Kafe Antzokia, Bilbao
No es nada raro encontrarse más abajo del Ebro intentos de
fusión de la escena indie y gótica, sesiones en las que lo mismo se pincha
Sisters of Mercy o The Mission que Franz Ferdinand o Placebo. En un mundo en el
que predomina la sofisticación, bandas del estilo de The Cure o Joy Division se
han convertido en un refugio de exquisitos que olvidan su primigenio origen
punk y resaltan su lado más comercial hasta el punto de diluirse en una especie
de marca corporativa como los Ramones, a los que ya no salva de la asimilación
popular ni su eterna imagen desaliñada.
La clave de todo este fenómeno tal vez estaría en
determinados grupos fetiche con un amplio núcleo de seguidores procedentes de
variopintas escenas, caso por ejemplo de Depeche Mode, uno de esos nombres que
suscitan un rotundo consenso, casi a los niveles de Queen, de los que cuesta
encontrar detractores tanto como una aguja en un pajar. O los colosos U2, que
en sus comienzos estaban influenciados por Siouxsie & The Banshees antes de
sucumbir al rock de estadio.
Nadie diría que los bilbaínos Mamba Beat surgieron en pleno
ambiente festivo con la intención de fusionar funk, acid jazz, electrónica o ritmos
latinos, una amalgama con la pista de baile como denominador común, la colisión
de cuerpos sudorosos que no desean que
llegue la mañana siguiente. Por algo dicen ellos mismos que uno de los
elementos fundamentales en su ADN es “la
atracción física del baile junto a la aventura de la seducción”.
Unos preceptos que podrían seguir sin problemas la multitud
que abarrotó el Kafe Antzoki un día lluvioso y poco halagüeño. Pero es
precisamente en tales lances cuando se debería buscar el calor humano,
adentrarse en garitos tenues al encuentro de semejantes y entregarse al frenesí
de la música como si fuera un ritual culminante, un aquelarre que no necesita
una razón de ser concreta más allá de la celebración del fin de semana,
auténtico acto de hermandad espiritual aquí y en La Patagonia.
Momentos finales del show de Unclose. |
Por estar en otro concierto, nos dio lástima llegar al final
de la actuación de los teloneros Unclose,
cuyo radiado adelanto “Runaways” prometía bastante en las distancias cortas,
pero todo no puede ser, por fortuna alcanzamos a contemplar de cabo a rabo el bolazo que se
marcaron Mamba Beat en una sala
repleta de féminas elegantes a las que les sorprendía ver pelos largos y esas
cosas. Había también por ahí muchas barbas, complemento indispensable para
pasar desapercibido en saraos de ese calibre.
Las estrellas de la velada habían pegado un salto
estilístico considerable en su último disco ‘Paint Me In Black’, prescindiendo
de ornamentos superfluos de antaño como el saxofón para abrazar la oscuridad y
las guitarras que en anteriores lanzamientos tenían un papel meramente testimonial.
Quizás eso mismo querían reflejar con la inicial “We’ve Found Our World”, el
descubrimiento de un espacio concreto y acotado al que ceñirse, a veces los
cajones de sastre no funcionan como uno imagina.
Mamba Beat con un guitarrista invitado. |
Con un sonido contundente en su rollo y una puesta en escena
cargada de niebla cuidada al extremo, ya se habían establecido los mimbres para
salir victoriosos de la faena. Un trabajo de piezas tan redondas como “Ezin
Lorik Egin” sería el arma infalible incapaz de errar un solo disparo, a pesar
de que su recital fue un completo in
crescendo, condescendiendo de primeras en un accesible pop-rock de poso
indie e ínfulas a lo U2 para ir subiendo progresivamente la intensidad y acabar
en una orgía de flashes, himnos anfetamínicos y cuerpos sugerentes moviéndose como
si aquella fuera la última noche de su vida. Porque sí, sin ningún motivo en
especial.
En la dulcificada “Love & Hate” echamos en falta el
toque maestro del productor y líder de Cycle David Kano, que colabora en ‘Paint
Me In Black’ con un par de espectaculares remezclas adicionales que superan
incluso a las versiones originales. Y “Zigor Nazazu”, al contrario que en el
anterior corte, ganó en poso sintético y guitarrero y los acercó a los Depeche
Mode de “I Feel You”. Un verdadero rompepistas.
Ya barruntábamos que con una materia prima reciente de tan
alta calidad resultaría complicado, o más bien imposible, permitir el
aburrimiento, algo que no sucedió con “S.O.S. (Save Our Souls)”, representante
más que digno de esa perfecta simbiosis que han conseguido entre rock y
electrónica.
Y al igual que si fuera una lista de reproducción, enlazaron
acto seguido con “Song For The Bad Times”, en la que teclista y guitarra
agitaron las melenas como si se encontraran en un estadio ante miles y miles de
personas. Actitud de estrellas totales, pero en el buen sentido, creyéndoselo y
transmitiendo a los demás la inefable magia que supone subirse a un escenario.
“We Are Rivers In The Sky” reforzó el subidón de anfetas y
se tornó en una lección de cómo debería sonar en directo un grupo de su palo,
con pulsión rockera, sin perderse en marasmos electrónicos, hasta explotar en
un final épico en el que la voz de Mikel Piris se elevó con la dignidad de un
profeta apocalíptico. Si hubiera hecho además movimientos a lo Dave Gahan,
habría legado una estampa impagable.
Volvieron para los bises sin descuidar el ambiente
discotequero, con el sintetizador enredándose y la batería haciendo redobles
como los Muse de “Map Of The Problematique”, antes de finiquitar con un
apabullante “Use Me” acompañado de lluvia de flashes y alusiones al fetichismo
que fue recibido en un mar de brazos levantados. Todo un canto de cisne al
hedonismo.
No sorprendió que luego sonara por los altavoces el clásico
de New Order “Blue Monday” y el corazón se acelerara tanto como decía aquella
canción de The Divine Comedy “At The Indie Disco”. Y eso ya es decir mucho. Las
maravillas del moderneo dark.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO
VILLAESCUSA
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