Nave 9, Bilbao
El mero hecho de subirse a un escenario siempre debería
considerarse algo fuera de lo normal, un suceso que debería revestirse de
cierta elegancia y descaro que nos despegue por lo menos unos milímetros de la
encorsetada rutina de cada día. Es una oportunidad única para desafiar el orden
establecido, revertir roles que la pacata sociedad da por supuestos y olvidar
por unos momentos todas esas estúpidas normas que tratan de imponernos las
monjas y los curillas contemporáneos que hoy en día adoptan formas mucho más
molonas.
Ese espíritu transgresor del glam punk pervive por los poros
de The Liza Colby Sound, un puñado de reputados músicos capitaneados por una
vocalista que es pura dinamita y que bebe tanto de Tina Turner o Iggy Pop como
de divas más actuales como Nikki Hill o Lisa Kekaula de The Bellrays. Que su
actitud a las tablas es algo que no deja indiferente queda claro desde los
primeros segundos, aunque ella misma ya se encarga de recalcar que su intención
es “golpear a los hijos de puta en la
cara con rock n’ roll”. Casi nada, una proclama que haría a cualquiera
darse golpes en el pecho cual gorila gigante.
Dentro de la tradicional sequía de conciertos en salas en
época veraniega, algunos cruzados todavía se atreven a programar cosas y
sorprender a los melómanos con propuestas tan interesantes como la de estos
neoyorquinos que demostraron que en las distancias cortas podrían dar sopas con
honda a unos cuantos veteranos, no en vano competencia en este asunto no les
debería faltar con una gira española de casi veinte fechas. Esto sí que es
fundir la carretera.
A pesar de que al principio tampoco hubiera grandes
multitudes, poco a poco fue llegando personal hasta alcanzar una afluencia
bastante respetable dada la época del año. Probablemente muchos intuyeron el
carácter especial de la velada y decidieron acudir con ese orgullo sibarita de
los que luego se enorgullecen de haber estado allí en el inicio del despegue de
una banda prometedora. Los primeros pasos hacia la gloria.
Porque si de algo pueden presumir The Liza Colby Sound es de conseguir epatar tras los primeros
acordes con una vocalista que se come las tablas y a la que se hace imposible
no seguir con la mirada desde que comienza sus contoneos inspirados en el
burlesque o cabaret. Puro descaro, una combustión a fuego lento hasta acabar
literalmente en paños menores, como hacían las divas de garito de antaño, sin
perder esa inequívoca clase que debería acompañar a casi todos los aspectos de
la vida.
Pero aquello no se trataba solo de carnaza o disfrute
visual, puesto que teníamos por ahí músicos con dilatada experiencia que
incluían colaboraciones con Ozzy Osbourne, Edgar Winter o Joey Ramone, aparte
de algunos pinitos también en bandas sonoras para el cine o la televisión. No
se habían caído de un guindo, no, y ejercían el colchón perfecto o contrapunto
al salvajismo escénico de su vocalista, cuyos movimientos rotundos de cadera se
precipitaban sobre nosotros como una descarga de AK-47. Nadie saldría vivo de
allí.
Con el denominador común del blues rock eléctrico y crudo,
lo cierto es que pocos palos añejos dejaron sin tocar, aunque despejaron dudas
al admitir que ellos tocaban “rock n’
roll”, la madre de todos los géneros. Muy de viaje sideral se antojaba su
rollo y de hecho la asilvestrada cantante no dudó en proponer un periplo con
ella. Claro que sí, al fin del mundo, cariño. Y a doscientos por hora.
En este
sentido, hasta la presentación del grupo moló, pues estuvo trufada de
dramatismo y de anécdotas tales como lo que la vocalista consideraba que había
que tener siempre en un coche, por ejemplo, drogas o un cuchillo, entre otros
objetos variopintos.
La cristalera que rodeaba al recinto dio también cierto
juego y casi parecía de videoclip cuando la espectacular frontwoman se acercó hasta el cristal y susurró “I wish it would rain” con mirada
anhelante mientras el cielo plomizo amenazaba con soltar agua a raudales de un
momento a otro. El único aspecto negativo que señalaríamos sería precisamente ese,
que la atención que provoca la chica es tal que convierte a los demás en algo
totalmente secundario, aunque, como hemos dicho, sus habilidades ni de lejos
merecerían estar diluidas en el magma visual.
Después de semejante acto de empoderamiento artístico, la
petición de bises de la parroquia fue realmente estruendosa, pero tampoco es
que hubiera demasiado material para rascar, pues todavía ni siquiera han sacado
un larga duración y su discografía se limita a un par de EPs en estudio y otro
en directo. A pesar de la escasez de material, no tardaron ni cinco minutos en
regresar a escena apelando al canalleo noctívago tras el arrastrado boogie rock
de Humble Pie y su “Four Day Creep”. Hay que tenerlos cuadrados para
reivindicar en pleno 2018 a aquel olvidado combo comandado por Steve Marriott y
fundado por Peter Frampton allá por 1969, casi nada.
Y con maneras de estrellas totales, la descomunal vocalista
terminó la actuación arrodillada levantando el dedo índice como quizás pidiendo
el turno de palabra. No era necesario, aquella noche la música había sido más
que elocuente, sobraban las explicaciones ante una fémina incandescente que
como las cerillas podría prender fuego en cualquier momento. Bastaba un leve
roce en el lugar adecuado. Apabullante.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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