Sala Shake, Bilbao
Dime con quién andas y te diré quién eres, reza nuestro
inefable refranero popular. Y lo cierto es que a veces no existe mejor opción
que fijarse en las compañías de alguien para acertar a desentrañar cualquier
personalidad. Una regla que de vez en cuando posee excepciones, de sobra es
conocido que pocas certezas absolutas tenemos en esta vida. Si hablamos de
tipos con múltiples facetas tal norma se antoja inservible por completo, puesto
que, por fortuna, no todo puede reducirse a una simple disyuntiva de blanco o
negro según la costumbre imperante en los tiempos maniqueos actuales. Ampliemos
la paleta sin miedo, por favor.
En una categoría poliédrica deberíamos incluir de cabeza al
actual guitarrista de Loquillo, Igor Paskual, una suerte de Leonardo Da Vinci
contemporáneo, que aparte de tocar junto a uno de los grandes del rock patrio,
también escribe con notable habilidad, no en vano en 1992 ganó un concurso de
poesía para menores de edad del Principado de Asturias. Y por si dichos méritos
resultaran insuficientes, se licenció además en Historia del Arte, al tiempo
que realizaba excavaciones arqueológicas en Jordania y luego formaba el grupo
de glam rock Babylon Chat. Los mismos que solían iniciar sus conciertos con el
provocador grito de guerra: “¡Vamos a
follarnos a vuestras novias!”. Que nunca se pierda el descaro punk.
Una chulería que nunca le ha abandonado a este carismático
músico capaz de convertir un simple recital acústico, que en otras manos se tornaría
un peñazo insoportable, en un fiestón de envergadura con momentos hilarantes
dignos de un monólogo cómico. Así de peculiar es este señor, los ofendiditos y
amantes de lo políticamente correcto no pintan nada en un bolo suyo, hay por
ahí espectáculos inocuos mucho más adecuados para las mentalidades cerriles.
Tras llegar al Shake a toda mecha después de ver a Tahúres
Zurdos en la sala BBK, nos sorprendió encontrar una nutrida afluencia en la
parada vizcaína de Igor Paskual. Una
interesante cita que atrajo incluso a brillantes astros del panorama como el
mítico batería de Trogloditas Jordi Vila o Marga Alday, bajista de Moonshakers,
y a la sazón de Kinki Boys junto al ya mentado aporreador. Figuras de
envergadura para arropar un recital mucho más divertido que el de su anterior
visita al Kafe Antzokia, pese a que fuera del mismo modo para enmarcar.
Por los motivos antes expuestos nos perdimos los primeros
temas, pero alcanzamos a llegar para el folk incendiario de “Napalm” o la
chulapa “Alborada”, con estrofas que son puro nihilismo. Un ambiente decadente
que se esfumaba en cuanto el protagonista de la velada soltaba alguna coña,
como presentar a su invisible banda virtual compuesta por santos o imitar a
compis de profesión del estilo de Mikel Erentxun o Enrique Bunbury. Las
cervezas que había trasegado con alegría se dejaron notar.
El glam rock adrenalínico de “Nuestra señora de la
consolación-Hazlo tú” ofició enlazado a una más reposada “Nuevo bautismo”, una
elección acertada en las distancias cortas. Igor mandó entonces a la peña
gritar y no dudó en picar al personal afirmando que “así que los de Bilbao no follan”. Y poco más tarde se escuchó una
voz femenina preguntar a voz en grito: “¿Es
ese el de Loquillo?”, con el consiguiente pitorreo general. En esta tónica
festiva propia de los conciertos de tú a tú se arrancó con la etílica
“Bebemos”, dedicada, por supuesto, a su viejo compi de correrías Jordi Vila.
La verdad es que hubiéramos preferido un formato eléctrico
tradicional, pero no se lo curró nada mal el carismático hacha y vocalista
acompañado únicamente de Ángel Miguel, que le ayudaba con bastante habilidad
tanto a las seis cuerdas como a los coros, muy digna en este aspecto les quedó
la country “Volver”. Y subieron otro escalón en “Con la suerte de nuestro
lado”, quizás nuestro tema preferido de su último disco. Ni un ápice se echó de
menos la versión electrificada.
Tocaba descender todavía más a los infiernos con “El peor
novio del mundo”, que rezuma Tom Waits por los cuatro costados, hasta se
atrevió a emular la voz aguardentosa de la coz cantante. Y lo elevamos hacia la
estratosfera en nuestro altar particular con la políticamente incorrecta
“Casanova”, un enorme himno a las mujeres con cierto deje Elvis. “Waterloo” en
estudio no llama demasiado la atención, pero interpretada a escasos palmos pone
realmente la piel de gallina. A sus pies, maestro.
La prodigiosa garganta de Igor Paskual destaca en “Tierra
firme” antes de que se despidan por unos breves instantes. No tardaron en
regresar amagando con el “Personal Jesus” de Depeche Mode, una excentricidad
previa al “Heroes de David Bowie, muy trillada aunque nunca desagrada
escucharla de nuevo. Mucho más interés poseía el guiño a Babylon Chat de “El
último brindis del año”, lástima que no se suela prodigar en esta vertiente.
El legendario pique entre Bilbao y Donosti fue azuzado en
diversas ocasiones por Igor Paskual, pero sin duda alcanzó su punto álgido
cuando una espectadora se quejó diciendo “Eh,
que las de Bilbao somos más guapas” y el vocalista la dejó tirada en la
lona respondiendo “Igual sí… pero las de
Donosti son más putas”. Zasca épico para enmarcar. Para que no se generaran
malentendidos, reculó rápido añadiendo “Pero
para puta…yo la primera”, en consonancia con su añeja militancia glam. Y
así todos contentos. Y muertos de la risa.
El epílogo llegó con la springsteeniana “Música para
traicionar”, la pieza que abría su debut en solitario. Y a modo de coda rescató
“Cansado de la vida” preguntando al respetable lo que habría que hacer en caso
de estar harto de la vida, del amor o de las drogas. Las grandes preocupaciones
de la humanidad. Hubo los que pidieron más bises, aunque después de dar el
callo unas dos horas tampoco era cuestión de abusar. Habían cumplido de sobra.
Fue sin duda uno de los recitales más divertidos de los que
hemos estado últimamente por deconstruir por completo lo que uno entendería por
un show acústico. Sin condescender en absoluto al almíbar o a las moñadas, el
de Loquillo, como lo calificó una chica con cierta ingenuidad, demostró que es
mucho más que el mero escudero de una figura de relumbrón. Le avala una actitud
rockera que echa para atrás. La rebeldía juvenil de las boas de plumas sigue de
su lado. Y la suerte también.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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