miércoles, 27 de junio de 2018

KOBRA AND THE LOTUS: ROSAS CON ESPINAS


Sala Groove, Portugalete

Probablemente no exista en la actualidad ninguna idea tan denigrada, manipulada y corrompida según intereses espurios que la del feminismo. Con este término pasa un poco lo mismo que con el concepto de terrorismo, que allá en tiempos inmemoriales se utilizaba únicamente cuando pegaban un zambombazo y volaba algo por los aires y hoy en día lo mismo vale para juzgar obras de teatro que para letras de canciones.

Pero no, el machismo en realidad es otra cosa, no consiste en decir que una chica es guapa o atreverse a mirar a alguna en los conciertos, a los límites a los que hemos llegado, flipante. Debería hablarse de cosas como que en una entrevista de trabajo te pregunten si tienes churumbeles pasados los 30, que te ofrezcan automáticamente una ensalada cuando vas a un restaurante o que en cualquier ámbito debas demostrar así por la cara el doble que los tíos para que te tomen mínimamente en serio. Hechos que están a la orden del día a nada que uno escarbe un poco y no se quede en debates estériles de miembros o miembras. 


Para luchar contra todo eso nació el Rock & Roses Fest, una iniciativa montada por el fotógrafo y promotor Unai Endemaño, que ya ha dedicado alguna exposición al papel de las mujeres dentro del rock y el metal. Y lo cierto es que se había montado una buena timba encabezada por los canadienses Kobra and The Lotus, los italianos Ravenscry y los vizcaínos Fear Crowd y Unset, cuatro bandas con el denominador común de contar con una fémina al micro, pese a que sus estilos en ocasiones estén casi en las antípodas los unos de los otros.

Ante un respetable reducido, los locales Unset ejecutaron una suerte de metal sinfónico que tampoco tenía demasiado de particular, a excepción de la voz, con cierto parecido lejano a la de Simone Simons de Epica. Pero ahí se terminaban los detalles que llamaban la atención, pues el resto de miembros parecían convidados de piedra y los temas tampoco es que engancharan, es evidente que en ese aspecto todavía necesitan darle varias vueltas. Se definieron como “banda joven” y aseguraron que habían venido “para quedarse”. Les queda un largo camino por recorrer.

Unset, una banda joven.
Los también vizcaínos Fear Crowd, por el contrario, sí que exhibieron unas tablas desmedidas, en especial su espectacular cantante, una heavy de la vieja escuela más aguerrida que una lluvia de hachas y que desafió a biempensantes y demás mojigatos agitando la cabellera como una diosa del metal. Su estilo tradicionalista tampoco es que nos flipara, pero valoramos de inmediato semejantes agallas y unos tonos que recordaban a los de Azucena de Santa. Engancharon piezas rotundas del calibre de “Ángel Guardián” o “No pienso caer” antes de que rindieran homenaje a Dio con “Rainbow In The Dark” y luego a Iron Maiden con “The Evil That Men do”. Quizás podrían haber elegido versiones algo más rebuscadas, pero son todo un grupazo en su rollo. Para quedarse sin cervicales. 

Fear Crowd, más aguerridos, imposible.
 Y el panorama siguió en progresión ascendente con los italianos Ravenscry, capitaneados por la sensual vocalista Giulia Stefani, a la que algún que otro asistente incluso llamó “jamona”, uno de esos términos vintage que no escuchábamos desde la última glaciación por lo menos. En lo musical fueron la sorpresa de la noche con su metal alternativo no exento de contundencia y con ciertos toques oníricos a lo Evanescence. Intentaron congraciarse con el personal hablando en castellano, pero confesaron que solo se acordaban de “palabras malas” y ante la petición de que optaran por el italiano, ahí se arrancaron con parrafadas en la lengua de Dante. Su rollo modernete aportó además la nota discordante en una velada de marcado tono clásico, y lo cierto es que se agradeció un leve enfoque vanguardista. “Me ha gustado”, repetían muchos al terminar la actuación y la verdad es que fue de lo mejor de la noche. Para seguirles la pista. 

Ravenscry y su metal vanguardista.
 A veces la actitud lo es todo y no es lo mismo irrumpir en el escenario sin ningún entusiasmo, cual gris funcionario afronta su rutina laboral, que echar toda la carne en el asador de primeras y dejarse allí hasta la última gota de sudor. Lo segundo fue lo que hicieron Kobra and The Lotus precisamente, reflejando de un plumazo su absoluta solvencia con un comienzo apabullante en el que por primera vez a lo largo de la jornada la muchedumbre se acercó hasta ras de las tablas.

“Light Me Up” puso de relieve la voz impecable de Kobra Paige, al tiempo que sobresalían asimismo los solos doblados de guitarra de una precisión asombrosa, de hecho, este sería uno de los aspectos más sobresalientes de todo el concierto. Y si al principio de la velada tampoco pudo decirse que hubiera multitudes, llegados a este punto la afluencia era ya más que digna y con un entusiasmo que tampoco le iba a la zaga.

Kobra and the Lotus, dejándose hasta la última gota de sudor.
 “Let Me Love You” fue otra de las cimas de la noche, con la peña gritando “hey” antes de cada acometida. La intro de “Ribe” dio paso a “My Immortal”, que mostró su faceta más melódica antes de recuperar contundencia en “You Don’t Know”. El entusiasmo de la congregación mereció asimismo el elogio de los canadienses y por eso dedicaron “You’re Insane” a los fans enloquecidos, que gozaron con sus coros épicos y aire grandilocuente.

No faltó el momento de cantar el cumpleaños feliz al promotor Unai, del que dijo la cantante Kobra que tenía “un buen nombre”. Y como no les apetecía hacer el paripé de salir y volver al escenario, se arrancaron ya directamente con los bises “Gotham” y “Soldier”, que dejaron el pabellón por las nubes en una actuación corta, sí, pero contundente. Nos quedamos con las ganas de escuchar su revisión del “The Chain” de Fleetwood Mac.

Todo un colofón de lujo a una de esas iniciativas bastante más útiles que las de los inquisidores contemporáneos que buscan censurar, prohibir besos, escotes y cualquier cosa que se les ponga a tiro ante el aplauso borreguil. Las rosas con espinas no necesitan guardarse en una urna, sino contemplarse en pleno esplendor, sin cortapisas de ningún tipo. Su mera existencia constituye el mayor acto reivindicativo.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


jueves, 14 de junio de 2018

OS MUTANTES: PROHIBIDO PROHIBIR


Sala Santana 27, Bilbao

Allá por mayo del 68 había un lema que hacía tanto furor que hasta se pintaba en los adoquines de las paredes. En efecto, hablamos del famoso “Prohibido prohibir” que se convertiría en consigna fundamental de todos aquellos jóvenes revolucionarios que por un momento pensaron que podrían cambiar el sistema y mandarlo de un plumazo a la cloaca de la historia. Pero pasaría la resaca casi tan rápido como llegó, lo de aniquilar al Estado se tornaría una vieja utopía anarquista y los llamados socialistas no tardarían en venderse al capital y a las fuerzas vivas con la misma rapidez con la que uno se cambia de chaqueta. Seguiría el marxismo, sí, pero el de Groucho Marx, el de si no le gustan mis principios, tengo otros.

En esa plena efervescencia cultural surgieron Os Mutantes en 1966 en Sao Paulo y apenas un par de años después ya estaban tocando en Francia en un momento histórico clave de la época contemporánea. Corrieron delante de la policía como unos tiraos cualquiera, aunque ese tipo de divertimentos también los podrían practicar en su Brasil natal, que sufría por entonces una cruenta dictadura militar.


El movimiento “Tropicalia” fue todo un soplo de aire fresco en medio de un ambiente represivo en el que, sin embargo, imperaba la libertad más absoluta. El líder Sergio Dias recientemente recordaba así aquellos tiempos: “La unión, la eterna juventud, la falta de miedo, el calor de hacer lo que queríamos, incluso bajo las amenazas que amenazaban nuestras cabezas. Nadie era o quería ser más que nadie, éramos todos jóvenes felices haciendo música a un nivel altísimo, la conversación era musical, en un nivel de la clásica al jazz, de la samba al rock. Todo era posible y valía todo, éramos inmortales y como tales nada nos impedía nunca ni siquiera pensar en reprimirnos... Éramos guerreros universales”.

Hacía apenas un par de años de su primera visita a la capital vizcaína y ya estaban de vuelta estas leyendas tropicalistas, aunque tampoco pudo decirse que arrastraran tremendas multitudes a la sala. Los bilbaínos afincados en Madrid Los Estanques tuvieron la complicada papeleta de calentar el desangelado ambiente con su psicodelia de voz flotante que no desentonaba para nada en la tónica de la velada. Salieron con muchas ganas preguntando si éramos “20 o 800” y pidiendo con sorna “un poco de silencio” ante la atmósfera sepulcral que reinaba en la sala. Pero lo cierto es que se tornaron unos auténticos musicazos con temas del estilo de “Efeméride” con cierte deje a lo Asfalto y melodías sesenteras antes de arrancarse con un interludio instrumental de mucho nivel. Cualquiera no vale para desenvolverse con soltura en su rollo. Para seguirles la pista.

Los Estanques, en plena sintonía con la velada.
 Dadas las gratas sensaciones que nos dejaron Os Mutantes en su anterior visita, acudimos sin dudarlo a esta nueva oportunidad de contemplar a estas insignes figuras que forman ya parte de la historia de la música con admiradores tan reconocidos como Kurt Cobain o David Byrne (Talking Heads). Por su carácter imprevisible y su ausencia de repertorio fijo, uno puede acudir a sus bolos con la seguridad absoluta de que no va a volver a ver el mismo espectáculo, que sea mejor o peor, más o menos inspirado, eso ya dependerá de otros factores.

En aquella ocasión nos sumergieron en su océano psicodélico con “Time and Space” mientras el líder Sergio Dias permanecía sentado a la par que punteaba, igual que un monarca magnánimo al que no le hace falta levantar la voz para dar muestras de su poder. A su vera le acompañaba Esmeria Bulgari a las voces y una guitarrista muy guapa que también aportaba su toque en los coros. Su repertorio tiene tanta solera que ya se ha transformado en algo que está muy por encima de sus miembros.


Hablaron de Trump, “el justiciero de mierda” y el vetusto vocalista no dudó en acusarle de no tener “pelotas” y de estar tranquilo “en su casa blanquita”. Todo un contraste con su anterior incursión en tierras vascas cuando pidió a Obama que insuflara “amor en nuestros corazones” antes de su himno “El Justiceiro”, que volvió a revelar la solidez de la banda actual. Los cambios de tercio son de lo más normal, por lo que no extrañó que se arrancaran con cadencias tropicales en “Bat Macumba”, y en esa línea muchos se animaron asimismo con el ritmo de samba de “A Minha Menina”, de hecho, alguna pareja no habría desentonado en un sambódromo.

Pese a que en un principio el personal anduvo un tanto frio, poco a poco la cosa se fue calentando y el líder emocionado hasta exclamó: “¡Vamos, Bilbao, dámelo!”. Que las habilidades de Os Mutantes están fuera de este mundo lo reveló un breve solo de batería con ínfulas de batucada, previamente a que el sacerdote Sergio se disculpara por su falta de voz, aunque con unas escuderas de lujo como Esmeria Bulgari o la guitarrista bella, con una contribución decisiva en el aspecto vocal, ni siquiera hacía falta más.


“Ando Meio Desligado” era otra que debía sonar aquella noche y les quedó niquelada en los punteos y con el aporte fundamental de las coristas, al tiempo que tocaron la estratosfera en una contundente parte final con poso eléctrico. Parecía mentira que con semejante subidón se retiraran al de poco más de una hora, pero la petición de bises resultó tan estruendosa que no tardaron en regresar con “Baby” y la clásico intro pomposa de su piedra angular “Panis Et Circenses”, que desató un sonoro aplauso.

Una ceremonia en la que hasta extendieron los brazos casi como si pudieran inocular energía cósmica en los presentes antes de despedirse en su vaporoso humo tropical. Quizás la anterior vez nos epataran más, aunque no fue un bolo flojo ni mucho menos. Con estos brasileños suceden estas cosas, pues lo suyo tiene mucho de sueño e irrealidad, una anarquía musical en la que sigue más presente que nunca aquel lema de mayo del 68. Prohibido prohibir.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




miércoles, 13 de junio de 2018

RURAL ZOMBIES + YELLOW BIG MACHINE: ANSIA DE DOMINACIÓN


Sala Stage, Bilbao

A veces las cosas no salen como uno espera. Es una variable que hay que contemplar siempre en las distancias cortas. Los imprevistos pueden aparecer en cualquier momento y conseguir que se desmorone de un plumazo el castillo de naipes. Un riesgo que tienen que asumir todos aquellos que no se limitan a ser meros autómatas, sino que aspiran a insuflar pasión a cada obra o movimiento. El precio de estar vivo.

Hay que estar dispuesto a jugársela si la ocasión lo requiere. Eso tal vez pensaron los guipuzcoanos Rural Zombies con su último disco ‘From Home To Hospital St.’, un ambicioso trabajo en el que optan por adentrarse en nuevos territorios y no repetir los esquemas de su exitoso debut. Salir de la propia zona de confort y moverse en un complicado equilibrio que oscila entre la electrónica sutil, el ambiente etéreo de Cocteau Twins y ciertas ínfulas alternativas o post rock que les sitúan con un pie en la contemporaneidad absoluta.


Cuando uno ha visto a un grupo en multitud de situaciones distintas y todas de ellas con un resultado espectacular, es lógico llegar a un recinto cargado con un importante arsenal de expectativas. Una de las cosas que siempre destacó en los bolos de la banda de Zestoa era su espectacular sonido cristalino con pegada que no dejaba en absoluto indiferente y que les hacía sobresalir entre ese maremágnum indie con copias que florecen nada más levantar una piedra.

Pero esa noche no debían de estar los astros de su parte, pues los teloneros Yellow Big Machine gozaron de bastante mejores condiciones sónicas que los cabezas de cartel, aunque en realidad aquello en realidad se tratase de un evento de bicefalia compartida. Con su habitual rock alternativo ruidista de efluvios noventeros, los bilbaínos impartieron de nuevo otro magisterio inapelable de cómo deberían ser los directos, manejando muy bien los tiempos y arrancándose de vez en cuando con furia punk o hardcoreta para dejar traspuestos a la mayoría de los asistentes.

Yellow Big Machine, sacando lustre a la máquina.
 Presentaban su nuevo disco ‘See You Next Time’, del que dieron acuse de recibo con “Don’t Complain” antes de echar la vista atrás en “Believe It Or Not”. Tampoco podría decirse que hubiera verdaderas multitudes, aunque se congregaron los suficientes fieles para montar cierta gresca, una proeza teniendo en cuenta la cantidad de conciertos que coincidían esa noche, algunos incluso a escasos metros.

Pero tras “Alien” la peña ya aplaudió a rabiar y en “Strange Connection”, por su rollo QOTSA, muchos repararon en la espectacular pegada de su batería. No aflojaron el pistón en “The Next Time” y recordaron a su técnico de sonido y amigo recientemente fallecido Aingeru antes de que su vocalista pronunciara “brothers and sisters” con el desparpajo de un negro del Bronx. Cosas como estas pueden suceder en sus recitales, pues su abanico estilístico es realmente impresionante, prueba de ello lo encontramos en “Hostieja”, pura furia ruidista que bordea el punk.


Y su mantra “Conquer The World” reveló un ansia de dominación que no resulta en absoluto descabellada por sus enérgicos bolos y una solvencia ya fuera de toda duda. Tremendo ese final en el que su batería se levantó del sitio para aporrear hasta casi cargarse el kit. Enormes. La invasión es inminente.

Mira que teníamos ganas de volver a ver a Rural Zombies, pero como hemos dicho anteriormente, aquella noche no tuvieron suerte con el sonido y eso lastró una actuación que podría haber alcanzado el nivel habitual de excelencia. En su lugar, se palpaba desde el inicio la incomodidad manifiesta de los miembros del grupo, aunque al final consiguieran obviar en la medida de lo posible este imprevisible hándicap.


La vocalista Julia, por ejemplo, se fue creciendo a medida que avanzaba la actuación, lo cual tampoco era complicado en temas luminosos tipo “Home” que realzan sin problemas su presencia. En progresión ascendente, “Ethereal” animó a la concurrencia y agradecimos que conservaran en el repertorio “I Come In Peace” de su debut, donde sobresale esa vertiente guitarrera que a menudo se pasa por alto, pero que es sin duda una de las claves de su sonido evocador.

El canto positivista de “Bi” tiene también pinta de que se va a incorporar durante una temporada al catálogo en directo, al igual que nunca pueden faltar sus himnos “Stones”, “Golden” o “Jack”. Echamos en falta esta vez empero su revisión del “In For The Kill” de La Roux que tanto les pega en su rollo, algo que no hubiera sido descabellado pues no se excedieron demasiado en el tiempo.


Al contrario de lo que nos suele suceder, era uno de esos bolos en los que apenas conocíamos a nadie, pero no tardó en acercarse un espectador para confirmar lo que ya habíamos advertido desde el comienzo. Que solo sonaban bajo y bombo y la guitarra y la voz apenas se sentían, aparte de reparar en el enorme parecido del bajista con Adam Clayton de U2. No pudimos discutir nada, menos todavía cuando el susodicho sentenció la principal diferencia respecto al encargado de las cuatro cuerdas de los irlandeses: “Pero Adam Clayton se ha follado a Naomi Campbell…”. Argumento inapelable.

Al de una hora escasa, cerraron con un “Youth” también sin posibilidad de réplica, pues recogieron los bártulos a toda prisa y ni siquiera hubo bises, otro detalle que descolocó tanto como ese abrupto comienzo con el sonido sin despegar. En fin, poco se puede hacer cuando las cosas se tuercen.

Una pena que la presentación del nuevo disco se tornara tan ensombrecida, pero a diferencia de los autómatas sin alma, los humanos en ocasiones erran y no queda otra que asumir deportivamente el chaparrón. En breve estarán en el BBK Live y ahí podrán resarcirse. Esperemos que las ansias de dominación sigan intactas.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



lunes, 4 de junio de 2018

WILLIS DRUMMOND + BIZNAGA+ LOS COSMÉTICOS: AL ESTILO JACOBINO


MAZ Basauri, Social Antzokia (Basauri)

Hay grupos que por mucho que uno los haya visto no cansan lo más mínimo. En ocasiones no tiene nada que ver con un estilo de música concreto, sino con una concepción determinada del espectáculo. Un derroche de adrenalina en el que no caben ni discursitos de estrellitas ni esas masturbaciones ombliguistas que constituyen un verdadero cáncer en directo. Menos todavía se contempla gañanismo instaurado y aceptado sin rechistar como dar palmas o repetir lo que diga el cantante, costumbres asociadas ya a la noche de los tiempos y que deberían desaparecer cuanto antes al igual que otras instituciones obsoletas del Estado.

Ninguna de las tres bandas que protagonizaban otra prometedora velada enmarcada dentro del festival MAZ Basauri podrían encuadrarse en esquemas tan caducos como los descritos anteriormente. Al contrario, actuaciones que ponían de valor la inmediatez era lo que allí se estilaba, como si entre los oficiantes existiera una suerte de conexión cósmica, un mínimo común denominador compartido por todo aquel que tuviera las puras agallas por bandera.


A pesar del escaso personal congregado, ya se sabe que unos escasos kilómetros de la capital vizcaína pueden tornarse una distancia insalvable para los más comodones, los bilbaínos Los Cosméticos calentaron de primeras con su rock alternativo enérgico de regusto noctívago a lo Lagartija Nick y con un batería inconmensurable que daba gloria verlo y desataba aullidos por doquier. Repasaron su última referencia de este mismo año ‘Puro Plástico’ con “Bipolar” o “Úsame” y reivindicaron tanto el guitarreo contundente como la crudeza sónica. Nos chivaron que el día anterior habían dado un bolazo de escándalo en El Tubo de Barakaldo y lo de esa noche no le fue a la zaga ni mucho menos. Enormes. Su competencia en las distancias cortas sigue siendo apabullante.

Los Cosméticos evocando a Lagartija Nick.
 Pero si había algún motivo por el que habíamos acudido hasta allí era para otra exhibición de rabia de Biznaga, cuyo evangelio consistente en conciertos rápidos y sin mácula que apenas superan la media hora no da síntoma alguno de agotamiento. Ya nos dejamos la garganta desde “Cul de Sac”, pistoletazo de salida que mete de inmediato en situación por su fusión entre el siniestrismo de Parálisis Permanente y el toque castizo de Gabinete Caligari, sus dos principales señas de identidad, pese a que en su último lanzamiento hayan apostado casi sin fisuras por su vertiente más punk.

“A tumba abierta” se antoja otro trallazo para levantarse del sitio y “Jóvenes ocultos” mantiene el acelerador a tope de revoluciones con la batería de Milky convirtiéndose en protagonista por su atronadora pegada. “¡Qué sitio tan bonito para música tan fea!”, reconoce el vocalista previamente a que el festín continúe a todo pistón con “Fiebre” y recuperen las esencias patrias en “Mala sangre”.

Biznaga y su otro sentido del espectáculo.
Una de las peculiaridades de la cita es que contaron con la participación del “becario” David Iñurrieta de Terrier a las seis cuerdas, aunque ese pequeño cambio no supuso merma alguna en cuanto a velocidad o empaque en escena. Los temas se sucedían unos con otros y caían como impepinables mazazos, caso de la oda a los cuerpos en putrefacción de “Nigredo” o la pulsión incendiaria de “Héroes del no”. Material inflamable al mínimo contacto en circunstancias normales.

Un aspecto que sí que restó efectividad a la descarga de los madrileños, aparte de la escasa afluencia de personal, fue la excesiva separación entre público y artistas. La tremenda distancia parecía insalvable en determinados momentos y hasta los propios miembros de la banda lo subrayaron en ocasiones con sorna como cuando dijeron: “Qué silencio, parece que estamos en Japón”. Lo cierto es que sí había cierta bulla, pero claro, se escuchaba allá en lontananza.


“Una nueva época del terror” sirvió de aclaratorio de cómo les gusta hacer las cosas y “Máquinas blandas” se erigió una vez más como un auténtico himno en las distancias cortas, a pesar de todas las veces que ya la hemos escuchado. Y “Una ciudad cualquiera” estuvo dedicada por supuesto a Basauri antes de que “Mediocridad y Confort” finiquitara según la tradición un recital que fue un visto y no visto.

Los veteranos ya sabíamos que era inútil desgañitarse, pues nunca incluyen bises, pero algunos confiaron en que sucediera lo contrario. Pese a que sus bolos se nos antojen siempre cortísimos, esta costumbre no deja de ser otra muestra de autenticidad en unos tiempos en los que se lleva aburrir hasta a las ovejas y nunca quedarse insatisfecho o con ganas. Pero hay que madurar y aceptar otro tipo de visiones antagónicas a las de los que nos piden dar palmas o hacer el chorra. Otro sentido del espectáculo.

Willis Drummond echando agallas al asunto.
 Pensábamos que después de aquello lo de Willis Drummond sería poco menos que juegos florales, pero los tipos le echaron unas ganas de flipar y demostraron que pueden defenderse sin problemas aunque no esté con ellos el coloso Joseba B. Lenoir a la guitarra. Cierto es que sus piezas lentas quizás se tornaron demasiado densas, pero no tardaban en recuperar el ritmo acercándose al borde del escenario y espoleando a los fieles. Y para no romper otra de las tradiciones de la noche, sobresalió su batería por su inequívoca contundencia, que además estuvo realzada por un llamativo sonido envolvente que te metía de inmediato en el rollo. Normal que tengan tantos fans por la zona.

Una sesión al estilo jacobino, sin “belleza en lo tibio”, como dirían Biznaga. Tres puntas de lanza dispuestas a dar en el blanco, provocar la combustión espontánea y que la deflagración se sienta durante varios días o semanas incluso. Bombas de relojería para sembrar el terror entre biempensantes.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA