios de este año trabajaran de nuevo con ellos como reclamo para una amplia gama.


Ante un respetable bastante decente para la sala pequeña, King Of The North sumergieron a los fieles en su universo de riffs mastodónticos de inspiración setentera con “It’s Been Too Long”. Lo primero que llamaba la atención era el famoso pedal antes mentado que proporcionaba un sonido apabullante. Una chica de al lado nos preguntó si aquello se debía a unas cuerdas especiales, así que le tuvimos que contar muy por encima la historia de ese descubrimiento tecnológico que supone una auténtica revolución en lo que respecta a los directos, por lo menos.

Parecía arte de birlibirloque, pero aquello se antojaba calcado a lo que se puede escuchar en disco, con los mismos coros al alimón entre Higgs y Leo, y con el extra de intensidad que debería suponer siempre las distancias cortas, aunque la improvisación también adquirió su importancia cuando se enredaban en jam sessions. Momentos en los que el batería Leo sobresalía con una pegada tan espectacular que realmente nos planteamos si ese pavo era lo más grande que habíamos visto a las baquetas. Mucho nivel.


Supieron además manejar con solvencia a las masas, que se volvían locas cuando al hacha le daba por acercarse a las primeras filas enarbolando la ofrenda a la electricidad. Y al preguntar si preferíamos algo rápido o lento, la respuesta fue tan abrumadora que se arrancaron de la misma con “Surrender”, que en cuanto a potencia podría dejar a contemporáneos tipo The Answer para mirar obras. Hay que reconocer que a veces los intervalos instrumentales se convertían en una ida de olla total para los muy cafeteros, pero al igual que sucede con otros virtuosos, cualquiera se queja ante tal despliegue de talento.

Su aura extraterrestre no desentonaba para marcarse una versión de otro ser de un mundo aparte, el “Manic Depression” de Jimi Hendrix, que seguramente se antojó de lo mejor del repertorio. Y “Take It Or Leave It” se transformó en un in crescendo con batería atronadora mientras el guitarra Andrew se acercaba a la muchedumbre gritando “It’s coming to get you”. Brutal.


Hubiera sido un pecado ignorar “Wanted” de su debut, oda al rock clásico y contundente que ya ha aparecido en varias campañas publicitarias en su país de origen. Y no se dejaron tampoco en el tintero “Into Your Eyes”, una de nuestras preferidas de ese plástico que cualquier aficionado a la música con garra debería estar ya escuchando. Lo único negativo del bolo fue que se nos hizo muy corto, pero un único álbum tampoco da para demasiadas virguerías en el repertorio.

Tras aporrear la batería con ímpetu tribal, volvieron a petición del respetable que comenzó a gritar “¡Immigrant Song!”, conocedores de que suelen incluir en sus conciertos este inmortal clásico de Zeppelin, que clavaron con una voz muy fiel a la original y una pegada digna de un heredero de Bonham. Levantó el batera el brazo y pudimos observar cómo tenía tatuado en un costado el símbolo zeppeliniano de los tres círculos, que ha dado pie a múltiples interpretaciones desde las que aluden a una marca de cerveza, una batería o incluso la Santísima Trinidad.


Viendo cómo se las gastan este par de tíos en directo, no sorprendería que en un plazo breve de tiempo tocaran junto a megaestrellas de las que llenan estadios. Pegarían un absoluto repaso a otros populares dúos que ni de lejos alcanzan su intensidad y fragor de batalla. Y todo por un pedal.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


THE DRAGTONES: ¡QUIEREN GRITAR!



Kafe Antzokia, Bilbao

Pocas escenas mantienen tanta fidelidad como la del rock n’ roll añejo, con aficionados que recorren cantidades de kilómetros para asistir a un concierto y citas que se marcan en rojo desde meses atrás. Pese a que quizás en otros lares exista mayor movimiento, en la zona norte todavía sigue conservando cierto halo de espectáculo selecto al que siempre acude la misma gente con independencia del grupo que toque mientras se respeten los parámetros clásicos del género.

Lo que es una verdad inmutable es que gusta mucho a las tías y sus recitales están llenos de féminas con clase, con esos recogidos rockabillies tan sensuales, tatuajes a mansalva y alguna hasta con mechón oxigenado a lo Imelda May. Esa noche andaba por allí también la chica morena de flequillo y rasgos orientales que ya habíamos echado el ojo en otros bolos del palo y que nunca tarda en animarse a bailotear e inundar el garito con su cara de felicidad extrema.  


Pensábamos que el evento tendría lugar en el recogido piso superior, por aquello del glamour y tal, pero nos encontramos a una multitud casi a ras de escenario con los artistas deseosos de eliminar barreras y de que todo el mundo olvidara que mañana se trataba de un día laborable. Precisamente por esa costumbre de comenzar los recitales tan pronto entre semana, nos perdimos dos o tres temas del principio, aunque tampoco fue demasiado inconveniente, puesto que repitieron luego dos de ellos en los bises.

The Dragtones o esa suerte de supergrupo formado por miembros de The Barbwires, The Hi-Winders o The Hives, entre los cuales destaca Vigilante Carlstroem, guitarrista grandullón y barbudo de estos últimos. De hecho, aparte de utilizar el corte “Insane” para finiquitar el plástico ‘Lex Hives’, han aprovechado otra cosa también de los suecos: la vestimenta estrambótica, que en esta ocasión se asemeja a esos típicos jerséis de cuello en punta de fraternidades americanas, sí, esos mismos que promueven una tonelada de collejas sobre su portador.

La fiera Arriaga.
 Con su desbocado cantante mexicano Luis Arriaga espoleando a la concurrencia, incitaron al movimiento de pies y manos con el bombazo “Out Of Fuel” y cambiaron de tercio con “Do You Really Wanna Party?”, que comienza tan cadencioso como para pasearse por ‘La Teta Enroscada’ de ‘Abierto hasta el amanecer’ antes de transformarse en un rock n’ roll frenético y gritón a lo Little Richards.

Tal vez algunos opinen que el material de estos internacionales resulta demasiado predecible y que no existe mucha diferencia entre un tema y otro, seguramente lleven razón, pero lo que nadie les quita es esa capacidad para apelar a los instintos primarios y dejarse llevar por los punteos al tuétano de “Count To Ten”, auténticos trallazos que si no te hacen mover ligeramente la cabeza, los pies o cualquier otra extremidad es que debes ya estar metido en una caja de pino. 


Estos salvajes derrocharon clase y chulería a raudales, en especial su voceras, todo un animal que blandía su micro cual látigo, sacaba un peine y se subía los cuellos de la camisa igual que si estuviera en ‘Grease’, se mudaba al centro de la muchedumbre y hasta se tiraba a la pierna del guitarra para morderle, vaya puestazo de energía llevaba. 

Dada su procedencia latina, hablaba perfecto castellano, por lo que no tardó en meterse al respetable en el bolsillo y nos legó expresiones curiosas como cuando habló de “agarrar duro a una mujer” o en el turno de presentar a Vigilante de The Hives, del que dijo que “podría matar osos con las manos”. Todo un espectáculo este tipo que casi pasaba más tiempo abajo que arriba del escenario.

Mandó incluso hacer un círculo y el personal se puso a girar y dar vueltas en una suerte de circle pit rockero, lo nunca visto. Lástima que su vitamínico repertorio supiera a poco y ni siquiera nos diera tiempo a terminar el trago antes de los bises. Firmes defensores de las pequeñas dosis discográficas, tampoco cuentan con un catálogo que les permita extenderse hasta el infinito, aunque siempre se puede echar mano de las socorridas versiones.

Retornaron a las tablas entre aplausos por doquier con un surf rock de poso latino previamente a desbarrar en el ya mencionado bombazo “Insane”, aquel que The Hives no pudieron resistirse a registrar en estudio. Es comprensible, porque sus temas molan mucho, cortos, directos a la yugular y con punteos a la antigua usanza de esos que te levantan del sitio en los que a veces los guitarristas se lanzaban por el suelo. Tremendos.


Hubiera sido pecado marcharse entonces, por lo que volvieron por segunda vez para repetir “Crazy Baby Jane” y “Scream/Gritar”, su himno que les viene como anillo al dedo, puesto que demostraron ganas descomunales de elevar la voz, saltar y llevar la fiesta allá donde sea posible. Su gira se llamaba, por cierto, ‘El Demonio Dentro’. Un nombre que ni pintado. Ni un exorcista extirparía al maligno de sus entrañas. ¡Quieren gritar!

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


jueves, 24 de septiembre de 2015

MANIAC + SUSPECT PARTS: LA ALTA ALCURNIA



Satélite T, Bilbao

Dicen que los mejores planes son aquellos que surgen de improvisto sin ningún tipo de premeditación. En esta categoría entrarían sin duda aquellos bolos que pillan a principios de semana y que uno tampoco espera que sean la bomba. Pequeños tentempiés que sirven de evasión ante la rutina laboral y ayudan a sobrellevar el día a día. Deberían consagrarse estos paréntesis que sientan al cuerpo como un buen lingotazo tras una estresante jornada, un antídoto para soportar esa locura inherente a la cotidianeidad.

De idéntica filosofía evasiva presumía el doble cartel de punk californiano de esa noche formado por Maniac y Suspect Parts, una gira levantada desde el más puro underground que nos ofrecía una oportunidad única de disfrutar de dos pedazo bandas que no se suelen prodigar demasiado por estos lares. El encanto de sentirse parte de un circuito reducido al margen de las grandes promotoras y que debería preservarse como bien cultural de inabarcable valor.


Ya imaginábamos que con mal tiempo reinante andaríamos cuatro gatos por el Satélite T, que sigue apostando por una envidiable programación de combos internacionales, pero siempre hemos alabado el carácter intimista de los conciertos reducidos. Apenas una veintena de personas se juntó allí para acabar casi con los tímpanos taladrados debido al ensordecedor volumen. Un placer para paladares selectos a prueba de ruido.

Oficiaron en primer lugar Suspect Parts, con un cantante y guitarrista que hablaba perfecto castellano, aunque tampoco necesitaba hacerse tanto el simpático para caer en gracia. La tralla ramoniana de “City Burning” se antojaba aval más que suficiente para prestarles atención, eran unos auténticos orfebres de las melodías con temas redondos que se quedaban a la primera escucha y unos coros muy trabajados a lo Buzzcocks, caso de “To Stone”.

Los cachondos Suspect Parts.
 Tenían también cierto enfoque power pop en la línea de sus compatriotas Redd Kross, y como hemos dicho antes, su voceras era un frontman absoluto que conocía tan bien el idioma que no dudó en incitar a brindar al grito de “Salud, hijos de puta”. Y se quedó por completo con el personal cuando nos mandó agacharnos a todos para hacernos una confesión: “I hate the perroflautas” porque según él no creen en nada y agasajó a la concurrencia diciendo que cantaban “much better than the perroflautas”. Divertidos a más no poder y con una garra superior a bastantes combos que llenan estadios, una demostración de lo que debería ser un recital enérgico y entretenido.

Finalistas según la prestigiosa revista LA Weekly en la categoría de mejor banda de Los Ángeles, Maniac también han destacado por sus potentes directos a la antigua usanza, sin excesivos artificios, valiéndose únicamente de distorsión a raudales y una actitud profesional que les lleva a dejarse la piel sin importar el número de asistentes. Y la escasa concurrencia respondió a trallazos directos como “Party City” con pogos íntimos de tres o cuatro personas, al tiempo que su guitarrista, que era el mismo cachondo del grupo anterior, pedía chupitos y decía que con alcohol todo sonaba mejor.

Dos grupos, idéntica actitud.
 Tal vez fueran excesivamente lineales en su rollo, pero resulta complicado permanecer impasible ante descargas de adrenalina del calibre de “Forts” o sutiles concesiones a la melodía en plan “Calamine”. Lo cierto es que no aflojaron el pistón en ningún momento, por lo que pese a su simpleza se tornaron tremendamente disfrutables, aunque quizás nos agradaran más los precedentes en escena por su versatilidad.

Si en estudio ya llaman la atención por su ímpetu, en las distancias cortas no se amilanan ni por asomo y los cortes añaden revoluciones sin pudor. Con una duración que no llega ni a los dos minutos, “All Right, Okay” patea culos y podría incendiar cualquier garito en el que el personal anduviera borracho y con ganas de farra un sábado por la noche, un chute en vena que acelera el ritmo y se sube a la cabeza como el vino más peleón.


A este respecto, al volver para los bises, el guitarrista gracioso dijo que necesitaban “veinte chupitos” a modo de combustible y alguno comenzó a cantar aquello de “Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las elecciones” en alusión a la banda más honrada del mundo.

Los californianos no iban tampoco desprovistos de valores, pues es en tales reducidos lances donde un grupo demuestra si es una estrellita presuntuosa de cartón piedra o por el contrario pertenece a los bajos fondos, al selecto underground, la alta alcurnia de la música que no se mezcla con las aborregadas masas. Un pedigrí inimitable.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA







viernes, 18 de septiembre de 2015

RAFAEL BERRIO: EL DESTINO LO FORJA EL TEMPERAMENTO



Kafe Antzokia, Bilbao

Los cruzados de hoy no llevan armadura. Ni tampoco portan lanza ni montan a caballo. Se trata de tipos discretos, que no hacen mucho ruido y se mueven en los márgenes de la sociedad, ajenos a cualquier tipo de reconocimiento masivo y con unos principios a prueba de bombas. No hace falta que las multitudes crean en ellos, se bastan a sí mismos para labrarse una trayectoria con la dignidad como estandarte absoluto.

Es el caso de Rafael Berrio, cantautor vasco cuyos inicios se remontan a la década de los setenta cuando formó su primer grupo. Vivió por tanto la también llamada ‘Movida’ al hacerse íntimo de Poch, el sin par vocalista de Derribos Arias que viene a ser nuestro Ian Curtis patrio, y más tarde se le vinculó asimismo con el ‘Donosti Sound’, corriente enmarcada dentro del indie pop con querencia a la melancolía y letras que pretendían documentar el paso de la juventud a la vida adulta.


El estilo de Berrio tiene también mucho de intimista, de poeta de entrepierna y a ras de suelo que ha mamado calle y observado especímenes nocturnos, muy en la línea del maestro Lou Reed, cronista por excelencia de lo marginal y decadente. De hecho, el artista donostiarra participó en el homenaje que rindieron varios músicos vascos al compositor de “Perfect Day” o “Sweet Jane”. Inevitable no acordarse de este virtuoso del lenguaje.

Lo cierto es que al entrar en el recinto y ver colocadas unas cuantas sillas en un lateral nos asustamos un poco, pues imaginamos algo soporífero, en consonancia con el respetable mayoritariamente envejecido que poblaba la sala. Pero había que conservar la fe, más que nada por la espectacular banda rockera que llevaba, con mención especial para el caballo loco Joseba B. Lenoir, uno de los mejores guitarristas del panorama vasco y que ya nos hizo tocar el cielo en ese mismo recinto dentro del ciclo Izar & Star dedicado al coloso Neil Young.

Joseba B. Lenoir en pleno galope.
Y Rafael Berrio desde el comienzo derrochó una inmensa fuerza poética con “Melancolía” de su anterior banda Deriva, donde afirma sin tapujos que “siempre lo bello te arruina”. Había una multitud bastante respetable para un outsider, un paria, un marginado que se enorgullece de serlo y no necesita lamer el culo de nadie para sentirse realizado. Cada nota y cada estrofa se antojaban una clase magistral ante la que parecía obligado tomar apuntes o abandonarse al éxtasis y dejarse acurrucar por las palabras.

El poso guitarrero crecía por momentos con el in crescendo reminiscente de Springsteen de “Niente mi piace” y cristalizó en intensidad en “Mis amaneceres muertos”, con Joseba tomando protagonismo a las seis cuerdas y ejerciendo de fuerza motora a nivel instrumental, el complemento idóneo a un cantautor discreto que no necesita grandes artificios para llamar la atención. Porque la mayoría ya venía convencido de casa, mentalizados para un rollo existencial que si te pilla con el pie cambiado quizás pueda hacerse un tanto duro, como nos comentaba un fan suyo momentos previos al bolo.


“Yo ya me entiendo” se tornó un autentico manifiesto o mapa para guiarse en la vorágine que abarca desde la cuna hasta la muerte. Retumbó el mantra “el destino lo forja el temperamento” realzado por esos desbordantes riffs de Lenoir que se acercaron todavía más a los de aquel canadiense que decía que el rock n’ roll nunca moriría.

Bajó hasta los tugurios en “Santos Mártires Yonkis” y entroncó con Berlín o Nueva York de la mano del difunto líder de Velvet Underground, al que incluso se le podría dedicar tan sentida canción. Todo un talento literario el de Berrio, que apeló directamente a la figura femenina en “Te quiero-escríbelo en una barra de hielo” y en unas pocas estrofas mezcló vulvas con Edipo, el Zeus olímpico y diversas deidades. Referencias a punta pala para tipos leídos.


Y uno de los colofones estilísticos estuvo en “Las mujeres de este mundo”, otra pieza dedicada al eterno femenino que se asemeja a un cruce entre Joaquín Sabina y Nick Cave, cargado de cierta dosis de nihilismo, como cuando desea “morirse un día de pulmonía bajo los puentes y los perros aullarán toda esa inmensa madrugada”. Balas que perforan el cerebro y certifican un talento creativo sin parangón.

Sus letras guardan similitudes con Doctor Deseo, aunque sin entregarse tanto al desenfreno, o con el Loquillo cantautor de ‘Con elegancia’ o ‘La vida por delante’. De hecho, también canta a Jaime Gil de Biedma, uno de sus poetas favoritos “durante una época”, según confesó antes de interpretar el corte en memoria del rapsoda del disco del grupo homónimo Amor A Traición.

El concierto estuvo dividido en tres partes, dos acompañado por banda y un tramo central en solitario con “Simulacro” como punto álgido y regodeándose en sus imposibles metáforas. Y no se tornó soporífero en ningún instante, sino algo muy sentido, pura belleza formal, un paraíso para los estetas que todavía otorgan cierto valor a eso de juntar palabras.


Y después de ponerse en guardia del amor, concedieron unos bises con “Quítame la mano de encima” rememorando el legado aterciopelado de Lou Reed y preconizando la desaparición física en “Inanimados”, un canto que conecta con la eterna fugacidad de la vida de Manrique y desdeña el materialismo, a la par que en lo musical permite que Joseba se desboque por completo, relinche levantando las patas y sus dedos recorran millas y millas con el ímpetu del viento. Apoteósico.

Un recital de esos de sentar cátedra, para maravillarse durante meses y pensar que quizás debería adoptarse como especies protegidas a todos aquellos artistas que priman el significado sobre el significante, como dirían los lingüistas. Decididamente el destino lo forja el temperamento. Y en el caso de Rafael Berrio mucho más.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA