miércoles, 30 de diciembre de 2015

LA FRONTERA: ¡QUE LA LOCOMOTORA CIRCULE TODA LA NOCHE!



Satélite T, Bilbao

Las giras de míticas leyendas de una época siempre llevan añadido un grado considerable de suspicacia. ¿Estarán en forma? ¿O más bien deberían dedicarse a mirar obras? Esas suelen ser las preguntas que cualquiera con dos dedos de frente se haría en semejante tesitura, aunque no pocas veces conviene dejarse llevar y olvidarse por un momento de formalismos, sabedor de aquella paradoja que dice que los mejores planes son los inesperados precisamente.

Los madrileños La Frontera en realidad nunca se fueron, pese a que a finales de los noventa tuvieron algunos parones en los que el vocalista Javier Andreu aprovechó para sacar su disco en solitario ‘Libro de cuentos’. Conscientes de que nadie dura en el candelero por los siglos de los siglos, ya habían catado de sobra las mieles del éxito en los gloriosos años ochenta cuando temas suyos como “Judas el Miserable” o “El Límite” eran radiados sin piedad en radiofórmulas y se convertían casi en himnos generacionales.

Javier Andreu, en perfecto estado vocal.
 Lo que nunca cambió a lo largo de sus tres décadas de actividad fue el continuo contacto con su público. Incluso en los inciertos periodos en los que las ventas no acompañaban, buscaron a sus seguidores en grandes o pequeños escenarios, recordándoles que estaban vivos, que su espíritu se mantenía infatigable y que ni siquiera una solitaria travesía en el desierto arrugaría lo más mínimo sus ganas de arder de nuevo bajo el sol.

Hacía tiempo que no dejaban caer los sombreros por la capital vizcaína, pero con una fecha de entradas agotadas y otra en la que si no vendieron todo el papel poco faltaría, quedó bien claro que su poder de convocatoria no ha menguado en absoluto por la zona norte. Ellos mismos durante el bolo recordaron la primera vez que estuvieron en Bilbao, en la época “punk” de la ciudad, es decir, esa urbe gris e industrial que nada tenía que ver con la actual metrópoli de diseño para jubilados.

No faltó una soga en el escenario.
Con un ambiente asfixiante en cuanto a afluencia donde había que luchar por el codiciado espacio vital, La Frontera desenfundaron de inmediato las pistolas con “Viento Salvaje” y la springsteeniana “Mi dulce tentación”, apelando ya de entrada a la nostalgia y a las juergas épicas. Había muchos puretas entre el respetable, es verdad, pero era asimismo muy reseñable la presencia de chicas jóvenes que daban color a una muchedumbre variopinta unida por la devoción a un grupo que sin duda forma parte de la historia del rock en castellano.

Nos avisaron de que su repertorio sería de infarto y eso se estaba cumpliendo al milímetro con su himno “Volverán los buenos tiempos” que sigue la mejor tradición del sonido New Jersey. El estado vocal de Javier Andreu era para descubrirse por completo, clavando cada nota igual que si escucháramos el disco en estudio, mientras a su vera, Toni Marmota, el otro alma del grupo, derrochaba actitud detrás de su sombrero de copa y sus gafas de sol.

Toni Marmota, pegado a su eterno sombrero.
“La Ciudad” engrosaba sin problemas la ristra de clásicos y “Siete Calaveras” levantaba la polvareda del Lejano Oeste que se metía en los ojos y no cesaba con “La ley de la horca”, esa que tal vez se debería aplicar a día de hoy ante tanto chorizo y jeta institucional. Con semejantes piezas aullarían hasta los chacales a la luz de la luna.

Cambiaron los parajes áridos por los mares en “Las Aventuras del Capitán Achab” y se alcanzó uno de los puntos álgidos de la velada con el homónimo “La Frontera” y el inevitable “El Límite”, que elevó las gargantas hasta el infinito. Pudimos seguir mascando tabaco con otro tipo conocido que responde al nombre de “Juan Antonio Cortés” y por supuesto se esperaba que se uniera también a la fiesta “Judas El Miserable”, que desató bailes en el recinto como si aquello fuera un rodeo. Todo un cancionero frenético ante el que se antojaba inevitable mantener la atención.


Javier Andreu advirtió de su naturaleza bipolar porque eran “románticos” y “rockeros”. “¡Y géminis!”, añadió Toni Marmota, antes de arrancarse con “Aunque el tiempo nos separe”, una pieza que “les emociona” en sus propias palabras y que fue uno de los pocos respiros que nos concedieron. No tardaron en recuperar fuelle con “Pobre Tahúr”, otro momento para calzarse camperas y soltar un “yihaaa”, y rematar con la rockabilly “Cielo del sur”, en la que se levantó todo un horizonte de manos levantadas. Seguro que nunca lo podrán olvidar.

Y sin flojear se marcharon hasta las vías del ferrocarril en “Cuatro Rosas Estación” antes de finiquitar con la adaptación “Viva Las Vegas” popularizada por Elvis, el perfecto colofón desértico. Todavía les quedaba pólvora en la recámara con “Duelo al sol” y mirarnos fijamente a los ojos mientras imaginábamos que sonaba una trompeta de fondo y los buitres revoloteaban alrededor. Sin miedo a las balas.

“Tren de medianoche” apeló de nuevo a los recuerdos y sirvió para que se despidieran de la primera de sus dos noches en Bilbao con los ánimos exaltados y con muchos esperando que siguieran tocando otra hora más por lo menos. Que la locomotora circulara toda la noche, como decía el clásico de Tiny Bradshaw, Howard Kay y Lois Mann.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


 

domingo, 27 de diciembre de 2015

POWERSOLO: ¿NO HABÉIS COMIDO HOY O QUÉ?



Kafe Antzokia, Bilbao

El surrealismo siempre ha estado unido de alguna manera al mundo del rock. Las primeras referencias que vienen a la mente en este sentido estarían en los Pink Floyd o Genesis de los comienzos, cuyas letras fantásticas y futuristas eran un caso aparte en la época, aparte del peculiar espectáculo audiovisual que desplegaban en directo insuflando teatralidad al máximo en el caso de Peter Gabriel. Tampoco habría que olvidar la influencia de Salvador Dalí en músicos alemanes de los setenta tipo Edgar Froese o Klaus Schulze, eso sin mentar la archiconocida complicidad existente entre Alice Cooper y el genio de Figueras, que llevó incluso a este último a erigir dos retratos al rockero en formato holograma.

Basta escuchar en estudio a los daneses Powersolo para darse cuenta de que son absolutos herederos de ese histrionismo vanguardista que entronca con el descaro de The Cramps o un sentido del humor absurdo propio de Peter Sellers. Los casi gemelos Kim y Bo Jeppesen debido a su extrema delgadez se hacen llamar además ‘The Railthin Brothers’, aunque no les gusta nada ser etiquetados, únicamente lo tolerarían si habláramos de whisky.


Tras las gratas sensaciones que nos dejaron en el último festival Azkena, cuando facturaron a pleno sol una de las mejores actuaciones del evento, acudimos prestos a la llamada a pesar de la noche electoral. Por motivos que desconocemos, pasaron el bolo del recogido piso superior a la sala grande del Antzoki y pensamos que la afluencia quizás había desbordado las previsiones. Para nada, apenas unas 60 o 70 personas se congregaron allí, dejando bastante espacio libre y restando intimidad a un show que podría haber ganado en intensidad en un recinto más reducido.

Pero eso a los colgados de Powersolo les daba un poco igual, el fiestón lo iban a montar de todas las maneras. Ya desde el principio se mostraron espasmódicos con “Baby, You Ain’t Looking Right” y en “New Fashioned Girl” ya había por ahí féminas bailoteando. Con el protagonismo copado por los dos daneses casi idénticos, el bajista tuvo su momento de gloria para cantar un tema y a veces hasta parecía que se pegaban por el micro por sus descomunales ganas de soltar alaridos.


El respetable andaba bastante mermado respecto a su bolo vitoriano, pero su torbellino escénico devastó con la misma potencia. Se recrearon en los ritmos sincopados, manejando los silencios y alargando quizás en exceso las piezas antes de arremeter con saña. Golpeaban los micros con las guitarras y chillaban como monos que hubieran estado encerrados en una jaula durante meses. Cualquiera los dejaba sueltos.

Si su propensión a estirar el repertorio restó algo de ímpetu en un comienzo, no tardaron en enderezar la marcha hacia el ecuador con la acelerada “Frantic” y desgañitándose en “Asshole”. Y desbordaron el histrionismo con el aire a lo The Cramps de “Jurassic Sex Party”, donde les faltó calzarse unos tacones como Lux Interior. 

Kim Jeppesen en una de sus pocas poses serias.
 Había una pareja de guiris que parecían estar de celebración por las jarras de cerveza que sacaban cada dos por tres y ese entusiasmo desmedido del que no está acostumbrado a la música en directo. Se pasaron casi todo el concierto cantando el pegadizo estribillo de “Canned Love” y hasta que no consiguieron lo que querían no pararon. “¡Es mi canción preferida!”, gritaba uno de ellos, por lo que dado el ambiente familiar no se pudo desestimar tal petición, que fue recibida además por los guiris chocando palmas.

Por gustos personales, consideraríamos sin dudarlo “The Leather Suit” uno de los picos de la velada por su rollo noctívago deudor de Iggy Pop y tuvieron un empacho mariachi con “Juanito”, donde el batería se rió como una hiena mexicana y no escatimaron en “chiquitas” y “putas de madre”. Conservaron empero las formas para bajarse del escenario y darle una púa en mano a una de las asistentes. Un caballero a la antigua usanza. 

Los casi gemelos se pegaban por el micro.
 Retornaron para los bises y seguir vertiendo ese variopinto conglomerado de sus cabezas con funky a lo James Brown, rock n’ roll aullante y su desconcertante punto cómico charlotesco. Eran unos tipos multifunción totalmente, por lo que el hecho de agarrar unas baquetas no impedía demasiado refrescar el gaznate, con la inestimable ayuda del vocalista, eso sí.

Terminaron a tope de revoluciones, con un interludio improvisado del cantante Kim al bajarse del escenario para pedir unas cervezas y aprovechar la coyuntura para mover el esqueleto con una chica de idéntica camiseta de rayas. Rotaron incluso sobre sí mismos cual peonzas y para completar el numerito el voceras regresó a las tablas con movimientos robóticos. Vaya trueno tienen.

Pese a que molaron infinitamente más en el festival Azkena, los auténticos gemelos ultradelgados volvieron a demostrar que no hay nada podrido en Dinamarca, sino que su rollo está muy vivo. Llevaban tal chaladura encima que alguno hasta exclamó: “¿No habéis comido hoy o qué?”.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


jueves, 24 de diciembre de 2015

ZARATA FEST: PASIÓN POR EL RUIDO


Hika Ateneo, Bilbao

Recuerdo aquella anécdota en la que me comentaron que en cierto mítico local del ambiente gótico madrileño debía florecer el talento a cada esquina, pues al preguntar a alguien a qué se dedicaba la respuesta más habitual era que dijera “Soy artista” sin el más mínimo rubor. ¿Una concentración desmesurada de creatividad en unos pocos metros? ¿O tal vez simplemente gente que le echa mucho morro al asunto? A menudo suele ser una mezcla de ambas cosas  porque en el ámbito de la creación vale todo, el desprecio a las reglas puede servir de coartada a la mayor chaladura que uno pueda imaginar.

A la mayoría por ejemplo le molesta el ruido,  aunque aparte de la evidente carga negativa del término, habría que precisar qué es exactamente lo que uno entiende por eso. Si hacemos caso a la más alta autoridad en el tema, es decir, la docta Real Academia de la Lengua, nos dice que es un “sonido inarticulado, por lo general desagradable”. Poco menos que un tormento chino, vaya.


Pero existen los que encuentran placer en el puro caos, la combinación aleatoria de elementos sin ton ni son, desafiando el orden natural y cualquier atisbo de comercialidad. Bajo esas premisas parece haber surgido el Zarata Fest, que lleva ya diez ediciones volcado en la música rara y afines, una propuesta multidisciplinar absolutamente vanguardista no apta para oídos delicados y poco pacientes.

Como si allí mismo se hubiera montado una Facultad de Bellas Artes, una nutrida multitud de bohemios desarrapados y chicas interesantes con pinta de leer libros insufló al garito la camaradería necesaria para que el evento no se antojara gélido. Nos sorprendió en ese aspecto la cantidad considerable de fieles que abarrotaban aquella sala pequeña destinada a las actuaciones intimistas en la que una voz medianamente elevada o el clásico pitido de WhatsApp suponían una cascada de miradas furibundas de inmediato. Y las sillas en las esquinas eran por supuesto objetos codiciados.

Ainara Legardon y sus cánticos ululantes.
 Lo primero que catamos allí fue a la bilbaína Ainara Legardon, peculiar artista con una trayectoria de más de dos décadas en las que ha compaginado incursiones en la escena del rock independiente con una vertiente más experimental en la que incluso utiliza su propio cuerpo para crear sonidos. Su actuación en el Zarata Fest obedecía a este último campo, por lo que nos ofreció una suerte de cánticos ululantes similares a los de las corrientes marinas. Se acompañaba además de artilugios que evocaban el sonido de piedras arrastradas para completar la estampa bucólica, aunque al final la performance derivó en susurros y gemidos inclasificables. Un puro manifiesto del caos.

Y siguiendo la tónica rompedora, la propuesta de Auto consistía en una proyección de fotografías de lugares sombríos, aderezadas por voces ululantes, una vez más, y repicar de gotas de lluvia hasta desembocar en una tormenta de proporciones fantasmales. 

El transgresor dúo Moyie.
 Nada de habitual tenía tampoco el dúo recién formado Moyie, compuesto por Mayi, que tocaba la guitarra en el grupo Endemaño, y Oier, que ejerce asimismo de cantautor. Se anunciaba como una casi improvisación y lo cierto es que tuvo mucho de chaladura, con un tipo intentando tocar la guitarra acústica  y una acompañante que le tapaba las cuerdas o le interrumpía con un morreo y que tal vez pudiera ser una reflexión acerca de las distracciones que implica la vida artística, una idea reforzada además por ese final en el que el susodicho intentaba cantar a pesar de los incesantes requerimientos carnales de su compañera. Toda una metáfora sobre Internet, redes sociales y todas aquellas cosas en las que malgastamos el tiempo en vez de estar creando o haciendo algo productivo.

La pamplonica Elba Martínez ofreció una dispar combinación de vídeo y fotografía en la que se podían contemplar desde tomates hasta viejos riendo. Con un cierto predominio de las imágenes rurales, si hubiera que elegir una tesis o lema que condensara el motivo de la exposición sería sin duda el de una mirada desconocida hacia objetos cotidianos, ángulos insospechados que proporcionan matices impensables en los que nunca antes habíamos reparado. La belleza de la sencillez.

Y lo último que catamos en la primera jornada, Al Karpenter’s Makro Ensemble, era una desquiciante orquesta con percusión, voces inteligibles, una trompeta chirriante y otros ruidos difíciles de catalogar. Fue como si en esos momentos se estuviera procediendo a la descomposición del universo y miles de cuerpos celestes salieran disparados cada uno por su lado. Nada adecuados para espíritus delicados o fans de la melodía.

El caos desatado de Delusion of the Fury.
 Al igual que en el legendario microrrelato de Augusto Monterroso que decía “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, al regresar al día siguiente seguía habiendo estridencias con Delusion Of The Fury, otra orgía instrumental con chillidos, violín chirriante o una batería a su bola que dejaba la música de Swans en un mero ejercicio de lo más accesible. Aquí cada uno soltaba su paranoia particular sin importar la compenetración u otros conceptos obsoletos, alguno hasta intentó hablar por el orificio de una trompeta. Un festín enloquecedor.

El trío formado por Paloma Carrasco, Ángel Faraldo y Alejandro Rojas demostró estar curtido de sobra en el campo de la improvisación con tres figuras de eminente trayectoria profesional en dicho ámbito, todos ellos dedicados además a la enseñanza musical. Y una lección de sentar cátedra ofrecieron, como no podría ser de otra manera, llamando en especial la atención con ese clavicordio construido expresamente y basado en un modelo del siglo XVIII. Protagonizaron una anécdota involuntaria cuando uno de esos frascos de cristal que utilizaban para tocar cayó al suelo hecho añicos y muchos se pensaron que aquello era también parte del espectáculo. Podría haberlo sido.

Los docentes de la improvisación.
 La murciana residente en Bilbao Loida A. Gómez trajo la nota exótica con su canto japonés y un espectáculo de danza y performance al compás de tambores de guerra en un primer momento. Era graciosa con sus gafas a lo Yoko Ono, por lo que se hacía inevitable no mirarla, y por supuesto, se despidió con la preceptiva reverencia oriental. Actualmente está trabajando en una pieza inspirada en el dramaturgo Antonin Artaud.

Con los cinco elementos de agua, tierra, aire, fuego y espíritu como telón de fondo, Orbain Unit desencadenaron el caos al unísono con sus dos baterías que aporreaban de lo lindo y que quizás eran lo más vistoso del conjunto cuando ambos se liaban la manta a la cabeza. Otro de esos combos para el que había que estar preparado psicológicamente, pues su free noise jazz se antojaba a veces demasiado extremo. Eso no impidió que cosecharan salvas de aplausos y experimentáramos en carne viva su lema “No es el golpe sino la consecuencia”

La orientalista Loida A. Gómez.
Demasiado duro de soportar nos parecieron empero las ondas sinusoidales y el ruido blanco del dúo barcelonés A=B, con unos leves pitidos que no terminaban de arrancar nunca. Un elogio del silencio que tal vez nos pillara descolocado, pese a que valoramos el carácter vanguardista y rompedor de su propuesta. La excesiva tranquilidad de su entorno sonoro invitaba a una plácida siesta y la verdad es que no eran horas.

Imagino que no dejaría tampoco a nadie indiferente Billy Bao y su particular distribución del espacio, con un batería recluido en una esquina, un guitarrista en otro rincón, y encima del escenario otro tipo baqueteando junto a un vocalista africano, que se venía arriba espoleado por sus fans femeninas. Con tantos focos de atención abiertos, uno no sabía exactamente a dónde mirar, pues en ocasiones aquello se asemejaba a una competición para captar el interés del respetable. Una interactiva chaladura que eliminaba de un plumazo obsoletas barreras entre artistas y público.

Expectación ante los cinco elementos de Orbain Unit.
Y en un festival centrado en el ruido cobraba más sentido que nunca la inclusión en el cartel del pionero de todo aquello en nuestro país, el llamado “duque del ruido”, que no es otro sino Javier Corcobado, acompañado por la artista gráfica, vídeo-creadora y fotógrafa Aintzane Aranguena, que también forma parte del grupo experimental AAAh y de un dúo junto al fundador de Mar Otra Vez en el que exploran la combinación de ruido y palabra mediante la improvisación con instrumentos y objetos.

Acostumbrado a su faceta como cantautor melodramático, sorprendió contemplar al autor de los boleros enfermos de amor ejecutar sonidos con globos mientras su compañera sazonaba con voces ululantes. Al tiempo que se mostraban audiovisuales, Corcobado pegaba alaridos y golpeaba un bajo que se tornaba ensordecedor. Fue totalmente épico cuando gritó “¡Extermínense!” y se proyectaban en ese preciso instante imágenes de bañistas y playas atestadas de gente. 

El apóstol del ruido Javier Corcobado.
 Y cuando su pareja se le unió a las cuatro cuerdas la sensación de noise a lo The Jesus & Mary Chain se incrementó. Los micros se convirtieron en un elemento más del espectáculo moviéndose de un lado a otro como un péndulo hasta entrelazarse y lograr que sus respectivos dueños siguieran su ejemplo dándose un beso en la boca. Dos almas en conjunción.

Y hasta aquí dio de sí para nosotros esta experiencia extrema comparable a saltar en paracaídas, por aquello de dejar atrás temores y viejas ideas preconcebidas. Tienen razón los organizadores del Zarata Fest al decir que al terminar la noche parece que hayamos vivido una pequeña vida. La pasión por el ruido está muy relacionada con la reencarnación y las nuevas sensaciones.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


  




lunes, 14 de diciembre de 2015

ZODIAC: LOS VAQUEROS DESGASTADOS



Kafe Antzokia, Bilbao

Hay algunos que prefieren los trajes, otros la ropa que se cae a pedazos. La de veces que habremos escuchado en la infancia y de adolescente aquello de “Vas como un pordiosero”. Daba igual que respondiéramos que en realidad nos gustaba ir así y que era una cuestión de principios, nadie parecía entender una aparente dejadez que no era tal, sino reivindicación de los objetos personales con alma que tras un tiempo considerable pasan a formar parte de tu propia trayectoria vital y resulta complicado desprenderse de ellos.

Una actitud que seguramente comparten los germanos Zodiac con su indisimulada admiración hacia los sonidos de los setenta y esa filosofía de antaño de tirar millas, cuando las bandas se hacían grandes en base a sus directos. Enseñanzas que parecen haber seguido al milímetro los de Münster con una carrera ascendente que cristalizó en una primera gira como cabezas de cartel en Alemania el año pasado, producto de la cual registraron su reciente álbum en vivo ‘The Road Tapes Vol.1’.


Y ahora se embarcaban en esa misma empresa por la península, una propuesta arriesgada para cualquier grupo con aspiraciones a ser profetas más allá de su tierra. Ya habían recorrido con anterioridad la piel del toro, dejando gratas sensaciones entre la concurrencia en aquella gira que compartieron junto a los colosos en su rollo Spiritual Beggars.

Tal vez fuera por esa saturación de conciertos que nos comentaba una colegui, pero lo cierto es que los alemanes no consiguieron arrastrar a multitudes en su estreno por su cuenta en estos lares. Apenas una treintena de personas se animaron a acercarse a un recinto que se les quedó inmenso, habida cuenta de que habían cambiado además el bolo al piso de abajo del Antzoki, renunciando de esta manera a la intimidad que siempre proporciona la planta superior.


Merece destacarse una vez más que es en estos lances donde se forjan los auténticos profesionales, esos capaces de marcarse un recital de órdago ante unos escasos fieles. Zodiac pertenecen sin duda a esa insigne estirpe y así nos lo hicieron saber desde el comienzo con “Drown”, primer corte de su maqueta del 2011 y todo un guiño a sus inicios.

Pese a que en un principio pudieran hacer gala de esa frialdad tan propia de la Europa norteña, no tardaron en desfogarse poco a poco con el hard rock con agallas de “Horrorvision” y captaron de inmediato el interés de los presentes con “A Bit Of Devil”, donde sacaron a relucir unos coros compenetrados y un considerable rodamiento en escena.


Iban tomando confianza con el expectante respetable y el voceras Nick Van Delft trataba de romper el hielo, aunque sea a base de tópicos, como al reivindicar la libertad de pensamiento en el enérgico medio tiempo “Believer”, de aire clásico y con ese regusto en el paladar de los caldos de calidad. Su competencia era incuestionable, eso se advertía en las piezas extensas en las que se liaban la manta a la cabeza y se dejaban llevar por una suerte de improvisaciones calculadas, aunque esto pueda parecer una contradicción en sí misma.

Tuvieron a bien combinar las divagaciones con los disparos certeros, caso de “Moonshine”, un in crescendo no exento de contundencia, o “Swinging On The Run”, en la que hablan del negocio discográfico, “un lugar no muy adecuado para entrar”, según afirmaron. Aquí aprovechó el cantante para explayarse a las seis cuerdas y nos legó un solo mayúsculo, muy reseñable además su habilidad en este aspecto.


Preguntaron si nos gustaba “el blues de la vieja escuela” y ante la abrumadora respuesta se arrancaron con “Blue Jean Blues”, uno de los puntos álgidos de la noche y una auténtica delicatessen para sibaritas, esos que gustan saborear las sobremesas de copa y puro. Una vieja canción de ZZ Top a la que insuflan vida propia y un sentimiento a la altura de la original, alguno incluso soltó un “¡Wow!”. Había que ser de piedra para no sucumbir a los encantos de un blues eléctrico en la escuela del “Since I’ve Been Loving You” de Led Zeppelin. Pura crema.

Cambiaron de tercio con las cabalgadas a lo Thin Lizzy de “Holding On” y “Free” evocó punteos hendrixianos y el aroma vetusto de la cuenca del Misisipi. La poca afluencia no impidió que fueran vitoreados en repetidas ocasiones, en especial cuando homenajearon al maestro Neil Young en la inmensa “Cortez The Killer”, muy fiel a la original y bordando las partes instrumentales, a las que añadieron una potencia inédita. Ante tanto despliegue de clase era complicado permanecer impertérrito, por lo que muchos no pudieron evitar aplaudir de improvisto. Normal, aquello era un manjar muy exquisito.


Habíamos entrado en calor hacía tiempo, e incluso teníamos algún fan en primera fila que se sabía todas las canciones, pero anunciaron que “Coming Home” sería la última, otra inmensidad para degustar en sus más de quince minutos en directo. Volvieron a sobresalir en el tema de los punteos y a consagrarse unos expertos en el asunto, pues no es fácil mantener la atención sin caer en el aburrimiento o en la masturbación inmisericorde de mástiles. Poseían clase, o talento, que cada cual lo llame como quiera.

Parecía que nadie se animaría a pedir bises en un principio, pero al final se escucharon los consabidos gritos de aprobación, por lo que retornaron para una única propina. Un catálogo de tres discos en estudio ya hubiera dado para estirarse un poco más, pero nos quedamos con el espíritu de esos vaqueros desgastados, esos que olían a aceite y gasolina y que podrían hacer a cualquier hombre feliz si los consiguiera recuperar. El valor de las pequeñas cosas.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA