jueves, 28 de enero de 2016

RURAL ZOMBIES: NACIDOS PARA VOLAR



Satélite T, Bilbao

El panorama indie está lleno de malentendidos y falsas ideas preconcebidas. Empezando por ese tufo elitista que concede únicamente el privilegio de la escucha de un determinado grupo a unos pocos elegidos hasta que pasa a convertirse en algo de dominio público y entonces se descarta por ser demasiado mainstream. Dogmas de fe que se adoptan sin demasiado criterio y que no se diferencian demasiado de los de la masa borreguil sin pretensiones de intelectualidad.

Los guipuzcoanos Rural Zombies no van de profundos, pese a que la voz lánguida de Julia les otorgue cierto sentimiento etéreo de elevarse por encima de los mortales. Sus delicados desarrollos instrumentales y calculada elegancia tampoco deberían tomarse como un intento por separarse de la repugnante chusma. Parece más bien una cuestión de principios, aquellos establecidos por orfebres de melodías apesadumbradas como The Smiths o The Cure, sin descuidar la influencia contemporánea de discípulos de Joy Division tipo White Lies o Editors.


Algo demasiado foráneo para estos lares. Probablemente pocos conocen esa escena alternativa con Grises o los protagonistas de esta crónica que funde pop sofisticado, post punk o electrónica que se está fraguando a los pies del macizo de Izarraitz y a orillas del río Urola, en concreto, en Zestoa, villa con gran tradición termal, y a partir de ahora también por servir de atajo musical directo a las Islas Británicas.

Es evidente que el descomunal éxito de Belako en el País Vasco y en el resto del Estado ha abierto una brecha por la que se están colando bandas que hace escasos años lo tendrían bastante complicado para asomar la cabeza, dado lo inusual de su propuesta. Quién nos iba a decir que habría vida más allá de ese encorsetamiento euskaldun de antaño en el que la lengua casi era más importante que la música en sí misma.


En clara progresión ascendente se encuentran Rural Zombies, si tenemos en cuenta la considerable multitud moderna que congregaron esa noche en el Satélite T con apenas un disco y un EP. La explicación es sencilla, han elegido el camino clásico de toda la vida, esto es, patearse salas y entregarse al directo, que es donde se comprueba si alguien realmente vale.

 Y si es cierto que la primera vez que los vimos de teloneros de Cycle no nos impresionaron demasiado, la evolución hasta llegar al pasado Mundaka Festival ha sido impresionante. En especial en lo que respecta a la puesta en escena, con una vocalista ya no tan estática, aunque todavía se le puede sacar mucho más partido. Y las composiciones han ganado en intensidad y matices, una percepción que dista de ser personal, tal y como han demostrado las generalizadas buenas críticas recibidas por su debut ‘Bat’.


Bajo el manto de un sonido impecable y nítido, los de Zestoa nos sumergieron en esa suerte de pop atmosférico llamado “Youth” y ganaron en pegada con “Nitro” con ese soberbio aire final a lo The Cure. Reproducían al milímetro las tonalidades cristalinas de estudio y algunos elementos sobresalían claramente, caso de su guitarrista, que se reveló como el verdadero timonel que va tirando del resto.

Sin demasiado repertorio del que rascar, aprovecharon para dar un exhaustivo repaso a su debut, con cortes de tristeza infinita, caso de “We weren’t born to fly”, donde volvió a sobrevolar la sombra de Robert Smith y compañía. Su peculiar estilo arpegiado los vincula con la prolífica tradición británica en este aspecto y a veces se hace inevitable no pensar en The Smiths o los reyes de los fraseos hipnóticos The Chameleons.

El timonel en la sombra.
 Todo un derroche de belleza se antoja el inicio de “The Game” abriendo la puerta a otra dimensión y “Fall” relajó ánimos con un estribillo pastoral en plan Florence and the Machine. Una de las piezas destacadas de su primer EP era “Jack” y a buen seguro con el tiempo se convertirá en uno de los clásicos indispensables de sus bolos.

Ofrecieron a los fieles la novedad “Kaleidoskopioa”, que contaba con una intro marcial de batería reminiscente del “Melt!” de Siouxsie & The Banshees y hasta el guitarrista se animó a cantar algunos fragmentos, habrá que prestar atención a la evolución compositiva de los próximos años. Muy de su rollo indie con ínfulas electrónicas ochenteras era la versión de La Roux “In For The Kill”, que sienta como un guante a la voz lánguida de Julia y además su interpretación resultó bastante convincente.


Uno de los puntos álgidos de la velada nos pareció “I Come In Peace”, quizás el mejor tema de ‘Bat’ y que en las distancias cortas adquiere realce por su tono bailongo, la vocalista incluso se animó a saltar y varias modernas del respetable le siguieron en el empeño. Otro corte inédito que también causó grata impresión fue “Ethereal”, con cierto punto Portishead y que añadió variedad al conjunto.

En el tramo final se arrancaron con “Golden”, carta de presentación de su debut y cuyo intervalo de teclado resultó impecable. Y mediante un redoble de batería enlazaron con “Stones”, otra punta de su lanza de su EP homónimo, que terminó de animar a una concurrencia un tanto distante. Y para no bajar el pistón finiquitaron con los sintetizadores potentes de “Shut Up” un recital muy aceptable que fue de menos a más en cuanto a intensidad.


Es evidente que se miran en el espejo de Belako, han aprovechado la vulnerabilidad del sistema y aspiran a transitar una senda similar. Al contrario de lo que dice su canción, ellos sí que han nacido para volar, bien alto además, todo dependerá de los pasos que vayan dando. De momento pisan firme. Pura vanguardia para estos lares.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


miércoles, 27 de enero de 2016

THE RUBINOOS: ESPÍRITU DE JUVENTUD



Kafe Antzokia, Bilbao

Uno de los sucesos que más suele impactar en la vida de cualquier persona decente es el primer amor. Nervios, noches sin dormir y emociones a flor de piel que se convierten en el motivo principal de existencia durante una temporada. Luego uno se hace mayor, pierde la inocencia en ese sentido y ya no se traga cuentos chinos de mariposas en el estómago ni tampoco abundan asimismo las personas que hagan sentir algo especial más allá de la pura atracción sexual animal.

Pero es bonito pensar que en el medio de toda la ponzoña todavía perduran cosas de esas. Y que incluso es posible que ciertas bandas comiencen su trayectoria en un baile de instituto. Eso mismo les sucedió a los históricos del power pop The Rubinoos, formados en Berkeley, California, allá por 1970, para tocar expresamente en una de esas ceremonias yanquis que hemos visto mil veces en el cine y que a los europeos nos sigue pareciendo un acontecimiento tremendamente exótico, casi al nivel de contemplar una geisha o una función de kabuki.

El líder Jon Rubin, del que deriva el nombre del grupo.
En un reducido ambiente selecto se presentaron estas leyendas en el Kafe Antzoki bilbaíno, pues los congregados apenas superarían el medio centenar, aunque se consiguió el ambiente idóneo para divertirse sin agobiarse. Predominaban las chicas con clase de aire ye-ye y movimientos vintage, algunas hasta se atrevían a reproducir la mítica escena de ‘Pulp Fiction’ del popular bailecito entre Uma Thurman y John Travolta.

“Sé que en el País Vasco os gusta la caña”, dijo el vocalista de The Rubinoos en castellano con un marcado acento guiri, y después de anunciar irónicamente un “tributo a Metallica”, se arrancaron con el archiconocido “Mr Sandman” de The Chordettes antes de destapar bien el tarro del almíbar con “Fallin’ In Love”, donde ya se advirtió su extraordinaria maestría a los coros hasta el punto de resultar en ocasiones irreales por su perfección.

Los cachondos Jon Rubin y Tommy Dunbar.
No tardaron en sorprender de nuevo recordando a Morricone con “The Good, The Bad And The Ugly”, en la que emularon con sus propias bocas los sonidos del desierto. Y el primer pico llegó con su tremendo hit “I Wanna Be Your Boyfriend”, que desató por el recinto bailoteos femeninos y los acercó a esas composiciones tan redondas de los cuatro de Liverpool, quizás los verdaderos pioneros del power pop.

En un estado de conservación óptimo y con un ímpetu apabullante en escena, rememoraron su debut de 1977 con “Leave My Heart Alone” e incluso se acercaron al surf rock instrumental antes de la melodía perfecta de “Not Just Another Pretty Face”, cantada desbordando emoción por Tommy Dunbar, la otra voz importante del grupo. 


Pero no se limitaron a vivir únicamente de viejos éxitos, cuentan con un álbum decente de 2014, del que rescataron cortes que no desentonan con su trayectoria como “Run Mascara Run” o “Countdown To Love”. Y otro de los momentazos de la noche fue sin duda su espectacular versión del “Shake Some Action” de Flamin’ Groovies, todo un clásico del power pop y del rock en general en el que bordaron los coros. Para no dormir en meses.

Siguieron echando mano de los recuerdos y volvieron su vista hasta las siempre evocadas playas de California y anunciaron una canción típica de la zona que suele tocarse por allí “unas 30 veces al día”. Tal vez se pasaran con la exageración, pero no les quedó mal su revisión del “Walk Don’t Run” de The Ventures, en la que incluso se atrevieron con una coreografía en plan Los Straitjackets y levantaron mástiles al final en un alarde épico.

La otra gran voz de The Rubinoos, Tommy Dunbar.
 Con temazos tan redondos como “Hurts Too Much” o “Amnesia” era imposible que aquello se hiciera aburrido, aparte de sus continuas coñas en las que hasta amagaban con el “Mr. Tambourine Man” de Bob Dylan. Y echándose canas al hombro recordaron el tiempo en el que una pieza suya alcanzó lo más alto de las listas de éxitos durante semanas sin fin. Bueno, en realidad no la habían compuesto ellos, se trataba del “I Think We’re Alone Now” de Tommy James, la primera piedra angular que les granjeó el estatus de banda de culto entre los fans del power pop.

Al de una hora no tardaron en volver para los bises asegurando que no tocarían “Little Wing” de Hendrix y arrancándose con un apabullante “Rock And Roll Is Dead”, en el que el voceras Jon Rubin se tiró por el suelo punteando y hasta se acercó a los fotógrafos para que rindieran tributo a la santa electricidad. Las aclamaciones superaron cualquier muestra de entusiasmo anterior.


Hablaron entonces de un grupo que era de sus favoritos, aunque lamentablemente ahora estuvieran muchos muertos. “Pensaba que te referías a mi polla”, terció su compi a las voces. “No, tu polla no está muerta”, contestó el líder antes de finiquitar con el “Sheena Is A Punk Rocker” de los siempre añorados Ramones, que sonó más ralentizada y cercana a su rollo. Un epílogo natural.

Quizás abusaran un tanto de los homenajes ajenos, algo incomprensible con un discografía bien surtida, y si hubieran estirado más su repertorio, el bolo habría sido de lo mejor del año, pero cumplieron la máxima sagrada del rock n’ roll de no aburrir. Tan puros como un primer amor. Su espíritu de juventud se palpaba en cada poro.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


miércoles, 20 de enero de 2016

ANARI + TULSA: DOS DAMAS DOLIENTES



Kafe Antzokia, Bilbao

Cuánto se ha demonizado en determinados círculos la tristeza porque sí. Sin ningún motivo aparente ni cataclismo emocional, simplemente como una actitud de rebeldía, de inconformismo frente al nauseabundo buenrollismo imperante. No significa tampoco tener unas ganas incontenibles de cortarse las venas o tirarse por un barranco, para algunos incluso es algo terapéutico, un dulce bálsamo con el que soportar la gris existencia. Y los días de lluvia. Y la inmisericorde rutina. Y esas heridas que no se notan a simple vista. Aunque al llegar a cierta edad, ¿quién no está lastimado?

Con la languidez como nexo de unión, el ciclo Izar & Star inauguraba el presente curso juntando por un lado a la siempre intensa y trágica cantautora euskaldún Anari con la ex Electrobikinis Miren Iza, también conocida como Tulsa. Una interesante dupla en la que reinventar repertorio ajeno desde la peculiar óptica de estas artistas de trayectoria independiente que ya han demostrado con creces su intención de volar por libre sin rendir cuentas a nadie más que a ellas mismas.

Miren Iza con su activo teclista.
 El personal respondió a la cita abarrotando el Antzoki, aunque sin llegar al nivel de sofoco. Una muchedumbre compuesta mayoritariamente por peña alternativa y borrokada acomodada, más cercanos a la estética de sobria americana negra que a la vulgar ropa de monte, atendió con dignidad crepuscular a esta suerte de rapsodas autóctonas, cuyo poderío escénico bastaba para eclipsar cualquier injerencia, pese a que ambas contaran con acompañantes de auténtico lujo.

Tal era el caso de la llamada PJ Harvey vasca Anari, que se rodeó del competente Ander Mujika, guitarra de Napoka Iria, para desempolvar un cancionero lóbrego con el acorde Mi menor como denominador común. Escuchamos por ejemplo un sobrecogedor “The Mercy Seat” de Nick Cave o un sorprendente “The One I Love” de REM trasladados con tanta pericia al euskera que casi parecían temas propios.

Anari y Ander Mujika.
Todo un empacho de tristeza infinita que había que pillar con ganas y que alcanzó su punto álgido en la desgarradora “Orfidentalak” de su soberbio último disco ‘Zure Aurrekari Penalak’. Hace tiempo que la guipuzcoana trascendió la escena local para pasar a formar parte de algo universal, pues su marcada personalidad no tiene parangón en el panorama patrio. Un recital intenso y cortante como la amargura congénita que destilan sus composiciones. Una maravilla.

Enfrentarse a una obra tan sacralizada en la historia de la música como el ‘Highway 61 Revisited’ de Bob Dylan supone un auténtico desafío, en especial si uno espera versiones calcadas a lo que se escucha en disco. Pero no podría existir mejor homenaje al bardo de Minnesota que someter tan insigne repertorio a un espectacular lavado de cara en el que costaría distinguir los sabores de siempre, al igual que suele hacer el viejo huraño en directo.

El look de Miren era Patti Smith total.
 Del mismo modo que una chica guapa de veras sin maquillaje sigue conservando parte de su encanto, Tulsa perfilaron los contornos dylanianos  y transformaron de primeras el positivista “Like A Rolling Stone” en una pieza fantasmal que podría haber entonado tranquilamente Nick Cave. En “Tombstone Blues” se acercaron a la verborrea poética escuela Patti Smith en la que sobresalió la espigada figura de Miren Iza, tan etérea como Christina Rosenvinge y con una clase sobre el escenario digna de grandes divas tipo Aurora Beltrán. Una artistaza que hizo que tocáramos el cielo gracias a tan originales aproximaciones a unas vacas sagradas que no cualquiera se atreve a mirar de frente a los ojos.

De los momentos álgidos fue “Ballad Of A Thin Man”, tan sombría y lírica que recordó una vez más a la poeta del punk. Y la homónima “Highway 61 Revisited” devino en un pastiche tecno pop ochentero en la línea de New Order, una vuelta de tuerca no apta para timoratos. “Espero que no os ofendáis en vuestro Dylanismo”, ya lanzó Miren a modo de advertencia al comenzar el show, así que no cabía llevarse las manos a la cabeza.

El teclista en pleno éxtasis.
 Y en “Desolation Row” la lideresa cedió el testigo a Lee Perk, integrante destacado de esa banda de lujo que le acompañaba que entonó bajo un colchón de teclados respetando bastante el espíritu original. Un guiño tímidamente purista para finiquitar un acto revolucionario para los abiertos de mente o una aberración para los clásicos. Seguro que al propio Dylan no le habría desagradado lo más mínimo.

Una vez acabado el homenaje, la segunda parte del bolo la dedicaron a temas propios de Tulsa que no bajaron la intensidad en absoluto. La tenebrosidad de “Verano Averno” nos sumergió en ese mundo violento, despiadado pero en el fondo entrañable de esta cantautora guipuzcoana. Letras desde las entrañas que a veces parecían cuchillos disueltos.


Se mostraron algo amables con la desgarradora despedida “Los amantes del puente”, aunque sin esconder su congénita amargura, mientras su teclista se emocionaba tanto como Herminio Molero de Radio Futura en sus buenos tiempos. La peña aplaudió con mayor entusiasmo a Anari, quizás por aquello de encajar más con el espíritu del terruño, pese a que el repertorio de Miren Iza contenía mayor dinamismo, e incluso vidilla en el pulso post punk a lo The Smiths de “Gente común”, a pesar de que pueda parecer una paradoja ante su casi perpetuo tono lastimero.

Y el colofón plañidero se alcanzó con “Araña”, cantada a dúo con Anari, al igual que en el álbum ‘Espera La Pálida’, a una chica del público hasta se le escapó un “wow” de la emoción. Sin despegarse de la desesperación, en “Matxitxako” Tulsa se volvieron a acercar a la dulce irrealidad de Rosenvinge y así cerraron el círculo de aflicción.

Anari y Miren desplegando la tela de 'Araña'.
Toda una sesión para degustar con dos damas dolientes, dos rebeldes con causa que tal vez se antojen antagónicas en una primera escucha, pero que comparten unos cuantos puntos en común, como la devoción fantasmagórica por Nick Cave, el culto a Bob Dylan o PJ Harvey y ese gusto por la trágica cotidianeidad, por las historias que casi nunca acaban bien. Como en la vida real.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA







lunes, 18 de enero de 2016

THE DARKNESS: LOS ÚLTIMOS DE SU ESTIRPE



Sala Santana 27, Bilbao

A mí que no me engañen. Gente como los recientemente fallecidos Lemmy Kilmister o David Bowie en realidad estaban hechos de otra pasta a años luz de la de los simples mortales. Uno de ellos todo un epítome de la autenticidad, que casi hasta el final de su vida bebió y fumó lo que le vino en gana, y el otro, un alma creativa infatigable que tras sobrevivir a seis ataques al corazón y batallar contra un cáncer de hígado todavía le quedaban ganas para componer un álbum de despedida y pensar en otro más que por desgracia no pudo materializar. Seguramente pasarán decenios hasta que volvamos a encontrar otro par de ejemplos tan edificantes.

Alguien dijo que Axl Rose fue el último gran cantante a la vieja usanza y unos calificativos similares se han aplicado a los británicos The Darkness. Y tal vez si no acabaran engullidos en una espiral de drogas y éxito mal digerido podrían haber conseguido ser tan grandes como Queen, como bien apuntaba un colega el otro día. Desde luego no está al alcance de cualquiera facturar himnos globales del calibre de “I Believe In A Thing Called Love” y lograr que se canturree un estribillo de una punta a otra del planeta.
Justin Hawkins a punto de echar a volar.
Con ese fulgor destellante de antaño se presentaron Justin Hawkins y compañía en la capital vizcaína, logrando una entrada bastante aceptable y constatando que siguen conservando cierto tirón popular. Tal vez muchos tuvieran en mente su última actuación en el festival Azkena, cuando demostraron que su regreso iba por completo en serio, sin estridencias, pese a que en la presente gira peninsular parece que su trato hacia los fotógrafos no ha sido del todo adecuado.

Para abrir la velada, el dúo escocés The River 68’s se reveló como una opción muy potable, con un cantante de órdago que daba gusto oírle interpretar “Fever” de Aerosmith u otros temas más en clave rock acústico de poso country. Quizás en otro momento habrían llamado más la atención que en una sala sedienta de electricidad y riffs contundentes. La verdad es que no eran horas para tonadillas sosegadas, pero lo dicho, su competencia estaba fuera de toda duda.

The River 68's.
 Fieles a su filosofía epatante, The Darkness iniciaron su turno con una intro épica reminiscente de campiñas escocesas o irlandesas y acto seguido se arrancaron con “Barbarian”, con ese aire guerrero que caracteriza algunos cortes de su material más reciente. Se le notó bastante más delgado al líder Justin Hawkins, ataviado con traje de rayas a lo Beetlejuice, y aunque jure que en la actualidad se encuentra libre de cualquier tipo de sustancia perniciosa, la chaladura la sigue manteniendo en su apogeo.

Pocos frontman pueden presumir de quedarse de tal manera con la peña, aunque en ocasiones resultaban un tanto cargantes su cúmulo de payasadas. Pero uno afinaba el oído, distinguía himnos como “Growing On Me” de su debut y casi se olvidaba de todo lo demás. Y el resto del entregado personal parecía pensar lo mismo, pues el desmelene estuvo presente desde el comienzo y nadie quiso hacer de aguafiestas en el fiestón que se estaba gestando

Apelaron a los clásicos con un apabullante “Black Shuck” antes de que el voceras hiciera poses de ballet y pegara un salto desde la batería. El espectáculo visual de Justin era un no parar, hasta el punto de que dejara relegados a los demás al papel de meras comparsas. Como niño caprichoso, parecía exigir atención en cada momento, ya sea poniendo el culo en pompa o bromeando con el respetable a propósito de las pancartas o guitarras de plástico que recibía.

Desde el punto de vista musical, lo que no se entiende en absoluto es que habiendo facturado el decente redondo ‘Last Of Our Kind’ lo releguen de tal manera al fondo del cajón en beneficio de su glorioso primer disco, que tocan prácticamente entero. Salvan de la quema los anodinos “Roaring Waters” y “Mudslide” y ni siquiera se amilanan ante las peticiones de “Open Fire”, una de sus piezas más tralleras. Y no acordarse del tema homónimo “Last Of Our Kind” también tiene delito.

Eso no significa que su bolo fuera aburrido, todo lo contrario, su repertorio apenas contiene mácula, algo complicado con los riffs pegadizos de “One Way Ticket” o ese baladón digno de recopilatorio ochentero “Love Is Only A Feeling”, sin duda uno de los momentos cumbres de su show, en especial cuando los guitarras enarbolaron los mástiles y el batería saltó por encima. Un festival de acrobacias.

Nos mosquearon empero unos cuantos parones que cortaban el rollo de un plumazo, aunque al volver enseguida nos calentaban y pelillos a la mar. Para “Friday Night” sacaron un piano inmenso, con una función más ornamental que práctica, y en “English Country Garden” los excesivos falsetes pusieron las miradas en Rufus Tiger Taylor, hijo del mítico batería de Queen, toda una incorporación que casi se antoja una ironía del destino.

“Every Inch Of You” se convirtió en el único representante de ‘Hot Cakes’, otro gran olvidado de la noche, y “Get Your Hands Off My Woman” fue de los puntos álgidos con Justin desgañitándose y haciendo el pino frente a la batería a la par que abría y cerraba las piernas boca abajo. Ni un contorsionista.

Y por supuesto los ánimos se exaltaron con el hit interestelar “I Believe In A Thing Called Love”, imprescindible para que la concurrencia se desfogara como si estuviera en un videoclip. En los bises, el inefable Justin nos sorprendió con un pantalón corto de club de golf que daba cierta grima, por lo menos tuvo el detalle de no sumarse a esa horrenda moda de recortarlo para que se vieran bien las nalgas, como hacen las jóvenas de hoy en día.

Puro contorsionismo.
 Volviendo a la música, agradó su versión endurecida del “Street Spirit (Fade Out)” de Radiohead y el colofón con el alargado “Love On The Rocks With No Ice” se tornó un tanto cansino, pese a que siempre es un puntazo ver a Justin desfilar entre la muchedumbre mástil en ristre. Nada mejor que finalizar semejante sesión de histrionismo mientras sonaba por los altavoces el “Time Of My Life” de la BSO de ‘Dirty Dancing’. Con la pluma intacta.

No sé si The Darkness serán realmente los últimos de su especie, lo que sí está claro es que lo suyo sigue siendo algo más que subirse a un escenario. Recuerdos de un tiempo en el que la palabra estrella de rock todavía significaba un estado de ánimo o una actitud especial ante la vida.
  
TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN