Satélite T, Bilbao
Ceder a los bajos instintos a veces supone toda una
liberación. Tantos siglos de moralidad cristiana y herencia grecolatina han
entronizado el amor romántico como ideal supremo al que puede aspirar cualquier
ser humano. Eso ha sido así hasta hace prácticamente cuatro días antes de que
feministas y otros grupúsculos radicales se lanzaran a degüello contra ramos de
rosas, piropos y otras sutiles formas de dominación patriarcal, incluida la
propia lengua castellana, esa que hablan millones de fascistas e invisibiliza a
mujeres desde tiempos inmemoriales. Que vuelva Torquemada a poner orden.
Estos adalides de las buenas costumbres seguramente
encontrarían muy ofensivas las letras de los donostiarras Discípulos de
Dionisos, que según cuenta la leyenda se conocieron en un instituto
intercambiando películas pornográficas, discos y otro tipo de sustancias
adictivas. Ante una rutinaria realidad, no tardaron en disfrutar del favor del
público, que agotó las 300 copias de su primera maqueta en apenas dos semanas,
al tiempo que se abrían hueco en el panorama del punk rock estatal como siempre
se ha hecho, con incendiarios directos.
Pertenecientes junto a Señor No o Nuevo Catecismo Católico a
esa escena giputxi que tomó como base de operaciones los locales de Buenavista,
son algo más que una banda, una especie de culto a la irreverencia y a lo
políticamente incorrecto, un azote de timoratos, susceptibles e hipócritas.
Como bien dicen en la introducción de su disco ‘Los Enigmas de la Conducta
Humana’, “grupos como este solo hay uno y
cuando desaparezcan ya no habrá ninguno”.
El indiscutible tirón del que gozan entre sus seguidores
quedó patente con la ingente multitud que abarrotó el Satélite T, con muchos
que tuvieron que permanecer al raso por motivos de aforo. Y eso que se trataba
de un día lluvioso, de lo más desapacible, en el que lo que menos apetecía era
dar vueltas por ahí. Pero los parroquianos tenían una cita ineludible igual que
si fuera una misa de doce, había que renovar votos y abrazar de nuevo la fe en
el descaro y la autodestrucción.
Los donostiarras exhibieron actitud a raudales. |
Con un ligero retraso y el recinto a punto de desbordarse, Discípulos de Dionisos juraron de
primeras fidelidad a los principios ramonianos de velocidad y melodía mediante
“Vidas Cruzadas”, un auténtico trallazo para desbordar los ánimos de la
concurrencia y convertir de inmediato al culto, si es que existía por ahí
todavía algún neófito.
Un peculiar sentido del deber apareció en “Mi Obligación”,
que los aproximó ligeramente al power pop, antes de pisar a fondo el acelerador
en “Comer, Beber, Amar” y su himno “Coca Ardiendo”, donde ejecutaron su famoso
numerito de tirarse cera de vela en el pecho. Sin apenas desfallecer, iban
soltando temazo tras temazo en uno de esos bolos frenéticos a la vieja usanza,
sin brasas inútiles, a piñón fijo, con el objetivo prefijado de dejar exhausto
a cada uno de los emocionados asistentes, que no dudaron en montar algunos
pogos.
Dieron rienda suelta a parafilias particulares con “Látigo
Rojo” y no dudaron en desvelar sus profundos pensamientos en “Introduzco Mi
Dedo en Tu Interior”. Qué espíritu más adecuado para afrontar el fin de semana
de San Valentín, esto sí que era puro romanticismo, sin sutilezas. ¿Acaso no es
el amor una desviación enfermiza de la pulsión sexual?
El eterno tema de las apetecibles jovencitas apareció en
“Seventeen” y no fue nada necesario llamar a filas con “Soldados del Orgasmo”,
cualquiera podría haberse alistado sin problemas en ese irreverente ejército.
Echamos de menos su recuerdo a la diva del porno Traci Lords, pero en cambio
tuvieron tiempo para otro protagonista de tan insigne género cinematográfico en
“La Hora de Ron Jeremy”. Ni un minuto de respiro.
Otra piedra angular fue “Cuarto Oscuro”, que cayó con la
misma saña con la que la lluvia casi anegaba el exterior. Seguía el repertorio
sin conceder tregua con “Corazón Salvaje” y “Ella Se Alimenta de Esperma”, dos
piezas que podría haber escrito tranquilamente el gurú Charles Bukowski. Y “Fin
de Semana Eterno” estuvo dedicada al recientemente fallecido Paco Rufus,
agitador cultural y figura clave del rock n’ roll nacional que siempre apostó
por el talento emergente.
La olla a presión que montaron explosionó en su clásico a
cien revoluciones “Vagina Eléctrica”, donde se regodearon en los redobles
tribales, único remanso de paz del bolo. Y volvieron para unos bises que se
esfumaron tan rápido como el resto del show con la sorprendente versión de
Misfits “Skulls” y “Vas a probar mi puño”, otra de sus habituales piezas
cariñosas que terminó de engorilar a un respetable variopinto con rockers,
joveznos punkis y una nada desdeñable porción de hembras de buen ver que no
tenían pinta de escandalizarse en absoluto por la sinceridad letrística
dionisíaca.
“¡Que os den por San Valentín!”, desearon a los asistentes a modo de
despedida y uno hubiera rogado para que se tiraran tocando otra hora más por lo
menos. Pero es lo que tienen los recitales de este tipo, cortos como un
orgasmo, directos y al grano, sin magrear ni calentar innecesariamente.
Lo suyo fue algo más que una sesión de punki guarro, uno de
los bolos más auténticos que hemos visto en los últimos meses de rock n’ roll
macarra, punteos al tuétano y ese necesario descaro que mantiene a la música
con agallas a salvo de advenedizos y otras endebles criaturas que se van
moviendo al son del sol que más calienta. Un polvo rápido, pero de sentar
cátedra, que vuelvan cuanto antes.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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