Kafe Antzokia, Bilbao
Hay todo un cúmulo de conocimientos o referencias musicales,
literarias o cinematográficas que se da en llamar “nuestro rollo”. Es lo que
pasa por ejemplo cuando al contemplar un grupo, una peli o un libro pensamos de
inmediato en una persona a la que le agradaría tal obra por afinidad
estilística y corremos de inmediato a hacer la recomendación. Si por casualidad
se trata de una chica que te mola, entonces ya quedas como un señor.
Un servidor rinde pleitesía a las noches interminables de
conversaciones interesantes, a las hembras con clase, a Bukowski, al poder
enajenante del alcohol, a los garitos humeantes de antaño o al rock n’ roll en
el sentido más amplio. Y así podríamos seguir con esta lista hasta el infinito,
pero entendemos que se capta de sobra esa inefable conexión de espíritu tan
difícil de encontrar y que cuando aparece uno empieza a creer en la verdadera
intervención divina.
Al que firma estas líneas le pasa mucho con los Ramones y también
con la mano derecha de Loquillo desde 2002 Igor Paskual, licenciado en Historia
del Arte y tipo leído al que se le nota cierto bagaje cultural en sus letras.
Se sitúa en las antípodas de los estereotipos del rock que todavía siguen
pululando en pleno siglo XXI y que jamás alcanzarían a imaginar a esta especie
de Leonardo Da Vinci contemporáneo que lo mismo compone canciones, realiza
excavaciones arqueológicas en Jordania, gana concursos de poesía o escribe
sobre fútbol. Una auténtica creatividad poliédrica.
Parecía que esa víspera de fin de semana íbamos a estar
cuatro amigos en el selecto segundo piso del Antzoki bilbaíno, pero el
donostiarra criado en Asturias demostró que por estos lares goza de cierto
predicamento entre el respetable madurito y algún que otro jovencito. Al
terminar el bolo, de hecho, había incluso cola para firmar discos o el libro
suyo que se vendía en el puesto de merchandising.
Otro tópico derrumbado.
El proceso de demolición continuó desde que Igor Paskual arrancó arrabalero a lo Carlos
Ann con “Tú y yo”, una pieza de amor descarnado para marcar territorio desde el
principio. Y en “Pasos de baile” volvió a recordar al expresivo compositor de
“Hada” o al Loquillo de ínfulas poéticas acompañado por Gabriel Sopeña, antes
de elogiar la vida crápula en “Al otro lado del amanecer”, donde “hablas el triple con la voz destrozada”,
según nos cuenta la letra.
Desfogó su vena literaria con “Poemas”, que recitó
recreándose en el libro ‘Polvo’ del mítico músico y periodista bilbaíno Roberto
Moso, cantante de los pioneros del rock euskaldun Zarama y autor de la celebrada
biografía de Eskorbuto ‘Flores en la basura’. “No sabéis lo que tenéis aquí”, recalcó Igor para ensalzar su
figura después de ofrecer la obra a un espectador.
Para sacudirse un poco la pose cultureta, no tardó en
aclarar que “no solo iba a repartir
libros, también condones”, porque “no
todo va a ser leer”. Y de esta guisa, con la chulería en su punto álgido,
enfiló “Alborada”, todo un himno noctívago para caballeros que beben pero mantienen
la compostura sin arrastrarse. Hacía tiempo que no veíamos semejante clase
sobre el escenario, se le ha pegado ese señorío a las tablas del ‘Loco’, aunque
es muy probable que viniera ya de serie, de su época de icono del glam rock
asturiano.
La reciente vertiente social de artistas de pose maldita
tipo Bunbury o Nacho Vegas apareció representada en “Opulencia”, definida como
un alegato “contra icebergs mentales,
contra la crisis y a favor de la vida”. Pero tras esta breve pulla a la
casta política, no tardó en volver al eterno femenino con “Chica de gama alta”,
pieza de aroma clásico a lo Burning, la auténtica escuela de rock de la que
debería aprender cualquier músico patrio medianamente serio.
Relajó paquete con “El cielo es poco acogedor”, no sin antes
explicar lo difícil que es llegar a tierra firme, intacto, sin un rasguño, y se
declaró fan de los naufragios, como el del ‘Titanic’, donde la banda siguió
tocando hasta el último momento. Algo que ejemplifica como pocas cosas su
actitud ante las tablas y el rock en general.
Lanzó guiños al rockabilly fronterizo en “Volver” y alzó su
copa de vino previamente a “Bebemos”, oda a la ingestión alcohólica que
entronca con aquella famosa frase de Thom Yorke que decía que “emborracharse es la cosa más grandiosa del
puto mundo”. Y en la incisiva “Olor a Napalm” alguien presa del entusiasmo
gritó “¡Arghh!” desde atrás, tal vez
deseando la guerra química contra los indeseables.
Dejó la guitarra para arrodillarse a escasos metros del
respetable y adoptar pose Tom Waits en “El peor novio del mundo”, donde sacó
látigo para fustigar y fue concediendo entre la concurrencia títulos al “mejor amante del mundo”. Uno de los
momentos cumbres de la velada, con Igor rompiéndose la voz como si fuera en
realidad La Coz Cantante. Brutal.
Siguió con el canalleo en “Casanova” mientras se contoneaba
sugerente y afectado a lo Carlos Ann y se desgañitaba chillando “C’mon” como si fuera Iggy Pop en “I
Wanna Be Your Dog”. Con tales mimbres, no sorprendía que ya desde que diera sus
primeros pasos en Babylon Chat epatara al personal cortándose los brazos en
plan punki o diciendo que se iba a follar a las novias de todos los del
público. Provocación en estado puro.
Pese a su actual madurez, todavía conserva ese filo juvenil
en canciones tipo “Automedicación”, que interpretó en solitario con su inefable
chulería reincidiendo en su paladar de buen gourmet que aprecia los placeres de
la vida en su sentido más amplio. Y quizás reflejo de su naturaleza poliédrica
sea “Bipolar”, canto de esperanza de un proceso de demolición.
Pisó el acelerador en los estertores finales con el punki
aullante “Nuevo cine español” antes de dedicar “Música para traicionar” a su
jefazo Loquillo y divisar “Tierra firme”, con la que se despidió por unos
minutos con olas de fondo. Regresó con camisa rockabilly y evocando juventud al
rescatar los temas de Babylon Chat “El último brindis del año” y “Camaleón”, en
la que se hizo imposible no acordarse del icono recientemente fallecido David
Bowie. Con galones.
Pues resultó un bolo muy variado el de este auténtico
licenciado en decadencia que a excepción del siniestrismo quizás cubrió todos
los palos que conforman “nuestro rollo” particular: Tom Waits, Bunbury, la
afectación arrabalera de Carlos Ann, la pose cultureta y una actitud a raudales
que espanta, la esencia del rock n’ roll. Muy grande, de sentar cátedra. Su
terreno tiene una solidez encomiable.
TEXTOS Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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