Kafe Antzokia, Bilbao
Cuando algo se convierte en popular, no tarda en aparecer el
consabido postureo. Es lo que sucedió con Imelda May y su mechón oxigenado. Lo
que antes fuera un rasgo distintivo acabó formando parte de las modas del
momento y una cohorte de admiradoras de dicha estética, que no de la música, se
lanzó a poblar calles y garitos con su impostado estilo pin up que ya no tenía nada de original y se había vulgarizado casi
hasta el mismo punto que las camisetas de Ramones en tiendas de moda.
Pero para eso está la labor del crítico, para distinguir
gotas de autenticidad entre la maraña aborregada. Y en esa selección natural es
donde surge la indómita sureña Nikki Hill, que de pequeñita ya cantaba en un
coro góspel y se definía como “una friki
de la música”. Con semejantes mimbres, no pasó mucho tiempo antes de que
acaparara la atención al otro lado del Atlántico y se embarcara en una gira
europea nada más lanzar un EP. Un salto al vacío sin paracaídas.
Habitual de los escenarios patrios durante los últimos años,
la carrera de esta ex camarera sigue una progresión ascendente y los que ya
coincidieron con ella en anteriores ocasiones resaltan la solidez que va
adquiriendo en escena, siempre la mano de su marido y guitarrista Matt Hill, de
quien tomó el apellido, fiel a esa costumbre anglosajona de perder el nombre de
soltera al casarse.
Se notaba que los estadounidenses ya habían trabajado el terreno
previamente, un par de veces por lo menos, si no nos fallan las fuentes, por lo
que el Antzoki anduvo hasta los topes de peña un pleno día entre semana,
poblado de un respetable variopinto e intergeneracional, desde los consabidos
puretas hasta féminas universitarias deseosas de pegarse unos bailes.
En lo último no defraudó Nikki Hill, embutida a presión en unos pantalones ceñidos y con
camiseta recogida por detrás según la estética rockabilly, que al poco de salir
ya comenzó a dar palmas y girar cual peonza levemente sobre sus tacones. A su
vera, el esposo guitarrista ponía cara de cochinillo al puntear y sus rugidos a
las seis cuerdas desgarraban las entrañas como los colmillos de un jabalí. Toda
una fiera.
La diosa de ébano desplegaba un chorro de voz impresionante,
tanto en temas propios como ajenos, caso de “Lights Out” de Jerry Byrne o el “Sweet
Little Rock And Roller” de Chuck Berry. Podría incluso ser una gran corista de
los Rolling Stones, a la altura de Lisa Fischer, eso pensábamos al escuchar la
stoniana“Struttin’”, con ese aire góspel al ‘Exile On Main Street’. El soul
rock a lo Mike Farris también se dejaba sentir en varios cortes y uno intuía
que tal vez con una sección de vientos su sonido cobraría un realce impresionante.
El personal entraba asimismo al trapo y una pareja se animó
a bailar en una esquina un rock n’ roll con cuidada coreografía. Y el desbocado
hacha también ponía cada uno de sus poros en desentumecer a la audiencia, por
lo que no dudó en subirse hasta el segundo piso de la sala para sentir el calor
de los fieles, mientras poco después la animada Nikki danzaba a su vez con un
tipo con gorra.
Pensábamos por su apelación a las raíces que su repertorio
se tornaría más clásico, pero en realidad no lo era tanto, por su energía lo
asimilaríamos más a Led Zeppelin o Rolling Stones, casi omnipresentes
indirectamente en su cancionero. Y hasta se atrevieron con un “Rocker” de AC/DC
a toda pastilla y con punteos directos al tuétano.
Pillaron carrerilla con su single de poso soul “Heavy Hearts Hard Fists” antes de estallar en
el rock n’ roll vetusto de Little Richards “Keep A Knockin’”, ideal para
levantar cualquier velada. Y en “Her Destination” rememoraron a James Brown con
un ritmo de reminiscencia funky y cierto deje al “Brother Louie” de Hot Chocolate.
Una versátil paleta que abarcaba casi cualquier estilo de ascendencia vintage.
“Right On The Brink” se reveló como otra demostración de
poderío vocal de este terremoto de Carolina y “Strapped To The Beat” desató a
las féminas bailongas que eran mayoría en la sala. En los bises se acordaron
del cumple del bajista, del que dijeron que era aficionado al whisky, y sacaron
la preceptiva tarta de cumpleaños antes
del cañonazo adrenalínico “Oh My”, deudor hasta las cachas de Little
Richards y con punteos de órdago a cargo del respetable esposo.
Si en estudio ya llamaba la atención la versión del inmortal
“Twistin’ The Night Away” de Sam Cooke, en las distancias cortas resultó todo
un prodigio de la interpretación por parte de Nikki y con mayor fuerza
insuflada a las guitarras. El entusiasmo se desbordó en la acelerada final y el
efectivo hacha no pudo evitar acercarse a las primeras filas hasta que un tirón
del cable le advirtió de sus limitaciones. Las desventajas del culto desmedido
a la tradición.
Muy potable se antojó esta declaración de amor por las
raíces con diversos objetos de deseo, ya sea rhythm & blues, soul, góspel,
rock n’ roll o una energía eléctrica cercana al hard rock. De Otis Redding a
AC/DC sin olvidarse de Ike & Tina Turner o Sus Majestades Satánicas, piedra
angular de su personal sonido. Su simpatía abarca a bastantes más que al
diablo.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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