Kafe Antzokia, Bilbao
Las formas a veces lo son todo. Hoy en día el concepto de
clase se encuentra tan diluido que resulta imposible escarbar entre tanta
vulgaridad reinante. Ya lo decía Jaime Urrutia hace unos añitos cuando cantaba
en “¡Caray!” aquello de “Ya no hay ni
estilo ni personalidad, pues muy bien, os diré, ser distinguido es una gran
cualidad…”. Todo ello además en una época en la que se llevaban los pelos
teñidos y los colores estrafalarios, aunque quién sabe si eso no se trataba de
una provocación más de los madrileños Gabinete Caligari, como cuando se
presentaban en los conciertos al grito de “Somos
fascistas”.
De un peculiar sentido de la elegancia pueden presumir también
los germanos The Montesas, que en sus más de diez años de existencia se han
convertido en un referente del rock n’ roll festivo y lúdico. Con su
predilección por los instrumentos vintage
y diversos sonidos de época como el garaje, el rhythm & blues o el beat,
consiguen transportar al oyente hasta el hervidero cultural que suponía
Hamburgo a principios de los sesenta. El mismo escenario en el que los Beatles
se labraron una incipiente fama a base de sucesos rocambolescos del tipo de
provocar un incendio por prender fuego a un condón o dormir en un almacén sin
calefacción en condiciones miserables.
Suponemos que estos tipos no habrán soportado tantas
penurias a lo largo de su carrera, aunque su última gira se ha tornado
accidentada debido a la cancelación de los cabezas The Fleshtones por
enfermedad. En lugar de suspender el evento y aquí paz y después gloria,
optaron por dar un paso al frente y encabezar la velada junto a otro artista
que casualmente también tocaba en las
inmediaciones. Una encomiable suma de esfuerzos de promotores para salvar la
noche.
Con todo, el plantel no sedujo a muchos, puesto que apenas
se congregaron unas 20 o 30 personas, un ambiente de esos familiar,
circunstancia propicia para que Jr.
Thomas & The Vulcanos desplegaran su reggae playero sin compasión. Nunca
hemos sido fans de dicho estilo, por lo que pasaremos un poco de largo su
aportación, no sin comentar que no parecían desentonar demasiado en su rollo y
los escasos asistentes se entregaron sin resistencia a su paz, amor y
buenrollismo.
Y con indudable pinta de grises oficinistas irrumpieron The Montesas, que desempeñaron su tarea
con notable eficiencia, reincidiendo en los punteos al tuétano y en ese
minimalismo que no necesita grandes alardes virtuosos para epatar al personal.
Se notaba su contrastada experiencia en el sector, por lo que su competencia
estaba fuera de toda duda.
Al de poco, se acompañaron de un par de coristas apeladas
The Montesitas, que se asemejaban a un par de azafatas de las de antes y
aquello ya se tornó en un guateque de alto copete. Amagaron con el “Wild Thing”
de The Troggs y las dos muchachas ejecutaron su particular show de variedades
con el inmortal clásico de The Shangri-Las “Give Him A Great Big Kiss”, que
Burning adaptaran al castellano con el título de “Es especial” y en cuyo
interludio señalaron a algunos caballeros del público para hacerles partícipes
del inocente romance que relata la canción.
Las Montesitas en acción. |
Y otro de los puntos álgidos fue “Catalina Push”, con una
estudiada coreografía de las chicas agitando maracas ante el respetable como si
echaran agua bendita. Era impresionante el realce que otorgaba a su sonido la
incorporación de las féminas, si los “monteses” antes ya destacaban por su
autenticidad, habían añadido la especia adecuada para dar el toque maestro a
los platos, un condimento del que en cuanto prescindían uno empezaba a notar de
inmediato los efectos.
Hubo por tanto entretenimiento visual en la velada con las
peripecias de las “dos guapas”, según
las presentaron en algún momento. Y al terminar sus labores se mezclaban entre
el personal y las maracas terminaban en manos de tipos que no dejaban de
sacudirlas como si fuera la primera vez que vieran dicho objeto. Menudas brasas
tuvieron que aguantar las pobres.
Hicieron hasta gestos simiescos en “King Kong”, se pusieron
antifaces y el guitarra tampoco dudó en tirarse al suelo de la sala. Con un
hábil manejo de los tiempos, los alemanes se arrancaron con el “Shout” de The
Isley Brothers y provocaron el desmadre, y en esa misma línea, en “Let’s Shake”
rememoraron los teclados psicodélicos de The Zombies y los coros de los
primeros Beatles.
Y en los estertores sorprendieron rescatando el clásico de
la protoelectrónica “Das Model” de Kraftwerk, que llevaron con pericia a su
terreno sesentero. La chulería rockera brotó cuando sacaron el peine para
peinarse en los bises antes de que las chicas ametrallaran a la reducida
audiencia con sus maracas. Y en un arrebato circense, un fragmento del “The
End” de The Doors sirvió de despedida con la firme convicción de haber salvado
los muebles.
Todo un ejemplo de tomar la batuta en circunstancias
difíciles el que nos brindaron estos príncipes y coristas que a pesar de no
disponer de la fama suficiente en su campo demostraron que la sangre azul sigue
corriendo por sus venas. Un linaje que no duda en arremangarse cuando la
ocasión obliga.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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