jueves, 28 de noviembre de 2019

RAT-ZINGER + SHÖCK: SIN SANGRE NO HAY REVOLUCIÓN


Kafe Antzokia, Bilbao

Alcanzar ciertas marcas en algunos casos es una proeza más que encomiable. Sobre todo si una banda lleva tal ritmo frenético que el tiempo trascurrido podría valer el doble o el triple de lo normal, igual que eso que dicen de que un año en un perro equivale a unos siete en la vida de un humano. Ya se sabe que cuando todo se vaya a tomar por saco por hecatombe nuclear solamente sobrevivirán las ratas y demás organismos acostumbrados a la vida en circunstancias extremas. Los comodones morirán pegados en su sofá.

Los bilbaínos Rat-Zinger han llegado a la década de existencia sin síntoma de fatiga o agotamiento, ya sea en las distancias cortas o en estudio, con un largo llamado ‘Santa Calavera’ que podría encuadrarse entre lo mejor de su trayectoria. Pero también es muy necesario tomar aire para valorar las cosas con la perspectiva adecuada, de eso va precisamente la segunda parte de su recopilatorio ‘No habrá piedad para nadie’ editado recientemente. Un rápido vistazo a los logros conseguidos por estos adoradores de los hijos de perra.


Nada mejor que celebrar un décimo aniversario en casa, en pleno Kafe Antzokia bilbaíno, y ahí grabar algo que inmortalice la cita para toda la eternidad. Como era de esperar, la peña respondió a machete abarrotando el recinto y hasta poniendo a prueba la capacidad de resistencia de esas míticas escaleras que separan civilización de barbarie. A los fotógrafos que aguantaron en esas duras circunstancias deberían convalidarles una estancia en Irak o Afganistán.

Que un grupo sigue en progresión ascendente, lejos de ser un tópico manido por aspirantes a plumillas, hay veces en que se torna una verdad como un templo. Eso mismo uno puede pensar al ver a los locales Shöck y a su espectacular frontwoman Micky, con un dominio absoluto del lenguaje de las tablas avalado por una amplia trayectoria que inició allá a mediados de los noventa. Y la solidez de estos muchachos viene además acompañada por temazos del calibre de “No hay paz” o “Devadasi”, entre muchos otros de su homónimo debut. Cualquier fan del punk rock que todavía no haya coincidido con ellos, que se lo haga mirar y que le ponga remedio cuanto antes. Se está perdiendo algo grande de verdad.

Shöck, algo grande de verdad.
Y no menos impactante resulta comenzar un concierto con la muchedumbre a punto de invadir el escenario hasta el punto de que los fotógrafos casi tuvieron que hacer por ahí encaje de bolillos. En tal tesitura se encontraron Rat-Zinger de primeras con “Santa Calavera” y “Patria”, que desataron de inmediato las gargantas a un punto álgido. No quisieron olvidarse de Pulpo de Porco Bravo y otros caídos en combate que seguramente hubieran disfrutado aquella histórica noche.

“Apártate” sigue siendo uno de los momentos más enérgicos en su repertorio y no desfallecen tampoco en un “Ya no quedan días de gloria” a tanta tralla como si fueran Motörhead, la batería de Xabi ahí posee bastante de culpa. El grito de guerra “Dios salve a Ronnie Biggs” sonó tan apabullante como nos tienen acostumbrados mientras Podri se calzaba un pasamontañas y decía: “¡Manos arriba!”. Que no quede nadie sin levantar su “cacharra”.

La consigna de “¡Muerte al violador!” incitada por Podri no cayó tampoco en saco roto en la repleta sala, ni el consabido “¡Cocaína!” antes de “Narkosanto”. Otra de las cosas habituales que suele decir el voceras en los bolos es lo de “Ya sabéis que nosotros funcionamos bajo presión”, todo un clásico, aunque sería complicado encontrar un mayor entusiasmo por parte del personal. La presa continuaba al borde del desborde, parecía que en cualquier momento la muchedumbre ocuparía las tablas. La distancia entre artistas y público se antojaba en esta ocasión una mera quimera.


Y sacaron botellas de cava antes de “En su trozo de tierra”, otra de las mejores piezas de los últimos años que atronó el recinto. La voluntad de no dejar títere con cabeza aparecía reflejada en “No habrá piedad para nadie”, que el vocalista casi entonó envuelto en fieles, mientras que “Dicen que soy” certificó que las frecuentes comparaciones con la banda del difunto Lemmy no son en absoluto casuales.

Tal vez fuera simple casualidad, pero hubo un momento en el que se desataron a la vez varios conatos de pelea en “Tú ya no eres él”, pero por fortuna nadie se animó a pasar a mayores. Giuseppe de Kaos Urbano irrumpió para “Únete al terror”, al igual que sucede en estudio, y Podri no se cortó a la hora de subir a hombros al madrileño. Abajo entre la concurrencia también estaban protagonizando otra impactante gesta al levantar a un chico en silla de ruedas. Que la movilidad reducida no sea impedimento para hacer crowdsurfing ni para los pogos, esto sí que es espíritu de integración.


La oración de “Amén” terminaría de convencer a los descreídos que pudiera haber todavía a estas alturas y en “Larga vida al infierno” se enarbolaron bufandas con el nombre de la canción, como si estuviéramos en el fútbol. Y antes de “L.E.Y.” algunos con máscaras de V de Vendetta sacaron una bandera relativa a los presos de Alsasua, un caso que es un fiel reflejo de que en este país el franquismo ideológico sigue bien presente en la administración de justicia, por mucho que hayan expulsado al dictador del Valle de los Caídos.

“Soy un Kalashnikov” provocó que se encendieran los ánimos y el toque siniestro de “Tu pasajero” permanecerá a buen seguro un tiempo considerable en el repertorio. Preocuparse por “los hijos de perra que han venido hoy” es otra de esas preguntas fáticas de las que ya se conoce de sobra la respuesta, y más con la barrera de gente montada en las escaleras. Esa noche el rock n’ roll fue más que nunca para hijos de perra.


Txiki de Gatillazo y La Polla se unió al fiestón en “¿Tenéis o no tenéis?” y por algún instante el vocalista pudo fundirse entre los fieles, tal era el grado de subidón imperante. Y no menos arrolladora se tornó “Indestructibles”, todo un trallazo que deberían conservar en el repertorio de por vida con máximas lapidarias de las que ponen piel de gallina. Que nunca se olviden de los que colgaron a sus líderes.

¡Arriba las putas cacharras! ¡Que nos oigan en Madrid, en La Moncloa!”, enardeció Podri a las incansables huestes en “9mm” y así cerrar con contundencia una cita que se tardaría en olvidar, o mejor dicho, no se podría, gracias a la grabación de aquella noche. Esperamos con ansia el resultado y nos quedamos con la frase que dijo el voceras de que “Sin sangre no hay revolución”, algo que lo mismo podría aplicarse a la trayectoria hasta al momento de Rat-Zinger. Y que siga corriendo la sangre a borbotones.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA  

  

viernes, 22 de noviembre de 2019

LOS PUNSETES: ¡VIVA EL ODIO A LA HUMANIDAD!


Kafe Antzokia, Bilbao

Nos avasallan con tantos mensajes a diario por diferentes medios de comunicación y redes sociales que cuando algo se sale de la norma imperante, es inevitable darse la vuelta, pararse un segundo a pensar y exclamar: “¿En serio?”. Ya se sabe que el fin último de la dictadura de lo políticamente correcto en la cual vivimos es que en materia de pensamiento todos nos convirtamos en meras ovejas que nunca abandonan el rebaño y solo hablan de los temas que está permitido hacerlo, no sea que alguien se ofenda. La gente tiene la piel muy fina en el siglo XXI.

Pero si hay un grupo al que los convencionalismos sociales se la traen al pairo, esos son los madrileños Los Punsetes, que abogan por mandar a paseo a los amigos, no se callan su opinión de mierda, por muy irrelevante que sea, y ni siquiera se guardan lo que piensan de tu puto grupo. Son un dechado de virtudes antisistema que abrazan la misantropía y cuyas letras deben sentar como un puñetazo en partes pudendas a los fans de Paulo Coelho, las tazas de Mr. Wonderful y demás buenrollistas de infantería. Ideas nocivas que se propagan con demasiada alegría y cero atisbo de crítica. Los aguafiestas, al gulag.


Después de verles en un BBK Live nos causaron tan grata impresión que había ganas de repetir, en sala a ser posible. Y desde luego que mereció la pena, pues superaron su bolo festivalero y nos dejaron con voluntad de reincidir mañana mismo si hace falta. Eso sí, pensamos que andaría a reventar de peña, pero la cosa tampoco fue para tanto, pese a lograr una afluencia más que notable. Ni siquiera unos hombres gallina quisieron perderse semejante jolgorio.

Calentaron la velada los guipuzcoanos Olimpia, un combo muy curioso que le daban al pop o new wave de inspiración ochentera y estaban capitaneados por una hembra descarada con un punto canalla, condiciones indispensables para subirse a las tablas. Por su tono desenfadado, e incluso un poquito ñoño, a veces recordaban a Aerolíneas Federales y hasta admitieron que su actitud en realidad era “punk”. La magnética vocalista quizás se pasara de frenada en algún momento al meterse demasiado en su papel y cuando le vimos abajo del escenario sin peluca, casi irreconocible, es probable que muriera algún gatito. Pero que viva el glamour, cortes como “Ángeles caídos” merecen sin ninguna duda mucha atención.

La vocalista de Olimpia junto a uno de los hombres gallina.
Si la música deprimente puede servir a algunos de verdadera tabla de salvación, Los Punsetes deberían convertirse en la BSO indispensable para nihilistas, misántropos, parias sociales y admiradores de Cioran. Pocas cosas se pueden ver hoy en día más rompedoras que una pava que se planta en el micro cual esfinge y no mueve ni un músculo de la cara ni del cuerpo mientras recita letras como un papagayo. Como si fuera una bailarina de esas que aparecen al abrir una caja mientras suena una melodía. O un payaso con muelle incorporado.

Con la vocalista Ariadna vestida de negro en plan victoriana, abordaron sin tapujos las costumbres de las ratas de dos patas en “Dinero 2” y “Seres humanos” antes de adentrarse en los comportamientos típicos de redes sociales en “Vas hablando mal de mí”, ya se sabe que soltar mierda sobre el prójimo es uno de los grandes deportes nacionales. Nunca destacaremos por las notas elevadas en el informe PISA, pero en cuanto a lucha cainita y desear lo peor a los semejantes sabemos un rato.


Desenterraron el post punk envuelto en ruido shoegaze en “Mabuse”, de las piezas más inspiradas de su álbum ‘¡Viva!’, y subieron un peldaño más en la escala del odio a la humanidad con la gloriosa “Alférez provisional”. Esto sí que era un bolo con actitud, ni palmas, ni oe oe oe, ni demás garruladas. El excesivo hieratismo de Ariadna puede que exaspere a algunos, a nosotros nos parece que irradia un carisma y un magnetismo tremendo, sobre todo cuando entre canción y canción hace como amago de sonreír. O tal vez esto último fuera producto de una alucinación nuestra, igual que cuando piensas que el personaje de un cuadro te sigue con la mirada.

“Idiota” se antoja otro fresco de miseria social que se cantó de principio a fin y “Dos policías” podría ser hasta de Los Nikis, otros cachondos cuyo mensaje siempre fue malinterpretado y hasta se los intentaron apropiar los zánganos patrióticos. A este respecto, mencionar que uno de los integrantes llevaba una pulserita con la bandera de España mientras que otro lucía otra de la enseña arcoíris. Que no falte nunca la provocación, antídoto fundamental contra ofendiditos y soplapollas varios.


Y “¡Viva!” es uno de sus himnos recientes que no puede faltar en las distancias cortas. Muy compensado resultó el repertorio, no nos aburrimos ni un instante, y además muchas composiciones ganaban mayor ruido shoegaze respecto a la versión en estudio. No olvidaron siquiera su faceta más experimental, como esa que demuestran en los casi ocho minutazos de “Estrella distante” y que en directo se tornó una auténtica maravilla gracias a la inmensa interpretación de Ariadna y un juego de luces parpadeantes que asemejaba a la sin par frontwoman todavía más a una muñeca de porcelana.

El comportamiento que se describe en “Opinión de mierda” está tan extendido que tal vez hubiera que plantearse sustituir banderas por cosas que unan de verdad, por ejemplo, este tema. Y “Arsenal de excusas” ofrece tal disección de cierto comportamiento femenino que hasta debería asustar a las que pretenden cortar a todas las mujeres bajo el mismo patrón y que no admiten ni la más leve crítica a su ideario totalitario. Cuidado, musicólogas al acecho.


No nos podemos olvidar tampoco de los brasas del like en “Tu puto grupo”, otro fiel retrato del comportamiento humano en redes sociales, aquí hay más costumbrismo que en un artículo de Estébanez Calderón. “Me gusta que me pegues” podría enervar a los ortodoxos que no admiten coñas en asuntos graves, al igual que “Maricas”, un término ya proscrito en Facebook y que algún gurú de la modernidad nos recomendaría sustituir por un eufemismo ridículo del tipo de “persona con una sexualidad alternativa”. A un servidor siempre le dijeron que alternativos eran Nirvana o Pearl Jam, pero bueno.

La traca final no defraudó tampoco con “Una persona sospechosa” y ese inevitable “Tus amigos” que desató saltos del copón entre la muchedumbre. Justo después de esa pieza, se obró el milagro, Ariadna se movió para despedirse y decir “Muchas gracias, buenas noches” como una señora de las de antes. No desentonaba en este aspecto su estampa de institutriz a lo Jane Eyre.

Saturados entre tanto mensaje positivista y de falsa bondad, se agradece como un soplo de aire fresco un grupo que se atreva a decir las cosas a la cara bien alto, sin tapujos y sin temor a represalias, que gente con ganas de pillar el látigo para fustigar al disidente hay a porrillo. Así que nada, juntémonos, hermanos, extendamos los brazos y gritemos todos: “¡Que viva el odio a la humanidad!”.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA





martes, 19 de noviembre de 2019

MOLCHAT DOMA: EL POST PUNK QUE VINO DEL ESTE


Sala Azkena, Bilbao

A los llamados millennials les puede dar por cosas muy raras. Por lo menos desde la perspectiva de alguien nacido en la prehistoria de 1980, cuando un invento similar a internet solo se podía ver en películas de ciencia-ficción y para buscar información había que recurrir al viejo truco de consultar tochos. No resulta nada extraño leer en medios un día sí y otro también artículos sobre los nuevos hábitos entre los más jóvenes, como aficionarse a los frapuchinos, a votar a Vox porque “es guay” o a quedarse en casa los fines de semana porque es lo que se lleva ahora. Y todo ello mientras algunos de la Generación X acababan muriendo de sobredosis o agonizaban alcoholizados en garitos. Se están perdiendo las buenas costumbres.

Pero el relevo generacional a veces cumple su función y saca de las catacumbas a géneros absolutamente olvidados en el cajón de sastre de la música. Ahí tenemos, por ejemplo, al post punk que se hacía en Rusia o en los países otrora dominados bajo el yugo soviético. En este aspecto, seguramente pocos sitios superarían la opacidad y hermetismo del que hacen gala en Minsk (Bielorrusia), lugar de procedencia de Molchat Doma, cuyo nombre podría traducirse como “casas silenciosas”.


Con una presencia casi testimonial en el ámbito gótico, la bandera del post punk gélido solía ondear en lo más alto con los polacos Siekiera, autores de “Nowa Aleksandria”, todo un himno dentro de este rollo que podría servir para hacerse de inmediato una idea del tipo de música del que estamos hablando. Bajo tales coordenadas se movían también los bielorrusos protagonistas de la velada, aunque con un matiz contemporáneo y un mayor acercamiento hacia los momentos danzones de New Order o Joy Division.

Toda una sorpresa llegar a la sala justo cuando terminaban los locales Nize y encontrarnos el recinto abarrotado de jovenzuelos muy predispuestos al jolgorio. Y pensar que nos imaginábamos que solo acudirían cuatro freaks. Por fortuna, gracias a la labor de la promotora Kob Music, este género, antaño para perros verdes, cada vez goza de más adeptos por el norte. Ojalá se produzca el salto de los conciertos a los bares y podamos disfrutar también en breve de establecimientos que pongan esa música.

Nize, de punta en blanco.
 Como si les hubieran sacado de cajas gigantes y les habrían plantado en el mismo escenario, así se presentaron Molchat Doma, con esa frialdad glacial tan característica de su tierra. La influencia de Kraftwerk también se notaba por el ambiente, sobre todo al quedarse quietos como si fueran “The Robots” y en determinados pasajes sintéticos. Probablemente su vertiente más danzarina venga más por su fidelidad a los pioneros de la electrónica que a Bernard Sumner y compañía.

Pero si el post punk del este goza de unas cuantas señas de identidad reconocibles casi desde el primer minuto, lo mismo podría aplicarse a las composiciones de los bielorrusos. Desde homenajes poco velados a The Cure en “Lyudi Nadoyeli”, cuya intro parece calcada de “A Forest”, hasta piezas de corte soviético como “Ya Ne Kommunnist”, impensable en la imaginación de cualquier grupo más allá del Telón de Acero. De hecho, el título (yo no soy comunista) hasta podría tomarse como una declaración de principios, aunque ellos en alguna entrevista se hayan mostrado renuentes a explicar el significado de sus canciones. Que siga el misterio entonces.


Los movimientos del vocalista, que bebían indefectiblemente de Ian Curtis, eran otra de esas rarezas que no se suelen ver a menudo por estos lares, para quedarse hipnotizado. Y la voz profunda, de impecable factura, acompañaba esas peculiares muestras de entusiasmo. Al igual que si fueran germanos, se palpaba una tremenda profesionalidad  en cada nota, como si todo estuviera ya previsto, sin margen ninguno para la improvisación. La mentalidad eslava.

El poso ochentero se constituía en otra de las constantes de la velada, pese a que su matiz actual les impide convertirse en una banda con la nostalgia en vena. Y los jovenzuelos ahí andaban entregados a tope, tarareando melodías de sintetizador o hasta recitando en ruso, tiene que haber gente para todo. Eso de aprender chino mandarín ya es algo mainstream total.


Lejos de oficiar como autómatas, la capacidad de sorprender no se dejó de lado y muchos pusieron cara de póker cuando los de Minsk de repente terminaban un tema así sin avisar. Y la coreografía de otro planeta de su cantante sirvió de inspiración para que otros abajo del escenario copiaran esos gestos epilépticos y los reprodujeran con fidelidad religiosa. Los vídeos que pululan por la red sobre discotecas soviéticas ahí tendrían algo que decir.

La barrera idiomática y cultural apenas se sintió, ya que los temas de su último largo ‘Etazhi’ son universales para cualquiera metido un poco en el género, nada de complicaciones enrevesadas, van directos al grano, y si en algún momento te hacen mover los pies, pues bienvenido sea. El entusiasmo no disminuyó ni un ápice, incluso cuando anunciaron que se despedirían, el griterío subió en intensidad. Como pupilos que no deseaban perderse ni un detalle de la lección magistral.


Ante tal subidón, era evidente que regresarían sí o sí dando más cancha a esos sintetizadores pegadizos que confrontan su frialdad de la estepa. Con bajas temperaturas el cuerpo humano necesita conservar el calor humano de alguna manera y el ritual primitivo del baile parece una opción más que razonable en semejantes contextos.

Todo un lujazo ver por estos lares a un grupo de un estilo tan minoritario, y encima a reventar de peña. El post punk que vino del este en realidad siempre estuvo ahí, al alcance de los freaks de turno que no se conformaban con los tres o cuatro nombres típicos. Otra de las aportaciones al panorama occidental que debemos reconocer a los soviéticos. Como el kalashnikov.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA





miércoles, 6 de noviembre de 2019

SUICIDE GENERATION: EN LA JAULA DEL LEÓN


Pub Mendigo, Barakaldo (Bizkaia)

Cuentan que la primera vez que Iggy Pop vio a Jim Morrison en directo se quedó fascinado por ese peculiar antagonismo que establecía con el público. Más que confrontar, se cachondeaba de la peña, y por eso el Rey Lagarto no dudaba a la hora de cantar en falsete sin venir a cuento. Tal vez por ese motivo, entre otros, a menudo debía de abandonar los recintos escoltado antes de que el respetable acabara linchándole. No se podría pedir demasiado a  musculosos jugadores de rugby, refinados tipos de las fraternidades o esos que algunos con bastante pompa consideraban “los futuros líderes de América”. Que les den a todos, esa era la actitud.

Una idéntica sensación de peligro, de que podría suceder algo fuera de lo normal, invade a cualquiera que haya visto en alguna ocasión a los londinenses Suicide Generation, combo salvaje donde los haya que en su anterior visita a La Nube dejaron hasta un reguero de sangre. Literal. Como Iggy Pop en el Detroit de comienzos de los setenta. Los susceptibles que se vayan a la cama.


Con semejantes antecedentes, era obligada la visita al Mendigo de Barakaldo para contemplar a una de las bandas contemporáneas que más se deja la piel sobre el escenario. Lástima que no nos esperaran en el garito grandes multitudes, sino un discreto reducto de fieles, en su mayoría locales, que justo ese día no tendrían un plan mejor al lado de casa. Es igual, hemos acudido ya a tantos conciertos que ya sabemos de sobra que la afluencia en los bolos por norma general suele resultar algo bastante anecdótico.

Casi ante un grupo de amigos oficiaron La última bala, unos vizcaínos que le daban al rock n’ roll de bareto en la senda de Platero y Tú. Un estilo que quizás a estas alturas esté ya más visto que el tebeo, pero lo cierto es que estos muchachos no se lo montaban mal en las distancias cortas con temazos que invitaban al buen rollo como “Mírame”, “El ser humano” o “Abandonar esta ciudad”. Les costó conseguir que la gente rompiera el hielo y se acercara a la distancia adecuada para el rock, pero al final aquello se asemejó a un agradable chascarrillo en el que se habló de “peperos”, “poperos”, “perros con asma” y hasta se sugirieron las propiedades nutritivas para el cabello de las que gozaban los que aguantaron en primera fila al pie del cañón. Muy entretenidos.

La última bala, en la estela de Platero y Tú.
Como elefante en cacharrería irrumpieron Suicide Generation, con su inquieto vocalista saltando hacia los congregados casi desde la primera pieza y subiéndose a la barra. Un numerito que habíamos contemplado en La Nube, aunque en esta ocasión lo quiso hacer más espectacular al amagar caminar por el estrecho espacio que había al lado de la cabina de DJ. Menos mal que una camarera se lo impidió, porque parecía poco probable que dicha estructura aguantara tanto peso. Hay que poner límites incluso a las fieras desbocadas.

En lo musical, “Prisoner Of Love” clavó la pica en Flandes por su aire desgarrador al “Muscle of Love” de Alice Cooper y luego “Shitty In The City” mantuvo el tipo evocando el macarrismo de New York Dolls o Hanoi Rocks, glam punk en pleno esplendor, uff. Dicen que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña, así que el cantante no se cortó a la hora de arrastrar al personal a las primeras filas. ¿Qué es eso de vegetar en un concierto de rock? A dormir a casa.


Por fin teníamos ante nosotros a un frontman de esos que no pasa desapercibido, se podría decir incluso que eclipsa cualquier otro detalle accesorio. Es el espectáculo en sí mismo y lo demás no importa. Una bestia deudora hasta las cachas del salvajismo de Iggy Pop, que se daba golpes con el micro en la cabeza como los auténticos jartos, véase Wattie de The Exploited, y que tal vez se tiraba más tiempo por los suelos que levantado. Para no despistarse ni un instante.

Estallidos de energía como “Love Is Hate” que no superan los dos minutos valen de sobra para convencer a los indecisos, pues aquí no se trata de admirar exquisitos pasajes instrumentales, sino más bien de apelar a las agallas. No en vano dicen que el lema de Suicide Generation es “te follaremos con la polla larga del rock n’ roll”, sin consentimiento ni leches. A la vieja usanza.

Nadie se libró de aquel fiestón que se montó en un momento a pesar de la escasa afluencia, pues el vocalista iba a buscar a los que se encontraban situados más atrás, aquí esa vieja táctica de instituto de sentarse lo más alejado posible del profe no funcionaría. Como hemos dicho, era un bolo tan frenético y entretenido que si te descuidabas un momento, igual ya te habías perdido algo fundamental porque continuamente pasaban cosas.


La homónima “Suicide Generation”, con alaridos y solos al tuétano, sirve de carta de presentación para que se le termine de volar la peluca a cualquiera. Era tal la vitalidad de su cantante adorador de Iggy Pop que hasta simuló ahorcar a un fan de las primeras filas y el resto de la banda no se quedaba tampoco atrás en este peculiar viaje hacia la autodestrucción, pues cedieron el bajo a un parroquiano para que desparramara a gusto. Que no se diga que no se favorece el arte.

Fue un visto y no visto con una duración irrisoria para los acostumbrados a canciones enrevesadas con varias partes, complicados desarrollos instrumentales y demás. En serio, no hace falta darle tantas vueltas al bolo. A algunos con subir el volumen a tope y chillar con saña nos requetebasta. Y sentir de nuevo esa sensación de peligro. Igual que cuando entras en la jaula de un león.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA