martes, 1 de septiembre de 2015

FUZZ: CUELGUE DESÉRTICO



Kafe Antzokia, Bilbao

Fumar porros siempre ha tenido cierto componente ritual. Es indudablemente una manera de socializar, pero también una especie de proceso de iniciación, como aquellas pruebas aguerridas imprescindibles para entrar en una pandilla o cualquier otro grupo social, una parte indisoluble del aprendizaje vital, algo que todo el mundo ha experimentado tarde o temprano, aunque muchos no se atrevan a reconocerlo en determinados ámbitos.

Muy unido a las sustancias psicotrópicas estaría el rollo stoner, ese sonido desértico de bajos retumbantes y mantos psicodélicos que arropan igual que un burbujón de marihuana en plena tienda de campaña. Pero Fuzz distan bastante de ser una mera ocurrencia de un puestazo, son el primer intento del multiinstrumentista Ty Segall por crear una banda propiamente dicha junto a sus colegas de instituto y fieles colaboradores Charles Moothart y Roland Casio. Un sueño adolescente total.

El todopoderoso Ty Segall.
Tal vez por ello en un momento inicial trataron de mantener el anonimato respecto a la identidad de sus integrantes e incluso la propia discográfica en sus notas de prensa afirmaba que no tenía ni idea de quiénes se trataba, aunque obviamente el misterio se reveló en cuanto tocaron en directo. Los fans acérrimos podían reconocer el inconfundible registro vocal de Segall a miles de kilómetros de distancia y las redes sociales no tardaron en propagar la buena nueva.

En plena vorágine festiva, una nutrida multitud de seguidores de la trayectoria de este prolífico de Laguna Beach se congregó en el Antzoki, una muchedumbre a la que el cantante de los teloneros Inoren Ero Ni, con su chaladura habitual, no dudó en llamar “hijos de Fuzz”. Muy entretenido estuvo además el bolo de estos guipuzcoanos que se atreven a darle al palo Fugazi con bastante solvencia y un frontman que quizás es de lo mejorcito que hemos visto por estos lares, con movimientos epilépticos a lo Ian Curtis y atreviéndose a cantar desde un rincón, desde detrás de la batería o desde encima de un bafle en posición de odiar al mundo. Un nerd auténtico ideal para quedarse con la peña y acompañar esos enrevesados cambios de ritmo. Toda una rara avis en el panorama euskaldún.

Los desconcertantes Inoren Ero Ni.
Lo cierto es que no suele ser habitual contemplar una batería en medio del escenario abarrotada de micros y con un sonido tan abrumador como el que nos ofrecía el coloso Ty Segall de Fuzz con la cara pintada de blanco igual que si tocara black metal. Su compi al bajo iba también maquillado, pero a la manera glam rock setentero, mientras que en una esquina el guitarrista mantenía la compostura ejecutando riffs aplastantes de los que hacían que te vibrase la nariz.

Pese al innegable poso Black Sabbath, era evidente la devoción de Segall por la vieja psicodelia, por algo ha dicho en varias entrevistas que Hawkwind es su grupo favorito de todos los tiempos. “Sleigh Ride” de su único disco homónimo ejemplificaba como nadie los ejes sobre los que pivota su música: velocidad, contundencia y atmósfera fumeta.

Estética glam setentera.
Pero lo que ni de lejos acertamos a vislumbrar en estudio estaría en la excesiva preponderancia de las baquetas, con unos golpes que casi tapaban al resto de los instrumentos. Podría incluso decirse que el resto del grupo andaba supeditado al lucimiento de Ty, hasta el punto de convertirse en una suerte de hilo musical que uno de vez en cuando escuchaba por ahí de fondo mientras el rubiales blancucho aporreaba como si le fuera la vida en ello.

“Raise” devenía en un ejercicio de ortodoxia setentera y en la grungera “What’s In My Head” uno realmente se preguntaba qué es lo que realmente se les pasaría por sus ilustres cabezas, puesto que en ocasiones se enredaban en interminables jam sessions en las que se te acababa olvidando que allí había en realidad un tipo que cantaba.


El personal no se apalancaba, al contrario, el entusiasmo crecía por momentos, muchos se animaban a saltar por los aires, otros se llevaban las manos a la cabeza en su paranoia particular, y hasta hubo algún instante mesiánico cuando un tipo surfeó sobre los fieles cual Moisés abriendo las aguas en el Mar Rojo. Y ya en el colmo del surrealismo incluso un patinete nos pareció divisar en lontananza.

¿Quién dijo aquello de que los baterías eran unos completos marginados? Seguramente el susodicho nunca estuvo en un bolo de Fuzz en el que las canciones se alargaban sin pudor alguno. Y si se liaban tanto la manta a la cabeza que prescindían de cualquier adorno vocal durante por lo menos veinte minutos, pues tampoco pasaba nada.


Lo mejor de todo es que no se hicieron cansinos en ningún momento, ya que era todo un espectáculo en sí mismo ver a Segall aporrear timbales y demás como un demonio. Apenas intercambiaron palabras con la concurrencia, eso de las presentaciones no iba con ellos, por lo que uno se enteraba de que llegaban los bises cuando hacían un leve amago de despedirse y volvían al de un rato después para deleite de un emocionado respetable.

En la misma línea anterior concatenaron “Burning Wreath”, “This Time” y “Red Flag”, fundiéndolas en un conjunto indivisible y llevando al éxtasis a los presentes en una última calada directa al pulmón. Ya habría sido el colofón a la fumada si hubieran terminado con esa pedazo versión que se marcan del “21st Century Schizoid Man” de King Crimson, pero nos quedamos igualmente relajados con su cuelgue desértico. En posición para dormir la mona.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




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