miércoles, 27 de septiembre de 2017

SHIRLEY DAVIS & THE SILVERBACKS: ELOGIO A LA NEGRITUD



Kafe Antzokia, Bilbao

De un tiempo a esta parte existe un notable revival soul en el panorama musical. Quizás sea una consecuencia más del pensamiento hipster y de ese furor por lo retro, los vinilos y demás, algunos incluso llegan a afirmar que hasta volverá el milenario cassette. Pero tal vez este repentino interés por los vientos y las voces portentosas obedezca a causas genuinas como por ejemplo la incontestable elegancia que irradia dicho género o esa inefable comunión entre artistas y público que en ocasiones hasta les lleva a intercambiarse sus papeles o invadir sus respectivos espacios. Y otra cosa importante, en bolos de este rollo no se suelen escuchar cotorras, lo cual debería ser motivo definitivo para declararse forofo total.

La línea entre el fan y el artista a veces es demasiado fina. Pocos podrían imaginar que Shirley Davis, una inglesa afincada en Australia que escuchó por primera vez en la radio a la diva del soul Sharon Jones, acabaría cantando junto a ella en un concierto en Madrid y gracias a su colosal interpretación la gente del sello Tucxone Records le propondría venirse a España para grabar un álbum junto a The Silverbacks, la banda oficial de la escudería. La aventura en la tierra de los canguros había tocado a su fin.


El siguiente paso fue registrar ‘Black Rose’, un álbum que ya ha recibido buenas críticas por parte de la prensa europea, estadounidense o australiana y ha situado a esta coalición internacional de talento en una posición inmemorable para emprender el asalto a los escenarios. Una voluntad inquebrantable de patearse salas y garitos que hubo que suspender  durante unas semanas por problemas de salud de su vocalista. Pero las nubes se disiparon de tal manera que el periplo se ha tornado casi incesante y ya se habla de exportar la gira a otros países europeos.

Esta parada bilbaína en el Kafe Antzoki era una de las últimas oportunidades de contemplarles en directo antes de encerrarse de nuevo en el estudio y contaron para animar el sarao con Hombre Lobo Internacional, un curioso personaje con careta de licántropo que mostraba sus fauces y soltaba dentelladas afiladas de punk garajero rollo The Cramps, a los que rindió homenaje con una salvaje revisión del “The Crusher”, y desató el histrionismo extremo con el “She Said” del pionero del psychobilly Hasil Adkins. 

El licántropo Hombre Lobo Internacional
 Terminó de quedarse con la peña con la siempre efectiva “Surfin’ Bird”, sazonada por alaridos varios, o el “Shout” de The Isley Brothers a tope de revoluciones, antes de insuflar glamour a la velada con el “New York, New York” popularizado por Frank Sinatra. Una más que agradable criatura que no rehuyó el trato humano al saludar personalmente a los asistentes. Como un señor.

Según suele ser la costumbre en los combos del palo, Shirley Davis & The Silverbacks se arrancaron en un primer momento en formato instrumental, con los vientos explotando cual fuegos artificiales antes de que la diva de ébano irrumpiera en escena con un vestido tribal que evocaba la sabana africana. El chorro de voz descomunal no fue suficiente razón para romper ese imaginario perímetro de seguridad que atenazaba a los asistentes y la vocalista tuvo que pedir que se acercaran. Una vez que se pudo sentir el calor humano, no dudó en sentarse en las escaleras como lo haría una maestra de escuela ante sus pupilos, una profesora con clase y taconazos.


Una de las señas de identidad del soul es el grado de participación del público y eso quedó patente desde pronto cuando invitaron a subir al escenario a cuatro o cinco chicas y un chico, no sin antes pedirles que dejaran las bebidas en una esquina. Que no se pierdan las buenas costumbres. Y ya entonces pudieron romperse a gusto, en especial el tío con camisa roja, que bailaba con Shirley casi como si estuviera enamorado de ella.

La asertiva “Be Yourself” puso pelos de punta con las trompetas insuflando carácter a esta composición de poso bluesero en la que volvieron a brillar las descomunales habilidades vocales de la cantante. Y los acompañantes eran bastante algo más que una simple banda de apoyo, pues en ocasiones su protagonismo se tornaba decisivo, caso de la sección de viento o ese guitarrista que se marcaba unos solos espectaculares cuando transitaban el camino del blues. 


La homónima “Black Rose”, aparte de para denominar a su último disco en estudio, sirve para referirse a su voceras y se ha convertido en todo un emblema que alcanza cotas de intensidad impagable en directo y se antoja quizás lo mejor de la velada. “Make My Day”, por el contrario, tiene un aire más cercano a Van Morrison o Joe Cocker, otra pieza para que se luzcan las cuerdas vocales, aunque dada la solvencia absoluta de Shirley, eso tampoco resulta demasiado complicado.

Pidió bailoteo al personal con los ritmos medio funkys de “My Universe” y para dar ejemplo movió los tacones con solvencia, no como un pato mareado, igual que una señora borracha no pierde la compostura por mucho que haya bebido, ahí está la verdadera elegancia. Y no se cortó incluso a la hora de sacar un abanico, normal, había determinados temas que provocaban sofocos por su pulsión sexual. Es lo que tiene el soul, con muchas letras cargadas de dobles sentidos.


Muy variado su repertorio, desde piezas con leves toques africanos al blues de copa y puro o instrumentales en los que se gritaba “¡Black Rose!”. Y además la cantante estaba graciosilla cuando en los bises confundió las peticiones de más material de “beste bat” con el apelativo de la banda “Silverbacks”. Bastó una leve invitación a subirse a bailar para que la peña invadiera el escenario, con la aparición estelar de nuevo del joven de la camisa rockabilly ahí dándolo todo.

Shirley dedicó un rato a cada uno de sus invitados y aquello se convirtió en todo un elogio a la negritud cuando se animaron también a danzar un par de chicas con peinado afro, que se montaron una coreografía muy pro. Un epílogo instrumental valió para ir cerrando el círculo con dignidad y desear que su enclaustramiento en el estudio no dure demasiado. Inmensos. Pura pulsión animal.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA






viernes, 1 de septiembre de 2017

BIZNAGA: RABIA CON ELEGANCIA



Kafe Antzokia, Bilbao

Un viejo precepto bíblico decía aquello de “por sus obras los conoceréis” para distinguir a los verdaderos de los falsos profetas, es decir, los que seguían las enseñanzas sagradas y los que no predicaban con el ejemplo y aconsejaban poner la otra mejilla al tiempo que albergaban rencor infinito. Si extrapolamos estas ideas al mundo del rock, nos encontraremos con bandas sin escrúpulos ni principios, mientras que otros forjan su identidad en base a una fidelidad y a una manera concreta de hacer las cosas.

Al segundo grupo pertenecerían los madrileños Biznaga, que en su corta trayectoria ya han perfilado varias líneas maestras o puntos de apoyo fundamentales para subir a su cima particular. Ahí entraría su negativa a hacer bises y así romper la predominante dinámica de falsos clímax o su intención de oficiar bolos fugaces que por lo normal no llegan a la hora, algo que por otra parte debería ser lo normal en ciertos estilos como el punk. Inmediatez y trallazos a la yugular sin apenas espacio ni para respirar, mandamientos principales del espíritu del 77.


Habían visitado la capital vizcaína hace escasos meses en el marco del BBK Live, donde se cascaron uno de los mejores conciertos del festival mientras las masas permanecían aborregadas con la electrónica de Die Antwoord. No podrían haber regresado en una coyuntura más propicia que en plenas fiestas de Bilbao, aunque eso tampoco se notó especialmente en la afluencia de público, pues se creó un peculiar microcosmos ajeno al bullicio del exterior.

No tenían nada que ver con los protagonistas de la velada, pero El Último Vecino engancharon de inmediato por su personalidad apabullante, rollo atormentado a lo The Smiths o The Cure y un punto kitsch tanto en el uso de sintetizadores como en la propia vestimenta de sus componentes que recordaba a La Movida Madrileña. Quizás a veces se pasaban de freaks, en especial su cantante, que salió con pantalón corto de chándal y no tuvo reparo a la hora de hacer amagos de subirse o bajarse los mismos, con sus lamentos a lo Morrissey uno esperaba que lanzaran flores en cualquier momento, pero lo que sí que compartieron con los fieles fueron cervezas. Muy curiosos, me atrevería a decir que no existe en el panorama nacional otro combo como ellos. Los raros heredarán la tierra. 

El Último Vecino, desesperación y costumbrismo freak.
 El legado de Parálisis Permanente lleva desenterrándose con mayor o menor fortuna casi desde mediados de los ochenta hasta nuestros días, pero en realidad hay pocas bandas capaces captar su esencia y actualizar su aporte de manera que no suene a la noche de los tiempos. Los madrileños Biznaga puede decirse que sí que lo han conseguido y a la vez han incorporado influencias que antaño se antojaban antagónicas como el rock castizo de Gabinete Caligari. Y encima sin que aquello apeste a caspa, sino que parezca lo más moderno del mundo, a juzgar por la cantidad de hipsters que pueblan sus conciertos.

Basta que se arranquen con “Cul de Sac” para que uno enseguida evoque las esencias patrias, las cañitas, las tapas y esas cosas que nos distinguen del resto de países muermos europeos. Y en “Las Brigadas Enfadadas” encienden la cerilla y ponen a punto el bidón de gasolina para explotar, bilis desbordante para mandar a cascarla la corrección política que nos invade. Solo quieren ver el mundo arder.


El estribillo de “Fiebre” atronó con la dignidad requerida y fue imposible no acordarse de Edu Benavente, uno casi se lo podría imaginar allí mismo cantando si cerrara los ojos. El aire flamenquito asoma la cabeza en “Mala Sangre”, pero sin que aquello llegue a desbarrar en el gitaneo inmisericorde, con la tralla punk marcando directrices por encima, se aceptan los mestizajes que hagan falta, igual que cuando de pequeños nos obligaban a comer puré para así no notar la repulsiva textura de las verduras.

Sin pausa ni para coger aire fueron enlazando temazo tras temazo, certificando que piezas recientes como “Héroes del No” no se van a poder despegar del repertorio en una larga temporada. Hasta se atrevieron a bromear al decir “Vamos a hacer una versión” y del respetable gritaran “¿De Eskorbuto?” y ellos siguieran la broma respondiendo “No, de Kortatu”. No les vemos homenajeando a otros tan descaradamente, aunque los cuerpos en putrefacción de la siniestrísima “Nigredo” está bien claro de qué fosa común proceden.


Reivindicaron la juventud y la cosa ya se empezó a poner bonita con pogos y cerveza volando, en comparación con ocasiones anteriores, la parroquia anduvo muy tranquila, quizás demasiado, y ya se tornaba preocupante tanta quietud. Ya lo dicen en “Una nueva época del terror”, “al estilo jacobino: No hay belleza en lo tibio” y lo suyo resultó tan desmedido que el vocalista hasta rompió una cuerda de la guitarra. Menos mal que ahí se portaron los teloneros para deshacer el entuerto.

Y en “Máquinas Blandas” nos pudimos dejar la garganta y emocionarnos con su rollo nihilista deudor de la Margen Izquierda hasta que llovieran “balas para todos, balas y más balas”. Después de tantas pústulas, culto a lo personal y demás, la melodía de “Una ciudad cualquiera” podría calificarse incluso de risueña por su leve tono Buzzcocks antes de que finiquitaran con la pieza que abre su último disco “Mediocridad y Confort” y su batera lanzara los palos al suelo presa del agotamiento.

Ya hemos dicho que es inútil desgañitarse, nunca vuelven a salir. Había un telón de fondo que rezaba en letras grandes “Esto no es un simulacro” y a buena fe que nada de eso había en otro de esos bolos fugaces en los que si te descuidas te pierdes medio concierto. Todo un derroche de autenticidad de los que no se suelen estilar. Rabia con elegancia.


TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN