viernes, 5 de octubre de 2018

THE HANDSOME FAMILY: BORRACHOS AL MEDIODÍA


Kafe Antzokia, Bilbao

Pocas cosas existen más aterradoras que un concierto con sillas. Es entrar en el recinto y encontrarse con semejante panorama desolador que invita más al recogimiento de una clase magistral que al desmelene de un recital de cualquier tipo. Deberían erradicarse de la faz de la tierra costumbres tan perniciosas que atentan indiscriminadamente contra las ganas de fiesta del personal, a la par que alientan dudas sobre si de verdad estamos en un lugar rodeado de personas de verdad o más bien en un cementerio de muertos vivientes.

Si fuera lo segundo, tampoco es que desentonaría demasiado con el rollo fantasmagórico de The Handsome Family y sus letras que lo mismo abordan suicidios, asesinatos y fantasmas que rememoran a personajes históricos como Nikola Tesla o la actriz Natalie Wood. Todo eso sin olvidar los elementos característicos de lo que se ha venido a llamar “gótico americano”, una tradición que en el campo literario cultivó como nadie William Faulkner, aunque con notables precedentes del calibre de Washington Irving o Nathaniel Hawthorne.


Como hemos dicho, el mar de sillas nos acojonó sobremanera y esperábamos una brasa de tres pares de narices. El envejecido ambiente del respetable no invitaba tampoco a pensar lo contrario, pese a que había especímenes dignos de estudio como el tipo que teníamos al lado que se pasó casi todo el concierto jugando a un juego del móvil o el jovenzuelo que alzaba los cuernos al terminar cada canción como si aquello fuera un bolo de Slayer. Cada uno tiene sus costumbres.

Pero la vida a veces te da sorpresas y lo cierto es que el show de The Handsome Family resultó muy agradable, no cabeceamos en absoluto y hasta nos entretuvimos bastante. La culpa la tuvo principalmente el desparpajo que se gasta esta pareja en las distancias cortas, que no dudaron en presentar casi cada corte, todo un detalle para los no familiarizados con el idioma anglosajón, pues gran parte de su atractivo reside en sus siniestras y poéticas letras llenas de contrastes.


De esta manera, iniciaron apelando al folk crepuscular de “My Sister’s Tiny Hands” y su letra sobre “serpientes y whisky”, según explicó Rennie Sparks. A su vera, la voz de su marido Brett retumbaba con dignidad eclesiástica y confirmaba la absoluta compenetración del matrimonio sobre las tablas. El explícito título de “So Much Wine” despejaba incógnitas acerca de su significado, pero ya dejó escrito Bukowski que “ninguna buena historia comienza con un “estaba yo comiéndome una ensalada””. Las cosas claras.

Y en “Stalled” aludieron a la “nieve” diciendo que en español “todo sonaba mejor” antes de tornarse profundos y anunciar una canción sobre “grandes amores” en “Weightless Again”. Un prodigioso ejercicio de armonías vocales que bordaron de forma impecable y que les pudo ganar el cielo.

Con “The Octopus” se marcaron una coña marinera traduciendo el título al castellano, lo que les llevó a probar diversas variantes como “pupo”, a lo que el marido contestó: “¿Pero eso no era el nombre de un perro?”. Si algo caracteriza tanto sus composiciones como su actitud en escena son los contrastes, y si en un momento se arrancan con un chiste, al siguiente se quejan de la situación actual en EE UU y se proclaman “orgullosos de estar fuera”. Lo de salir a la carretera para ellos es como ir de vacaciones.


Obviamente, uno de los picos del recital estuvo en “Far From Any Road”, conocida por haber formado parte de la popular serie ‘True Detective’. Pero si la última vez que arribaron por la zona aquello todavía andaba muy fresco, con muchos advenedizos que acudían al evento casi exclusivamente por ese motivo, en esta ocasión  ya se había pasado el furor del momento, lo que hay que agradecer para que así solo tuviéramos gente aficionada a la música y no a otras zarandajas.

Siguieron el relato argumental con “Arlene”, que reproducía la tradicional estampa de dos personas que van al bosque y solo regresa una, otra mirada más a las esencias más profundas. Y otra de las interpretaciones inmaculadas de la noche fue “Gold”, una gesta épica sobre la cara oculta del sueño americano y que por su tono cinematográfico podría aparecer en cualquier peli de David Lynch. Pelos de punta con su ambiente sombrío similar al ‘Nebraska’ de Springsteen. Un temazo para recluirse en una cabaña de madera con un Winchester modelo 1873.


La sinceridad de la pareja era brutal, por eso tampoco sorprendió que confesaran que era la primera noche de la gira peninsular y “no sabían qué hacer”. Pues bueno, no hubiera desagradado que rescataran el “Famous Blue Raincoat” del inmortal bardo Leonard Cohen. En su lugar, ofrecieron una imagen pastoral a tope con “The Sad Milkman”, que contó con momentos hilarantes cuando al grandullón Brett le dio por traducir la letra simultáneamente. O te tirabas por el suelo de la risa o te cortabas las venas, así se podría resumir su show.

Los aplausos fueron estruendosos cuando se retiraron hasta el punto de que regresaron con el barbudo enardecido preguntando directamente a la peña: “¿Qué coño queréis?”. El comienzo a lo Johnny Cash de “In The Air” hizo que el melenudo de la primera fila levantara de nuevo los cuernos y que hasta alguna señora cantara igual que si estuviera en misa. El magnetismo del dúo sigue intacto.
Pues a pesar de los negros presagios, la verdad es que se curraron al final un repertorio muy decente para beber whisky, perderse en las montañas o lanzarse a la búsqueda de oro, si es que todavía queda algo. Y como decían en  uno de sus temas, acabar borrachos al mediodía.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


jueves, 4 de octubre de 2018

BONZOS vs LOS CLAVOS: EL ROCK N’ ROLL ES SU VIDA


Kafe Antzokia, Bilbao

Hay teclas infalibles para conectar con la audiencia. La nostalgia es una de ellas, quizás la más potente. Un sentimiento que lo mismo puede aplicarse para rememorar viejos amores de juventud que para sorprenderse por el paso del tiempo y lo mucho que hemos cambiado. ¿Por qué han desaparecido míticas tiendas que parecían inmortales? ¿Qué fue de aquellos amigos con los que empezamos a escuchar los primeros discos? ¿Existe farra más allá de los treinta?

Todos esos dilemas existenciales tratan los Bonzos en su último trabajo ‘Misión Suicida’, la confirmación en menos de un año de que la banda getxotarra ha vuelto para quedarse tras un parón de dos décadas, que se dice pronto. Y si con ‘Hagamos América punk otra vez’ pusieron el listón por las nubes al facturar piezas que son ya himnos en directo como “Lluvia, hierro y rock n’ roll”, su nuevo trabajo no desmerece en absoluto en calidad compositiva, a pesar de que quizás hayan aminorado un poco el ritmo. Pero la esencia Ramones ahí permanece, en consonancia con otros que ya transitaron el camino antes que ellos como Los Vegetales y otros que se unieron más tarde como Airbag o F.A.N.T.A. Una gran familia feliz.


Nada mejor que aprovechar una única cita para presentar disco y a la vez inaugurar la nueva temporada del exitoso ciclo Izar & Star, que en esta novena edición incluirá homenajes a la psicodelia de los sesenta o al coloso del soul Marvin Gaye. Quizás porque todavía en esas fechas muchos seguían de vacaciones, lo cierto es que tampoco se concentraron las multitudes que merecería tan magna ocasión, pero por lo menos se congregó la afluencia necesaria para montar gresca.

Con una primera parte dedicada a Los Clavos, legendario combo que dinamitó la escena getxotarra alternativa a principios de los noventa y que desde 1995 nunca se había vuelto a juntar, los actuales Bonzos afrontaron un repertorio vigoroso que ha resistido sin problemas el paso del tiempo. “She Could Tell” marcó los enérgicos parámetros de la velada, pero había una sima insondable entre artistas y público, así que el líder Juancar Parlange tuvo que pedir a la peña que se acercara porque “una gran noche no empieza con una ensalada y un buen concierto no empieza a dos metros del escenario”.


Sin pausa alguna apretaron con un “Revolution” que destilaba agallas nórdicas a lo Turbonegro y no menos incisiva resultó “Wrong Way”, cantada por el bajista en plan punk. La cara amable vía el power pop de The Rubinoos se alcanzó con “Just Another Day” antes de insuflar abrasión en la versión de Hüsker Dü “Turn On The News”. Y como nexo de unión entre ambos mundos, o más bien diferentes etapas de una misma banda, hizo Martín de Capsula, productor de los dos discos de Bonzos, que se marcó con ellos el “What Goes On” de The Velvet Underground para finiquitar con solvencia la primera parte del show.

Tras un breve parón regresaron ya para la puesta de largo de ‘Misión Suicida’ con “Situaciones”, adaptación en castellano de Slaughter & The Dogs, y “El expreso de Badajoz”, que ya habían avanzado previamente en bolos anteriores. Sin desviarse en absoluto del orden que puede escucharse en estudio, enfilaron con la tralla ramoniana de saltar lágrimas de “Tú y yo” y el vocalista Juancar no dudó en recomendar la peli de Milos Forman y el libro de Ken Kesey ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, protagonista precisamente de su pieza “El nido del cuco”. Y no podía faltar el homenaje que tributan a Antonio Vega en “Alta tensión” de Nacha Pop, “uno de los mejores discos de la historia”, sentenció Parlange.


El legado de Joey Ramone y compañía sobresalió de nuevo en “Cementerio indio”, donde bordaron los coros. Y recuperaron la mirada nostálgica hacia aquellos lugares que ya no existen en “Esta ciudad ha muerto” o la zona que les vio nacer en “Punta Galea”, una suerte de “Rockaway Beach” local donde rememoran la figura del mítico acantilado de Getxo así como el ambiente del Puerto Viejo de Algorta, algo que removería las entrañas de cualquiera criado por esos parajes.

La declaración de principios “Hombre Bala”, aparte de para dar título a su último disco, sirvió para insuflar más calor todavía en una velada a machamartillo, con el único receso antes mencionado, que entró como un tiro y confirmó que la banda actual anda más que bien engrasada. No bajaron un ápice de emoción con las inevitables tonadillas playeras tipo “As del surf” o “Tas Pappas”, “el único skater que importa”, todo un retrato de la rocambolesca vida de un astro australiano de este deporte.


Y una vez terminado el repaso a su material reciente, se acordaron del lanzamiento con el que regresaron a los escenarios en “Te cuidaré más que a mis ojos” y “Bonzo Girl”, que se pueden considerar ya auténticos himnos, al igual que “Narco punk”, otro trallazo apabullante cargado de referencias culturales al rollo. Y “Lluvia, hierro y rock n’ roll” evocó tanto los tiempos del rock radikal vasco que alguno hasta gritó: “¡Me cago en Dios!”, a lo que Juancar respondió: “¡Como Willy!”.

Quedaba munición sentimental todavía con “Nueva York” antes de que irrumpiera otra vez Martín Capsula para arrancarse con un “Quise ser Gardel” niquelado por su acento argentino. Echamos de menos la preciosidad “Crush On You” y su inefable aire al “I Wanna Be Your Boyfriend” de Ramones, pero era indiscutible que aquello se había tornado todo un festival de temazos. Una sesión inapelable que pasó como un suspiro y que seguramente se convirtió en la mejor vez que les habíamos visto. Su cancionero se ha engrandecido sobremanera. Ya lo dicen en “Hombre bala”, el rock n’ roll es su vida.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN









lunes, 1 de octubre de 2018

CRISIS: LA LLAMADA DE LAS BRIGADAS ROJAS


Sala Wurlitzer, Madrid

Uno de los motivos principales del advenimiento del punk a finales de los setenta fue sin duda el exceso de pomposidad de las bandas de rock sinfónico tipo Yes o Pink Floyd. Los artistas que vivían recluidos en sus torres de marfil se tiraban casi una vida estudiando música y luego ya entonces se animaban a dar el serio y trascendental paso de montar un grupo. Con tan elevado concepto de sí mismos y semejantes aires de grandeza, parecía imposible que se detuvieran a echar una mirada alrededor para observar el alto índice de paro en un país al borde de la bancarrota, el aumento de los partidos de extrema derecha o un conflicto norirlandés con atentados terroristas salpicando el territorio de vez en cuando.

Quizás los primeros que se quitaron la venda en ese sentido fueron The Clash, cuyo primer single “White Riot” ya dejaba traslucir sus vitriólicas intenciones, al tiempo que también ampliaban el campo de acción más allá de los tres acordes al incorporar el reggae jamaicano con naturalidad a su música. Al rebufo de estos surgirían nombres como Crisis o Gang of Four que darían forma a lo que posteriormente se llamaría post punk.


Por todos estos motivos la visita a la península de los británicos capitaneados por Tony Wakeford se antojaba todo un acontecimiento de primera magnitud para cualquier estudioso del fenómeno punk. Y muchos así lo debieron entender porque la sala anduvo abarrotada de un personal variopinto en el que había desde peña con ropajes negros por la conexión Death In June hasta camisas de flores. Eso sí, mención especial para la camiseta de RIP que se pudo ver por ahí, seguramente el único rasgo inequívocamente auténtico de todo el recinto. Siempre con una idea fiel.

Abrieron la velada Klobber, un grupillo de músicos internacionales asentados en Madrid que nació como banda tributo a The Clash y que en la actualidad funde el legado de Joe Strummer con la conexión punki de Minnesota vía The Replacements o Hüsker Dü. Muy entretenidos se tornaron con un vocalista que provocaba frecuentemente a la concurrencia con alusiones a Portugal y alcanzaron su indiscutible pico con su versión del “New Rose” de The Damned. Un entremés más que adecuado.

Klobber, punk visceral con ganas de cachondeo.
 Crisis en realidad nunca fueron demasiado ortodoxos en lo musical con aquello de los tres acordes y el nihilismo desaforado de algunos compatriotas suyos, a lo que sí que se mostraron indiscutiblemente leales fue a ese ideario marxista que les llevó a apoyar a organizaciones como Rock Against Racism o Anti Nazi League y buscar la confrontación ideológica en sus conciertos. Con vistas a ese pasado, iniciaron su recital en la sala Wurlitzer con “Back In The USSR”, que obviamente nada tiene que ver con la pieza de The Beatles del álbum blanco y que marcaba los parámetros por los que se movería la noche.

Siguieron echando gasolina al fuego con “Pc 1984” o ese “White Youth” que pese a su supremacista título abogaba en verdad por la solidaridad interracial. Tony Wakeford y los suyos se revelaron en un competente estado de forma para otorgar la dignidad requerida a tan añejo catálogo que provocó una revolución en el seno mismo del punk al apostar más por las atmósferas recargadas de corte marcial que por la velocidad endiablada.


Como hemos dicho, su rollo era más post punk que otra cosa, no muy alejado de lo que posteriormente cincelarían con precisión Joy Division, así lo atestiguaba “On TV” o “Laughing”. Otro detalle reseñable es que ahí se escupía bilis por doquier, pero el personal parecía poseído por el espíritu de un gato de escayola, no se movía ni dios, igual que si fuera un desfile militar norcoreano. En latitudes más al norte, un bolo de características similares habría desatado pogos sin compasión, pero en la capital hubo que conformarse con unos leves saltitos al final. En definitiva, el ambiente punk en el foro quizás esté tan muerto como el chotis.

Hubo alusiones a la hoz y el martillo, megáfono de mitin y propaganda política, aspectos que cristalizaron en el cántico de guerra “Red Brigades”, en referencia a la organización italiana de lucha armada revolucionaria, aquí no cabían  sutilezas ni medias tintas. No dudaron en acelerar el ritmo al final mientras se generaba en las primeras filas cierto revoloteo sin que aquello llegara a desmelenarse. El ardor no está reñido con la contención.


Y a modo de punto de encaje entre Crisis y Death In June ahí estaba “All Alone In Her Nirvana”, que ya apareció en el álbum ‘The Guilty Have No Pride’ de 1983 de las luminarias del neofolk, pero aquello era ya otra historia, hasta el punto de que el propio Wakeford abandonó la banda por “discrepancias ideológicas”. Para algunos, la dictadura del proletariado dejó de tener el encanto de antaño.

Con una producción compositiva un tanto precaria, tampoco es que hubiera demasiado que rascar, aunque todavía tuvieron tiempo para marcarse himnos como “Holocaust”, acogido entre la concurrencia con verdadera devoción y que certificó que de vez en cuando se producían connatos de consciencia y de vuelta a la vida. Terapia de choque.

El único bis “Kanada Kommando” sirvió para finiquitar un recital que tampoco fue el de nuestras vidas, pero que valió para demostrar que esta nueva encarnación de Crisis en el nuevo milenio conserva en un estado aceptable el furor transgresor bolchevique de finales de los setenta. La llamada de las Brigadas Rojas sigue teniendo predicamento.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA