martes, 28 de julio de 2020

CAPSULA: SOMOS ESCLAVOS, BABY


Palacio Euskalduna, Bilbao

En plena ofensiva contra el ocio nocturno y todo aquello que no sea quedarse en casita sin rechistar, siempre conviene recordar los motivos que nos hacen sentirnos vivos. El bueno de Joaquín Sabina ya nos hablaba de más de cien mentiras “para no cortarse de un tajo las venas” y desde luego los conciertos de rock ocuparían un lugar predominante. Porque con esto de la pandemia han proliferado además los recitales reposados de tocarse el mentón y menear ligeramente la cabeza. ¿Qué fue del desenfreno y la pura electricidad? Esa sensación de imprevisión y hasta peligro que podría vislumbrarse en los bolos primigenios de leyendas como The Doors o Iggy Pop. Ya basta de comer pipas, hemos tenido suficiente.

Con el fin de restaurar ese orden natural de las cosas arrebatado por el coronavirus, Capsula volvieron a insuflar dignidad al rock en un recinto tan elegante como el Palacio Euskalduna, por algo nos enseñaron en los setenta que el glamour no debería estar reñido con la autenticidad. Lástima que el poder de convocatoria no resultara tan abrumador para lo que un grupo de su categoría merecería, pero por lo menos los congregados se mostraron lo suficientemente emocionados para que su clamor resonara como si fueran miles. El eco de los parias y olvidados no se ha apagado.


Si algo nos ha dejado esta “nueva normalidad” es que se ha matado por completo cualquier atisbo de espontaneidad, no digamos ya a la hora de conocer gente, sino incluso en el aspecto más nimio de nuestra existencia, con citas previas para casi cualquier trámite que uno necesite. Y si en los conciertos una parte importante para valorar la efectividad de un combo residía en la interacción con el respetable, ahora lo único todavía permitido es dar palmas, algo que a un servidor siempre le pareció más propio de verbenas, bodas y bautizos que de un concierto de rock propiamente dicho. 
Pero allá cada cual, que disfruten los entusiastas de las palmas mientras se pueda. Quizás mañana nos digan que de esta manera también se propaga ese virus que solo encuentra su caldo de cultivo en lugares de ocio por la noche.

Aquella era una ocasión especial, el reencuentro con su público bilbaíno, y Capsula no desaprovecharon la oportunidad apelando a las agallas desde el comienzo con la psicodelia abrasiva de “Sun Shaking”. El vocalista Martín siempre fue un experto a la hora de añadir misticismo a cualquier cita, por lo que en ese aspecto no errarían ni por asomo. Muy emotivo se tornó en determinados momentos verle arrodillado a escasos metros de los fieles y un servidor incluso deseó que el carismático frontman volara sobre las multitudes como antaño, al igual que si se tratara de una levitación insólita, una lluvia de ranas u otro detalle característico del realismo mágico.


De baile ritual se calificó “What’s In The Mirror”, uno de sus cortes con mayor empuje y que jamás deja indiferente en las distancias cortas. El evangelio rockero impartido por Martín y compañía siguió cursando a pleno rendimiento en “Candle Candle” antes de alcanzar uno de los picos de la noche en la versión de SUMO “Mejor no hablar de ciertas cosas”. Apoteosis ruidista total con el inevitable halo mesiánico, un muro sónico que no lo tiraba ni el tornado que aparecía en la canción.

Y de los tormentos exteriores pasamos a los interiores con “Away From Heaven”, de su último disco ‘Bestiarium’, una suerte de blues de ultratumba. En contexto de confinamiento inminente pegaba bastante “Santa Rosa”, “una canción que salió de dentro de una tormenta”, según nos explicó la bajista Coni antes de que Martín tomara el relevo a la voz y pisara el acelerador con “No contestás”, todo un tratado de post punk con ecos de The Cramps. La puntilla final al primer tramo del bolo la pusieron con “Caballos de mar”, más combustible necesario para mantener la hoguera del rock.


Regresaron acompañados de un viejo amigo como Jorge Cayama a las teclas para la evocadora “Cry With You”, otra de las cimas de la velada interpretada de manera impecable por Coni. Y se sumergieron en marasmos de influencia oriental en “Siren’s Lips” y “Magnets” mientras Martín advertía en plan apocalíptico: “Este es el futuro”. Pues vaya, casi hubiéramos preferido la tan cacareada hecatombe nuclear antes de este porvenir en el que apenas te dejan vivir. Del trabajo a casa. Y vuelta a empezar. Prohibido el ocio. La pesadilla orwelliana de ‘1984’ ya está aquí.

No sabemos si estaría permitido, pero algunos rebeldes del siglo XXI se levantaron de la silla con el “Russian Roulette” de Lords Of The New Church. Y no era para menos con este clásico imperecedero del rock gótico, debería comprobarse el pulso de cualquiera capaz de permanecer impasible ante tamaño himno. Terminar así les habría elevado hasta la estratosfera, pero todavía siguieron con un “Dead or Alive” que tampoco estaba nada mal y que contribuyó a mantener las revoluciones en su punto álgido.

Si tocara señalar algún tramo flojo del show, nos acordaríamos de los temas que siguieron a su segunda vuelta a las tablas, piezas decentes pero que no merecían tan privilegiada posición, salvo la punkarra “Sphinx”, claro. Y más cuando echamos muy de menos ese in crescendo llamado  “Communication” o la revisión de Iggy Pop “I Need Somebody” que ya no se suele estilar demasiado en directo. Cuestión de gustos.


Y en un concierto de Capsula de los últimos tiempos algo de Bowie tenía que caer sí o sí. No defraudaron al retornar ya por tercera vez para un soberbio “Suffragette City” que contó con Gaizka Insunza (Audience) a la guitarra y coros. Que nunca falten los homenajes al hombre de las estrellas.

“¿Quién dijo que no se podía hacer rock en un teatro?”, nos dijo en cierto momento Martín antes de reírse con la carcajada de un villano de James Bond. Y ese aire de profeta del futuro tampoco le abandonó cuando nos soltó un “Somos esclavos, baby” en los comienzos del show, una frase que más que un lamento se tornaba como un acto de indiferencia ante el inevitable mal, igual que si uno se fuera estrellar contra un muro. El destino inaplazable después de haber conseguido que la mayoría de la población se pusiera sus grilletes de forma voluntaria. La fantasía recurrente de Aldous Huxley en ‘Un mundo feliz’. Ni drogas hicieron falta.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

 




miércoles, 15 de julio de 2020

MC ENROE: EL PODER DE UNA VOZ


Palacio Euskalduna, Bilbao

En ocasiones existe un rasgo particular que se convierte en el más importante de una persona y logra eclipsar todo lo demás. Es lo que le sucede, por ejemplo, a uno de los protagonistas de la novela de Michael Ondaatje ‘El paciente inglés’, un tipo que únicamente disfruta de la poesía cuando la recitan mujeres y que al final acaba enamorado de una voz. Las cuerdas vocales se transforman en una suerte de instrumento que interpreta una melodía imperceptible al resto de los mortales y que cobra su vital importancia situada en su contexto. “No quería oír nada más”, esas fueron las palabras.

Algo similar nos sucedió una vez que andábamos vagabundeando por el festival BBK Live cuando unos tonos profundos y grandilocuentes nos obligaron a parar en seco y dejar de pensar en cualquier cosa que pululara por la cabeza. Al levantar la vista, nos topamos con los getxotarras Mc Enroe, un combo que conocíamos ya desde hace tiempo pero que hasta entonces, por un motivo u otro, jamás nos habíamos detenido a escuchar con atención. Y aquello fue como una revelación, pues en ese preciso instante percibimos toda la congoja y angustia existencial que expresaban sus letras, enmarcadas de dignidad gracias a la voz rotunda y sincera de Ricardo Lezón. No era desde luego lo que uno esperaría en un marco mayoritariamente juvenil y hedonista con gente más preocupada en subir fotos a redes sociales que en deleitarse en aspectos formales. 


Después de este proceso iniciático hemos vuelto a coincidir con esta formación o con su líder en solitario y siempre hemos salido satisfechos gracias a su contrastado buen hacer sobre las tablas. Por lo tanto, no íbamos a faltar a otra propuesta suya en el contexto de la aberrante nueva normalidad, aunque hubiera que aguantar todo el recital con la mascarilla puesta, un tormento comparable a la cal viva o a la tortura china de la gota de agua. Pero en fin, es lo que toca para ver bolos en estos momentos. Ojalá se extendiera ese excesivo celo también a sectores como el de las aerolíneas o el turismo. Desescalada a la carta según el interés.  

Al margen de polémicas, Mc Enroe oficiaron a un nivel estratosférico ante un respetable compuesto en su mayoría por gente bien y con aparente solvencia económica, el habitual pijerío procedente de la margen derecha. Un respetable muy educado que guardó escrupulosamente la distancia de seguridad y que aplaudió como si se encontrara en el teatro o en los toros. No se esperaba un excesivo desmelene, por lo que aquí la espontaneidad por parte del público apenas existió. Cada uno en su sitio y sin molestar a nadie.


No hacía falta tampoco mucho más para disfrutar de temazos del calibre de “Electricidad” o “Seré Tú”, que abre su último disco con el profético título de ‘La distancia’, aunque según explicó el voceras Ricardo Lezón ni siquiera sospechaban el alcance de la pandemia actual cuando lo registraron. Las ovaciones eran lo único que rompía el silencio imperante en el recinto mientras los getxotarras andaban en faena. Y es que un concierto de este tipo con cacatúas hubiera sido insufrible total. Menos mal que ahí sí que cumplen una función encomiable las mascarillas.

Impecables sonaron asimismo “La gran belleza” o “Ahora”, la última muy de evocar cumbres, no en vano recordaba a “Cerca del cielo” de Nacho Vegas, el tema que dedicó en su día al montañero Juanito Oiarzabal. Podrán definirles como “slowcore” o cualquier otro rimbombante término gafapastil, pero lo cierto es que los paralelismos con las composiciones añejas del bardo asturiano de vez en cuando asoman la cabeza, como en “Cristo de los faroles”, la pieza que cierra el soberbio álbum conjunto ‘Lluvia y truenos’ de The New Raemon & Mc Enroe. Precisamente de dicho trabajo rescataron “Gracia”, con su leve deje a lo The Smiths. Lástima que no se animaran del mismo modo con “La carta” o “Malasombra”.


Siguieron repasando de forma exhaustiva su reciente obra con “La distancia del lobo”, no sin que antes recordaran que se habla más de “distancia emocional que física”. Y rebuscaron en el baúl con esa suerte de juego de palabras llamado “Brandon Marlo” que apareció en el recopilatorio de rarezas ‘Quiero pensar que aún queda tiempo’. Nadie les podrá achacar que sus repertorios son monolíticos, anda que no tienen material para rascar.

Otra sorpresa estuvo en “La Palma”, algo que nos hizo rememorar aquel recital intachable que se marcaron junto a The New Raemon en la bilbaína sala Santana, probablemente la mejor vez que les hemos visto, una apabullante coalición de talentos. Lezón nos tomó el pelo al presentar “una balada”, como si su música invitara a subirse a una mesa o a desenfrenos descomunales, y bordaron “Luz de gas”, nuestra preferida del último disco que cursó doliente a más no poder. No aptos si uno anda pensando en tirarse por un puente o colocarse una soga al cuello.


Preludiaron los bises con “Tormentas” y luego Ricardo Lezón regresó en solitario en plan country para “La cara noroeste”. Y en el final definitivo no podría faltar “Rugen las flores”, que desató los aplausos en cuanto sonaron las primeras notas. Una actitud comprensible hasta la médula, pues resulta complicado abstraerse a ese comienzo tan poético que bordea la pura literatura de calidad. Imprescindible para los aficionados a cortarse las venas con la primera época de Nacho Vegas. O a los que les gusta inventarse nombres, vaya.

Todo un bolazo de altura el que ofrecieron los getxotarras y que confirma su infalibilidad total en las distancias cortas y en circunstancias variopintas, sean salas, festivales o palacios de congresos. Nunca hay que subestimar el poder de una voz con la que se te puede caer hasta el alma al suelo. Emoción a raudales.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA