martes, 15 de noviembre de 2016

NIKKI HILL: UN RAYO DEL SUR



Kafe Antzokia, Bilbao

No hay nada como hacer milagros para que los fieles se acerquen. Por mucho que la fe mueva montañas, hasta que uno no vea materializarse ante sus propios ojos actos extraordinarios no empezará a creer en un determinado culto o en los poderes de una persona. Los halagos y peloteos varios apenas pueden producir efecto en una mente cultivada que no se deja seducir por los cantos de sirena de la multitud o de lo que está de moda en ese momento.

Basta contemplar alguna vez en directo a la mulata Nikki Hill para convertirse en asiduo a sus bolos en los que funde sin estridencias el poso soul de Aretha Franklin con la rotundidad guitarrera de AC/DC o Status Quo. Una faceta rockera subrayada en esta última gira con la incorporación del hacha jovenzuelo Robert Nesbit, que añadió un empaque sin parangón al conjunto y se comió con patatas al marido de la protagonista de la velada, también encargado de riffs y demás.


Hacía más o menos un año que la norteamericana recalaba en el mismo sitio, una liturgia que lleva repitiendo desde casi un lustro y que sigue contando con el respaldo de una nutrida afluencia. Parecía mentira que fuera martes con semejante ambientazo y la sala a reventar como si se tratara de un fin de semana. Muchas chicas bailongas se congregaron y maduritos pasados de vueltas pegándose la juerga de sus vidas animaron la velada, sin exceptuar a los típicos pesados del móvil, como el que nos tocó justo delante, vaya suerte la nuestra.

Con exquisita puntualidad, la pantera morena Nikki Hill se paseó con autosuficiencia por el escenario y afiló las uñas en clave rock con “Struttin’” antes de ronronear dulcemente en el inmortal “You Can’t Put Your Arms Around A Memory” de Johnny Thunders y ahí ya nos ganó. La peña aulló de agradecimiento, pues no se recuerda todos los días de forma espontánea a semejante mártir decadente. El acercamiento al soul al que sometió al clásico aprobó con nota, así como la vidilla que le dio a una canción en esencia tan triste.


No había disco nuevo ni nada para presentar, ya que su trabajo ‘Heavy Hearts Hard Fists’ es del 2015 y ya en su anterior visita en teoría lo repasaron a gusto, pero daba igual, no molestaría en absoluto detenerse por segunda vez en el citado lanzamiento. A pesar de que lo exprimieron al máximo, poco tuvo que ver el bolo de esa noche con el del año pasado, exceptuando quizás las caras de cochinillo asado del guitarrista y marido de Nikki, que en ocasiones por su ímpetu parece que va a embestir al público.

La velada adquirió matiz eclesial en el blues de “I Got A Man” con la congregación dando palmas que ni en una iglesia del Bronx, los ánimos se caldearon tanto que se escapó más de un “Wow” entre el respetable. Y el rock n’ roll a la vieja usanza “Strapped To The Beat” no disminuyó el subidón al ejecutarse con la energía habitual apabullante de Hill, una oportunidad de oro además para que el guitarrista nuevo demostrase su valía, que era mucha, lástima que no se le supiera sacar al chaval el máximo partido.


Su “Mama Wouldn’t Like It” rememoró el “Your Mama Don’t Dance” del dúo Loggins y Messina antes de bucear de nuevo en las profundidades del blues humeante en “And I Wonder”, donde regresaron los aullidos como si un virus hubiera infectado a gran parte de la sala. “¿Queréis rock n’ roll?”, preguntaba a la audiencia la inquieta vocalista previamente a arrancarse con el clásico de Chuck Berry “Sweet Little Rock And Roller”, que alargaron a conciencia y sirvió para que el cochinillo se revolviera sobre sí mismo y desatara el delirio al acercarse a las escaleras.

Reivindicó la atmósfera cargada de los garitos de antaño con la homónima “Heavy Hearts, Hard Fists”, que constituyó uno de los picos de la velada por su soberbia interpretación, y en “I’m Gonna Love You” las guitarras funcionaron a pleno rendimiento y se complementaron como era menester, evocando incluso el riff de “La Grange” de ZZ Top. “Right On The Brink” fue asimismo impresionante por su poso soul de quilates con un leve deje a lo James Brown y el inevitable desgañitar al final. Brutal.

Matt Hill a punto de embestir con su guitarra.
 Dijo que esperaba “hacer nuevos fans”, pero a un servidor le daba la impresión de que la mayoría de los asistentes ya venían al culto con los deberes hechos, poco margen había para la improvisación en ese sentido. Para los bises recurrió al incendiario “Keep A Knockin’” de Little Richards, capaz de levantar cualquier sarao y un frenético “Oh, My” que sigue la estela del compositor antes mentado y que volvió a incitar a dar palmas con fidelidad de góspel.

Todavía la ex camarera de Carolina regresó de nuevo para un sensual “Twistin’ The Night Away” de Sam Cooke al que añadieron contundencia guitarrera en plan AC/DC o Status Quo antes de acercarse a desparramar con la peña. Un epílogo con la clase y potencia requerida.


Como hemos dicho, salvo la incorporación de un guitarra, pocas novedades respecto a su visita precedente, pero con un nivel tan extraordinario en escena ya puede regresar sin material reciente las veces que quiera. El mismo día de la victoria del cretino fascista Donald Trump en EE UU, un rayo del sur llegaba hasta nosotros, un huracán de energía con lo mejor del pasado y la promesa de un futuro.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


viernes, 4 de noviembre de 2016

SCUMBAG MILLIONAIRE: CHATARRA DESDE LAS ENTRAÑAS



Satélite T, Bilbao

Hacen falta más agallas en general. En todos los aspectos de la vida. Desde la política, con dirigentes que no se arruguen ante los poderes económicos de turno que no se presentan a las elecciones, hasta la música, con artistas deseosos de sudar la camiseta y demostrar al mundo la pasta de la que están hechos. Esa es la verdadera esencia del rock n’ roll y no los grandes recintos o pabellones en los que la mayoría del personal acude a lucir palmito o a pasar el rato mientras suena un hilo musical de fondo. No, no y no.

Como reivindicadores del puro underground se presentan Scumbag Millionaire, unos chavales suecos que siguen al milímetro las enseñanzas de The Hellacopters, Turbonegro y otros apóstoles de la época en la que los mástiles al cielo dominaban la tierra. El mismo Nicke Andersson podría adoptarlos como sus hijos, puesto que por sus pintas de macarras con gorras y poses evocan sin lugar a dudas a aquella banda que supuso un auténtico revulsivo en el panorama rockero internacional.


Las sesiones matinales en el Satélite T hace ya tiempo que andan consolidadas y basta que se asomen unos pocos rayos de sol para que el garito se llene de madrugadores a los que no les importa levantarse pronto un domingo. Nosotros veníamos además rebotados de la infernal segunda jornada del BIME Live y necesitábamos ya algo con garra que nos sacara del sopor pretérito y nos devolviera la fe en los ritmos directos a la yugular sin aspavientos. Ansiábamos un disparo a bocajarro.

Y vaya si lo logramos con esta panda de bandarras llamados Scumbag Millionaire surgidos desde los bajos fondos de Goteburgo. Unos yogurines sin complejo alguno que no se avergonzaban ante sus habilidades limitadas, sino que se regocijaban de ello, se revolcaban por el fango elevando mástiles y aquí paz y después gloria, para qué más. Uno de los que andaban por allí definió su sonido como “chatarra” y lo cierto es que el término era bastante atinado por su crudeza, su renuncia a complicarse la vida y cierto orgullo del que se sabe en el escalafón más bajo, pero no le importa en absoluto. El honor de la cochambre.

Los mástiles al cielo que no falten.
 Abrieron fuego con “Nobody’s Having Fun”, que te mete de inmediato en su orgía sónica de punteos al tuétano, batería a una velocidad endiablada y una voz rasposa que quizás les acerque en ocasiones más a Motörhead que a sus paisanos escandinavos. “Gotta Move” es un claro ejemplo de esto último con una rabia que recuerda a los The Hellacopters del ‘Supershitty To The Max!’, a tope de revoluciones y con actitud apabullante para regalar.

Los guiños a la banda de Nicke Andersson eran constantes y no dudaron en preguntar directamente “¿Os gustan The Hellacopters?” y responderse ellos mismos con un “A nosotros también” antes de arrancarse precisamente con un “(Gotta Get Some Action) Now” que pudo reventar cabezas. No hay nada como ver a un grupo de estos en la flor de la vida dejándose la piel en el escenario como si no hubiera un mañana. Cero postureo y muchas agallas.


Sin apenas hablar, fueron a piñón fijo, la receta infalible para curar la resaca un domingo al mediodía y evocaron el tirar millas como posesos en “Still Alive”. El protopunk de escupir al suelo vía MC5 sobresalió en el trallazo “Dead End”, al tiempo que trasegaban cerveza con un ímpetu que ni a las diez de la noche. Ni un momento de relax ofrecieron desde que abrieran la chatarrería, que trabajó a pleno rendimiento cerca de una hora.

El ‘Party Animals’ de Turbonegro marcó a muchos que descubrieron a los macarras escandinavos algo tarde, incluidos estos muchachos, que condescendieron con un “Wasted Again” que encajaba como un guante en su rollo sucio y rastrero. Y en “No Sense” dejaron muy alto el pabellón del rock n’ roll punkarra mientras en la primera fila se agitaban melenas casi al punto del descoyunte. 


Sin ningún larga duración en el mercado, tampoco tenían demasiado que ofrecer en cuestión de duración, de hecho,  así lo reconocieron al afirmar que no guardaban más temas preparados, pero que una versión nos valdría. Pues sí, la verdad, o dos o tres, así pues, se arrancaron con el “Attitude” de The Misfits, en la que uno no puede evitar acordarse cuando Duff McKagan la interpretaba durante la gira de ‘Use Your Ilusion’ de Guns N’ Roses. Un soberbio repaso.

No habíamos venido a catar exquisiteces, por lo que nos sirvió de sobra lo que proponían estos chavales para sacudirnos el sopor previo. No era un plato de gourmet, desde luego, pero siempre entran bien esos sabores de toda la vida al margen de cualquier tontería postmoderna. Chatarra desde las entrañas con categoría. Para chuparse los dedos.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA