Hay géneros tan minoritarios que cuando te enteras de un
bolo por estos lares casi te da un vuelco al corazón. Eso es exactamente lo que
pasa con el rock gótico, el post punk o el psychobilly, auténticas rarezas en
el panorama norteño, una especie de perros verdes de los que cuesta encontrar
hasta simples aficionados de a pie. Y no digamos ya garitos o eventos donde
pinchen la mentada música. Sería más fácil encontrar una aguja en un pajar.
Pero a veces suceden los milagros y promotores sin complejos
apuestan por la diversidad cultural, se juegan la partida directamente a una
carta ya marcada de antemano y gozamos de la oportunidad de disfrutar de esos
sonidos que pertenecen al puro underground
ajenos a cualquier circuito comercial. Una voluntad que por supuesto no
puede responder al más mínimo rédito económico sino a una sincera afición
musical.
Si en circunstancias normales tampoco se hubieran acercado
grandes masas, mucho menos cabría esperar a finales del mes de julio, en pleno
periodo estival, cuando el personal opta por fiestas al aire libre en
detrimento de los bares de toda la vida que se mueren prácticamente del asco.
Por fortuna, hubo unos cuantos cruzados que pasaron de pachangueo y se quedaron
para una de esas inauditas sesiones de psychobilly, valga como dato que lo
último que vimos de ese rollo fueron The Brains allá por marzo.
Prometía la velada de primeras con los teloneros Screamers & Sinners y su frenético
psychobilly con contrabajo a machamartillo y un saxofonista tan virtuoso que a
veces les daba cierto aire de E Street Band.
Su toque fronterizo se convertía asimismo en una seña de identidad que
les alejaba de otros grupos del palo y no escatimaban a la hora de recordar al
coloso Morricone.
Screamers & Sinners, una apisonadora psychobilly. |
Pero si algo sobresalía en especial era su actitud
avasalladora, pues a pesar de la escasa asistencia dieron un bolazo como si
hubiera miles de personas allí congregadas. Compenetrados hasta la extenuación,
incluso sus dos vocalistas se pasaban el muerto con pasmosa naturalidad, caían
trallazos tipo la acelerada versión que se marcaron del “Wild Thing” de The
Troggs, “Cry Cry Cry” o “Zombie”, a la par que se atrevían hasta a cantar algún
tema en euskera, una innovación total. Porque en el País Vasco no existe escena
alguna de su rollo, si no, serían los reyes de ella. Alucinantes.
El pabellón siguió en lo más alto con los trajeados 13 Bats y su batería en forma de coche vintage. “¡Todo el mundo arriba, esto es un atraco!”, dijeron a modo de
declaración de intenciones antes de que su cantante se esforzara en hablar en
euskera con el consiguiente aplauso del personal. En su currada puesta en
escena encajaba como un guante el contrabajo con el logo de Jack Daniel’s en el
que el voceras se encaramaba de vez en cuando para delirio de los fans.
13 Bats, elegancia y actitud. |
Pocos géneros existen que se hagan tan entretenidos en
directo, y eso que eran bastante versátiles dentro de lo suyo, mencionar a modo
de anécdota que sus gustos musicales abarcan desde el jazz clásico al metal de
los ochenta, según nos confesaron posteriormente en el camerino.
Por eso, tal vez no sorprendió que dijeran con total
naturalidad “Vamos a tocar una de Iron
Maiden” y se arrancaran con una adaptación muy personal del “Run To The
Hills”, muy acelerada con ritmo psychobilly, aunque luego aminoraba y ganaba en
contundencia en el estribillo. Casi irreconocible, a no ser por la letra. Así
es cómo deberían rendirse siempre los homenajes.
Unos acróbatas en su estilo |
Parece mentira que un grupo de semejante nivel sean una
especie de parias en la península, a pesar de que hayan girado en EE UU por
sitios tan emblemáticos como el House of Blues de San Diego o hayan grabado un
single compartido con la banda de Pekín Rowling Bowling. Cuando no hay camino,
ya se abre uno paso entre la maleza, algo que ya han sabido hacer desde los
inicios al marcarse 25 bolos por España, Francia y Escocia sin manager ni ninguna otra ayuda adicional. Autogestión
en estado puro.
Cuentan en su trayectoria con temas ya clásicos como
“Skeleton Girl”, capaces de conseguir elevar gargantas, y su último material en
estudio ‘La venganza del sol’ sería considerado una piedra angular del género,
si como decimos, existiera una mínima escena a la altura de la de Alemania, por
ejemplo. Un asunto que de todas formas tampoco les quita el sueño, como
reflejan en el corte del citado disco “What Scene?”.
Y dedicaron la fronteriza “Wrong Side” a “los aficionados a ‘Breaking Bad’, el speed y
la velocidad”, donde algunos montaron un ligero pogo y hasta lanzaron
gorras al aire. Retornaron para los bises con “Colonos de Marte”, intercalando
algún riff a lo The Cramps, antes de que el contrabajo desplegara sus alas de
murciélago en “Canarios y Jilgueros” y deseáramos la lobotomía a más de un
político o gobernante.
El final con “Bomb Extra Bomb” recordó en un comienzo a
aquellos lejanos tiempos rockabillies de Loquillo y contó con una estampa
impagable con el cantante subido encima del contrabajo tratando de emular a
Louis Armstrong con la voz como si el rostro se le hubiera oscurecido de
repente. Lástima que no se animaran también con esa oda al spaghetti-western llamada “Serpiente de cascabel”.
Pero fue un bolazo encomiable con todas las de la ley, con
una entrega que ya la quisieran otros ante miles de personas. Un atraco de los
que te dejan en bragas y sin posibilidad de recuperar lo perdido. En este caso
tampoco era nada de valor. Se llevaron el desconocimiento de lo grandes que
son.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
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