lunes, 29 de agosto de 2016

LOS CHICOS + DISCÍPULOS DE DIONISOS: DOS AMORES DISTINTOS



Sala Satélite T, Bilbao

No resulta fácil conectar hoy en día. Por lo menos de una forma espiritual. La tiranía de lo políticamente correcto y las buenas costumbres suele impedir cualquier tímido intento de acercamiento mínimamente sincero al margen del habitual postureo social. Ante este panorama no cabe otra opción que la resistencia, permanecer agazapado como un francotirador y lanzar alguna que otra bomba en las redes sociales. Dinamitar el sistema desde dentro.

Pero a veces se produce la conexión, la simbiosis, la sintonía total, dos almas que miran en la misma dirección. Es el caso de la manera que tienen de entender el espectáculo los guipuzcoanos Discípulos de Dionisos, insignes representantes de la reserva de rock n’ roll punkarra de los locales de Buenavista, y los madrileños Los Chicos, que saben también bastante lo que es montar una jarana considerable, por algo su lema principal dice que “siempre están de gira”.

Mástiles al cielo en Discípulos de Dionisos.
 Pocas formas se antojaban mejores de celebrar el final de las fiestas bilbaínas en el Satélite T que con un doble cartel de infarto conformado por las dos bandas antes mencionadas. Una apetecible cita que volvió a consolidar al recinto como un auténtico templo del rock n’ roll y una referencia inexcusable para cualquiera que quiera conocer lo que se cuece en la capital vizcaína en cuanto a la actividad en directo.

Con un calor tan sofocante que en ocasiones ralentizó la velocidad de algunos temas, Discípulos de Dionisos se batieron el cobre como jabatos en esas duras condiciones desde que abrieran la veda con “Vidas Cruzadas” y alcanzaron ya el punto de ebullición con “Comer, Beber, Amar” o “Coca Ardiendo”, donde tuvieron que pedir al dueño más aire acondicionado. Entre la muchedumbre el ambiente no era muy diferente, el sofoco casi de desmayarse se soportaba con entereza gracias a las toneladas de actitud que despedían los pioneros del porno punk.

Los pioneros del porno punk en plena acción.
 Y es que esos riffs deudores de The Hellacopters, Turbonegro y demás combos con agallas podrían levantar a un muerto en las más adversas circunstancias, salvajes sonaron “Seventeen”, “Soldados del orgasmo” o “Mus o muerte”, mientras algunas fans entregadas abanicaban al vocalista, que si no se deshidrató, poco que le faltaría.

En un mundo digital nos quedamos con lo analógico”, de esta guisa presentaron su himno “Vagina Eléctrica”, que desató los caldeados ánimos, y el “Skulls” de The Misfits apuntaló la velocidad de un recital tan apabullante como una locomotora desbocada. Solo faltaba la presencia a las tablas de sus compis de velada en “Vas a probar mi puño” para que el desparrame adquiriera cotas estratosféricas. Quizás nos molaran más en su anterior visita, pero sus bolos continúan siendo igual de demoledores. Sudamos bien a gusto, vaya.

El listón andaba por las nubes después de una descarga impepinable, por lo que requería suma habilidad mantener el nivel en tales coordenadas. Y Los Chicos lo lograron de sobra, bregados hasta la médula en el directo, han girado cuatro veces por Australia, tienen seis LPs editados y hasta han aparecido en recopilaciones internacionales. Defensores absolutos de la fiesta, su música parece englobar casi todo, punk, garaje, country, soul y cualquier cosa que haga mover los pies. Por cierto, otra de sus promesas dice que no se puede parar de bailar una vez que llegan a la ciudad. Lo cumplieron al completo.

Los Chicos bien abrigados para el calor.
 Desde que asomó por allí su vocalista ataviado de blanco impoluto y sombrero de cowboy, el personal se dejó mecer por un inigualable frontman que más bien parecía un predicador por su manera de conducir a las masas. Aparte de acercarse para sentir el calor humano que desbordaba la sala, no tardó en bajar con el resto de los mortales y encaramarse al único altar al que se debería rendir pleitesía en la época contemporánea: la barra de bar.

Piezas adrenalínicas de country macarra como “Party Boogie”, que los acercaban a una suerte de Dead Bronco, provocaban hasta que alguna fémina aireara los bajos de su vestido, aunque uno de los momentos culminantes del recital fue cuando su inquieto cantante agarró la silueta de cartón de los Rolling Stones que tenían en el garito y simuló conversar con ella hasta provocar las risas cuando afirmó que “Keith Richards dice que os droguéis”. 


Ese no sería el único numerito, pues demolieron de un plumazo barreras entre artistas y público al sumergirse todos a excepción del batería en medio del gentío y seguir desde allí tocando como si fuera lo más normal del mundo. La silueta de los Rolling volvió a dar mucho juego cuando mandaron agacharse al respetable y la hicieron surfear por encima de la multitud, al tiempo que intercalaban un fragmento del “T.V. Eye” o el “1969” de The Stooges, decanos absolutos de la actitud incendiaria en bolos.

Que la parroquia comía de su mano era un hecho, constatado además por el sujetador que les lanzaron y que no dudaron en ponerse. Su elegancia empero estaba fuera de toda duda, pues tardaron en deshacerse de esas chaquetas que daban calor solo verlas. Y rindieron tributo a la herencia cultural del terruño al entonar a capella en repetidas ocasiones el “Ya no quedan más cojones Eskorbuto a las elecciones” de los históricos punkis de la margen izquierda. Un jolgorio de los que hacen época en el que hasta se derramó cerveza como en las grandes ocasiones.


“Nos vemos en los bares”, dijeron antes de volver para unos bises que en realidad no eran necesarios dado el elevado grado de satisfacción entre los presentes. Txarly, el amo del garito, salió para encender los ánimos y que el despiporre siguiera su curso. Los madrileños recogieron el guante y asestaron un tremendo cañonazo en forma del inapelable “Kick Out The Jams” de MC5, donde contaron con la colaboración del vocalista de Discípulos de Dionisos ya para rematar el acto de fraternidad.

Al finalizar uno se preguntaba cuál de los dos conciertos contemplados esa noche había sido mejor, pero la decisión era harto complicada. Ya lo decía un compi fotero, son dos amores distintos que emocionan por igual, a algunos les gustarán más las rubias, a otros, las morenas, pero lo cierto es que ambas pueden llevarte en un momento dado a otra dimensión.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA







jueves, 25 de agosto de 2016

MANOLO UVI: GENERACIÓN TERRORISTA PARA RATO



Sala Satélite T, Bilbao

“¡Joder, tíos, qué bajitos sois!”. Esa fue la mítica frase de bienvenida que pronunciaron Las Vulpes cuando La UVI se acercaron a tocar junto a ellas en un colegio de Bilbao allá por los ochenta. La simpática anécdota no se termina ahí, puesto que según ha contado Manolo UVI en repetidas ocasiones, a ellos las punkis vascas tampoco les parecieron “Miss Mundo”, pero a medida que avanzaba la noche “nosotros ya parecíamos más altos y ellas, más guapas”, en confesión del considerado primer punk madrileño.

Quizás sea un tanto exagerado entronizarlo como un pionero en exclusiva, aunque su extensa biografía poco tiene de convencional. Para empezar, se libró de la mili por adicto a las anfetas, es decir, un tribunal militar le declaró “psiconeurótico anfetamínico”, tal y como reza en su cartilla militar, conoció La Movida y sus personajes en pleno apogeo, pudo salir del circuito underground y tocar con Joaquín Sabina, pero prefirió mantenerse fiel a sus principios, pese a llevarse bien con otros compañeros del mundillo como Alaska o La Frontera.

Manolo UVI, el primer punk madrileño.
 Con un currículum casi inabarcable que hasta incluye un negocio de serigrafías y otro de distribución de “flyers” por los bares de la capital, el llenazo en el Satélite T ya se barruntaba desde lejos. Era una ocasión de gala que nadie se quería perder, por lo que por allí se pudo ver a representantes de la escena punki local como Gato de Radiocrimen o Luis Punk, ex compi también del mismo Manolo en Punk Guerrilla. Un compadreo que incluso se trasladó a las tablas al colaborar ambos en los coros a lo largo del bolo.

Ante una sesión tan aguerrida no cabría otro telonero posible que Toni Metralla Y los Antibalas, incombustible rockero habitual del garito, tanto como espectador de a pie como oficiante de recitales enérgicos en los que gasta chaleco post-apocalíptico y desenfunda un micro-recortada para terminar de saldar cuentas. 

Toni Metralla y los Antibalas se lo pasan en grande en escena.
 Ya hemos coincidido con ellos varias veces y todavía no les hemos pillado en una noche mediocre, algo bastante complicado al disponer de una recámara repleta de adaptaciones en castellano de canciones guiris como el siempre infalible “Rebel Yell” de Billy Idol o el “Pretty Fucked Up” de Supersuckers, aparte de composiciones propias muy decentes del calibre de “Max El Loco” o “Patrulla Venganza”. Sumemos al cóctel un vocalista que se deja la piel y que no tarda en enardecer a la masas y llegaremos a la conclusión de que podrían salvar al rock n’ roll, como bien dicen en el tema de The Dictators.

La frase “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” se atribuye erróneamente a James Dean, aunque en realidad pertenece a la película ‘Llamad a cualquier puerta’ de Nicholas Ray. A finales de los setenta, el recién nacido movimiento punk adoptó dicho lema y Manolo UVI no tardó en buscar su propia filosofía y dar una vuelta al concepto al afirmar “Toca rápido, vive rápido e intensamente y diviértete como si cada día fuera el último de tu vida. Nunca se sabe”.


Unos preceptos que rige a rajatabla en lo que respecta a los directos desde que sale a escena con cara de tarado pero que en realidad maneja perfectamente la situación. Nunca tuvo una gran voz, pero eso daba igual, uno no venía a ver a Pavarotti, bastaban himnos imperecederos de los Commando 9mm como “Suena Bang” o “Jenny” para que los pogos brotaran por doquier y los ánimos se desbordaran.

La formación era asimismo de las básicas, sin zarandajas, un trío y a tirar millas, lo suficiente para armar ruido sin recargar lo más mínimo el ambiente, aunque, como hemos dicho, no sería raro que diversos espontáneos se animaran a contribuir al fiestón. Las palabras tampoco eran necesarias, únicamente los temazos, así debería ser siempre.

Los compis de Manolo le siguen el ritmo sin dificultad.
 Uno de los puntos álgidos se alcanzó por supuesto con la antimilitarista “Johnny coge el subfusil” y con la declaración de principios “Antisocial”, todo un manifiesto nihilista y una manera de ver la vida sin arrugarse ante nadie, de hecho, es una de las composiciones de las que Manolo está más orgulloso, según ha confesado en alguna entrevista.

Y otra de las que condensa al completo el ideario punk sería “No hay futuro”, aunque si uno observaba al respetable estaba claro que el recambio generacional era un absoluto hecho. En un tono más distendido, se agradeció “Lady Mambo” por su aire a los Ramones, antes de que nos llamaran a filas en “Únete al comando”, que pilló a la peña casi desbordando las vallas de contención.


La recta final fue de vértigo con “Cuando yo reviente” y el recuerdo a La UVI con la ineludible “La Policía”, una de sus piezas más míticas y piedra angular del punk madrileño. No podrían dejar de lado “Amor Frenopático”, otro imprescindible corte crepuscular  que los acerca al siniestrismo y que han versionado con notable habilidad los cántabros Paralítikos.

Y el epílogo definitivo llegó de nuevo volviendo la vista al post punk tenebroso con el clásico “Un día en Texas” de Parálisis Permanente, que por algo el propio Manolo se ha recorrido la península recientemente junto a Ana Curra para recordar a Eduardo Benavente. Un argumento impepinable para satisfacer al más exigente.

La única nota negativa de un bolazo frenético con todas las letras es que no hubiera bises, pese a que el personal los reclamó a grito pelado y en tales ocasiones no cuesta demasiado estirarse un poco. A pesar de este pequeño detalle, queda probado que el legado de La UVI o Commando 9mm no permanece sepultado bajo tierra ni mucho menos. Hay generación terrorista para rato.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


martes, 23 de agosto de 2016

SEÑOR NO: ¡QUE NO CAMBIEN NUNCA!



Sala Satélite T, Bilbao

Las motivaciones son importantes en la vida, ya sea para salir de fiesta y quedarse más allá de la hora razonable o para madrugar un pleno domingo. Una puntualización, hablamos de “madrugar” siguiendo aquella cita de Enrique Bunbury en la que afirmaba con cierto descaro que “levantarse antes de la 1 era de mala educación”. Unas declaraciones que trajeron bastante cola y que contribuyeron a que el maño resultara todavía un poco más insoportable a los que nunca lo aguantaron. Con un par, haciendo honor al estereotipo de artista bohemio y hasta un poco caradura.

Y aunque muchos no lo admitan, es cierto totalmente, cualquiera en su sano juicio no escaparía de la cama medio resacoso, pillaría el metro aún con el regusto de cerveza en el paladar y pediría una Coca-Cola y un pincho ante el indisimulado descojono de la camarera, no acostumbrada a servir refrescos a este aguerrido redactor dominguero.


Pero la razón era una de esas de peso. Otra visita de uno de los representantes de esa insigne escena punk rockera guipuzcoana que nació en los locales de Buenavista y que constituyó todo un bastión del rock n’ roll más salvaje que facturaban a otras latitudes bandas como Turbonegro o The Hellacopters. Un buen plan a priori capaz de barrer de un plumazo cualquier rastro de cansancio de la noche anterior.

Y gran parte de los asistentes que acudió al garito a tomar el vermut lo parecieron entender así, pues se alcanzó una notable afluencia con un respetable variopinto, pocas veces hemos visto a punkis con solera convivir tranquilamente con niños con globitos o familias de a pie en su paseíto matutino. Por supuesto, acudieron asimismo los habituales fieles que propician que se sigan derribando mitos domingo tras domingo.


La entrega a veces lo es todo y si nos guiamos por ese baremo Señor No ofrecieron un recital antológico, de los de dejarse la piel sobre las tablas, con la peña respondiendo a semejante derroche de entusiasmo subiéndose a las vallas de contención y agitándose como monos rabiosos. No faltaron tampoco los preceptivos pogos desatados casi siempre por la misma chinchilla hiperactiva y que vienen a ser una especie de equivalente a cortar una oreja en el mundo taurino.

El repertorio acompañó desde el principio con el rock n’ roll acelerado de “Fiestón” y el poso bluesero de la instrumental “Whisky, Putas y Humo”, antes de alcanzar uno de los puntos álgidos con su clásico “Llámame” o la más reciente “A veces no”, que no andaba exenta de pegada. Piezas con agallas y sin demasiados artificios acompañadas por una actitud desbordante a raudales que en ocasiones les pillaba tirados en el suelo elevando los mástiles en riguroso culto a la electricidad.


Tan certeros cañonazos no eran gratuitos y quizás a modo de evidente constatación “El diablo está caliente” certificó la elevada temperatura del garito, que para entonces ya había alcanzado de sobra el punto de ebullición. Y en su repaso a ‘No Cambies Siempre’, lo último editado hasta la fecha, no se olvidaron del rollo decadente a lo Dead Boys de “Como una pompa de jabón”, otro monumento a los descarriados.

Sin pausas ni zarandajas que valgan, un simple redoble valía para introducir “Inherente” y en la frenética “Laberintos” el enfervorizado personal volvió a colgarse de las vallas, pero no ya como monos rabiosos, sino más bien como miuras dispuestos a arrasar lo que pillaran entre medio. Y lo inédito de todo ello es que el pogo era casi en exclusiva femenino, las chicas incluso subieron a una señora a intentar surfear entre la multitud. Toma sexo débil.


No concedieron ni un minuto de respiro, como debe ser a tales horas intempestivas, los temas se atropellaban los unos a los otros y la energía se desbordaba en cortes tipo “A todas luces”, casi un homenaje a aquellos macarras escandinavos que sacudieron el panorama del rock n’ roll hace ya unos añitos. Voces arrastradas y marcadas por el paso vital, solos endiablados que se retorcían en orgías salvajes y una voluntad de ritual inapelable, de demostrar que la música auténtica de verdad se toca en baretos, no en grandes pabellones ni festivales en los que los grupos son lo de menos. Todavía existen cruzados contemporáneos.

Una descomunal entrega consagró el nihilismo desaforado a toda pastilla de “No me hables” y que les podría englobar en la categoría de una suerte de  Motörhead patrios. Para ello, el incombustible líder no dudó en pasar al lado del respetable y procurarse un círculo para que la muchedumbre reverenciara a aquel tipo que se tiraba por el suelo levantando el mástil. De cátedra.


Todos nos quedamos lo suficientemente extasiados, pero la multitud aulló cuando pusieron la música por los altavoces y nadie se atrevió a abandonar el recinto. Las suplicas fueron atendidas con “Mira mi dedo”, otra de esas piezas que por su zapatilla podría levantar a un muerto, antes de finiquitar recordando a MC5, una de sus más claras influencias, en ese “Looking At You” que cerraba el debut de Señor No de 1994.

Si un conocido concertil nos comentaba que la intensidad de un bolo bien podría medirse por la cantidad de empujones y puntapiés recibidos, aquello desde luego fue algo apoteósico. Un necesario chute de adrenalina requerido para afrontar una semana entera de fiestas. ¡Que no cambien nunca!

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA