lunes, 30 de abril de 2018

SEÑOR NO & INVITADOS vs RON ASHETON: UN PIONERO DEL PUNK


Kafe Antzokia, Bilbao

Se ha asentado la idea en el imaginario colectivo de que esa revolución de crestas e imperdibles que irrumpió en el 77 tuvo su lugar de nacimiento en Londres. Y pese a que el movimiento conoció indiscutiblemente su popularización gracias a bandas londinenses como The Damned o Sex Pistols, lo cierto es que los orígenes de tan peculiar forma de entender el rock habría que buscarlos en la zona estadounidense de Detroit, en concreto, en la ciudad de Ann Arbor, desde donde alcanzaron fama imperecedera unos colgados llamados The Stooges que por su sonido abrasivo y actitud nihilista escandalizaron a una pacata sociedad que todavía no estaba preparada para afrontar un terremoto de semejantes características.  

Pieza clave en tal formación, aparte del carismático voceras Iggy Pop, era esa dupla compuesta por los hermanos Scott y Ron Asheton, un par de quinquis que atraían a otros de su calaña por su escandaloso comportamiento y que sentarían las bases de lo que años más tarde se entendería como punk. El propio Pop dijo de ellos lo siguiente: “Estos tíos eran delincuentes, vagos y los guarros más descuidados que jamás hayan nacido. Malcriados y echados a perder por su madre. Su padre había muerto, así que no tuvieron mucha disciplina en casa”.


Era cuestión de tiempo que el siempre acertado ciclo Izar & Star dedicara una jornada a recordar al considerado por muchos “rey de los Stooges”, aunque su carrera no se circunscribió exclusivamente a esta banda, sino que también destacaron interesantes proyectos como The New Order, Destroy All Monsters o New Race, junto con los miembros de Radio Birdman Rob Younger y Deniz Tek, que exportaron toda la rabia de Detroit hasta las antípodas. De hecho, uno de los retos de la noche consistía en no tocar nada de The Stooges, algo que finalmente no se cumplió, como contaremos más tarde.

Con una ocasión así, el recinto debería haber estado abarrotado hasta los topes, pero por circunstancias que se nos escapan, apenas unas 50 personas se acercaron hasta al Kafe Antzoki. El escaso aforo no fue inconveniente para que se montara un jolgorio considerable con bailes que parecían coreografías casi milimetradas e incluso corros que subrayaban la desbordante vitalidad de los asistentes. Prohibida la entrada a gatos de escayola. 

Señor No, supervivientes de la escena de Buenavista
 Fieles a esa sensación de que “cualquiera podría morir” que experimentaban aquellos que vieron a Iggy Pop en sus inicios, Aterkings previamente sacaron lustre al cancionero añejo de The Sonics y le imprimieron tal aumento de revoluciones hasta alcanzar la furia punk que casi provocaba risa pensar en las versiones originales. Ya de entrada pusieron en alerta al personal confesando oscuros deseos sexuales y su enérgico vocalista no dudó en tirarse a las escaleras o subirse y arrastrarse por los bafles como si fuera la Iguana de Detroit.

Y si entraban de un plumazo por los ojos, con no menos acierto lo hacían por las orejas con unas frenéticas “Be A Woman” o “Cinderella”, antes de entregarse a rituales espasmódicos en el también clásico “Have Love, Will Travel” de Richard Berry. Su acelerada revisión del “Money” de Gordy & Bradford casi podría hacer sonrojar a la de los Beatles y alcanzaron la cúspide en “Strychnine”, con grupillos dando saltos, o en “The Witch”, donde destacaron las coreografías de un par de chicas bailongas. Menudo lavado de cara, pulieron cera que dio gusto. Enormes.

Aterkings, o The Sonics a una velocidad endiablada.
 Si existía una banda idónea para rescatar el legado de Ron Asheton, esos tendrían que ser Señor No, una de las puntas de lanza de la sacrosanta trinidad de rock n’ roll punkarra de los estudios Buenavista. Contaron además esa noche con el versátil guitarrista Joseba B. Lenoir, un viejo conocido de la escena que lo mismo vale para divagaciones experimentales como para insuflar brío al cancionero de Neil Young o al de la velada en cuestión.

Con una primera parte dedicada a temas propios del grupo de Xabi, brilló la aureola maldita a lo Johnny Thunders en “Como una pompa de jabón” o en “A todas luces”, donde el invitado Lenoir marcó su impronta en el solo antes de que uno de los colgados Aterkings se acercara al escenario para subir a hombros al hacha de Bera. Emociones desbocadas, no era cuestión de reprimirse.
 
El hacha Lenoir a hombros de un Aterkings.
Quizás uno prefiera en las distancias cortas a Nuevo Catecismo Católico o a Discípulos de Dionisos, pero resultaría complicado no reconocer el valor del rock n’ roll hasta las entrañas de Xabi y compañía. El que no se agite por lo menos un poco con “No me hables”, mejor que se lo haga mirar.

Para la segunda parte del bolo, aquella centrada en Asheton y su trayectoria con The New Order, Destroy All Monsters y New Race, apareció el vocalista Pela de Sumisión City Blues, con aire maldito, actitud para regalar y demostrando que el hecho de que Marky Ramone le reclutara para sus filas no fue en absoluto casual. Dieron rienda suelta al nihilismo en la senda Stooges en “You’re Gonna Die” y “Meet The Creeper” antes de que su espigado cantante mandara sacar mecheros en memoria de los caídos.

El Pela, icono maldito y vocalista de Sumisión City Blues.
 Y pese a que estaba anunciado que no recurrirían a temas de la banda de Iggy Pop y los hermanos Asheton, en un sorpresivo bis se arrancaron con el “Real Cool Time” de aquel mítico debut que cambiaría la historia de la música allá por 1969. Bueno, no era el “Down On The Street” ni el trilladísimo “I Wanna Be Your Dog”, pero se agradeció el detalle. Sobran las excusas para rendir homenaje a todo un pionero del punk. La mecha que prendería fuego años después.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

jueves, 5 de abril de 2018

LANGFINGER: UN VÉRTICE MÁGICO


La Nube, Bilbao

¿Cuándo se supone que un grupo deja de ser una promesa para convertirse en una inmediata realidad? ¿Tiene que ver con los años dedicados al asunto o si se trata de unos jovenzuelos conservarán esa categoría a perpetuidad? Eso de que te consideren una revelación puede poseer cierto encanto en un principio, para llamar la atención más que nada, pero llegado a un punto ese término se transforma en una humillante losa si después ya con unos cuantos discos en la mochila todavía sigue siendo lo único a lo que uno es capaz de aspirar.

Los suecos Langfinger llevan adosada desde un tiempo la etiqueta de prometedores en el campo del heavy rock a la vieja usanza, un ámbito quizás demasiado en boga en la actualidad con toda la competencia que ello conlleva. Si además añadimos que también son un trío, eso tampoco ayuda mucho, pues existe tal furor por ese minimalista formato, así como por los dúos, que probablemente pocos vuelvan la cabeza con asombro. 


Pero lo que desde luego sí que constituye un dato curioso es que estos tres muchachos procedan de la ciudad de Göteborg, conocida en especial por ser la cuna del llamado death metal melódico, estilo con el que no tienen absolutamente nada que ver. En ese aspecto tal vez estén más cerca del otro lado del Atlántico y de propuestas como las de Alter Bridge, o Jane’s Addiction, si nos remontamos más lejanamente en el tiempo. Eso sin perder de vista ese sabor añejo que se paladea tras pegar un buen sorbo a su música.

Con una nutrida afluencia en La Nube para ser un martes, Langfinger pillaron posiciones y se pusieron manos a la obra para lo que mejor saben hacer, esto es, rock de ínfulas atemporales con cierto regusto americano. De primeras se notó al trío muy rodado, por algo disponen ya de tres trabajos de estudio editados, al margen de EPs, claro.


Otra de las cosas que llamó la atención de inmediato en un inicio fue la potente voz de Kalle Lilja, con un deje a lo Myles Kennedy, aunque sin llegar a convertirse en una vulgar copia de este. Rememoraron su paso por la península hará un año más o menos al tiempo que llenaban el recinto de electricidad con piezas del calibre de “Caesar’s Blues” o “Fox Confessor”, la última de hecho rememoraba por momentos las tormentas de riffs de Wolfmother, de sus mejores temas.

Quizás se les pueda achacar que vayan un poco a su rollo, pero oigan, qué quieren, los suecos son así. Daba gusto por otra parte verles tocar, tan compenetrados, cada uno cumpliendo su función sin aspavientos y creando un todo que se elevaba por encima del mundo material. Pero también se mostraron terrenales, por ejemplo, cuando contaron que era el cumple de uno de ellos y que tocarían “todos los solos que quisiéramos”. Gracias, pero no nos pirra el onanismo, a tocarse a otra parte.


No disminuyeron el ímpetu con “Say Jupiter” y “Feather Beader”, con ritmos que favorecían los movimientos acompasados de cabeza. Uno de los momentazos de la velada llegó cuando en “Eclectic Boogieland” evocaron a Status Quo, una de las bandas más auténticas del planeta. No dudaron en echar el resto con riffs contagiosos y poniéndose de rodillas mientras punteaban como putas estrellas del rock n’ roll. Rick Parfitt y Francis Rossi estarían la mar de orgullosos.

Y ya tiene mérito en pleno 2018 sacar del armario de la abuela a Jane’s Addiction, a los que parece que rinden homenaje por completo en “Herbs In My Garden” por su estructura y esa variedad de géneros que va desde el funk al rock alternativo. Todo muy bien enlazado, no puede decirse que no se lo curraron en directo.


Como suele suceder cuando uno lo está disfrutando, apenas sin darse cuenta llegaron los bises, en los que agradecieron al promotor Karlos Peligro, que correspondió el detalle con katxis para la banda, la verdadera hospitalidad bilbaína. Y si a lo largo de su repertorio se habían detenido en varios estilos, para despedirse optaron por ese rock sureño tan espeso como emocionante en determinados detalles, caso de esos solos que comienzan tranquilos antes de pillar brío y acabar convertidos en torrentes imparables de pura electricidad.

Como el de “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd, en definitiva.
Pues mereció la pena comprobar en las distancias cortas ese vértice mágico que conforman Kalle, Jesper y Victor, tres personajes en apariencia antagónicos que supeditan sus habilidades a un poder superior que lo transforma todo. Un sombrero de tres picos para calzarse en diferentes circunstancias, tantas como los palos a los que se aproximan. Ropajes diversos en función de la ocasión.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA