Sala Stage, Bilbao
Hay veces en las que no es el momento y punto. Ya puede uno
poner todo el empeño e ilusión que crea oportuno, que como las cosas no vengan
bien dadas, el esfuerzo se irá al garete de inmediato. Sin atender lo más
mínimo a criterios tan razonables como la calidad o la originalidad de la
propuesta. La masificación de un estilo en una época concreta contribuye
irremediablemente a restar importancia a los protagonistas de una incipiente
escena musical tras largos años de dictadura y atraso cultural.
Quizás algo de esto último les pasó a los madrileños
Pistones, que se las vieron y desearon para que alguna discográfica apostara
por su pop rock nuevaolero de marcado sabor británico. Para asomar la cabeza
tuvieron que recurrir incluso a montar la compañía independiente MR, que se
encargó de sacar su EP ‘Las siete menos cuarto’ y que posteriormente fue
adquirida por la escudería Ariola.
“El Pistolero”, un sencillo bailongo y con cierto aire a los
The Clash del “Rock The Casbah” les abrió las puertas de radiofórmulas y hasta
de esos populares recopilatorios de temas indispensables de los ochenta. Una
guinda que rematarían con la incorporación de Fabián Jolivet a la batería,
músico profesional con conocimientos de producción que asumiría la ardua tarea
de mejorar el hasta entonces pobre sonido ayudado por el ex Tequila Ariel Rot.
Provistos de este bagaje y tras haber llenado recientemente
la sala Joy Eslava en la capital, se presentaron los del foro en la capital bilbaína
y se encontraron un ambiente desangelado, de apenas 20 o 30 personas en un
inicio, aunque la cifra luego iría aumentado hasta unos niveles dignos a medida
que avanzaba la velada.
Pagaron en cierta manera el pato los también veteranos Brioles, pero supieron contagiar casi
de inmediato sus ganas de fiesta con su rockabilly frenético que ponía a
bailotear incluso a una chica con muletas. Su espectacular contrabajista
gesticulante supo insuflar a la cita el empaque necesario para no despistarse
ni un segundo y manejaron con notable habilidad los tiempos, aminorando la
marcha para coger aire y enfilando a la yugular con sus punteos al tuétano o
guiños al inmortal “Should I Stay Or Should I Go” de The Clash. No era de
extrañar que los pogos brotaran por doquier.
Brioles, en pleno frenesí. |
Apelar a la nostalgia es un arma de doble filo, por un lado,
puede servir para atraer a un determinado sector de público madurito, pero al
mismo tiempo establece unas expectativas elevadas, y si no se cumplen, aquello
será una decepción total. Por lo que hablamos con el personal tras el bolo de Pistones, la sensación mayoritaria era
que la cosa había estado aceptable, aunque no lograran reverdecer los laureles
de juventud de gran parte de los asistentes.
Como por cuestión de edad su época gloriosa nos pilló con escasos
años de vida, podemos valorar de manera absolutamente objetiva lo que contemplamos
aquella noche. Y lo cierto es que comenzaron clavando la pica con el poso post
punk ochentero de “Nadie” y con un Ricardo Chirinos en un estado de voz muy
decente, pese a que haya perdido cierta garra de antaño. Tiene al lado a unos
compis que clavan asimismo los coros y le arropan instrumentalmente sin
estridencias, a pesar de que apenas se escuchara durante el recital la guitarra
acústica.
El líder Ricardo Chirinos, en un estado decente de voz. |
Se acercaron al power pop con “Amiga Lola” y tal vez
desenfundaron demasiado rápido “Las siete menos cuarto”, uno de sus
impepinables grandes éxitos. Cortaron algo el rollo con un par de temas
sosegados, con Chirinos acompañado únicamente por un piano, entre ellos su
homenaje a Antonio Vega “Persiguiendo
sombras” de Nacha Pop. Toda una pieza intimista que valió para relajar ánimos.
Y volvieron al sonido rockero y hasta épico con “Último
soldado”, con coros alucinantes e inconfundible sabor ochentero, sin duda de lo
más reseñable de su trayectoria. Si bien la afluencia de unas 200 personas no
sirvió para que el promotor cuadrara cuentas, la entrega del respetable fue
irreprochable, con las gargantas elevadas al máximo en “Mientes” o “Metadona”,
otro de sus hits, que tampoco
escaseaban si uno se ponía a pensarlo.
Las voces elevadas corroboraban esta afirmación también en “Lo
que quieras oír”, versionada con notable acierto por Amaral. Pese a que en un
primer momento el sonido tampoco fue nada del otro mundo, a lo largo del
recital mejoró hasta alcanzar cualidades cristalinas en “Entre dos fuegos”,
título de su último disco para CBS, o de su inevitable y absoluto clásico “El Pistolero”, con ese
inconfundible deje new wave a lo Radio Futura o Alaska y que alargaron quizás
en exceso para presentar a la banda antes de reincidir en su melodía principal.
Cualquiera que haya frecuentado conciertos sabe que en los
bises hay que echar el resto, pero en el caso de los madrileños ya habían
disparado las más certeras balas de su catálogo, por lo que poca munición
quedaba ya disponible. La almibarada tipo Los Secretos “Te brillan los ojos” no
poseía la garra necesaria para tan privilegiada posición y por su condición
mítica algo más justificable se antojó “Los Ramones”, que suele interpretar en
sus bolos el rockabilly local Santiago Delgado y que sirvió para reivindicar el
rock n’ roll vetusto intercalando el riff de “Johnny B Goode” y un piano
frenético a lo Jerry Lee Lewis.
Faltó “Voces”, según constató algún encendido fan, y quizás
las expectativas de muchos estuvieran por las nubes, pero a buen seguro pocos
saldrían profundamente decepcionados. Siempre agrada rescatar en directo
reliquias de los ochenta de esas de las que te meten en un túnel del tiempo en
el que no existía Internet y para informarse de un grupo había que leer revistas.
El regreso a lo artesanal.
ALFREDO VILLAESCUSA
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