Satélite T, Bilbao
Hay artistas que más allá de componer canciones resultonas crean
todo un universo imaginario que nada tendría que envidiar a los que en su día
concibieron literatos como J.R.R. Tolkien o George R. R. Martin. El principal
exponente de esta tendencia lo encontraríamos en la británica Kate Bush y su
peculiar art rock que en realidad abarca tantos estilos que hace casi imposible
su categorización. Algunos lo consideraron una suerte de cara comercial del
rock progresivo, aunque la incorporación de voces etéreas e iconografía gótica
alejaron por completo su inscripción en dicho movimiento. Música de cuento de
hadas, así podría definirse de un plumazo. La que uno escucharía leyendo
novelas de Emily Brontë o Jane Austen.
Fiel continuadora de esta tradición se antoja la pelirroja
estadounidense Tamaryn, que agita, al igual que Kate Bush, una notable
coctelera de géneros como el shoegaze, dream pop, post punk o ese synth pop
ochentero que parece no pasarse nunca de moda. Por si fuera poco, esta chica ha
colaborado también con figuras destacadas del mundillo indie, como el
prestigioso escritor Bret Easton Ellis (‘American Psycho’), para el que compuso
una banda sonora junto al miembro de Coil y Psychic TV Drew McDowall, y hasta
ha firmado recientemente una pieza para la diva de belleza deslumbrante Sky
Ferreira. Un currículum plagado de clase y de proyectos interesantes, no cabe
duda.
Este rollo tan vaporoso no es que goce de un entusiasmo sin
precedentes entre la afición, por lo que tampoco se esperaban ingentes
multitudes en el bilbaíno Satélite T. Allí se congregó un respetable
eminentemente maduro, con alguna que otra gota de juventud, que se movió con
moderación en los ritmos danzones y en ciertos casos hasta se desempolvó alguna
coreografía que debía proceder de los gloriosos tiempos de las hombreras y cardados.
Que no falte el pedigrí viejuno.
Calentó la velada el histrionismo de Some Ember, dúo electrónico afincado en Berlín que ha sufrido
varias reencarnaciones y que en esta ocasión disfrutaríamos únicamente con la
sola presencia de Dylan Travis. Con gestos exagerados a lo Robert Smith, bata
blanca de médico y guantes de psicópata que esconde cadáveres en el armario, el
tipo dio rienda suelta a su dark wave con momentos reposados muy adecuado para
las pistas de baile oscuras. Nos habían hablado bastante bien de él, pero no
diríamos que su propuesta nos cambiara la vida, pues la cosa no pasó de un
aceptable entremés. Para abrir el apetito, ni tan mal.
Some Ember, un émulo de Robert Smith. |
Que Tamaryn debía
ser un tanto especialita ya lo intuimos cuando la promotora Katrin nos hizo
reparar en los carteles que había confeccionado a petición de la artista en los
que se solicitaba que no se realizaran ni fotos ni vídeos. Nos aconsejaron
además colocarnos a una distancia prudencial, no sea que la diva perdiera la
concentración con el simple click de una cámara. Y a una chica fotera que
andaba por ahí la artista también le prohibió situarse en una esquina. ¿Hechos
con alguna justificación posible o simples mierdas de engreída con un ego
descomunal?
Se había sentado ya un mal precedente, pero como somos de
esos a los que les importa un pimiento la personalidad del músico en cuestión,
pues tampoco le dimos demasiada importancia. Un artista no tiene la obligación
de convertirse en un simpatiquísimo ser de luz las veinticuatro horas del día.
Mucha gente suele confundir la gratitud con la capacidad para soportar brasas
inmisericordes. Y así nos va.
Respecto a su voz, sonó impecable desde los primeros
minutos, tan perfecta retumbó en “Angels of Sweat” que te hacía incluso
olvidarte de todo lo demás, onírica total. Y además a su vera le acompañaba a
la guitarra el ya mentado Dylan Travis de Some Ember, que realizó una
aportación reseñable y añadió el brío que le faltaban a algunas composiciones
de estudio. Este estilo al final es un poco como las galletas o las magdalenas,
para un par de temas, bien, pero llegado a cierto punto puedes acabar hasta los
mismísimos.
La puesta en escena estaba asimismo currada, con niebla a
borbotones y esas luces flash que suelen ser un suplicio para los fotógrafos,
pero oye, qué bien pegaban con la atmósfera etérea del repertorio. Y esos ecos
casi perpetuos al “Fascination Street” de The Cure resultaron impagables. Entre
eso y los tonos cercanos a Kate Bush, sublimes sus grititos a lo “Wuthering
Heights” en “Last”, pudimos dar por amortizada la velada. No acostumbramos a
ver cosas de este calibre todos los días.
Pero la maldición del sonido sobrevolaba por el ambiente. A
las miradas de odio hacia el técnico le siguieron requerimientos expresos para
que se acercara hasta el escenario y por unos momentos pensamos que tal vez se
trataba de alguna suerte de manía persecutoria, pues no observamos fallos
importantes en el aspecto sónico ni nada similar. Lástima que no nos
enteráramos de esas conversaciones tipo profesora regañando a alumno díscolo
porque tuvieron que ser de traca. Esa noche teníamos a un Santo Job entre
nosotros.
Lástima que por lo que parecían más bien caprichos de
estrellita se desdibujara un recital bastante digno, con una voz prodigiosa de
esas que deseas que te acune cada noche. Mejor que el consabido porro para
dormir. Y llegado a un punto, así sin avisar, la diva desapareció tras una
puerta sorbiendo su copa con todo el glamour del mundo. Ahí se quedó solo un
rato el tipo de Some Ember envuelto en humo antes de seguir la estela de su
jefa. Y ni bises ni nada. Ni siquiera después de volver loco al pobre hombre
del sonido.
Pues sí, onírica y especialita, así definiríamos a la chica
protagonista de esta crónica. Ojalá para la próxima gira se le bajen los humos
y podamos ya contemplar en su máximo esplendor a esta discípula aventajada de
Kate Bush. Canciones para gente freak a la que no le valen lo que otros
catalogan como normal. Sabuesos del amor.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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