Sala Satélite T,
Bilbao
¿Quién dijo que los conciertos en pleno verano no
funcionaban? Cierto es que llegadas las altas temperaturas al personal le da
cada vez más pereza eso de encerrarse en una sala y muchos promotores consideran
casi un suicidio programar algo en un recinto cerrado durante al oasis que va
desde junio hasta septiembre. Pero a veces hace falta romper viejos tópicos,
desterrar ideas preconcebidas, como esas que jamás hubieran imaginado que
serían viables los conciertos un domingo al mediodía.
Eso es precisamente lo que llevan haciendo en el Satélite T
desde hace tiempo, mandar al traste viejos mitos en las ya consolidadas
sesiones dominicales del Rabba Rabba Hey! o atreviéndose a celebrar bolos a
mediados de julio, toda una iniciativa de cruzados culturales que se baten el
cobre al margen de festivales y otros eventos patrocinados por un Ayuntamiento
que desprecia la cultura con mayúsculas, tal y como se puede comprobar cada año
en esos conciertazos multitudinarios que programan en la Semana Grande y dan
bastante vergüenza ajena.
Una ingente multitud demostró que lo del garito deustuarra
es un éxito sin paliativos, incluso en las circunstancias más adversas. Una
proporción considerable de féminas bailongas coparon las primeras filas y se
encargaron de animar el ambiente, aparte de los consabidos habituales del
lugar, con algún espontáneo que hasta se subió a la valla de separación, quizás
con un entusiasmo desmedido.
Con un ambiente lo suficientemente caldeado de por sí, los gallegos
The Phantom Keys apelaron en un
inicio al surf rock instrumental antes de sumergirse en su rock n’ roll
primigenio deudor de la British Invasion con ínfulas garageras. Contaban con un
vocalista con gafas de sol y cierto aire a lo Iggy Pop y un guitarrista que
valía su peso en oro, que también se ocupaba de las tareas vocales, legaba unos
punteos de órdago y se convirtió en el protagonista indiscutible de la jornada.
Evocaron asimismo los tugurios humeantes en “Don’t Tell Me
Lies”, los ritmos hipnóticos en “Poor Boy” o a los Stones de la época del
“Heart Of Stone” en “I Was True (But I Won’t Be More)”, cantada por el
guitarrista antes mentado con un sentimiento tal que nos puso los pelos de
punta. Todo un tentempié de categoría.
Poco margen de maniobra para innovaciones parece haber a
priori en el rock n’ roll vetusto, pero The
Limboos consiguieron con su debut ‘Space Mambo’ un sonido peculiar que
combinaba los preceptos añejos con ese tono caribeño de los años cuarenta. Una
cuadratura del círculo que no llegó de forma premeditada, sino casual, cuando
la carismática batería Daniela investigando y jugueteando por su cuenta acabó
con la base del tema homónimo de su primer disco. Y ya no había vuelta atrás
para seguir expandiéndose en torno a ese núcleo fundamental.
Con Roi Fontoira,
también guitarrista de The Phantom Keys, adoptando por completo las
tareas vocales, su recital anduvo bien basculado, integrando las diferentes
capas que componen su personalísimo estilo y sin dejar que los latinismos
terminaran por empachar al respetable más clásico. Lograron además atmósferas
impagables en la noctívaga “Nervous”, con su teclado pluriempleado reclamando
su cota de atención, al tiempo que Roi seguía rebelándose como un musicazo de
la cabeza a los pies, con sus punteos al tuétano y esos tonos deudores del
Lennon de su primera etapa.
El indisimulado protagonismo que adquirió el saxofón era una
prueba palpable de que lo de The Limboos es más una familia que un grupo
convencional, puesto que el ocupado teclista, percusionista y guitarra Sergio
es el primo del líder Roi. El concepto de ego empero no cabe en esta agrupación
con el loable objetivo de sacarse las habichuelas ante la falta de
oportunidades en otros ámbitos.
Para mitigar la espera ante su inminente segundo álbum
editaron el pasado abril un single
del que dieron cuenta con un soberbio “I’m A Fool”, en el que por su poso soul
Roi se acercó al padrino Sam Cooke. Su animado ritmo provocó que muchas féminas
se contonearan de lado a lado y algún exaltado hasta se agitó como si tuviese
unas maracas. Desde luego, pocas bandas pueden resultar más apropiadas para los
calores estivales.
Y tal vez fuera por la canícula del interior del local o por
una sed desbordante, pero los músicos no dejaron de solicitar cervezas canción
tras canción, casi como si llevaran la garganta reseca durante días o hubiesen
soportado una travesía por el desierto por lo menos. Cualquiera diría que les
estuvieran torturando.
Avanzaron incluso nuevo material que parecía seguir esa
senda que iniciaron en su debut y de la que no les convendría apartarse, pues
han logrado un nicho original, intransferible y bastante poco explotado en la
actualidad, un servidor tampoco es un maestro del rollo pero no le suena ningún
otro grupo similar. “Jambalaya Walk” es un claro ejemplo de cómo fundir con
precisión el Caribe con la América profunda, dos mundos en apariencia
antagónicos que han encontrado con esta banda su particular Estrecho de Panamá.
Dos océanos inabarcables conectados entre sí.
Y la otra cara de su último single “I Need Your Loving”
sirvió para que los bailoteos no cesaran y aquello terminara convertido en un
auténtico guateque tropical, casi como si Elvis hubiera pasado una temporada en
el Caribe, aunque al final el rock n’ roll ganara por goleada la partida a los
latinismos. Una herencia que no recarga en ningún momento y que propicia que
algunos griten “¡Azúcar!”. Un buen
ron, unos habanos y de fondo una canción de The Limboos. Un plan inmejorable.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
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