Sala Shake, Bilbao
Es curiosa la manera en que ciertos detalles accesorios nos
pueden llegar a clasificar por completo. Hay multitud de ejemplos pululando por
ahí. En el plano estético, si llevas melena, eres un heavy, si tienes cresta,
entonces punk, y así podríamos seguir hasta el infinito relatando todo lo que
sirve para encasillarnos al personal que no nos conoce y no se toma la mínima
molestia de informarse. En tales casos siempre agrada, y hasta debería ser
obligatorio, convertirse en el fallo del sistema y demostrar que las etiquetas
se tornan inútiles en determinados aspectos.
Los grupos de chicas de Malasaña sufren a menudo el
sambenito de que les comparen con combos tipo Hinds, de clara vocación indie y
que transforman su pretendido amateurismo en una de sus principales señas de
identidad. A las madrileñas Amparito seguramente les suceda eso mismo, a pesar
de que repartan rabia por doquier en su largo ‘Clara oscuridad’ y la mayoría de
sus temas no superen los dos minutos. Y en directo tampoco les da por ponerse a
cotorrear en plan pescadería como hacen otras petardas. Para ser justos, habría
que encuadrarlas entre urgentes portadores de bilis como Biznaga o Futuro
Terror. Ese sin duda sería su rollo.
Un sarao interesante y variado se había montado aquella
noche en el Shake, pese a que hubo una notable diferencia de asistencia entre
los teloneros y las protagonistas de la velada. Así, los chavales cántabros de Jamarazza apenas congregaron a unas veinte
o treinta personas para un brutal tripi cósmico que combinaba la psicodelia
setentera con fuzz para regalar con sonidos propios de la tradición amazónica.
Una pasada era ver a estos jóvenes tocar como auténticos profesionales y
constatar que nada tenían que envidiar a luminarias contemporáneas tipo Radio
Moscow. Al igual que estos últimos, quizás abusaran demasiado de los punteos
hendrixianos, pero eso no quitaba para que algunos saliéramos de allí pensando
que su recital había sido de otra dimensión. Calidad a raudales. Que vuelvan
cuanto antes.
Jamarazza, fieles discípulos de Radio Moscow. |
Y de repente irrumpieron Amparito, nos dimos la vuelta y el garito estaba hasta los topes,
con muchos familiares del grupo, ya que una de las guitarristas debía de ser
vasca. Hasta hubo unas niñas en las primeras filas a las que se requirió para
hacer coros, una propuesta que rechazaron probablemente por vergüenza, a pesar
de las facilidades que les pusieron, como colocar uno de los micros en el
suelo. Sin demasiados aires de grandeza, pisaron a fondo el acelerador desde el
inicio con “Crudo” y “Explosión”, piezas frenéticas que desde luego hacen dudar
que lo suyo sea el punk pop, según las han descrito en algunos medios. De pop,
poco. Pura furia sin contemplaciones.
Había gritos de “Gora
Amparito” y resultaban apropiados con temazos del calibre de “Oscuridad” o
“Asesinos”, deudores hasta las cartolas de Parálisis Permanente. Todo un
contraste se producía entre esas letras cargadas de cuerpos en putrefacción y
otras turbiedades frente a su actitud risueña en escena, la bajista freak, por
ejemplo, se estaba riendo constantemente y transmitía un buen rollo
impresionante. Se lo pasan bien, se les nota y eso obliga a cualquiera a
animarse.
“Menos mal” les acerca, por el contrario, a una suerte de
Fresones Rebeldes acelerados o incluso a la vertiente más desenfadada de Alaska
y Pegamoides, espíritu de la Movida total. Cambio de timón por completo para
“Dolor”, que vuelve a evocar a Edu Benavente en cada frase o giro vocal. Tal
vez en la actualidad tengamos ya demasiados discípulos del desaparecido
cantante, prueba evidente de ese descomunal legado de Parálisis Permanente que
no se circunscribe a su exigua discografía. Pero ellas no se limitan a copiar, puesto
que sus influencias se encuentran asimiladas en un maremágnum en el que cabe
hasta cierta alegría, como hemos mencionado anteriormente.
Siguieron supurando pus con “Daño” y “Miedo”, a la par que
revelaban que todavía les hace falta más material para el directo, porque su
único disco se lo ventilan en tiempo récord. Es un visto y no visto en el que
si te descuidas igual ya te has perdido tres o cuatro canciones. En semejante
tesitura, se vieron obligadas a repetir cortes en los bises como “Dolor” o
“Asesinos”, algo que suele ser siempre un poco bajón, aunque si se trata de composiciones
frenéticas como las que hemos mencionado tampoco es que importe mucho, quizás
alguna versión les hubiera funcionado mejor. Por lo menos tuvieron el detalle
de querer alargar el show. Y eso ya debería ser bastante.
Pues nos comimos al final una interesante sesión de bilis y
psicodelia amazónica, dos estilos casi contrapuestos que añadieron una
versatilidad que no esperábamos ni de lejos. El talento no debería ceñirse a
ámbitos concretos, sino propagarse cual virus en pandemia. No resulta complicado
contagiarse. Una infección que solo puede antojarse beneficiosa.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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