Sala Satélite T,
Bilbao
Las motivaciones son importantes en la vida, ya sea para
salir de fiesta y quedarse más allá de la hora razonable o para madrugar un
pleno domingo. Una puntualización, hablamos de “madrugar” siguiendo aquella
cita de Enrique Bunbury en la que afirmaba con cierto descaro que “levantarse antes de la 1 era de mala
educación”. Unas declaraciones que trajeron bastante cola y que
contribuyeron a que el maño resultara todavía un poco más insoportable a los
que nunca lo aguantaron. Con un par, haciendo honor al estereotipo de artista
bohemio y hasta un poco caradura.
Y aunque muchos no lo admitan, es cierto totalmente,
cualquiera en su sano juicio no escaparía de la cama medio resacoso, pillaría
el metro aún con el regusto de cerveza en el paladar y pediría una Coca-Cola y
un pincho ante el indisimulado descojono de la camarera, no acostumbrada a
servir refrescos a este aguerrido redactor dominguero.
Pero la razón era una de esas de peso. Otra visita de uno de
los representantes de esa insigne escena punk rockera guipuzcoana que nació en
los locales de Buenavista y que constituyó todo un bastión del rock n’ roll más
salvaje que facturaban a otras latitudes bandas como Turbonegro o The
Hellacopters. Un buen plan a priori capaz de barrer de un plumazo cualquier
rastro de cansancio de la noche anterior.
Y gran parte de los asistentes que acudió al garito a tomar
el vermut lo parecieron entender así, pues se alcanzó una notable afluencia con
un respetable variopinto, pocas veces hemos visto a punkis con solera convivir
tranquilamente con niños con globitos o familias de a pie en su paseíto
matutino. Por supuesto, acudieron asimismo los habituales fieles que propician
que se sigan derribando mitos domingo tras domingo.
La entrega a veces lo es todo y si nos guiamos por ese
baremo Señor No ofrecieron un
recital antológico, de los de dejarse la piel sobre las tablas, con la peña
respondiendo a semejante derroche de entusiasmo subiéndose a las vallas de
contención y agitándose como monos rabiosos. No faltaron tampoco los
preceptivos pogos desatados casi siempre por la misma chinchilla hiperactiva y
que vienen a ser una especie de equivalente a cortar una oreja en el mundo
taurino.
El repertorio acompañó desde el principio con el rock n’
roll acelerado de “Fiestón” y el poso bluesero de la instrumental “Whisky,
Putas y Humo”, antes de alcanzar uno de los puntos álgidos con su clásico
“Llámame” o la más reciente “A veces no”, que no andaba exenta de pegada.
Piezas con agallas y sin demasiados artificios acompañadas por una actitud desbordante
a raudales que en ocasiones les pillaba tirados en el suelo elevando los
mástiles en riguroso culto a la electricidad.
Tan certeros cañonazos no eran gratuitos y quizás a modo de
evidente constatación “El diablo está caliente” certificó la elevada
temperatura del garito, que para entonces ya había alcanzado de sobra el punto
de ebullición. Y en su repaso a ‘No Cambies Siempre’, lo último editado hasta
la fecha, no se olvidaron del rollo decadente a lo Dead Boys de “Como una pompa
de jabón”, otro monumento a los descarriados.
Sin pausas ni zarandajas que valgan, un simple redoble valía
para introducir “Inherente” y en la frenética “Laberintos” el enfervorizado
personal volvió a colgarse de las vallas, pero no ya como monos rabiosos, sino
más bien como miuras dispuestos a arrasar lo que pillaran entre medio. Y lo
inédito de todo ello es que el pogo era casi en exclusiva femenino, las chicas
incluso subieron a una señora a intentar surfear entre la multitud. Toma sexo
débil.
No concedieron ni un minuto de respiro, como debe ser a
tales horas intempestivas, los temas se atropellaban los unos a los otros y la
energía se desbordaba en cortes tipo “A todas luces”, casi un homenaje a
aquellos macarras escandinavos que sacudieron el panorama del rock n’ roll hace
ya unos añitos. Voces arrastradas y marcadas por el paso vital, solos
endiablados que se retorcían en orgías salvajes y una voluntad de ritual
inapelable, de demostrar que la música auténtica de verdad se toca en baretos,
no en grandes pabellones ni festivales en los que los grupos son lo de menos.
Todavía existen cruzados contemporáneos.
Una descomunal entrega consagró el nihilismo desaforado a
toda pastilla de “No me hables” y que les podría englobar en la categoría de
una suerte de Motörhead patrios. Para
ello, el incombustible líder no dudó en pasar al lado del respetable y
procurarse un círculo para que la muchedumbre reverenciara a aquel tipo que se
tiraba por el suelo levantando el mástil. De cátedra.
Todos nos quedamos lo suficientemente extasiados, pero la
multitud aulló cuando pusieron la música por los altavoces y nadie se atrevió a
abandonar el recinto. Las suplicas fueron atendidas con “Mira mi dedo”, otra de
esas piezas que por su zapatilla podría levantar a un muerto, antes de
finiquitar recordando a MC5, una de sus más claras influencias, en ese “Looking
At You” que cerraba el debut de Señor No de 1994.
Si un conocido concertil nos comentaba que la intensidad de
un bolo bien podría medirse por la cantidad de empujones y puntapiés recibidos,
aquello desde luego fue algo apoteósico. Un necesario chute de adrenalina requerido
para afrontar una semana entera de fiestas. ¡Que no cambien nunca!
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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