martes, 31 de diciembre de 2019

KURT BAKER COMBO: TODO UN REGALO NAVIDEÑO


Crazy Horse, Bilbao

Las tradiciones no reconocidas como tales suelen ser las mejores. Hablo en concreto de esa especie de rituales que no acostumbran a plasmarse por escrito de manera oficial, pero que suceden con precisión mecánica cada año. No hacen falta luz ni taquígrafos para certificar la voluntad inexorable de llevar algo a cabo, sino simplemente que existan las ganas de ello. Coger el toro por los cuernos y plantarse en el lugar en cuestión. Sin darse excesiva pompa. El embrión del famoso hazlo tú mismo punk.

Entre estas costumbres no establecidas oficialmente destacaríamos el bolo que suele ofrecer por estas fechas el estadounidense afincado en la península Kurt Baker. Si en alguna ocasión hemos mencionado aquella regla que situaba un recital de The Dictators o Sex Museum en el Kafe Antzokia invariablemente cada Semana Santa, con alguna excepción de por medio, creo que podemos ya incluir en la misma categoría los conciertos del príncipe del power pop en el Crazy Horse. Un lugar que ya siente como su casa y que incluso cuenta con auténticos clásicos del garito, como comprobaríamos a lo largo de la velada.


Con una notable afluencia de parroquianos habituales del rockerío bilbaíno, como Iñaki y Pepe de Turbofuckers o Fabi de Penadas Por La Ley, estaba claro que el ambiente no sería un problema aquella noche. De hecho, todas las veces que hemos visto a este crack de Portland ha habido entre el respetable un jolgorio de impresión. Lo más normal con temas enérgicos que invitan a la diversión y al buen rollo.

Todavía coleteaba su último trabajo de estudio ‘Let’s Go Wild’ en este regreso por tierras vascas de Kurt Baker Combo, pero la principal novedad observable a simple vista era la nueva formación de la que se ha rodeado el de Maine en esta ocasión. Lo más llamativo era que ya no estaba su batería chalado ruso con desbordante ímpetu, en su lugar teníamos a un chavalín con pinta mod que dio el callo como un profesional, aunque algún que otro detalle revelara su excesiva frescura. Y para reforzar más su potente sonido, había ahora también otro guitarra que libraba a Baker de las seis cuerdas para concentrarse en su faceta de frontman, algo para lo que ha nacido, sin duda.


El trallazo “Upside Down” funcionó a modo de percutor del show en el inicio, y sin despegarse del álbum ‘In Orbit’, enlazaron con “Baby’s Gone Bad”, power pop reconocible a lo largo y ancho del globo terráqueo desde las primeras notas. Turno de volver al material reciente con “So Lonely” y “Foolish Stuff”, otro par de piezas para epatar en las distancias cortas. Y lo mejor de todo es que casi ni hay descanso entre medias, salvo algún arrebato parlanchín que hasta le podemos perdonar al orfebre de melodías.

“Everybody Knows” es otra fundamental en sus directos, mientras que “I Can’t Help Falling In Love” constituye un avance que ya editaron el pasado verano. Al carismático voceras siempre le gusta regresar a Bilbao, no lo tiene ni que esconder, por eso se le notó muy motivado, buscando el contacto con el respetable y tratando que los fieles vivieran otra noche antológica. Y a buen seguro que lo consiguió junto a sus compinches.


Su fortaleza como compositor reluce en “Next Tomorrow” y en el “Nobody But Me” de Isley Brothers no puede evitar acordarse de que siempre la ha tocado en el Crazy Horse, según explicó antes de hacernos la pelota diciendo con su notable acento guiri que “Vitoria quizás es más verde, pero Bilbao es más fiesta”. Muy cierto. ¿Quién quiere capitales sostenibles con cero ambiente nocturno? Dejemos los largos paseos por los parques para la senectud.

Y después de esa joya llamada “I Can’t Wait”, el norteamericano siguió dorando la píldora explicando que había venido desde Chicago expresamente para tocar y que allí no había “ni Guggenheim ni tortilla de patata”. La palabra “chupitous” sonó por primera vez, esperando que alguien se hiciera eco de la petición. A la espera del bebercio para músicos, los parroquianos refrescaron el gaznate con el clásico de Leiber y Stoller “Love Potion No.9”, que con los tonos melódicos de Baker se antoja casi gloria bendita. Posee un ojo clínico para las versiones, basta escuchar su disco ‘Got It Covered’ de 2010.


“Can’t Go Back”, lanzado el pasado noviembre, sería otro single reciente que no desentonaba en su equilibrado repertorio antes de emprender viaje a “otro planeta” en “Sends Me To Mars”. Durante este intervalo, por fin llegó la priva para los artistas y Baker brindó con los asistentes por el año nuevo, al tiempo que exhibió su espíritu navideño, no en vano ya ha grabado algún tema típico para estas fechas como “Christmas In The Sand”.

Y en “Partied Out” apeló al desmadre festivo que tanto le gusta, no sin desear no tener “resaca” al día siguiente, dudamos que consiguiera semejante proeza. Un alma caritativa acercó un chupito a Kurt y este no dudo en calificarle como “el santo de Navidad”, lo fácil que es hacer feliz a este hombre. En pleno apogeo del despiporre, encadenó un trío de infarto con “Don’t Steal My Heart Away”, “Don’t Go Falling In Love” y un “Aorta Baby” que a estas alturas ya se ha convertido en un santo y seña de su trayectoria en solitario. Y mientras el personal montaba jaleo en el centro, el voceras se metió en el meollo y aprovechó para intercalar el “What I Like About You” de The Romantics. Hubo tanto frenesí que el micro dejó de funcionar y tuvo que pillar el del guitarra. Cosas que pasan.


Regresaron para los bises con un “Bad Boy” de Larry Williams un tanto descacharrante porque el batería se debió confundir de canción, pero no tardaron en arreglar el desaguisado apelando a que “los fallos son el rock n’ roll” y arrancándose con el “Walking Out On Love” del rey del power pop Paul Collins, casi nada. Y en esta racha versionera, rescataron una joya a medio camino entre el garaje y el punk como el “Don’t Look Back” de The Remains. Un sabor de boca inmejorable previo a que retomaran ya con propiedad el “Bad Boy” de Williams. El broche inapelable.

Un recital rotundo de los de darse golpes en el pecho como un gorila, todo un regalo navideño de Baker para sus fans. Porque, como nos dijo durante el trascurso de la velada, él no conoce a ninguna “persona triste” en esta época del año. Es un feliciano de la vida. Y le entendemos hasta cierto punto. ¿Qué podría haber de malo con Kurt Baker cantando?

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


lunes, 30 de diciembre de 2019

DALE CANDELA MUSIC FESTIVAL: VARIEDAD POR UNA BUENA CAUSA


Kafe Antzokia, Bilbao

Es evidente que las iniciativas solidarias mueven al paisanaje de a pie como un resorte. Todo el mundo quiere contribuir con su granito de arena y colaborar en algo grande que pueda cambiar la vida a la gente. Y más en una época donde ahí están las redes sociales para dar fe de lo que hacemos o dejamos de hacer en nuestro tiempo libre. Lo importante es apuntarse el tanto, quedar como el más comprometido del mundo mundial y así poder seguir pontificando desde un púlpito artificial sobre lo que está bien y lo que está mal, lo que debe o no debe permitirse y hasta el entretenimiento que es lícito consumir. Nunca han existido tantas vocaciones religiosas como en los tiempos actuales.

Con las entradas agotadas con una antelación considerable estaba claro que un grueso importante del respetable se englobaría en ese grupo de gente que no suele ir habitualmente a conciertos, sino más bien intuimos que se trataría de conocidos o familiares de los oficiantes de la velada, meros hinchas del equipo local que luego no se les volvería a ver hasta otro evento similar. Por eso las escaleras del Kafe Antzokia, habitualmente reservadas para que los fotógrafos realicen su trabajo, permanecían ocupadas por chavalas a las que sentarse ahí mismo y tocar las pelotas al personal les parecería lo más normal del mundo. Hay que decir que otras personas, conscientes del tema, no dudaban en ceder el sitio a foteros por unos minutos sin siquiera pedírselo. La verdadera solidaridad, lo demás es postureo.

Lee Perk, abriendo el evento solidario.
Sin hacer más sangre del asunto debido a la vocación altruista de un evento patrocinado por Iberdrola, que según anunciaron los organizadores, corrió con todos los gastos, pasamos a detallar lo más destacable de la variopinta velada. Lee Perk abrieron en formato cuarteto con su rock n’ roll añejo de reconocida calidad, como ya hemos catado en ocasiones anteriores, y cortes bastante aceptables del calibre de “Born To Be Free” o “Stuck In Between”. De momento empezaba bien la cosa.

Un afectado por ELA agradeció la asistencia y desgranó detalles del acto, como el dato que comentábamos en el párrafo anterior, antes de que La Costa Oeste evocaran a The Band por su atmósfera country y The Fakeband alcanzaran uno de los primeros picos de la noche con sus impagables melodías a tres o cuatro voces herederas de The Eagles, Simon & Garfunkel y demás combos con predominancia de las cuerdas vocales. Su rollo americanista sosegado tampoco es de los géneros que más nos llame, pero de justicia es reconocer su descomunal pericia en las distancias cortas. Un valor seguro en cualquier sarao.

McEnroe y su íntima desnudez.
 Con una media de unos dos temas por banda, el ritmo era dinámico a tope y en algunos casos daba hasta pena que se piraran tan pronto, caso de McEnroe, que resultaron de los más ovacionados de la velada. Difícil resistirse ante la íntima desnudez de “Rugen las flores” o “Un rayo de luz”, torrentes de emotividad capaces de desarmar a un alma mínimamente sensible. Quizás su música no sea la más apropiada para animar un fiestón, pero la solidez interpretativa de Ricardo Lezón consigue todavía epatar al personal y mucho más.

Ante tanto oficiante reposado, los guitarrazos de inspiración noventera de “The Fall” de El Inquilino Comunista se tornaron un auténtico bálsamo para los aficionados al rock potente, si es que había alguno, aparte de un servidor, por la sala. Con un bajista desbocado total que enardecía a las masas era imposible que nada fallara, aunque el sector más joven les acogiera con cierta indiferencia. En su época, a nosotros eso del ‘Getxo Sound’ nos parecía de una pedantería insoportable y por eso huíamos como de la peste en cuanto distinguíamos aquel tufo elitista de la margen derecha, pero hoy en día, con otra perspectiva, hasta valoramos de forma positiva esa escena alternativa que se fraguó en un municipio en el que no abundaba precisamente la cultura rockera de ningún tipo. Sus  dos piezas se antojaron escasas y los fans lo expresaban de esta manera: “Qué pena, un poco más, por favor”. Triunfadores por derecho propio.
 
El Inquilino Comunista rescatando el legado de los noventa.
Margo Cilker & The Drunken Angels también exhibió vínculos con la península, a pesar de que esta muchacha californiana de nacimiento sea un culo inquieto que ha vivido en lugares tan variopintos como Montana o Bilbao, entre otros. Precisamente, sobre su estancia en la capital vizcaína trata “Bilbao Precipitation”, una pieza reposada en la que brilla su luminosa voz a lo Lucinda Williams, no en vano en el botxo ya capitaneó una banda tributo a dicha artista estadounidense. Por su prodigiosa voz se le perdona hasta que se pase de tranquila.

Still River llamaron la atención por su frontman y guitarrista que punteaba como un dios antes de que Los Brazos se metieran en el bolsillo a los fieles gracias a country apto para todos los públicos como “Not My Kind” y un “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd que bordaron de principio a fin. No faltó ni siquiera el preceptivo baño de masas durante el mítico solo y hasta se atrevieron a dedicar algunos guiños a los múltiples invitados que copaban uno de los laterales traseros del escenario. Desenfreno colectivo.

Still River tocando el cielo.
Y si los ánimos andaban exaltados, subieron ya hasta lo indecible con The Hornies, cuyo cantante con traje rosa impactó de primeras a la afición mientras intentaba imitar los tonos rudos del Joe Cocker de “The Letter”, si no nos equivocamos. La facilona elección del “Proud Mary” de la Creedence nos resultó pachanguera a más no poder, por ser un tema trillado hasta la saciedad, como poco, y también por profesarle cierta manía desde que vimos aquel vídeo en el que lo interpretaba una popera consumada como Céline Dion, la típica pieza para los que van de rockeros pero no han escuchado ese estilo en su vida. El respetable lo flipó, eso sí.

Y ya en la recta final, a modo de colaboración conjunta entre grupos, sonó un inmenso “The Weight” de The Band en el que destacaron las impagables melodías vocales de The Fakeband, y un “I Shall Be Released”, también de Levon Helm y compañía, al que se apuntaron incluso los miembros de McEnroe. Un himno coral adecuado para desatar las gargantas.

The Hornies, con traje rosa.
 A modo de impresión general de la velada, quizás nos saturó tanto country reposado, así como el público irrespetuoso con los fotógrafos que se sentaba en las escaleras con sus santos huevos y ovarios, pero ya solo las soberbias actuaciones de McEnroe y El Inquilino Comunista justificaban más que de sobra la asistencia. Dejemos la bilis para otros momentos, había variedad por una buena causa.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




martes, 24 de diciembre de 2019

AVIADOR DRO: FRECUENCIA AMPLIFICADA


Sala BBK, Bilbao

Convertirse en un adelantado a los tiempos equivale poco menos que a ser un paria, un apestado social al que nadie entiende y del que conviene apartarse por peligro a que trasmita algo contagioso. Así funcionaban las cosas en un país atrasado que acababa de despertarse de una larga pesadilla y que entonces sentía más que nunca la necesidad de expresarse y provocar a todos esos estamentos políticamente correctos que habían impuesto su cerrada visión durante tantas décadas. Había llegado la hora de la anarquía eléctrica, como podíamos escuchar en el himno manifiesto “Camarada Bakunin”.

La irrupción de El Aviador Dro y sus Obreros Especializados a finales de los setenta tuvo que provocar en el panorama patrio un seísmo considerable al que causó Roxy Music en el ámbito anglosajón. Al igual que la banda de Bryan Ferry, estos aficionados a vanguardias artísticas como el futurismo o el dadaísmo esbozaron gran parte de las corrientes que imperarían en años venideros y además pasarían a la historia como pioneros del tecno y de la electrónica en general en nuestro país, algo que por aquel entonces vendría a resultar tan pintoresco como proclamarse criador de perros verdes. Había que tener la mente muy abierta para asimilar de golpe y porrazo semejante doctrina.


Casi medio siglo ha transcurrido desde que dicho colectivo elevara el vuelo y conquistara almas con su mundo de ciencia-ficción en el que habitaban cyborgs, asteroides, corazones de batidoras o chicas de Plexiglás. Y tuvo que ser gracias a algo tan innovador como las jornadas de cultura digital y multidisciplinar de Tracking Bilbao para que regresaran a la capital vizcaína después de una ausencia más que considerable por estos lares. Algunos hablaban de un concierto al aire libre en Indautxu, otros de citas en Bilborock o en la sala Azkena, e incluso seres de otra dimensión evocaban por redes sociales un recital en la desaparecida Yoko Lennon’s allá por el pleistoceno.

El caso es que la velada era una oportunidad única para disfrutar de una gira 40 aniversario que jamás imaginaríamos que recalaría en latitudes tan norteñas, por eso mismo hace no demasiado acudimos a la capital del Estado a su histórico concierto con invitados en la sala Changó. Ante una todavía modesta afluencia, se apuntaron a esta misión interplanetaria Munlet, una rara avis de la zona que le llevan dando desde 2002 a un peculiar conglomerado de electrónica y punk que gana enteros en directo. Todo un entremés que pegaba a la perfección en la cita por ese descaro deudor de Kaka de Luxe, la chaladura de los siempre reivindicables Devo o el moderneo bailongo de unos Cycle, si nos ponemos más actuales. Pero la garra prevalecía sobre cualquier experimentación, a la par que el cachondeo que imprimían en escena era también considerable. Y además apelaban al nihilismo en cortes como “Chupacabras” o “Extinción”. Enormes.

Munlet y su  cóctel electro punk.
Contando la presente, en tres ocasiones nos hemos unido a la Corporación de Aviador Dro y ninguna ha tenido nada que ver entre sí en lo que respecta al repertorio, salvo los inevitables satélites comunes. Pero lo que desde luego no esperábamos era un comienzo de los de levantar el puño con “La cicatriz en la fábrica roja” y poco más tarde “Varsovia en llamas”, más munición difícil de encontrar en las distancias cortas. Y no podíamos olvidar que en realidad todo empezó con “La chica de Plexiglás”, como advirtió el líder Servando.

Seguíamos en clave sideral con “Láser” antes de que nos saludaran con un “Hola, mutantes de Bilbao, somos los obreros especializados” mientras la multitud admiraba sus trajes antiradioactivos  que más bien parecían para trabajar en un avispero. Que el repertorio de la noche no se ceñiría a lo habitual lo constatarían piezas muy primerizas como “Obsesión” o “Hazme tu androide”, que desde luego no eran lo más predecible en un aniversario. Guiños a los viejos fans. Que no falten.
Servando relató cómo en su época convivían con personajes como Ronald Reagan o Margaret Thatcher que convertían el futuro en algo “apocalíptico” y en ese incierto contexto cobraba más sentido que nunca el himno “Nuclear sí”, otra prueba de lo adelantados que estaban entonces. Todo un espectáculo que durante la interpretación de la misma se despojaran con saña de sus trajes siderales y luego continuaran reivindicando ese mantra que escandalizaría a monjas postmodernas como Greta Thunberg.


“Rosemary” era otra joya inesperada y en “La televisión es nutritiva” demostraron que hay cosas que nunca cambian, a pesar de que los soportes tecnológicos sí que lo hagan. Con 40 años de trayectoria a las espaldas y un catálogo encomiable de álbumes en estudio no tienen reparo en reconocer deudas y por eso se cascaron un “Mongoloide” de Devo más punk que la original y con uno de los obreros montando pogo entre los fieles. Eso sí que era animar un evento.

“Programa en espiral” sacudiría asimismo conciencias entre parroquianos, incluso aunque la mayoría de sus clásicos no suenen igual a las versiones de estudio y sean adaptaciones más modernas. De hecho, por lo que comentamos posteriormente, algunos fans se rasgaban las vestiduras por esto, aunque un servidor no encuentra demasiado problema si los temas por lo menos ganan en potencia. Anda que no cambia las piezas Bob Dylan en la actualidad, por poner un ejemplo, entre muchos otros.



“De vez en cuando el romanticismo nos atacaba y hacíamos canciones de amor y aviones”, explicaba Servando antes de su glorioso “Selector de Frecuencias”, imprescindible en muchas sesiones góticas desde tiempos inmemoriales, aunque suene raro a los profanos. Y el amado líder siguió arengando a las tropas con “Bailar la guerra”, otra letra para entonar a pulmón a día de hoy. Un festín total.

“Sé lo que estáis pensando y vosotros sabéis lo que estoy pensando”, resumía Servando previamente a “Telepatía” de 1982, casi nada. Si en otro bolo suyo ya les habíamos visto repartir probetas con líquidos de colores, aquí no se privaron de hacer lo propio con tarros llenos de una sustancia azul bebible. Y presentaron “Amor industrial” como un tema sobre “las cosas que nos importan”, como “nuestra conexión a internet, los píxeles del móvil, el Satisfyer…”. Sin perder el pulso de la actualidad.

Cortes casi del nuevo milenio como “Radiante” en estudio no son gran cosa, pero en directo se convierten en un frenesí para romperse bailando, a lo que invitaba Mario Gil por sus descontrolados movimientos. Y “Vivir para morir” también se disfruta de otra manera cuando llueven octavillas que alertan de “información manipulada” y proclaman que “el sistema miente”. La modernidad de algunas de sus piezas no está muy alejada de León Benavente.


“Trance” muestra su vertiente más tecno, pero uno lo mira con otros ojos mientras ondea el estandarte anarco-científico y con este símbolo se despiden por todo lo alto después de 2 horas en la fábrica trabajando a destajo. La peña gritaba “anarquía” como si fuera un concierto punk para exigir bises y sorprendieron al regresar con “Benito el funcionario”, canción “perdida” que no se llegó a grabar, como nos ilustró Servando, una crítica en carne viva a todos esos tipos respetables que se calzan un traje cada mañana. “Vortex” fue acogida con emoción antes del inevitable final con “El retorno de Godzilla”, una criatura a la que Servando pidió ir “a Madrid para aplastar el Valle de los Caídos”. Quizás habríamos preferido “La ciudad en movimiento” u otro clásico, pero tampoco era cuestión de quejarse con un repertorio tan excelso.

Su mensaje inconformista y políticamente incorrecto sigue atronando con idéntica fuerza a la que tenían en sus comienzos. Y es que en realidad el panorama tampoco ha cambiado tanto, pues sigue habiendo gente que se ofende por cualquier tontería y la censura, al igual que el fascismo, ha adoptado disfraces más molones para que no chirríe a nadie. Menos mal que algunos sintonizamos otra frecuencia amplificada.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


     

jueves, 19 de diciembre de 2019

LA SECTA + BASURITA: EL CAMINO CORRECTO


Muelle, Bilbao

Ya lo hemos hablado en repetidas ocasiones, pero nunca está de más recordar la importancia que cobra el ambiente en determinadas circunstancias. No se contempla por igual un concierto en el que la mayoría de los asistentes se plantan ahí como setas, hieráticos totales hasta el punto de que uno a veces se pregunta si en realidad están vivos, que un evento en el que se monta un fiestón de esos épico, con pogos desenfrenados, cerveza volando y peña cantando los temas a pleno pulmón. Actitudes que deberían ser lo normal en cualquier bolo, pero que sin embargo escasean bastante porque suelen suceder con la frecuencia de un año bisiesto.

A pesar de que coincidían con eventos más multitudinarios, el recital que dieron en el Muelle los recientemente reactivados La Secta se trató de una de esas citas que había que vivir, estar allí para luego contarlo y que los que se quedaron en casa o haciendo otras cosas sintieran lástima por haberse perdido aquello. Unas leyendas del panorama vizcaíno que nos acercó a un escenario cercano, casi íntimo, el melómano y experto en grupos de La Movida Iñaki Gallardo, con ese buen gusto que le caracteriza a la hora de montar saraos interesantes.


La época navideña, con cenas de empresa por doquier, no acostumbra a ser el momento más propicio para que la peña se anime a acudir a conciertos, pero en ocasiones suceden los milagros y hasta se alcanza ese punto exacto de afluencia en el que uno no se agobia y tampoco se convierte aquello en un muermo por falta de personal. El punto de cocción exacto, como dirían los expertos tras los fogones.

Otros con un currículum interesante a las espaldas eran los que abrían la velada, Basurita, banda formada por veteranos de la escena local procedentes de El Inquilino Comunista, Cancer Moon, Cujo o Los Clavos, cuyo buen hacer en las distancias cortas certificaba su valía. Su debut ‘Primer juramento’ ya nos causó grata impresión al escucharlo en casa y en directo esas sensaciones no se evaporaron gracias a piezas noctívagas con actitud como “Alma gemela” o “Denise” y otras de aire más alternativo del estilo de “Más allá”. Hubo alusiones al gurú Charles Bukowski y hasta algún adelanto de su próximo disco, previsto para febrero de 2020, como “Despierta”. Para prestarles la debida atención.

Basurita, una coalición de veteranos.
Frente a reuniones en las que se huele el tufo oportunista a kilómetros, el caso de La Secta está claro que nada tiene que ver con eso. Cualquier recital suyo en los tiempos actuales da a entender por su solidez que se trata de una apuesta sincera, sin perras de por medio y en la que el único homenaje que se rinde es a la música en sí misma y al puro underground, por eso mismo no se les caen los anillos por tocar en un garito de los de toda la vida y tampoco parecen perder el culo por formar parte del plantel de algún festival veraniego, aunque ya actuaron allá por 2003 en aquella histórica segunda edición del Azkena junto a estrellas del calibre de Iggy & The Stooges.

Porque si algo comparten con los verdaderos pioneros del punk rock es esa sensación de peligro imperante cuando salen al escenario, eso que sintió el propio Iggy Pop cuando vio por primera vez a Jim Morrison, cualquier cosa podría suceder y nadie estaría a salvo. La psicodelia reverberante de “Blue Tale” cursó a modo de mantra introductorio antes de que la abrasión protopunk de “Don’t Look Back” comenzara a calentar el ambiente. En este enérgico inicio reparamos en un detalle sorprendente, el voceras Gorka no oficiaba descalzo según manda la tradición, pero como si le hubiera venido la idea de repente a la cabeza, no dudó en despojarse de inmediato de calcetines y calzado, cual hippie presto a entrar en una comuna de paz y amor.


No fue esa la única acción que se salió de lo esperable, aparte de los gritos espasmódicos habituales, herencia directa de The Doors o Iggy Pop, el pie de micro debió sufrir de lo lindo con tanto meneo y hasta tocó el techo en repetidas ocasiones. El poso decadente de “I Hate That Trip” se convirtió en una suerte de “Gimme Danger” y el agua voló tal vez como improvisada bendición hacia los fieles. Desde luego que acudir a bolos de este palo curte lo suyo, alguna insignia colgada en la pechera lo tendría que subrayar. Galones de rock n’ roll.

Y “Perfect Time” reincidió en la psicodelia chirriante sin llegar a desbarrar y sazonando el producto con gritos morrisonianos. Ante un respetable entregado, la invitación a sumergirse entre las masas era clara y Gorka no desaprovechó la oportunidad para provocar un pogo mientras los parroquianos le hacían un círculo, hasta cayó alguna botella al suelo, quizás por la emoción. Proliferaban los grupillos danzando, con el carismático voceras presidiendo la función, mientras “The Beast” ejercía de inevitable percutor. Un disparo certero a la sien.


El himno “Don’t Follow That Way” transformó el reducido recinto en una improvisada pista de baile con el pistoletazo de salida de ese tremendo inicio a lo “Kick Out The Jams” de MC5. La peña levantaba el puño como si en ese momento fueran llamados a filas, y además hubo pogo de puretas, por supuesto, que suelen ser bastante más auténticos que las caricias de los millennials. Una apoteosis que culminó con los fans más entusiastas casi dejándose la garganta, al igual que el propio cantante Gorka, que si no se quedó afónico, poco le faltó.

Y cuando pensábamos que no habría bises, según la costumbre imperante en el Muelle, regresaron a las tablas con un “Revolution” muy de tripi y con la preceptiva acelerada punk para terminar de dejar exhausto al respetable. La tarima de la batería se convirtió en un improvisado trampolín para el voceras. Rendidos una vez más a su culto.

Todo un recital para darse golpes en el pecho como un simio salvaje que no entiende de normas ni de educación básica y solo se mueve en base a los instintos más primarios. Las comeduras de cabeza para los intelectuales. Ese es el camino correcto. El que hay que seguir. 

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA